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Fileas pertenecía a una de las familias más nobles y antiguas del bajo Egipto. Era originario de Thmuis, ocupó altos cargos, desempeñó funciones públicas y tuvo amplios conocimientos filosóficos.
Probablemente, se convirtió al cristianismo a edad madura, siendo luego elegido Obispo de su ciudad natal.
Paralelamente, Filoromo ocupaba un alto puesto administrativo en Alejandría, y también se convirtió al cristianismo tardíamente.
Ambos fueron hechos prisioneros al mismo tiempo. Sin duda, estuvieron en la mazmorra los últimos meses del año 306.
En este lapso, Fileas dirigió una carta a los fieles de su Diócesis, exhortándolos a seguir firmes en la fe a Cristo, aún después de su inminente muerte.
Posteriormente, los dos Mártires resultaron interrogados por Culciano, prefecto de Egipto. Al mantenerse inmutables en su adhesión a Jesús, los condenaron a ser decapitados. Murieron el 18 de mayo del año 307.
En aquellos días, el rey David ordenó a Joab y a los jefes del ejército que estaban con él: "Id por todas las tribus de Israel, desde Dan hasta Berseba, a hacer el censo de la población, para que yo sepa cuánta gente tengo." Joab entregó al rey los resultados del censo: en Israel había ochocientos mil hombres aptos para el servicio militar, y en Judá quinientos mil. Pero, después de haber hecho el censo del pueblo, a David le remordió la conciencia y dijo al Señor: "He cometido un grave error. Ahora, Señor, perdona la culpa de tu siervo, porque ha hecho una locura."
Antes que David se levantase por la mañana, el profeta Gad, vidente de David, recibió la palabra del Señor: "Vete a decir a David: "Así dice el Señor: Te propongo tres castigos; elige uno, y yo lo ejecutaré."" Gad se presentó a David y le notificó: "¿Qué castigo escoges? Tres años de hambre en tu territorio, tres meses huyendo perseguido por tu enemigo, o tres días de peste en tu territorio. ¿Qué le respondo al Señor, que me ha enviado?" David contestó: "¡Estoy en un gran apuro! Mejor es caer en manos de Dios, que es compasivo, que caer en manos de hombres."
Y David escogió la peste. Eran los días de la recolección del trigo. El Señor mandó entonces la peste a Israel, desde la mañana hasta el tiempo señalado. Y desde Dan hasta Berseba, murieron setenta mil hombres del pueblo. El ángel extendió su mano hacia Jerusalén para asolarla. Entonces David, al ver al ángel que estaba hiriendo a la población, dijo al Señor: "¡Soy yo el que ha pecado! ¡Soy yo el culpable! ¿Qué han hecho estas ovejas? Carga la mano sobre mí y sobre mi familia." El Señor se arrepintió del castigo, y dijo al ángel, que estaba asolando a la población: "¡Basta! ¡Detén tu mano!"
Soy yo el que ha pecado, haciendo el censo de la población. ¿Qué han hecho estas ovejas? (2 Samuel 24,2.9-17)
Salmo
Dichoso el que está absuelto de su culpa, / a quien le han sepultado su pecado; / dichoso el hombre a quien el Señor / no le apunta el delito. R.
Había pecado, lo reconocí, / no te encubrí mi delito; / propuse: "Confesaré al Señor mi culpa", / y tú perdonaste mi culpa y mi pecado. R.
Por eso, que todo fiel te suplique / en el momento de la desgracia: / la crecida de las aguas caudalosas / no lo alcanzará. R.
Tú eres mi refugio, me libras del peligro, / me rodeas de cantos de liberación. R.
En aquel tiempo, fue Jesús a su pueblo en compañía de sus discípulos. Cuando llegó el sábado, empezó a enseñar en la sinagoga; la multitud que lo oía se preguntaba asombrada: "¿De dónde saca todo eso? ¿Qué sabiduría es ésa que le han enseñado? ¿Y esos milagros de sus manos? ¿No es éste el carpintero, el hijo de María, hermano de Santiago y José y Judas y Simón? Y sus hermanas ¿no viven con nosotros aquí?" Y esto les resultaba escandaloso.
Jesús les decía: "No desprecian a un profeta más que en su tierra, entre sus parientes y en su casa." No pudo hacer allí ningún milagro, sólo curó algunos enfermos imponiéndoles las manos. Y se extrañó de su falta de fe. Y recorría los pueblos de alrededor enseñando.
No desprecian a un profeta más que en su tierra (Marcos 6,1-6)
Allí donde el ser humano pretende erigirse como único salvador y como única razón de su vida, la fe desaparece, los milagros desaparecen y la salvación de Dios desaparece. 10 min. 37 seg.
El gran enemigo de la ignorancia es el conocimiento pero el gran enemigo del conocimiento no es la ignorancia sino el creer que uno ya sabe. 4 min. 19 seg.
Oremos y revisemos nuestro corazón para no caer en pecado de arrogancia y pérdida de la confianza en Dios, como lo cometió el rey David. 5 min. 58 seg.
La vida oculta de Jesús fue la de un humilde artesano, un verdadero servidor de todos y en esa sencillez se regocijaba el Padre celestial. 5 min. 13 seg.
1.1 Muchas cosas del Antiguo Testamento pueden parecernos injustas, mágicas o primitivas, según los ojos modernos. Es injusto que una persona haga algo y otras paguen, como lo que vemos en la primera lectura de hoy. Suena a mágico eso de que Dios haga depender de un diálogo la suerte de todo un pueblo. Y es muy primitivo, para nuestra perspectiva, que los problemas se aborden desde el ángulo sobrenatural. Para nosotros, una plaga es una plaga y quien tiene que intervenir es el ministerio de salud, o como se llame en cada país. Según todo eso como que no tendríamos mucho que aprender de la lectura primera de hoy.
1.2 Pero sí hay mucho que aprender: sobre todo, que el pecado tiene consecuencias y que esas consecuencias no son sólo personales sino que afectan en realidad y a fondo la historia de otras personas. Si cada gobernante meditara que su corazón es el lugar donde tiene que encontrarse con la verdad de su conciencia y con la voz de Dios, ¿no es verdad que tendríamos mejores gobiernos y gobernantes?
2. Poca fe, pocos milagros
2.1 Si alguien sana enfermos imponiendo las manos la cosa resulta tan maravillosa que lo más probable es que pronto le veamos reunir multitudes. Para el evangelista del texto de hoy, en cambio, algo así casi ni merece el nombre de "milagro", ya que escribe que en su tierra [Jesús] "no pudo hacer allí ningún milagro; tan sólo sanó a unos pocos enfermos, imponiéndoles las manos". Por lo visto Jesús los había acostumbrado a un ritmo de hechos maravillosos, a un río de gracia que parecía menguarse ante un medio hostil de incredulidad.
2.2 Puede parecer simplista en exceso pero la regla que rige en esto es: no fe, no milagros. No se me critique si parece demasiado elemental, puesto que Jesús dijo: "Hágase en vosotros según vuestra fe" (Mt 9,29). Y en varias ocasiones dijo con total sencillez: "tu fe te ha curado" (Mt 9,22; Mc 10,52; Lc 17,19; 18,42; Hch 14,9). Es decir: no nos engañemos; enfrentémoslo: llevamos una vida mediocre en muchos aspectos porque tenemos una fe mediocre en muchos aspectos. La solución es suplicar, clamar por el don de la fe y poner en práctica esa fe, porque en ejercicio, crece y se hace fuerte.