8. Conversación de Pareja
No se puede decir que Landulfo quisiera a Ariadna: la veneraba. Veamos y escuchemos, si no, a esta pareja en la intimidad de su casa. Una lámpara arde en la habitación y un lecho inmenso lo ocupa casi todo. Sin embargo, a un lado queda espacio suficiente para la colección de unturas, cremas, lociones y fórmulas con que Ariadna cuida su preciosa piel. Dónde y cómo ha conseguido todas esas cosas es pregunta que nadie podría responder: hay centenares de recipientes de vidrio, cajas pequeñas, receptáculos de madera, olletas ridículamente pequeñas, cajas metálicas más grandes, vasos de cerámica y como de porcelana, aromas traídos de lejanas tierras… Nada de extraño que ella necesite media mañana para decidir cómo vestirse, qué untarse, cómo adornarse, qué perfume ponerse. Todo en ella es hermoso; su sueño es ser perfecta, ser simple y perfectamente bella en todo su cuerpo, como esas esculturas que conoció en Grecia siendo más joven, por la época en que decidió darse el nombre de Ariadna, porque esa fue decisión de ella y de nadie más.