La Escuela de Maria Santisima

Escuela

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“Querido hermano en Cristo Jesús y en María: en el seno de la santa Iglesia hoy estamos siendo invitados a formar parte de la Escuela de María Santísima; mira cómo el Espíritu Santo lo indica a través del Vicario de Cristo en la tierra: “Recorrer con María las escenas del Rosario es como ir a la ‘escuela’ de María para leer a Cristo, para penetrar sus secretos, para entender su mensaje… una escuela, la de María, mucho más eficaz, si se piensa que Ella la ejerce consiguiéndonos abundantes dones del Espíritu Santo y proponiéndonos, al mismo tiempo, el ejemplo de aquella ‘peregrinación de la fe’, en la cual es maestra incomparable” (Juan Pablo II, RVM 14)….”

El Rosario es el Arma de la Paz

Un ejemplo de entrada: la Legión de María usa un estandarte como el del antiguo ejército romano, pero no bajo el signo de un águila de guerra, sino de una paloma de paz. Y la paz es la consigna de aquel que a través de la oración aprende a conocerse a sí mismo y a alimentarse con la voluntad de Dios, nuestro Padre. También la oración nos enseña a mirar en la misma dirección, o sea, no quedarnos solo mirando seres humanos, sea para idolatrarlos o para criticarlos.

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Octubre se acerca: El Rosario y la Paz

¡Dios ha hecho a los hombres y a las naciones para salvarse! Por ello esperamos que, desechados los áridos postulados de un pensamiento y de una acción improntados de laicismo y de materialismo, busquen el oportuno remedio en aquella sana doctrina, que cada día es más confirmada por la experiencia; en ella han de encontrarlo. Ahora bien: esta doctrina proclama que Dios es el autor de la vida y de sus leyes, que es vindicador de los derechos y de la dignidad de la persona humana; por consiguiente, que Dios es “nuestra salvación y redención”.

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Propositos iniciales como prior

Por misterio de la Providencia de Dios he recibido un encargo que significa gran alegría pero también una responsabilidad bastante superior a mis fuerzas. No es falsa humildad: sencillamente considero que el Santuario Mariano Nacional es un canal inmenso de gracia, de predicación y de labor apostólica y social profundamente ligadas al presente y futuro de Chiquinquirá y de Colombia. Por ello, al escribir estas palabras de saludo como nuevo prior, deseo ante todo invocar el auxilio de Dios, pedir la guía y protección de la Santísima Virgen, contar con mis hermanos de Comunidad y con todos los que amamos el Santuario y su ciudad.

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MARIA Y LA TRINIDAD

MARIA Y LA TRINIDAD

(Hech 1,14; Gal 4, 4-5; Lc 1,42; Mt 1,16)

Les invito a iniciar una reflexión sobre María en relación con la Trinidad. María, maestra de espiritualidad, preside la escuela de los hombres y mujeres que se dejan cincelar por las manos del Espíritu Santo. Así como el nacimiento de la Iglesia estuvo precedido por la compañía, la intercesión y la enseñanza de María con la comunidad apostólica, de la misma manera Ella intercede hoy, nos acompaña y nos educa desde el cielo para que construyamos en unidad la Iglesia del nuevo milenio. María desde el cielo continúa su misión materna de crianza y educación de sus hijos, los miembros del Cuerpo de Cristo, cooperando al nacimiento y al desarrollo de la vida divina en las almas de sus hijos redimidos. Ella, maestra de espiritualidad, es nuestra guía como mujer experta en la vida de comunión con Dios, pues fue tabernáculo espléndido de la Trinidad.

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Maria, Ejemplo para toda la Iglesia

María es la “Virgen oyente”, que acoge con fe la palabra de Dios: fe, que para ella fue premisa y camino hacia la Maternidad divina, porque, como intuyó S. Agustín: “la bienaventurada Virgen María concibió creyendo al (Jesús) que dio a luz creyendo” (Sermo 215, 4: PL 38, 1074.); en efecto, cuando recibió del Ángel la respuesta a su duda (cf. Lc 1,34-37) “Ella, llena de fe, y concibiendo a Cristo en su mente antes que en su seno”, dijo: “he aquí la esclava del Señor, hágase en mí según tu palabra” (Lc 1,38) (Ibid.); fe, que fue para ella causa de bienaventuranza y seguridad en el cumplimiento de la palabra del Señor” (Lc 1, 45): fe, con la que Ella, protagonista y testigo singular de la Encarnación, volvía sobre los acontecimientos de la infancia de Cristo, confrontándolos entre sí en lo hondo de su corazón (Cf. Lc 2, 19. 51). Esto mismo hace la Iglesia, la cual, sobre todo en la sagrada Liturgia, escucha con fe, acoge, proclama, venera la palabra de Dios, la distribuye a los fieles como pan de vida (Dei Verbum, n. 21) y escudriña a su luz los signos de los tiempos, interpreta y vive los acontecimientos de la historia.

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Notre Dame, Mi Madre

Traducción del original de Lacy Dodd, primero publicado el Viernes, 1° de Mayo, 2009

Muchos de los que han de graduarse en la Universidad de Notre Dame este año 2009 tendrán sentimientos encontrados sobre su ceremonia de graduación debido al escándalo suscitado por la decisión de la universidad de honrar a Barack Obama con el discurso inaugural y darle un grado Honoris Causa en Derecho.

Sé cómo se sienten. Diez años atrás mi corazón conoció un conflicto semejante cuando llegó el día de mi graduación en Notre Dame, día también para recibir mi comisión como oficial del Ejército de los Estados Unidos de América.

En aquel entonces yo tenía tres meses de embarazo.

Aquel mes de marzo yo había ido—sola—a una clínica de la mujer, a tomar un test de embarazo. El resultado fue positivo y yo me sentí tan aturdida que casi no podía entender qué trataba de decirme la enfermera cuando me aseguró que yo tenía “otras opciones.” ¿Cuáles “otras opciones”? ¿Qué mundo es este, que define la compasión como decirle a una joven que acaba de saber que lleva vida dentro de sí que puede destruir esa vida, si quiere?

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Acies Ceremony of the Bethlehem Curia, 2009

One possible way of describing the Legion of Mary is to say that it consists of ordinary people, leading their everyday lives in a very extraordinary way. Frank Duff is an interesting character. He was fascinated by the virtue of humbleness yet he was enthusiastic about a life of holiness. Humbleness is about the lowest, and holiness about the highest. How is it possible to connect them or have them both? The answer came in the form of a person, both humblest and holiest, the Blessed Virgin Mary. She is the Lord’s maidservant and she is the Mother of God. She lives in the forgotten town of Nazareth, whose name does not even appear in the whole Old testament; yet she dwells in the presence of God Almighty. She is the Queen of the Universe and is Our Lady of Sorrows. Duff was absolutely right: in no other creature can we behold humbleness shining forth with such an intensity, and also holiness in such a magnificent display.

Two particular episodes in the life of the Blessed Virgin have grabbed the attention and devotion of true Christians along the centuries: the Annunciation and the Crucifixion. In case we wonder what they have in common, a possible answer is: motherhood. Quite obviously, the Virgin of Nazareth received a kindest invitation to become the mother of the Son of God; in a less obvious manner, she received, at the foot of the Cross, the rather difficult call to give up that very Son, so as to bestow the gift of life on each and every human being. In the Annunciation she accepted to become the Mother of Christ; at the Crucifixion she accepted to become Mother of the Christian People.

Today we can contemplate Mary as the Virgin who pronounced the decisive “Yes,” and was faithful to that “Yes” down to the very end. “Yes” to Christ, and “Yes” to every Christian, past, present or to become. Mary’s acceptance of God’s will is, objectively speaking, the first fruit of the gospel, and the first means to transmit the gospel. She is “full of grace,” as the Angel beautifully addressed her, and she is “throne of grace” and “tabernacle of the Holy Spirit,” as the Church has called and invoked her for centuries. It is important to realise that whenever a person utters that “Yes” to Christ, their utterance cannot be but united with the very acceptance that brought Christ to human history, in the first place. We cannot be Christians leaving aside the way Christ came to dwell on this Earth!

In that sense, the Acies of the Legion of Mary is, above all, an open—even candid—proclamation of what we are as a people redeemed by Christ and called to lead a true Christian life. If the baptism is the essential “Yes” we give to God’s love as displayed on the Cross, the Acies is the public renovation of that “Yes” beneath the maternal protection and after the sublime example of the Most Blessed Virgin. Along with her, and following her, we wish to proclaim that our lives were incomplete without Christ, and they will be tragically incomplete without Him. We wish to stand by the Cross, as Mary did, to renovate our love, our faith and our hope from the streams flowing from Christ’s heart.

The fact that this noble celebration takes place every year is also a reminder. Years past we have come to present our allegiance to this same Humble, Holy, Heavenly Queen. The majority of us have said already many times that we want to be hers. Isn’t the present ceremony a good occasion to check how good or bad we have delivered what we voluntarily promised and professed? If our conscience remains without blemish, let us thank God, giver of all graces; if on the contrary something burdens our hearts, we can always remember that Lent is time for repentance and we can always claim the stream of mercy that flows from the Cross, and the rays of help that shine out from the hands of the Virgin.