Siete claves post-sinodales

Concluido el Sínodo de la Familia, y después de escuchar tan diversas voces, es preciso mirar con realismo y espíritu de fe en Cristo el tiempo que sigue. Como un aporte, propongo siete claves:

1. Hagamos que resuene la Palabra de Dios con toda su claridad y belleza. Ninguna palabra humana, ninguna escuela teológica, ningún obispo individualmente considerado, está por encima de la Palabra de Dios y la gran Tradición de la Iglesia, como fiel intérprete de esa Palabra. Libres de arrogancia pero con verdadero espíritu de servicio a los hermanos han de oírse, sin recorte ni disminución de tono, frases como estas: “Todo el que repudia a su mujer y se casa con otra, comete adulterio; y el que se casa con la repudiada por su marido, comete adulterio” (Lucas 16,18). Una predicación sencilla, directa, fiel a la letra y el espíritu, hace mucho bien en toda circunstancia. Por supuesto, centrar toda la predicación sólo en los versículos de denuncia sería también error: lo correcto es presentar toda la ternura y a la vez toda la firmeza de Cristo; toda su misericordia y todo el vigor con que, por misericordia, predica sobre la realidad del pecado y la posibilidad espantosa de la muerte eterna.

2. Seamos honestos en cuanto a las divisiones en la Iglesia. No hay que exacerbar los ánimos pero tampoco cabe, según se dice, “tapar el sol con un dedo.” Las divisiones están ahí, más visibles que nunca. No van a desaparecer porque no queramos nombrarlas o reconocerlas. Está claro que, incluso entre eminentes prelados y teólogos, se escuchan graves herejías, entre las que destacan los malabarismos para hacernos creer que se puede seguir con la doctrina intacta mientras la “pastoral,” bien puesta entre comillas, contradice en la cara esa misma doctrina. Mejor servicio hizo el Concilio de Trento cuando unió lo que creemos y lo que vivimos con un lenguaje sin ambigüedades:

Canon VII sobre el sacramento del matrimonio: Si alguno dijere, que la Iglesia yerra cuando ha enseñado y enseña, según la doctrina del Evangelio y de los Apóstoles, que no se puede disolver el vínculo del Matrimonio por el adulterio de uno de los dos consortes; y cuando enseña que ninguno de los dos, ni aun el inocente que no dio motivo al adulterio, puede contraer otro Matrimonio viviendo el otro consorte; y que cae en fornicación el que se casare con otra dejada la primera por adúltera, o la que, dejando al adúltero, se casare con otro; sea excomulgado.

3. Seamos los primeros en predicar la verdadera misericordia. Bien hace el Papa en recordarnos que la misericordia está en el centro del mensaje del Evangelio. Ahora más que nunca es oportuna la predicación de la genuina compasión, aquella que es capaz de acoger a la oveja perdida pero no la deja perdida. La misericordia sin llamado a la conversión se llama “complicidad.” La manera de liberarnos de semejante deformación no es predicar el rigor por el rigor, o la ley por la ley, sino predicar, como quiere Cristo y como nos enseña el Papa, que toda evangelización es siempre una efusión de la compasión que mana de Dios Padre. No es el momento de callar sino de mostrar el verdadero y hermoso sentido de la misericordia divina.

4. Hemos de ser campeones en la necesarísima virtud de la esperanza. Por supuesto que si contemplamos nuestra fragilidad, como personas e incluso como Iglesia, pareciera que no hay muchas razones para estar esperanzados. Pero es que esta virtud teologal tiene su fuente en la manifestación de la gracia, que es victoriosa en razón de Dios, es decir: mucho más allá de las disposiciones humanas. A todos hay que predicar ese mensaje centrado en el amor redentor y transformante que aparece ante todo en la Cruz pero sobre todo hay que predicarlo a los jóvenes. Que se olviden de una vez de la versión del matrimonio reducido a la sensualidad pasajera o al oropel de bodas de fantasía. Muéstrese que el matrimonio, lo mismo que toda vocación cristiana, es camino de perfección humana en cuanto camino de acogida la gracia divina, y que por tanto va signado con la Cruz. Que nadie ntre engañado ni vendado a la vida matrimonial: pronto descubriremos que el esplendor de las familias numerosas, felices y fieles a Dios apaga y resuelve por lo alto las controversias marginales que sin embargo han sido protagónicas en el recién concluido sínodo.

5. Entre nuestras prioridades, el camino de acogida a los que han fracasado. Seamos sinceros: algunos de los más ortodoxos en la doctrina no tienen otra palabra para decir a los que han naufragado sino un severo: “¡Cuidado con pecar!” Eso hay que decirlo pero nuestra palabra de cristianos no puede terminar ahí. Hay que advertir que el adulterio no es camino para “rehacer la vida,” pero ese mensaje será mejor acogido y en realidad obedecido sólo por aquellos que estén ya fascinados por el amor de Cristo vivo y presente en una comunidad cristiana. Cristianos sin comunidad real, concreta, de referencia y de apoyo: esa, digo yo, es una de las peores tragedias de nuestro tiempo. Esa falta de comunidades de fe, en las que se practique la acogida, la enseñanza, la oración, la liturgia, es la que lleva a la gente a refugiarse en afectos menores que se les vuelven irreemplazables. Cuanto más vigorosas en fe y santidad, y más numerosas y cargadas de caridad, sean nuestras comunidades parroquiales, grupos de oración, o el nombre que tengan, mayor será el número de creyentes que se preparen con serenidad a dar el paso hacia el matrimonio o, si las cosas salen realmente mal, menor será el número de los que se sienten tentados de traicionar su fe a nombre de su ansia de ser felices.

6. Hay que fortalecer los procesos de preparación a los sacramentos. Jamás hubiéramos llegado a las ridículas discusiones entre doctrina y “pastoral” si la pastoral misma, desde el principio, fuera mucho más clara y por lo mismo, mucho más atractiva y convincente para todos, especialmente los más jóvenes. El escándalo no empieza cuando un divorciado pretende celebrar nuevo “matrimonio.” El escándalo empieza en la manera raquítica como muchos católicos arrastran hebras de su fe como esperando a que alguien les arrebate lo que nunca fue de veras suyo. En esto hay mucho que mejorar, incluyendo, por lo menos en lo que atañe a mi país, esa repugnante competencia entre parroquias, que hace que la gente prefiera celebrar sus sacramentos donde les pongan menos “problemas.”

7. Amar y hacer amar más a Cristo. Siempre es deseable la claridad en los documentos pero eso, siendo indispensable, no es suficiente. Ya puede Trento, o habría podido el sínodo, decir lo que quisiera, el lugar del debate y el combate no cambia: el corazón humano. Más adoración eucarística; más predicación ungida; más y mejor enseñanza de sana teología en los seminarios; más arte verdaderamente cristiano; más expresiones de la preciosa caridad de Jesús; más liturgia celebrada con amor humilde y agradecido, y la victoria será del único que vive y reina por los siglos. Amén.