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Basilio había nacido en Cesarea de Capadocia en el año 330. Aún era muy pequeño cuando su padre tuvo que trasladarse al Ponto, quedando al cuidado de su abuela paterna, que se llamaba Macrina, igual que su hermana.
Esta mujer noble y cristiana de pies a cabeza, que había sido discípula de San Gregorio Taumaturgo, supo inculcar en el corazón del pequeño Basilio, toda la riqueza del Evangelio, no como norma que hay que observar, sino como aventura que hay que vivir.
El santo Doctor la recordó siempre con mucho afecto y admiración. Quedó huérfano de padre cuando tenía trece o catorce años.
Prosiguió los estudios en Cesarea, más tarde en Constantinopla y finalmente en Atenas. Aquí le esperaba Gregorio Nacianceno, gran amigo suyo desde la época en que los dos estudiaban en Cesarea.
Ambos amigos rivalizaban por encontrar la verdadera sabiduría, y por ello despertaban la admiración de sus compañeros.
Incluso fundaron un círculo con otros amigos que compartían sus inquietudes: querían dejarse guiar, no por los intereses materiales y pasajeros, sino por los valores superiores, como habían hecho los sabios de la antigüedad y como hacían en aquellos tiempos los ascetas del desierto.
Tuvieron contactos, entre otros, con el futuro Emperador Juliano, conocido posteriormente como el Apóstata.
Tras cinco años de estudios en la capital de la cultura griega, Basilio volvió a su ciudad natal a petición de su hermana Macrina y de Eustato, Obispo de Sebaste.
Gracias a Macrina, comprendió que había llegado el momento de bautizarse y de olvidar las vanidades del saber humano, para consagrarse a Dios, tal como había hecho ella misma hacía tiempo.
Eustato le propuso que le ayudara a fomentar la vida monástica en su Diócesis.
Por entonces, maduraron dos realidades en el corazón y la mente de Basilio. Sentía un gran afecto por la vida monástica, y se hizo monje.
Pero, se fijó en una cosa: aunque los ascetas del desierto manifestaban claramente su absoluto amor a Dios, carecían de la posibilidad de vivir el amor al prójimo con la misma dedicación. Porque, no tenían comunicación entre sí, ni siquiera cuando vivían cerca los unos de los otros.
Por el contrario, cuando Gregorio había ido a verle a su Eremitorio a orillas del Iris y se había quedado con él, la experiencia resultante llegó a ser muy distinta y más profunda.
Además, si los monjes querían ser la versión moderna de la primera comunidad cristiana de Jerusalén, debían proveer a las necesidades de las iglesias locales, no sólo rezando y dando ejemplo, sino también dedicándose a la enseñanza y a las obras de caridad.
De este modo, los religiosos y laicos podrían vivir por igual los valores evangélicos del ascetismo según la voación de cada uno.
Basilio concibió entonces el cenobio, donde bajo la guía del Abad, reina entre los frailes el amor fraterno; donde clérigos y laicos encarnarán el Evangelio en el mundo.
No tardó en poner a prueba aquella idea en su propia persona. Tuvo que abandonar a los numerosos monjes que ya lo seguían, porque el Obispo Eusebio de Cesarea lo llamó en el año 364 con el fin de ordenarlo sacerdote, y para que colaborase en el gobierno de la Diócesis.
Basilio obedeció. Mas, al cabo del tiempo, el Obispo sintió celos del amor del pueblo por Basilio, y lo mandó a otro lugar.
Volvió a llamarlo más tarde, para que pusiera paz entre el pueblo dividido por el arrianismo. Basilio volvió a obedecer, hasta que al morir el Obispo, lo nombraron sucesor suyo.
Tenía ya 40 años. Había acumulado mucha experiencia y mucha santidad.
Con la misma inteligencia con que organizaba los cenobios, Basilio gobernó el vasto territorio de su Diócesis.
Movido por el amor al prójimo, sobre todo a los más necesitados, como los pobres, los enfermos y en particular los leprosos, hizo construir en todas las circunscripciones eclesiásticas, una casa dedicada a ellos.
En las afueras de Cesarea construyó una auténtica ciudadela, que el pueblo llamó Basilíada y que despertó la admiración de todos.
Era un grandioso complejo de distintas secciones según las diferentes enfermedades, para poder curarlas a conciencia y evitar los contagios.
Se prestaba una especial atención a los leprosos, normalmente abandonados, incluso por sus propios parientes.
Esta institución asombraba por su grandiosidad y modernidad, pero también porque Basilio había organizado tan bien la caridad, que no le faltaban, ni personal, ni recursos económicos.
Por otra parte, ¿quién habría podido resistirse a la fascinación de sus homilías? En el corazón de este Pastor de la Iglesia, bullía además otra pasión. Soñaba con una Iglesia unida en la armonía y diligente en la realización de obras santas, como un auténtico cenobio.
Sin embargo, debía asistir a litigios doctrinales, que con frecuencia se basaban en las rivalidades personales y administrativas de los mismos Obispos.
Algunos, para no estar bajo su autoridad, habían llegado a dividir la Capadocia en dos partes. Basilio respondió con energía, y nombró a su hermano Gregorio, Obispo de Nisa, y a su amigo Gregorio Nacianceno, Obispo de Sásima.
Este último, que no se sentía cómodo en un clima tan politizado y tan poco evangélico, renunció al cargo al poco tiempo.
La otra espina que tenía clavada en su corazón, era la situación de la Iglesia de Antioquía, antigua y gloriosa sede apostólica.
Hacía años que duraba aquella lucha insensata, no sólo con el Obispo arriano, sino también entre los dos Obispos católicos, Paulino y Melecio, que se disputaban la silla metropolitana.
Basilio procuró acabar con este escándalo por todos los medios. Escribió a su amigo Atanasio de Alejandría, que gozaba de plena confianza del Papa. Le pidió que lo apoyara en Roma, pero Atanasio no le escuchó.
No confiaba éste en la ortodoxia de Melecio, y estaba de parte de Paulino. Basilio escribió directamente al Papa y varias veces a los Obispos occidentales, para que enviasen una embajada que "uniera a los disidentes y renovara la amistad entre las iglesias de Dios".
Sus esfuerzos fueron inútiles, porque el temor que suscitaba el arrianismo era tanto, que nadie se fiaba de Melecio, aunque contara con el apoyo de Basilio.
Sólo al morir el Emperador Valente que protegía el arrianismo, comenzó a perfilarse la esperanza de una paz duradera para las iglesias orientales.
Basilio no vio más que la aurora de aquel día, porque su salud, ya muy resentida, lo abandonó definitivamente el primero de enero del año 379.
Legó a la Iglesia un amplio y riquísimo patrimonio de tesoros espirituales: el monacato que él mismo había reorganizado, y las famosas Reglas que habrían de gobernarlo durante muchos siglos.
Sus escritos teológicos, llenos de sabiduría y sensatez, lo hicieron merecedor del apelativo de Magno o el Grande, y del título de Doctor de la Iglesia.
No menos importante fue el legado de la solemne liturgia, que se denomina precisamente basiliana, y que aún se celebra algunos días al año en el rito bizantino.
A finales del siglo XIII surgió en Lieja, Bélgica, un Movimiento Eucarístico cuyo centro fue la Abadía de Cornillón, fundada en 1124 por el Obispo Albero de Lieja.
Este movimiento dio origen a varias costumbres eucarísticas, como por ejemplo la Exposición y Bendición con el Santísimo Sacramento, el uso de las campanillas durante la elevación en la Misa, y la fiesta del Corpus Christi.
Santa Juliana de Mont Cornillón, por aquellos años Priora de la Abadía, fue la enviada de Dios para propiciar esta Fiesta.
La Santa nace en Retines, cerca de Liège, Bélgica, en 1193. Quedó huérfana muy pequeña y fue educada por las monjas Agustinas en Mont Cornillon. Cuando creció, hizo su profesión religiosa, llegando a ser más tarde Superiora de la Comunidad.
Murió el 5 de abril de 1258, en la Casa de las monjas cistercienses, en Fosses, siendo enterrada en Villiers.
Desde joven, Santa Juliana tuvo una gran veneración al Santísimo Sacramento. Siempre anhelaba que se tuviera una fiesta especial en su honor.
Este deseo se intensifió por una visión que tuvo de la Iglesia bajo la apariencia de luna llena con una mancha negra, que significaba la ausencia de esta solemnidad.
Juliana comunicó estas apariciones a Monseñor Roberto de Thorete, el entonces Obispo de Lieja; también al docto Dominico Hugh, Cardenal legado de los Países Bajos; y a Jacques Pantaleón, en ese tiempo Archidiácono de Lieja, y posteriormente, Papa Urbano IV.
El Obispo Roberto se impresionó favorablemente. Como en ese tiempo los Obispos tenían el derecho de ordenar fiestas para sus Diócesis, invocó un Sínodo en 1246, y ordenó que la celebración se tuviera el año entrante.
Al mismo tiempo, el Papa ordenó que un monje de nombre Juan, escribiera el oficio para esa ocasión. El decreto está preservado en Binterim (Denkwürdigkeiten, V.I. 276), junto con algunas partes del oficio.
Monseñor Roberto no vivió para ver la realización de su Orden, ya que murió el 16 de octubre de 1246. Pero, la fiesta se celebró por primera vez al año siguiente, el jueves siguiente a la fiesta de la Santísima Trinidad. Más tarde, un Obispo alemán conoció la costumbre, y la extendió por toda la actual Alemania.
El Papa Urbano IV, por aquel entonces, tenía la corte en Orvieto, un poco al norte de Roma. Muy cerca de esta localidad se encuentra Bolsena, donde en 1263, o 1264, se produjo el Milagro de Bolsena:
Un sacerdote que celebraba la Santa Misa tuvo dudas de que la Consagración fuera algo real. Al momento de partir la Sagrada Forma, vio salir de ella sangre, de la que resultó empapado enseguida el corporal.
La venerada reliquia fue llevada en procesión a Orvieto el 19 junio de 1264. Hoy se conservan los corporales, -donde se apoya el cáliz y la patena durante la Misa-, en Orvieto, y también se puede ver la piedra del altar en Bolsena, manchada de sangre.
El Santo Padre, movido por el prodigio y a petición de varios Obispos, hace que se extienda la fiesta del Corpus Christi a toda la Iglesia por medio de la bula "Transiturus" del 8 de septiembre del mismo año.
La fijó para el jueves después de la Octava de Pentecostés, otorgando muchas indulgencias a todos los fieles que asistieran a la Santa Misa y al oficio.
Luego, según algunos biógrafos, el Papa Urbano IV encargó un oficio, -la liturgia de las horas-, a San Buenaventura y a Santo Tomás de Aquino. Cuando el Pontífice comenzó a leer en voz alta el oficio hecho por Santo Tomás, San Buenaventura fue rompiendo el suyo en pedazos.
La muerte del Papa Urbano IV, el 2 de octubre de 1264, un poco después de la publicación del decreto, obstaculizó que se difundiera la fiesta. Pero, el Papa Clemente V tomó el asunto en sus manos. En el Concilio general de Viena (1311), ordenó una vez más la adopción de esta festividad.
En 1317 se promulga una recopilación de leyes, -por Juan XXII-, y así se extiende la fiesta a toda la Iglesia. Ninguno de los decretos habla de la procesión con el Santísimo como un aspecto de la celebración. Sin embargo, estas procesiones fueron dotadas de indulgencias por los Papas Martín V y Eugenio IV, y se hicieron bastante comunes a partir del siglo XIV.
La fiesta resultó ser aceptada en Cologne en 1306; en Worms la adoptaron en 1315; en Strassburg en 1316. En Inglaterra fue introducida de Bélgica, entre 1320 y 1325.
En los Estados Unidos y en otros países, la solemnidad se celebra el domingo después del domingo de la Santísima Trinidad. En la Iglesia griega, la fiesta de Corpus Christi es conocida en los calendarios de los sirios, armenios, coptos, melquitas y los rutinios de Galicia, Calabria y Sicilia.
Finalmente, el Concilio de Trento declara, que muy piadosa y religiosamente se introduzca en la Iglesia de Dios la costumbre de que todos los años, en un determinado día festivo, se celebre este excelso y venerable Sacramento.
Que se celebre con singular veneración y solemnidad. Reverente y honoríficamente debe ser llevado en procesión por las calles y lugares públicos.
En esto los cristianos atestiguan su gratitud y recuerdo por tan inefable y verdaderamente divino beneficio, por el que se hace nuevamente presente la victoria y triunfo de la muerte y Resurrección de Nuestro Señor Jesucristo.
Bucaramanga, Santander. Colombia (1927) - Día importantísimo en mi vida, mi entrada a la Iglesia Católica: Hija de Dios e hija de la Iglesia, con la infusión de la gracia y las virtudes.
Queremos que conozcáis, hermanos, la gracia que Dios ha dado a las Iglesias de Macedonia: En las pruebas y desgracias creció su alegría; y su pobreza extrema se desbordó en un derroche de generosidad. Con todas sus fuerzas y aún por encima de sus fuerzas, os lo aseguro, con toda espontaneidad e insistencia nos pidieron como un favor que aceptara su aportación en la colecta a favor de los santos. Y dieron más de lo que esperábamos: se dieron a sí mismos, primero al Señor y luego, como Dios quería, también a nosotros.
En vista de eso, como fue Tito quien empezó la cosa, le hemos pedido que dé el último toque entre vosotros a esta obra de caridad. Ya que sobresalís en todo: en la fe, en la palabra, en el conocimiento, en el empeño y en el cariño que nos tenéis; distinguíos también ahora por vuestra generosidad. No es que os lo mande; os hablo del empeño que ponen otros para comprobar si vuestro amor es genuino. Porque ya sabéis lo generoso que fue nuestro Señor Jesucristo: siendo rico, se hizo pobre por vosotros, para enriqueceros con su pobreza.
Alabaré al Señor mientras viva, / tañeré para mi Dios mientras exista. R.
Dichoso a quien auxilia el Dios de Jacob, / el que espera en el Señor, su Dios, / que hizo el cielo y la tierra, / el mar y cuanto hay en él; / que mantiene su fidelidad perpetuamente. R.
Que hace justicia a los oprimidos, / que da pan a los hambrientos. El Señor liberta a los cautivos. R.
El Señor abre los ojos al ciego, / el Señor endereza a los que ya se doblan, / el Señor ama a los justos. / El Señor guarda a los peregrinos. R.
En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos: "Habéis oído que se dijo: "Amarás a tu prójimo" y aborrecerás a tu enemigo. Yo, en cambio, os digo: Amad a vuestros enemigos, y rezad por los que os persiguen. Así seréis hijos de vuestro Padre que está en el cielo, que hace salir su sol sobre malos y buenos, y manda la lluvia a justos e injustos. Porque, si amáis a los os aman, ¿qué premio tendréis? ¿No hacen lo mismo también los publicanos? Y si saludáis sólo a vuestros hermanos, ¿qué hacéis de extraordinario? ¿No hacen lo mismo también los gentiles? Por tanto, sed perfectos, como vuestro Padre celestial es perfecto."
Nuestra liturgia católica celebra a Jesucristo. De modo intenso, el comienzo de su vida, en los tiempos de adviento y navidad, y luego su final en esta tierra, en cuaresma y pascua. El resto del año es el tiempo ordinario. 4 min. 25 seg.
La colecta que Pablo lidera para llevar a los cristianos perseguidos en Jerusalén es verdadera respuesta de amor a aquellos que menos le habían apoyado. 16 min. 39 seg.
Cuando Cristo entra en contacto con nosotros, desde nuestra pobreza y debilidad aprendemos como cristianos a poner todo lo que tenemos al servicio de los demás. 5 min. 50 seg.
La generosidad es una gracia de Dios, pregúntate por la tuya y si has sido educado en ella porque vivimos en un mundo egoísta que lastima a los que menos tienen. 6 min. 17 seg.
Todos podemos avanzar en la generosidad que empieza por dar de lo que sobra, pasando a apoyar pero sacando provecho, luego a ayudar a quien no pueda retribuir y como Jesús que ama sin certeza de ningún retorno. 8 min. 24 seg.
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1.1 Uno de los varios objetivos que Pablo tenía en la que nosotros llamamos "Segunda Carta a los Corintios" es motivar a estos fieles cristianos a mostrar su solidaridad económica a través de un proyecto grande: una colecta para apoyar a los cristianos de Palestina.
1.2 Pablo amó mucho ese proyecto, según podemos entender de sus escritos, y ello seguramente se debía a que veía en él algo más que una recolección y distribución de limosnas. La manera como hace propaganda a la idea y el espacio que le dedica en sus epístolas indica que, aunque sus destinatarios no lo tuviesen quizá tan claro, él sí sabía que no era asunto sólo de dineros.
1.3 Esta gran colecta era entre otras cosas un signo visible de unidad. Y esto, ya hermoso en sí mismo, se hacía más significativo por una circunstancia: se trataba de la unidad entre los convertidos del judaísmo y los convertidos del paganismo. Cuando uno ha conocido un poco los niveles descomunales de prejuicio y mutuo desprecio que durante siglos se habían levantado entre judíos y paganos, no puede sino admirar el proyecto del apóstol. Se trataba ni más ni menos que de aprender a dar signos claros de presencia solidaria y de apoyo generoso, allí donde antes sólo habían germinado el odio, la ironía y el resentimiento.
1.4 Y es interesante también ver cómo argumenta Pablo su petición. Ante todo, quiere que los fieles sean conscientes para descubrir el bien recibido. Sin humillarlos les recuerda los tesoros que han llegado a sus vidas por el ministerio del Evangelio, porque sabe que sólo puede dar el que ha recibido.
1.5 Toda esta escena de vida cristiana del siglo I es un manantial de enseñanzas aplicables a nuestra vida, dos mil años después. En todo esto aprendemos que el amor debe dar señales, que las comunidades de creyentes deben apoyarse y que toda contribución verdadera y generosa nace de descubrir cuánto nos ha enriquecido el amor de Dios en Cristo Jesús.
2. Amar a los que no nos aman
2.1 Si uno medita en el misterio de la gracia pronto descubre dos cosas: que es deleitable recibirla pero parece imposible comunicarla. Quiero decir: es hermoso sentirse uno amado sin merecerlo pero es difícil amar a alguien si creemos que no se lo merece.
2.2 El evangelio de hoy en cierto modo nos enfrenta con esa paradoja de nuestro comportamiento: queremos gracia pero nos cuesta "ser" gracia.
2.3 Éramos enemigos de Dios por nuestras rebeldías y pecados, pero no por ello Dios dejó de amarnos ni de buscar nuestro bien. Ahora, que hemos sido amados y redimidos, viene la pregunta: ¿estamos dispuestos a amar y buscar el bien de los que se portan como enemigos nuestros? ¿Vamos, sí o no, a manifestar de qué amor hemos nacido?