Grados de Amistad

Es verdad que sentimos que algunas personas son más amigas nuestras que otras, pero, si nos preguntaran eso cómo se mide, de seguro no sabríamos decirlo.

¿Qué es ser más amigo? ¿Pasar más tiempo con la otra persona? ¿Contarse más secretos? ¿Tener momentos de mayor gozo o de mayor tristeza compartidos? No es fácil responder.

Tal vez una pista esté en aquellas personas que hemos llamado nuestros “mejores amigos.” Usualmente, el mejor amigo o amiga no es alguien que hemos escogido desde el principio sino más bien alguien que a través de varias circunstancias nos mostró unas claves, sobre todo: confianza, lealtad, afecto, reciprocidad, alegría. Es de veras raro encontrar que alguien se refiera a otra persona como un “gran” amigo si no se dan esas características. Más aún: es muy probable que, si ellas se han dado pero luego alguna falla, la amistad se lastime de tal modo que luego no puede recuperar su alto rango o importancia.

La amistad difiere del amor de pareja en varias cosas, por ejemplo, en que no exige los mismos niveles de exclusividad y de preferencia. Sin embargo, hay un hecho es que uno no puede tener ochenta “mejores amigos.” Hay una limitación antropológica que radica finalmente en el tiempo y en la memoria, y que nos empuja a elegir. Quienes son elegidos y a la vez nos eligen son candidatos ideales para subir en la escala misteriosa de la amistad.

Se habla mucho del desinterés en la amistad, pero yo creo que las cosas se exageran un poco y se idealizan quizá demasiado. Precisamente porque nuestros mejores amigos son personas que de algún modo hemos elegido, es honesto reconocer que por lo menos inconscientemente hemos tenido razones para elegir a unos y no a otros. Santa Catalina de Siena en su oración le decía abiertamente a Dios: “te pido por aquellos que me has concedido amar de un modo especial.” Con la misma naturalidad el Cuarto Evangelio se refiere siempre a un discípulo “a quien Jesús amaba.” De Martha, María y Lázaro, los tres hermanos de Betania, dice que Jesús los quería mucho. Esto indicaría que es un idealismo suponer que nuestras relaciones de amistad son absolutamente desinteresadas y que por consiguiente vamos a ser matemáticamente iguales en amistad con todo el mundo.

Claro que de aquí surgen montones de preguntas: ¿cómo se conjuga el amor gratuito, el de la gracia inmerecida y abundante para todos, con el realismo de la afectividad humana, que es así como decimos y que por tanto tiene que escoger y prefiere a unos y no a otros?

Pienso que no hay una respuesta sencilla ni mucho menos una receta para semejante pregunta. Lo que sabemos es que buscar más amistad con una persona no necesariamente nos acerca al amor central o fundamental de la misma persona. Catalina, por ejemplo, tuvo un admirador que la veía solamente como mujer y que no aprovechó realmente la unión de ella con Dios, porque más bien pensaba en ser su amigo o su novio, pero no su discípulo. Algunos dicen que algo así le pudo haber pasado a Judas con Cristo.

Por otro lado, hay muchos que no tuvieron tal amistad (humana) con Catalina y que sin embargo recibieron bienes inmensos de ella y de lo que ella era y es frente a Dios. Y lo mismo en el caso de Cristo o de tantos otros santos. Como quien dice: no debemos pensar que amistad equivale a cercanía.

Y sin embargo, es evidente el bien que puede recibirse de la amistad con Jesucristo. Sobre esto hemos de hablar más por extenso en otra ocasión.