Ejercicios sobre el perdón, 41

El Perdón Construye Comunidad: Nosotros nacimos en una familia y fuimos creados para vivir en comunidad. Nos necesitamos los unos a los otros. Por eso, convivir con las personas exige saber perdonar para recomponer las relaciones rotas o interrumpidas con los hermanos. Como el odio enferma, el perdón sana, a condición de que perdonemos de corazón y al estilo de Jesús. Una comunidad cristiana, arraigada en la alabanza y en el perdón, es el lugar adecuado al cual pueden acudir los quebrantados de corazón y recibir curación. Veamos el siguiente testimonio sobre lo que es un perdón de corazón y al estilo del Señor.

Habla un sacerdote: “En el curso del interminable conflicto del Líbano fui invitado por algunas comunidades cristianas a compartir sus angustias y sus esperanzas en medio de una tragedia permanente cuyo desenlace nadie podía prever. Beirut estaba aún dividido en dos. Las armas tronaban sin cesar. Los francotiradores, emboscados en algunos edificios derruidos o en las esquinas de las calles, abatían sistemáticamente a cuantos caían en su línea de mira, hombres y mujeres.

Una tarde, en casa de unos amigos libaneses, fui invitado por unas comunidades cristianas a compartir sus angustias y sellar un acuerdo fraternal. Alguien propuso leer una página del Evangelio. Vaciló unos segundos; después de recorrer con la mirada al grupo que permanecía atento, leyó el pasaje sobre el perdón (Mt 18, 23-35). Aquel era un grupo de amigos, hombres y mujeres atormentados por años de guerra, en la que todos habían perdido uno o varios miembros de sus familias. Caí instintivamente en la cuenta en la enormidad de las palabras de Jesús. Dominando su dolor, aquellas gentes se atrevieron a hablar. Estupefacto, oí aquellas voces rotas por tantas desgracias reconocer humildemente que semejante perdón no podía brotar naturalmente de su corazón. Demasiado odio, sangre y muerte les había triturado.

Después de esa confesión sin rebozo, se pusieron espontáneamente a orar, pidiendo a Dios que hiciera nacer en ellos por la fuerza de su Espíritu aquel perdón imposible. Su oración era de una grandeza y densidad impresionantes. Al término de la oración, ya entrada la noche, uno de ellos me acompañó al carro. Al separarnos, me ofreció un dinero y me dijo: “Padre, quiero que diga una misa por mis dos hijos, muertos a los 16 y 20 años”. Y, después de una breve vacilación, añadió: “Los torturaron, les arrancaron los ojos y la lengua…” Y, antes incluso de que yo tuviera tiempo de reaccionar, aturdido por semejante atrocidad, me dio otro billete explicando: “Y diga otra misa por quienes los mataron”. Mi garganta fue incapaz de emitir sonido alguno. Solo estreché su mano largamente, en silencio. Me marché inundado por la grandeza de aquel perdón, que brotó desde la oración. Aquella noche, antes de acostarme, a pesar del horror de cuanto había escuchado, una inmensa acción de gracias se elevó de mi corazón: ¡qué grande, Señor, es el hombre que sabe perdonar como Tú! De pronto me percaté de que el perdón puede constituir una de las más hermosas manifestaciones del Espíritu en el corazón humano, pues ese gesto no sale espontáneamente del corazón, ni es a la medida humana.: Comprendí que “perdonar” es realmente un paso del Espíritu; es participar del amor infinito del Padre; es tener “parte en el don de su amor”. Nuestra lógica humana, la del espiral del odio, de la venganza que engendra venganza, violencia, queda rota por el “perdón”.¿Qué increíble salto! ¡Pasar de nuestra lógica humana a la del Padre Dios; a la del amor de Jesús, que un día en el Calvario expiró suplicando: “Padre, ¡perdónales, porque nos saben lo que hacen!”(Lc 23,34).

Pero, perdonar no puede ser un trámite burocrático que tarda meses y meses; tampoco implica pactos ni firma de tratados. Es una de las capacidades humanas que da dignidad y señorío, al sobreponernos por voluntad propia a nuestros sentimientos heridos y cancelar, en los demás, deudas que tienen con nosotros. Es el cemento que rehace la comunidad cuando se ha dividido.

Jesús vincula la justicia a la misericordia: En el Antiguo Testamento prevalecía la ley del Talión, inspirada en la estricta justicia: «ojo por ojo, diente por diente». En tiempo de Jesús, los escribas y fariseos se habían quedado en el cumplimiento exacto y minucioso, pero externo, de los preceptos. Para entrar en el Reino de los Cielos es necesario superar radicalmente la concepción antigua y el cumplimiento solo externo. Jesucristo introduce una modificación fundamental, tremendamente revolucionaria, que consiste en vincular la justicia a la misericordia, más aún, en subordinar la justicia al amor y atender al corazón, que es donde se produce el mal que contamina al hombre. A partir de Él, las ofensas recibidas deberán perdonarse, porque el perdón es parte esencial del amor. Jesús no pide “un poco más de amor”, sino hacer lo contrario de lo que exige la justicia, yéndose al otro extremo por el camino del perdón y del amor». Si el AT decía “no matarás”, Jesús manda: “no encolerizarse con el hermano” (Mt 5, 20-24).

Perdonar es una decisión: A diferencia del resentimiento producido por ofensas recibidas, el perdón no es un sentimiento. Perdonar no equivale a dejar de sentir. Hay quienes consideran que están incapacitados para perdonar ciertos agravios porque no pueden eliminar sus sentimientos: no pueden dejar de experimentar la herida, el odio ni el afán de venganza. De aquí pueden derivarse complicaciones en el ámbito de la conciencia moral, especialmente si se tiene en cuenta que Dios espera que perdonemos para perdonarnos Él. La incapacidad para dejar de sentir el resentimiento, en el nivel emocional, puede ser insuperable, al menos en el corto plazo. Sin embargo, si se comprende que el perdón se sitúa en un nivel distinto al del resentimiento, esto es, en el nivel de la voluntad, se descubrirá el camino que apunta a la solución.

El perdón es un acto de la voluntad porque consiste en una decisión. Al perdonar opto por cancelar la deuda moral que el otro ha contraído conmigo al ofenderme y, por tanto, lo libero en cuanto deudor. No se trata de suprimir la ofensa cometida, y hacer que nunca haya existido, porque carecemos de ese poder. Sólo Dios puede borrar la ofensa y conseguir que el ofensor regrese a la situación en que se encontraba antes de cometerla. Pero nosotros, cuando perdonamos de verdad, desearíamos que el otro quedara completamente eximido de la mala acción que cometió. Por eso, «perdonar implica pedir a Dios que perdone, pues sólo así la ofensa es aniquilada».Pasos para aprender a perdonar: Ante una ofensa, la alternativa más noble, inteligente y sabia no es otra que la del perdón-amor, que nos libera de miedos y temores, de actitudes violentas y de ataque y nos proporciona libertad y paz interior; en definitiva, felicidad. En efecto:

1. Cuando optamos por el perdón y perdonamos de corazón, nos despojamos por completo del odio, del rencor y de los sentimientos de venganza. Nos sentimos más humanos, más libres, más bondadosos. En definitiva, en paz con nosotros mismos y felices.

2. El que perdona o pide perdón de corazón, se ennoblece y dignifica al instante, pues solo las almas nobles, grandes y sensibles están dispuestas a perdonar y a mostrarse compasivas y tolerantes con las debilidades y miserias humanas. La bondad y el perdón siempre andan a la par. Quien quiera incrementar su bondad, no encontrará mejor atajo que aprender a perdonar.

3. Si odiar es envejecer, morir espiritualmente, porque todo el que odia se instala en un pasado destructivo. Perdonar es rejuvenecer el espíritu y construir un presente mejor con amor. El amor-perdón, como práctica habitual, nos proporciona paz y un perfecto estado de salud psíquica.

4. El odio y la venganza nos presentan la realidad de forma totalmente distorsionada. El perdón, por el contrario, nos hace inteligentes y empáticos, relaja nuestro cuerpo y nuestra mente, nos da perspectiva, corrige nuestras percepciones erróneas de la realidad y nos abre a la objetividad y a la verdad. El perdón rompe definitivamente las cadenas con las que nos encarcela y esclaviza el resentimiento.