Novena Lección sobre el martirio

Lección Novena

El testimonio de los mártires

Naturaleza y valor del testimonio de los mártires

Hemos contemplado las atroces circunstancias en las que, en todas las regiones del mundo antiguo, dieron testimonio de su fe mártires de toda edad, sexo y condición. ¿Cuál es el valor objetivo de este testimonio?

Hay autores, que de ordinario son imparciales, aunque no militen en nuestro mismo campo, como M. Boissier, que devalúan el valor demostrativo del testimonio de los mártires:

«Este asunto, propiamente hablando, no es una cuestión religiosa. Lo sería si pudiese afirmarse que la verdad de una doctrina se mide por la firmeza de sus defensores. Apologistas hay del cristianismo que así lo han pretendido, queriendo obtener de la muerte de los mártires una prueba indiscutible de la veracidad de las opiniones por las que se sacrificaban: “No se deja nadie matar por una religión falsa”. Pero este razonamiento no es convincente, y la misma Iglesia lo ha desvirtuado tratando a sus adversarios como sus propios hijos habían sido tratados. Ante la muerte valerosa de valdenses, husitas y protestantes que ella ha quemado o ahorcado, sin lograr con ello arrancarles ninguna retractación de sus creencias, es necesario que renuncie a sostener que nadie da la vida por afirmar una doctrina que no sea verdadera» (La fin du paganisme I,400).

Estas palabras exigen varias correcciones. En primer lugar, nunca la Iglesia ha sostenido que “nadie da la vida sino por una doctrina verdadera”. Las ejecuciones de herejes aludidas muestran claramente que es posible dar la vida con valor y buena fe por una doctrina falsa.

Pero, a nuestro juicio, la cuestión ha de plantearse de modo muy diferente. A pesar de ciertas extensiones frecuentes del término mártir, no todo el que da la vida por una doctrina puede ser llamado propiamente mártir. El significado etimológico de mártir es testigo. Pero nadie es testigo de sus propias ideas. El testigo da testimonio de hechos. Y es en este sentido en el que Jesucristo dice a sus discípulos: «vosotros seréis mis testigos» (Hch 1,8). Y ése el sentido de la afirmación de San Pedro y San Juan ante los judíos que les querían imponer silencio: «nosotros no podemos dejar de decir lo que hemos visto y oído» (4,20).

Los mártires son testigos no de una opinión, sino de un hecho: el hecho cristiano. Algunos, según expresión de San Juan, lo han visto nacer, han conocido a su autor, «han tocado con sus manos al Verbo de la vida» (1Jn 1,1). Otros han conocido ese hecho por una tradición viva, a través de una cadena de la que pueden ser comprobados cada uno de sus eslabones. Entre el testimonio que los mártires dan de esta tradición y la muerte de los herejes, que rehusan abandonar una opinión nueva, casi siempre extraña a la tradición y destructora del hecho cristiano, no hay una medida común. Aunque en ambos casos fueran iguales la sinceridad y la valentía, el valor del testimonio es desigual, o por decirlo mejor, solamente los primeros tienen derecho al título de testigos.

Consideremos más detenidamente la calidad de estos testimonios martiriales.

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