Jugar y Creer
Hay una compleja relación entre la religión y el juego. Todo jugador serio es un creyente, usualmente un creyente supersticioso, pues sin una noción de “suerte” difícilmente se entra a un juego o deporte que sea digno de ese nombre. ¿Puede decirse, por complemento, que todo creyente tiene algo de jugador? Hay quien ha hablado de la religión como una “apuesta” y creo que es defendible ese punto de vista. La sola, estricta y calculadora razón no puede justificar sin más las inversiones de tiempo, dinero y fuerzas que hacemos en todo lo que tiene que ver con la fe. Desde luego que creer no es lo mismo que apostar pero en todo caso el creyente sabe que el control no está del todo en sus manos y en eso se hermana con el jugador. Además, un buen creyente quiere “ganar” y quiere que las tinieblas “pierdan” –un tema que es continuo en los juegos.