Hace algo más de 21 años estaba yo en Budapest con ocasión de una Olimpiada de Matemáticas. En ese verano caluroso había poco tiempo libre porque las tensiones propias de las competencias y ejercicios de última hora no daba demasiado espacio para el turismo. Sin embargo, uno de aquellos días quedaron unas horas libres, tiempo suficiente para darse una caminata por aquellas calles centenarias, con el desparpajo y la ingenuidad propias de un muchacho de 17 años, que entonces era yo.