60. Hambre y Alimento

60.1. En el Nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo.

60.2. Una de las señales del pecado es la falta de ardor en la búsqueda de lo más perfecto. Es una especie de “inercia” espiritual que no puede ser radicalmente vencida sino con la llegada de un fuego que no os pertenece pero que sí necesitáis. Por eso se le llama “Fuego del Cielo,” y no es otro que el Don del Espíritu Santo.

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59. A la Manera de Dios

59.1. En el Nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo.

59.2. Nada te puede hacer más semejante a Dios que amar como Dios ama. Y como el amor de Dios brilla particularmente en la compasión (cf. Sab 11,23), el camino más seguro para parecerte a Dios es llenarte de entrañas de misericordia. He aquí tu victoria sobre tus enemigos: llenarte de misericordia hacia ellos. Si permaneces amándolos, con ello les muestras que sus dardos no han vencido. Fue la estrategia admirable de Cristo en la Cruz.

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58. Aprender y Olvidar

58.1. ¿Cómo debo tratarte? La dureza te espanta, la suavidad te relaja; la paciencia te hace indolente y la premura te hace abatido; el cariño te adormece y el rigor te aleja. Si tú fueras la razón de mis palabras, hace tiempo debería haberme callado. Pero hay un amor, el mismo que te creó a ti, que ahora vela por ti y con providencia me envía a tu lado.

58.2. Hoy has aprendido un poco más de la doctrina de tu nada. Si no aprendes tu nada, jamás acogerás del todo a Dios, que es tu todo. Bien comprendió Bernardo de Claraval que aprender de Dios era aprender a bajar por las escalas de la humildad y la conformidad con Cristo. No son los conocimientos que amontonas, sino los fardos que te quitas, los que te permitirán ver la verdad.

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340. Adán y Eva

340.1. Adán será feliz si comprende que necesita de Eva, y Eva será feliz si comprende que Adán no la necesita siempre.

340.2. Adán será feliz si descubre en Eva la fuente de la vida, y Eva será feliz si reconoce en Adán la senda de las palabras.

340.3. Adán será feliz si recibe a Eva como un regalo, y Eva será feliz si sabe gozarse de unir en su ser existir y donación.

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56. Dios de las Misericordias

56.1. En el Nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo.

56.2. Hubo en los tiempos antiguos palabras de sublime grandeza. A través de la fe y del amor hoy es posible para ti unirte a esos momentos notables que hicieron de la Historia humana lo que hoy conoces.

56.3. Detente un momento, mi niño y amigo, y acompáñame a ese día en que una voz venida de más allá del mundo visible estremeció el corazón de tu padre en la fe, Abraham: «Vete de tu tierra, y de tu patria, y de la casa de tu padre, a la tierra que yo te mostraré» (Gén 12,1). En verdad te digo que ese día empezó, no sólo el recorrido de aquel peregrino, sino el camino de la humanidad entera. Con ese temblor de amor y sobresalto de Abraham empezaban los oídos humanos a acostumbrarse a la voz de Dios.

56.4. «No temas, Abraham,» le dice en otro momento, «Yo soy para ti un escudo. Tu premio será muy grande» (Gén 15,1). Y luego: «Yo soy El Sadday, anda en mi presencia y sé perfecto» (Gén 17,1). ¡Cuánto amó Dios a Abraham! Mira que después, cuando quiso mostrarse y manifestarse a ese pueblo elegido que apenas nacía, quiso llamarse “Dios de Abraham” (Gén 26,24; 28,13; Éx 3,6; 1 Re 18,36; Mt 22,32), ¡como añadiendo a modo de apellido el nombre de su amado peregrino!

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55. Complejidad y Simplicidad

55.1. En el Nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo.

55.2. Así como la vida de Nuestro Señor Jesucristo estuvo marcada por fuertes contrastes, así la vida de sus seguidores y discípulos tiene entre sus señales el anhelo constante de objetivos que parecen incompatibles, y la armonía de realidades que semejan contradicción.

55.3. Mira por ejemplo lo que te dice Pablo cuando describe su propia existencia: «Como desconocidos, aunque bien conocidos; como quienes están a la muerte, pero vivos; como castigados, aunque no condenados a muerte; como tristes, pero siempre alegres; como pobres, aunque enriquecemos a muchos; como quienes nada tienen, aunque todo lo poseemos» (2 Cor 6,.9-10).

55.4. Y así también el Señor Jesús pide de sus Apóstoles: «Tened sal en vosotros y tened paz unos con otros» (Mc 9,50): sal que produce sabor y escozor; paz que significa sosiego pero a veces también vacío insípido. Pablo afirma en otro lugar: «Si os airáis, no pequéis» (Ef 4,26): no se te prohibe del todo la ira, que a menudo nace de genuino amor por la justicia, pero sí el pecado que siempre es fruto de injusticia.

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54. Escarcha De Oro

54.1. En el Nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo.

54.2. El diamante más fino y el más humilde trozo de carbón están hechos del mismo elemento, te enseñó la Química. Tú eres un trozo de carbón, todo tú. No es que tu cuerpo sea carbón y tu alma diamante. No es que tu interior sea diamante y tu exterior carbón. No es que tus afectos y realidades sean carbón y tus ideas y proyectos diamante. No es que tengas métodos de diamante y una historia de carbón. Tú eres un trozo de carbón, todo tú.

54.3. He aquí la razón por la que tantos esfuerzos tuyos para cambiar y convertirte han terminado en fracaso. Te fías demasiado de tu capacidad de conocerte y crees que puedes tener un sistema perfecto para cambiar. Como si tu inteligencia, que ha mostrado tantas fallas en tantas cosas, en esto fuera irreprochable. Admites tus errores, pero crees que tienes la fuerza para cambiarlos; pides la gracia, pero piensas que tu petición es perfecta; buscas ser diferente, pero te imaginas que tú te darás cuenta de cuándo empiezas a serlo.

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53. De Dónde Viene Mi Voz

53.1. ¿De dónde viene mi voz? Cuando el hombre busca el Cielo de Dios, lo busca arriba de sí mismo, tal vez por esa asociación que se afianza en la infancia entre “más alto” y “más grande, fuerte y sabio.” Por eso es común y natural que se asocie el lugar de Dios con lo más alto de los aires, o con los espacios siderales que se abren como inmensos abismos más allá de la Tierra. Por eso también es natural que pienses en mí, es decir, que me imagines, como un ser más alto que tú, o como un ser que viene desde lo alto hacia ti. En la medida en que estas representaciones imaginativas no se tomen demasiado formalmente, os ayudan, porque permiten más fácilmente que vuestro corazón se una a vuestros pensamientos y palabras. Pero mi voz no viene de lo alto, en sentido estricto de palabra, ni tampoco de lo bajo, desde luego.

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52. Citas de Amor

52.1. En el Nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo.

52.2. Ahora veo que te preguntas menos por lo que tienes que hacer y más por lo que estás llamado a ser. Es un avance, hermano y amigo mío. No eres tú el gerente de una empresa, ni el jefe de una corporación, sino el siervo de una Obra que te rebasa. Estás más llamado a contemplar lo que Dios hará, que a hacer para que otros contemplen. La infinita y diversísima obra del Espíritu Santo no se detiene.

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51. El Cielo

51.1. Como en aquellos tiempos, los primeros tiempos, la frescura tersa de la sonrisa de Dios envuelve en su cariño cada cosa y cada creatura. La mirada asombrada y gozosa del más pequeño de los Ángeles celebra con toda su fuerza al Creador, y el fuego arrollador de un Coro de Serafines estalla de amor incontenible en alabanzas al poder incomparable de Dios.

51.2. Como en aquellos tiempos, los primeros tiempos, la luz hace cascadas y levanta al salpicar los destellos de miles y miles de corazones enamorados. En cada gota, una melodía evocadora y serena repite de mil modos: “¡Gracias, gracias, gracias por haberme creado!”

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50. Por sus frutos los conoceréis

50.1 En el Nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo.

50.2. Cuando Nuestro Señor Jesucristo dijo «Por sus frutos los conoceréis» (Mt 7,16.20), estaba indicando más de una cosa. La enseñanza más inmediata es que la calidad de las obras muestra las intenciones. Aunque la obra esté al final y la intención al principio, cuando la obra aparece también aparece la intención.

50.3. Sin embargo, hay un sentido menos evidente que será bueno que conozcas. Aunque el texto no dice “sólo por sus frutos…,” el tenor de las palabras del Divino Maestro hace que puedas entenderlo así. Mira, en efecto, lo que ha dicho antes: «Guardaos de los falsos profetas, que vienen a vosotros con disfraces de ovejas, pero por dentro son lobos rapaces» (Mt 7,15). Mira ahora lo que sigue a la frase que te comento: «¿Acaso se recogen uvas de los espinos o higos de los abrojos?» (Mt 7,16).

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49. Verdadera y Falsa Espiritualidad

49.1. En el Nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo.

49.2. Yo te saludo saludando a Dios, y así quiero que me saludes también tú. Para vida vuestra y salvación vuestra nos envió Dios, no para que nazca confusión alguna en nadie. Ya el Nuevo Testamento te habla de algunos que cayeron en confusión, no por ministerio nuestro, sino de los Ángeles caídos. Por eso Pablo advirtió con severidad: «Que nadie os prive del premio a causa del gusto por ruines prácticas, del culto de los Ángeles, obsesionado por lo que vio, vanamente hinchado por su mente carnal, en lugar de mantenerse unido a la Cabeza, de la cual todo el Cuerpo, por medio de junturas y ligamentos, recibe nutrición y cohesión, para realizar su crecimiento en Dios» (Col 2,19).

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330. La Casa de los Relatos

330.1. Quiero decirte que el Cielo es como un lugar donde se escuchan muchos relatos. Esa palabra es bella y útil para el propósito de esa enseñanza que quiero darte. Un relato no es un discurso, ni un tratado, ni una descripción, ni un ensayo. Lo propio del relato, o cuento, es unir la verdad de alguien con una secuencia de hechos o eventos. De esa manera los relatos presentan una verdad en movimiento.

330.2. Jesús usó muchos relatos, que suelen llamarse parábolas. Entre las muchas razones para usar esa forma de predicar, una es que la mente humana está especialmente predispuesta a recibir relatos. Dios la diseñó así, puedes decir. Los relatos, o por lo menos: los buenos relatos, integran la condición más profunda de la existencia del hombre, que es la temporalidad, con el anhelo más profundo del mismo hombre, que es la verdad.

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48. Peregrino

48.1. En el Nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo.

48.2. Veo tu cansancio. Te pesa el trabajo, te pesa la oración; te cuesta amar, no te es fácil perdonar, te resulta duro sostenerte en los buenos propósitos y negarte a las insidias de tu propia carne mal acostumbrada y cómoda. Es difícil ser bueno: he aquí la cruda comprobación que hace tu alma; un descubrimiento que no te alegra y que hace que el tiempo se dilate como cielo de bronce sobre tu cabeza (cf. Dt 28,23).

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