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Por dos veces durante el año, la Iglesia conmemora los dolores de la Santísima Virgen, que son la de la Semana de la Pasión y también hoy, 15 de septiembre.
La primera de estas conmemoraciones es la más antigua, puesto que se instituyó en Colonia y en otras partes de Europa en el siglo XV. Cuando la festividad se extendió por toda la Iglesia, en 1727, con el nombre de los Siete Dolores, se mantuvo la referencia original de la Misa y del Oficio de la Crucifixión del Señor.
En la Edad Media había una devoción popular por los cinco gozos de la Virgen Madre, y por la misma época se complementó esa devoción con otra fiesta en honor a sus cinco dolores durante la Pasión.
Más adelante, las penas de la Virgen María aumentaron a siete, y no sólo comprendieron su marcha hacia el Calvario, sino su vida entera.
A los frailes servitas, que desde su fundación tuvieron particular devoción por los sufrimientos de María, se les autorizó para que celebraran una festividad en memoria de los Siete Dolores, el tercer domingo de septiembre de todos los años.
Bogotá, Colombia - Monito, el cielo se abre para que tu alma reciba toda la riqueza que el Señor desde allá te envia hoy. Que la pases bien junto a la cuñis y los niños. Un abrazo. Luz
Salem, Ohio, U.S.A. (2005) - Por favor pido oración por la restauracion de mi matrimonio, para que el Señor nos bendiga y por su mano sea renovado mi matrimonio y mantenga a mi familia unida nosotros somos: mi esposo John, nuestro hijito Christopher y yo Mary (familia Alflen). Gracias
Cristo, en los días de su vida mortal, a gritos y con lágrimas, presentó oraciones y súplicas al que podía salvarlo de la muerte, cuando en su angustia fue escuchado. Él, a pesar de ser Hijo, aprendió, sufriendo, a obedecer. Y, llevado a la consumación, se ha convertido para todos los que le obedecen en autor de salvación eterna.
Aprendió a obedecer y se ha convertido en autor de salvación eterna (Hebreos 5, 7-9)
Salmo
A ti, Señor, me acojo: / no quede yo nunca defraudado; / tú, que eres justo, ponme a salvo, / inclina tu oído hacia mí. R. Ven aprisa a librarme, / sé la roca de mi refugio, / un baluarte donde me salve, / tú que eres mi roca y mi baluarte; / por tu nombre dirígeme y guíame. R. Sácame de la red que me han tendido, / porque tú eres mi amparo. / A tus manos encomiendo mi espíritu: / tú, el Dios leal, me librarás. R. Pero yo confío en ti, Señor, / te digo: "Tú eres mi Dios." / En tus manos están mis azares: / líbrame de los enemigos que me persiguen. R. Qué bondad tan grande, Señor, / reservas para tus fieles, / y concedes a los que a ti se acogen / a la vista de todos. R.
En aquel tiempo, junto a la cruz de Jesús estaban su madre, la hermana de su madre, María, la de Cleofás, y María, la Magdalena. Jesús, al ver a su madre y cerca al discípulo que tanto quería, dijo a su madre: "Mujer, ahí tienes a tu hijo." Luego, dijo al discípulo: "Ahí tienes a tu madre." Y desde aquella hora, el discípulo la recibió en su casa.
Triste contemplaba y dolorosa miraba del Hijo amado la pena (Juan 19,25-27)
En la Virgen Dolorosa celebramos un amor que, en circunstancias de extrema estrechez y dificultad, no se rindió sino que siguió unido a Dios y su plan. 4 min. 11 seg.
Hay un bien que puede nacer del sufrimiento. Y hay también muchos que sufren, pero su dolor sólo será iluminado por aquellos, como María, que han bebido del misterio de la Cruz de Jesús. 10 min. 50 seg.
Busquemos a la Virgen María en los momentos más difíciles de nuestra vida y pidamos su intercesión para permanecer firmes en la fe y fidelidad a Dios. 4 min. 32 seg.
Cristo con su sangre y la Virgen María con sus lágrimas nos muestran que la vida cristiana es de participación en la cruz y que el dolor no derrumba nuestra fe sino que la hace madurar. 6 min. 52 seg.
Unámonos en el misterio del dolor de Nuestra Señora, dejemos que ella nos acompañe en nuestros combates y dolores, participando en la gracia que ella conoce mejor que nadie. 5 min. 41 seg.
En la Dolorosa vemos una flecha que apunta hacia el corazón de Cristo, la unión de su sufrimiento con la de su Hijo es una indicación del camino por el que somos salvos. 5 min. 29 seg.
Celebramos el amor único del Corazón de la Virgen, consuelo humano único de Cristo en la Cruz, y expresión de su completa donación por nosotros. 14 min. 11 seg.
La Virgen María al pie de la cruz soporta el dolor de ver a Dios ofendido por el pecado, su Palabra rechazada, no tener raíz profunda en Él, ver que hay placer en la crueldad, la humanidad es voluntariamente ciega, la facilidad con que rompemos la alianza con Él y ver al demonio mostrando sus garras. 6 min. 17 seg.
Estrategia del enemigo es que juntemos pecador y pecado de modo que, queriendo destruir al pecado, tratemos mal al pecador, y así perpetuemos el ciclo de la violencia. 28 min. 34 seg.
Los católicos no celebramos el dolor por el dolor, lo que nos atrae y celebramos es el amor que se manifiesta en la capacidad de sufrir. 4 min. 11 seg.
Hoy no celebramos que la Santísima Virgen sufrió, celebramos el amor que pasa por el sufrimiento, un amor que te sostiene cuando todo se derrumba y te hace permanecer fiel a Dios. 4 min. 0 seg.
Las heridas de Jesús son heridas de guerra, un combate contra la raíz misma de maldad que está en el pecado, en el demonio, en las tinieblas; y junto a Él unida en oración ella, la Virgen Santa. 4 min. 38 seg.
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1.1 Juan Pablo II nos regaló el 2 de abril de 1997 una densa enseñanza sobre la fecundidad de los dolores de la Virgen Santa, especialmente en ese momento cumbre: en la Cruz. De esa predicación del Sumo Pontífice tomamos apartes para nuestra reflexión de hoy. Los títulos y la numeración son nuestros.
1.2 El Concilio subraya la dimensión profunda de la presencia de la Virgen en el Calvario, recordando que "mantuvo fielmente la unión con su Hijo hasta la cruz" (Lumen gentium, 58), y afirma que esa unión "en la obra de la salvación se manifiesta desde el momento de la concepción virginal de Cristo hasta su muerte" (ib., 57).
1.3 Con la mirada iluminada por el fulgor de la Resurrección, nos detenemos a considerar la adhesión de la Madre a la pasión redentora del Hijo, que se realiza mediante la participación en su dolor. Volvemos de nuevo, ahora en la perspectiva de la Resurrección, al pie de la cruz, donde María "sufrió intensamente con su Hijo y se unió a su sacrificio con corazón de Madre que, llena de amor, daba su consentimiento a la inmolación de su Hijo como víctima" (ib., 58).
1.4 Con estas palabras, el Concilio nos recuerda la "compasión de María", en cuyo corazón repercute todo lo que Jesús padece en el alma y en el cuerpo, subrayando su voluntad de participar en el sacrificio redentor y unir su sufrimiento materno a la ofrenda sacerdotal de su Hijo.
2. Dolor de Amor
2.1 Además, el texto conciliar pone de relieve que el consentimiento que da a la inmolación de Jesús no constituye una aceptación pasiva, sino un auténtico acto de amor, con el que ofrece a su Hijo como "víctima" de expiación por los pecados de toda la humanidad.
2.2 Por último, la Lumen gentium pone a la Virgen en relación con Cristo, protagonista del acontecimiento redentor, especificando que, al asociarse "a su sacrificio", permanece subordinada a su Hijo divino.
3. Mujer fuerte
3.1 En el cuarto evangelio, san Juan narra que "junto a la cruz de Jesús estaban su madre y la hermana de su madre, María, mujer de Cleofás, y María Magdalena" (Jn 19, 25). Con el verbo "estar", que etimológicamente significa "estar de pie", "estar erguido", el evangelista tal vez quiere presentar la dignidad y la fortaleza que María y las demás mujeres manifiestan en su dolor.
3.2 En particular, el hecho de "estar erguida" la Virgen junto a la cruz recuerda su inquebrantable firmeza y su extraordinaria valentía para afrontar los padecimientos. En el drama del Calvario, a María la sostiene la fe, que se robusteció durante los acontecimientos de su existencia y, sobre todo, durante la vida pública de Jesús. El Concilio recuerda que "la bienaventurada Virgen avanzó en la peregrinación de la fe y mantuvo fielmente la unión con su Hijo hasta la cruz" (Lumen gentium, 58).
3.3 A los crueles insultos lanzados contra el Mesías crucificado, ella que compartía sus íntimas disposiciones, responde con la indulgencia y el perdón, asociándose a su súplica al Padre: "Perdónalos, porque no saben lo que hacen" (Lc 23 34). Partícipe del sentimiento de abandono a la voluntad del Padre, que Jesús expresa en sus últimas palabras en la cruz: "Padre, a tus manos encomiendo mi espíritu" (Lc 23, 46), ella da así, como observa el Concilio, un consentimiento de amor "a la inmolación de su Hijo como víctima" (Lumen gentium, 58).
4. Mujer de esperanza
4.1 En este supremo "sí" de María resplandece la esperanza confiada en el misterioso futuro iniciado con la muerte de su Hijo crucificado. Las palabras con que Jesús, a lo largo del camino hacia Jerusalén, enseñaba a sus discípulos "que el Hijo del hombre debía sufrir mucho y ser reprobado por los ancianos, los sumos sacerdotes y los escribas, ser matado y resucitar a los tres días" (Mc 8, 31), resuenan en su corazón en la hora dramática del Calvario, suscitando la espera y el anhelo de la Resurrección.
4.2 La esperanza de María al pie de la cruz encierra una luz más fuerte que la oscuridad que reina en muchos corazones: ante el sacrificio redentor nace en María la esperanza de la Iglesia y de la humanidad.