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Santa Gertrudis nació en Eisleben, Alemania, en el año 1256. La Santa es considerada Patrona de las personas místicas. Fue ella quien propagó la devoción al Sagrado Corazón y el culto a San José.
Hasta los 25 años Santa Gertrudis fue una monja como las demás, dedicada a la oración, a los trabajos manuales y a la meditación.
Sentía una inclinación sumamente grande por los estudios. Fue a esta edad que recibió la primera revelación, la cual transformaría su vida para siempre.
Los especialistas afirman que los libros de Santa Gertrudis son, junto con las obras de Santa Teresa y Santa Catalina, los más útiles que una mujer haya dado a la Iglesia para alimentar la piedad de las personas que desean dedicarse a la vida contemplativa. Es una de las Patronas de los escritores católicos.
Cali, Colombia - Felicitamos al padre José Gustavo, Asesor de la Renovación Católica de Cali, hoy día de su cumpleaños. Dios lo bendiga y proteja siempre.
Cali, Colombia (2008) - Feliz cumpleaños pequeña, que el Señor te conceda muchas bendiciones, junto a tus padres Roberto y Eliana y tu hermana Valentina y la Virgen te cumbra con su manto. Un fuerte abrazo de tus padrinos Guadalupe y Olga Yanneth.
Virginia, USA (1927) - Que Dios en su infinita misericordia lo cubra con su Santo Espíritu, que tenga un encuentro con mi Jesús adorado. Es todo lo que le pide a Dios. Cordialmente una madre.
Guadalajara, México (1946) - Ya te tenía pensada, ya eras amada antes de que existieras, tu venida trajo dicha a tus padres, siendo primogénita. Nuestro encuentro no fue fortuito, nuestro sacramento, el culmen de nuestra vida, adornada en abundancia por los regalos que Dios nos dio: nuestros hijos, hemos caminado no sin tropiezos, pero con Jesús como el centro de nuestras vidas, nada nos falta. Gracias por tu compañía y amor, felicidades mi amada.
Recuérdales que se sometan al gobierno y a las autoridades, que los obedezcan, que estén dispuestos a toda forma de obra buena, sin insultar ni buscar riñas; sean condescendientes y amables con todo el mundo.
Porque antes también nosotros, con nuestra insensatez y obstinación, íbamos fuera de camino; éramos esclavos de pasiones y placeres de todo género, nos pasábamos la vida fastidiando y comidos de envidia, éramos insoportables y nos odiábamos unos a otros. Mas cuando ha aparecido la bondad de Dios, nuestro Salvador, y su amor al hombre, no por las obras de justicia que hayamos hecho nosotros, sino que según su propia misericordia nos ha salvado, con el baño del segundo nacimiento y con la renovación por el Espíritu Santo; Dios lo derramó copiosamente sobre nosotros por medio de Jesucristo, nuestro Salvador.
Así, justificados por su gracia, somos, en esperanza, herederos de la vida eterna
Andábamos perdidos, pero Cristo nos salvó por su misericordia (Tito 3, 1-7)
Salmo
El Señor es mi pastor, nada me falta: / en verdes praderas me hace recostar; / me conduce hacia fuentes tranquilas / y repara mis fuerzas. R.
Me guía por el sendero justo, / por el honor de su nombre. / Aunque camine por cañadas oscuras, / nada temo, porque tú vas conmigo: / tu vara y tu cayado me sosiegan. R.
Preparas una mesa ante mí, / enfrente de mis enemigos; / me unges la cabeza con perfume, / y mi copa rebosa. R.
Tu bondad y tu misericordia me acompañan / todos los días de mi vida, / y habitaré en la casa del Señor / por años sin término. R.
Yendo Jesús camino de Jerusalén, pasaba entre Samaria y Galilea. Cuando iba a entrar en un pueblo, vinieron a su encuentro diez leprosos, que se pararon a lo lejos y a gritos le decían:
-«Jesús, maestro, ten compasión de nosotros.»
Al verlos, les dijo:
-«ld a presentaros a los sacerdotes.»
Y, mientras iban de camino, quedaron limpios. Uno de ellos, viendo que estaba curado, se volvió alabando a Dios a grandes gritos y se echó por tierra a los pies de Jesús, dándole gracias.
Éste era un samaritano.
Jesús tomó la palabra y dijo:
-«¿No han quedado limpios los diez?; los otros nueve, ¿dónde están? ¿No ha vuelto más que este extranjero para dar gloria a Dios?»
Y le dijo:
-«Levántate, vete; tu fe te ha salvado.»
¿No ha habido nadie, fuera de este extranjero, que volviera para dar gloria a Dios? (Lucas 17, 11-19)
Sin el conocimiento de nosotros mismos frente a Dios y en Dios jamás descubriremos nuestra profunda indigencia ni el hecho que Él puede cambiarnos. 4 min. 41 seg.
El pecado produce una herida profunda en el corazón que prontamente se infecta, la solución es recibir a Jesús, Él es nuestra salud de alma y cuerpo. 4 min. 33 seg.
Lecciones de un encuentro entre la misericordia del Señor y nuestras miserias: No solo curados sino también salvados, nos quiere Cristo. 17 min. 37 seg.
1.1 Hay un cierto orgullo que uno puede sentir cuando el mensaje del Evangelio, más allá de su carga de cruz y paradoja, se impone y triunfa. Cuando, por ejemplo, vemos a un Francisco de Asís dando la espalda a los privilegios y halagos del mundo sólo por seguir la lógica de Cristo, sentimos que el mundo mismo queda derrotado y tiene que postrarse ante el poder de la gracia. Es fácil sentirse de orgulloso de eso.
1.2 Y es fácil también sentir algo de orgullo cuando la radicalidad del Evangelio se vuelve intransigencia ante el mundo, como cuando Jesús manifiesta su impresionante independencia o da muestras de una libertad maravillosa. Ante Pilato, ante Herodes o ante Caifás, gente a la que todo el mundo temía y ante la que todos temblaban, Cristo muestra una pasmosa franqueza, desprovista de todo adorno y casi de toda urbanidad.
1.3 Esos orgullos pueden desorientarnos sobre una verdad fundamental: una cosa es evitar el servilismo y otra cosa moverse en el ámbito de la grosería; una cosa es ser franco y otra ser agresivo; una cosa es ser radical y otra ser rígido; una cosa es manifestar la soberanía de Dios y otra pretender que uno no obedece a nadie; una cosa es ensalzar a Dios y otra negar el honor debido a los seres humanos. Estas son distinciones delicadas, casi sutiles, pero muy necesarias, si lo que queremos es favorecer la obra de la evangelización. Ni la grosería, ni la altivez, ni la petulancia son ayudas para la tarea de difusión de la Buena Nueva.
2. La Iglesia y las Relaciones Públicas
2.1 O dicho con otras palabras: hay un sentido válido y cristiano para las "relaciones públicas" en la Iglesia. Solemos asociar diplomacia con hipocresía y decencia con disimulo. Es un terreno resbaloso y ambiguo en el que un cristiano radical no quisiera hallarse, pero decididamente la vida nos lleva no por donde nosotros quisiéramos sino por donde debiéramos.
2.2 Este contexto nos permite entender las recomendaciones que Pablo, el radical Pablo, termina ofreciendo en la carta a Tito: "que respeten plenamente a las autoridades que gobiernan; que les obedezcan y estén dispuestos a hacer el bien; que no calumnien a nadie, que sean pacíficos, amables y siempre bondadosos con todo el mundo". Interesante ver esta recomendación de la "amabilidad". En griego dice "epiekëis", de donde viene la famosa "epiqueya"de los mediavales, que puede implicar también: modestos, humildes, mansos, pacientes.
2.3 Se trata de la frontera entre una persona humanamente acogedora y abierta, y una persona sufrida y generosa. Lo humano no riñe con lo cristiano. Vista desde fuera, esta virtud es plenamente humana; es la cualidad propia de las personas con quienes es agradable vivir porque son comprensivos, descomplicados y sencillos; vista desde dentro, es mucho más que buenas maneras: es el fruto maduro de un corazón que, por amor, sabe "sufrir" a la obra de Cristo (o sea, dejarlo actuar, quitando y poniendo a su gusto) y que, por amor, sabe esperar el momento de la gracia.
3. La Eucaristía, prenda de la herencia
3.1 En efecto, la razón profunda de esa "epiqueya" es la comprensión del tamaño de la sala del banquete, y de la grandeza del don que todos heredamos. Tenemos paciencia porque hubo Uno que nos tuvo paciencia, nos dio de sus dones y nos llamó a colaborar en la obra bendita de anunciar ese misterio de su propio y característico amor.
3.2 La paciencia no es simple aguante; es nuestro aporte específico a la difusión del don que se nos dio, que nos llenó de gozo y nos hizo mensajeros de la gracia. La amabilidad no es simple urbanidad; es nuestro modo de mantener obstinadamente abiertas las puertas de la salvación para que todos reciban la herencia que el Heredero, Jesucristo, nos concedió en la hora espantosa y noble de la Cruz.