EL AMOR DEL PADRE PERMANECE EN NUESTRO CORAZON

EL AMOR DEL PADRE PERMANECE EN NUESTRO CORAZON

(Lc 15, 12-24)

Les invito a reflexionar la sobre la fuerza que tiene el amor para cambiar el corazón. El hijo menor se había marchado dejando una cruz pesadísima sobre los hombros de su padre. El abandono del padre marca el inicio de su perdición. Aún así, pienso que el hijo menor se había alejado de la casa, pero el amor de su padre le había seguido; restos de ese amor permanecían aún en el corazón del hijo. Ahora, sumido en la más terrible soledad, y saturado de una experiencia dolorosa, reflexiona, busca dentro de sí y descubre, entre cenizas, ese misterioso y mágico amor y se encuentra con el para así terminar regresando a la casa paterna. Aunque la motivación inicial fuese la búsqueda de su propio provecho, fue la añoranza del amor del Padre, fue el recuerdo de su amor por el que comenzó el retorno, el regreso a sí mismo y el reencuentro con su padre. El recuerdo del padre y de su amor señala el comienzo de la recuperación del hijo, que se hallaba perdido.

La parábola expresa este filón, diciendo: “Entonces recapacitó, volvió en sí y dijo: ¡Cuántos jornaleros en casa de mi padre tienen pan en abundancia, mientras que yo aquí me muero de hambre!”(v. 17). “Recapacitó”. ¡Qué actitud tan preciosa había adquirido al lado de su padre! Ahora ella le ayuda a encontrarse con su padre en su corazón. No han sido sus pecados, los que le llevan nuevamente al padre, es ese maravilloso amor que vivió a su lado el que le hace descubrir que su padre ha sido incapaz de abandonarlo. Conoce a su padre y sabe de su amor tan grande. El recuerdo de la casa paterna y la seguridad en el amor del padre le hacen concebir esa maravillosa expresión: “me levantaré iré a mi padre y le diré: he pecado contra el cielo y contra ti” (v.19). Es esta la palanca que lo saca del fondo a donde había caído y le pone en camino hacia el padre. La libertad sin control, el dinero, la abundancia, algunas amistades nos debilitan y nos pueden llevar hasta la muerte, pero siempre está el amor de nuestro Padre Dios esperándonos para redimirnos. Solo hace falta decidirse, levantarse y ponerse en camino hacia la casa del Padre para recibir el don de su amor. Es este el regalo de la conversión que, aceptado amorosamente, nos hace decidirnos a regresar al Padre.

Veamos los tres hacia fuera que aparecen en la conversión del hijo menor, obra, claro está y no hace falta que lo diga la parábola, del amor, del Espíritu Santo. Aparecen tres aspectos bien diferenciados entre sí. El muchacho: 1° sintió necesidad, o hambre, como dicen otras traducciones; 2° recapacitó, entró dentro de sí, volvió en sí; 3° se puso en camino hacia el Padre.

Sintió necesidad, sintió hambre, es decir, siente en su interior el vacío, el tedio de la vida, el fracaso y la decepción por los placeres que ha vivido, la fuerte soledad que ha producido en su corazón esa abundancia de posesiones sin objetivos, en una palabra, la ausencia del amor, la falta del padre. El hambre le lleva a pensar en los bienes abundantes que hay en su casa, en la generosidad de su padre. El hambre le lleva a pensar en su padre amoroso. El hombre 75odificar75, solitario, sin relaciones personales de amor, vive una trágica distancia de su verdad. Por eso, Dios viene corriendo a su encuentro y, el que estaba “en un país lejano”, el que estaba lejos, se dejó encontrar de su Padre Dios. En cambo los suyos, los de su casa no lo han recibido (cf. Jn 1,11).

Recapacitó, volvió en sí. Veo aquí el momento focal de su conversión. Es este el momento en que, empujado por la soledad, por la lejanía que vivía, por el vacío de amor que tenía, sintió necesidad de que alguien se preocupase por él; logró entrar dentro de sí y descubrir en su interior nostalgia de su padre, indicios de esa felicidad que no le habían proporcionado la abundancia de cosas, de placeres, de independencia. Se ha creado en su interior un vacío, dejado por los bienes perdidos. Este vacío, que hay en su corazón, favorece el deseo de entrar en sí mismo. Se había perdido en las cosas, abandonando las relaciones personales de amor, se había despersonalizado, no había amado a su padre, ni a su hermano.. Pero ahora, vuelve en sí mismo, entra en su interior. Es este el momento grande de la acción del Espíritu Santo en aquel corazón. El muchacho aprovechó ese momento y miró hacia dentro. Allí descubre, casi apagados, restos del amor de su padre; aún palpitan en su corazón residuos de ese prodigioso y extraordinario cariño y ternura paternales.

Notemos la magnífica expresión que hace entrar al muchacho dentro de sí y descubrir allí el gran amor de su Padre. Dice el texto que el hijo menor finalmente recapacitó. Quiere decir que hasta ese momento el muchacho había actuado con una superficialidad pavorosa que le llevó de ser hijo hasta convertirse en esclavo. La posesión indiscriminada de cosas nos impide detenernos, entrar en nuestro interior, descubrir que somos hijos, no nos deja revivir esos momentos fuertes de experiencia de Dios, de experiencia afectiva fraterna, que hemos experimentado en ciertos momentos altos de nuestra vida.

Finalmente recapacitó, entró dentro de sí; finalmente, sin ser poseído ya por las cosas, logró pensar; finalmente logró descubrir su condición de hijo; finalmente descubrió en un rincón de su corazón el amor que su padre había depositado allí; finalmente descubrió la calidad de padre que tenía y, sobre todo, el gran amor que le regalaba; finalmente descubre que, alejado del Padre, no existe más que la esclavitud; finalmente siente una fuerza extraordinaria que le hace lanzarse hacia su Padre, correr en su búsqueda, quiere ahora sí dejarse amar por él; finalmente se da cuenta que siendo su yo el centro de su vida se destruye; finalmente descubre la necesidad de libertad y esta se encuentra sólo al calor de su Padre, junto a el; finalmente descubrió en su corazón rescoldos del amor del padre, los revivió y así se lanzó a buscar el amor reconstructor de su padre.

Reconocer el fracaso significa renunciar a un nuevo intento de hacer la propia voluntad, de decidir según el propio yo, siguiendo los propios razonamientos. Por eso, al entrar en sí mismo como el hijo pródigo, se sienten los gemidos inefables del Espíritu que grita en nosotros: ¡Abbà, Padre! (Gal. 4,6).Cómo nos hace falta oírlos con más frecuencia.

Hoy vivimos momentos de esclavitud, de ausencia del Padre Dios en nuestro corazón. Nos encontramos con una especie de fase 75erminal de muchas aspiraciones del hombre que ha sido esclavizado por sus pasiones, por la avidez de dinero, de placer, de poder, de violencia, de secularización. Como el hijo pródigo, también nosotros nos hemos aturdido y perdido en nuestra esclavitud. Ojalá descubramos también, que nuestra relación con Dios no nos lleva a unan esclavitud sino que es nuestra liberación; ojalá descubramos que Dios es mi Padre auténtico, que vive para amarme, perdonarme y olvidar mis felonías con él; ojalá descubra que me ha estado esperando siempre para reconstruir mi vida con su amor.

La ilusión de entrar en sí mismo

Se puede entrar en sí mismo y no encontrarse con el Padre misericordioso, sino encontrarse solo. En esta situación se puede descubrir la propia imperfección, Es esta una apariencia de humildad, se hacen propósitos. Pero ahí se esconde una gran tentación: no salir de sí mismo, quedar amarrado en el propio modo de pensar. No se ha entrado en el amor, sino que se ha quedado encerrado en sí mismo, queriendo ser él mismo quien siga decidiendo, aunque sea la santidad. Es el Yo el que hace esos propósitos, queriendo seguir gobernando desde una aparente humildad. Entrar dentro de sí mismo, quiere decir entrar en el corazón y descubrir allí el amor, encontrarse ante un Padre misericordioso que nos mira con amor perenne y que quiere que le entreguemos nuestra voluntad para que sea El quien decida en nuestra vida. No es una conversión “ética”, sino “teológica”; no es estar hastiado por el mal sino ser tocado por Dios; no es una decisión personal simplemente, sino un don del encuentro con el Padre. Esto requiere dejarse amar sin tener ningún punto de apoyo en uno mismo. El Apoyo está en el Padre y es El quien nos mueve a regresar a El, a su amor.

Se puso en camino hacia el padre. Es esta la maravillosa conclusión a la que le llevó el pensamiento de su padre, la experiencia de su amor, motivado por la relación que había tenido viviendo a su lado. Logró discernir y darse cuenta que la felicidad, para la que había sido creado, no se la daban las cosas, los placeres, sino sólo el Padre con su amor. Acudir a otra criatura, cualquiera que fuese, lo único que haría sería conseguir la infelicidad o aplazar el logro de su felicidad. Es lo que había experimentado en su alejamiento del padre.

De todos modos, el hijo menor no ha llegado todavía al verdadero centro vital, al núcleo de su conversión. No ha llegado aún a reconocer al Padre, todavía es él quien da las soluciones y quien se las va a proponer al Padre. Le propondrá quedarse como siervo, pero apegado a su propio querer. Aún no ha descubierto su más profunda realidad de hijo, no se mueve todavía por el amor filial. Lo que le preocupa es la comida de la casa paterna, los criados, lo que le dirá el Padre. Todavía tiene puesta su mirada en él mismo, en sus necesidades; todavía el padre no le interesa como Padre, sino como aquel que le ayudará a salir de su miseria.

El hombre de hoy quiere quedarse como siervo, pero apegado a su propio querer, no ha descubierto la alegría de ser hijo de un Padre misericordioso, que le hace apiadarse, ser misericordioso, perdonar, destruir cualquier clase de violencia con los demás, que son sus hermanos. El hombre de hoy necesita descubrir y gustar la libertad de ser hijo de un Padre que es amor santo y fiel, necesita descubrir a Dios como su Padre, necesita sentirse amado como hijo,. Todavía piensa en un Dios que premia servicios y castiga a los desleales, pero no ha descubierto al Dios que ama gratuitamente, que perdona por puro amor, porque es Padre.

El hombre contemporáneo podrá decir: “me levantaré e iré a mi Padre”, si logra convencerse del encanto que se respira junto al Padre, de la libertad que se desprende de su amor, de su misericordia. Volverá al Padre si descubre la alegría de estar con los hermanos y la belleza de ser hijo de ese Padre misericordioso.