184. Ecologia del Espiritu

184.1. En el Nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo.

184.2. La ecología está recordando a los hijos de los hombres que comparten un mismo espacio, y por consiguiente, que tienen un deber compartido de cuidar y aprovechar de manera racional los bienes de la naturaleza. Ningún individuo singular y ningún estado particular tienen el derecho de gastar todo el aire puro disponible. Otro tanto hay que decir del agua, de la capa de ozono y de todos aquellos bienes que todos necesitan.

184.3. En cierto sentido la verdadera santidad es como una ecología del espíritu. Si amplías debidamente la noción de “vida,” para que no se limite a los aspectos biológicos, aparecen ante tus ojos toda una serie de requerimientos que son para el alma, como el oxígeno y el agua son para el cuerpo.

184.4. Piensa, por ejemplo, en el perdón. Así como las plantas transforman el bióxido de carbono de modo que se libere oxígeno, así las almas que perdonan son aquellos que conservan respirable la comunicación y la vida humana. La gente quiere tener plantas y color verde cerca de sus casas y sus cosas; con el mismo empeño un director de una empresa tendría que hacerse planteamientos como estos: “Nuestra empresa está padeciendo graves tensiones internas. Deberíamos tomar esto en consideración, y buscar en el perfil de nuestros próximos trabajadores gente con un profundo sentido del amor a los demás; gente que nos llene del perfume del perdón todos estos corredores y oficinas…”

184.5. La ecología ama los lugares que no han sido tocados por la mano de los hombres, y por ello, como medida de control a la codicia y a la curiosidad humanas, desde hace años se han creado las llamadas “reservas naturales” o también los “parques naturales”: lugares en donde es posible apreciar algo de la belleza del designio original de Dios Creador —aunque en realidad ellos no siempre lo ven en esos términos de relación con Dios—. Con la misma lógica, ¿no te parece que deberían propagarse con vigor y alegría las vocaciones a la vida virginal? ¿Qué mundo es este, que quiere tierras vírgenes, pero arruina la virginidad de sus hijos y sus hijas? La verdad es que las almas virginales son como las reservas naturales del Reino de los Cielos, y en ellas cuando viven para Dios, puede contemplarse lo que no aparece en otras vidas, incluso santas y puras.

184.6. La ecología se preocupa de las especies animales y vegetales en vía de extinción. Una vez más hay aquí algo que alude o puede aludir a muy bien a la santa fe cristiana: cada especie es como un mensaje de Dios que no debe perderse. Pero en esta “ecología del espíritu” de que te hablo también hay especies en peligro de extinguirse. Cada vez que las riquezas de un pueblo o raza —especialmente cuando se trata de minorías de pobres— son echadas al olvido, hay algo como la extinción de una especie, porque el mensaje de Cristo, que por su propia dinámica está llamado a ser proclamado “en toda raza, lengua, pueblo y nación” (cf. Ap 5,9; 13,7; 14,6) queda mutilado.

184.7. De ahí puedes descubrir cuán importante es la diversidad; no la confusión, como en Babel, pero sí la variedad, como en el Edén y en el arca de Noé. Es la hermosa pluralidad en la concordia que brilló sobre manera el día de Pentecostés y que aparecerá con todo su fulgor en la plenitud última del Cielo.

184.8. Sobre todo hay algo que debes aprender y amar, y enseñar a amar y a conocer: nada sobra y nadie sobra. Jesús con su práctica lo demostró por ejemplo en su larga y bella conversación con una mujercita de pueblo, una pecadora pública del humilde Sicar de Samaría (Jn 4,5-42). Los Hechos de los Apóstoles atestiguan algo semejante, por ejemplo allí donde se te cuenta de la predicación de Felipe a aquel eunuco (Hch 8,27-39). Jesús dijo: “hasta los cabellos de vuestra cabeza están contados” (Mt 10,30). Dios no pierde cuenta de nada; no pierde la historia de nadie.

184.9. Ves, pues, que hay una hermosa relación entre la ecología y la espiritualidad, y si esta relación se entiende en sus términos apropiados, resulta profundamente inspiradora.

184.10. Deja que te invite a la alegría. Dios te ama; su amor es eterno.