Nunca en Invierno

Recuerdo que un invierno mi padre necesitaba leña, así que buscó un árbol muerto y lo cortó. Pero luego, en la primavera, vio desolado que al tronco marchito de ese árbol le brotaron renuevos.

Mi padre dijo: “Estaba yo seguro de que ese árbol estaba muerto. Había perdido todas las hojas en el invierno. Hacía tanto frío, que las ramas se quebraban y caían como si no le quedara al viejo tronco ni una pizca de vida. Pero ahora advierto que aún alentaba la vida en aquel tronco”.

Y volviéndose hacia mí, me aconsejó: “Nunca olvides esta importante lección. Jamás cortes un árbol en invierno. Jamás tomes una decisión negativa en tiempo adverso. Nunca tomes las más importantes decisiones cuando estés en tu peor estado de ánimo. Espera. Sé paciente. La tormenta pasará. Recuerda que la primavera volverá”.

Necesitaba un Hijo

Roy Popkin cuenta la historia real de un anciano que perdió el conocimiento en una calle de Brooklyn y lo llevaron de emergencia a un hospital. Después de hacer algunas indagaciones, una enfermera del lugar logró localizar al hijo del anciano, un marino que trabajaba en otra ciudad.

Cuando el marino llegó al hospital ,la enfermera le dijo al anciano: “Su hijo está aquí”. El pobre anciano, sedado por tanta medicina, levantó su brazo tembloroso. El marino tomó su mano y la tuvo entre las suyas por varias horas. De vez en cuando, la enfermera le sugería al marino que se tomara un descanso, pero él rehusaba. Cerca de la madrugada,el anciano falleció. Luego que murió, el marino le preguntó a la enfermera, ¿Quién era ese hombre?

La enfermera le dijo, “¿No era ese su padre?”

“No”, dijo el marino, “pero vi que se estaba muriendo y en ese momento él necesitaba a un hijo desesperadamente y por eso me quedé”.

Miedos

¿Cuáles son tus miedos?

¿Qué poder tienen en tu vida?

Cuentan que un día un peregrino se encontró con la Peste y le preguntó adónde iba:

– A Bagdad – le contestó ésta – a matar cinco mil personas.

Pasó una semana y cuando el peregrino se volvió a encontrar con la Peste que regresaba de su viaje la interpeló indignado:

– ¡Me dijiste que ibas a matar a cinco mil personas, y mataste a cincuenta mil

!

– No – respondió la Peste. – Yo sólo maté a cinco mil, el resto se murió de miedo.

Mi bambú amado…

Había una vez, un maravilloso jardín, situado en el centro de un campo. El dueño acostumbraba pasear por él al sol del mediodía.

Un esbelto bambú era el más bello y estimado de todos los árboles de su jardín. Este bambú crecía y se hacía cada vez más hermoso. El sabía que su Señor lo amaba y que él era su alegría.

Un día, su dueño pensativo, se aproximó a su amado bambú y, con sentimiento de profunda veneración el bambú inclinó su imponente cabeza. El Señor le dijo: -“Querido bambú, Yo necesito de ti.”

El bambú respondió: -“Señor, estoy dispuesto; haz de mí lo que quieras. ”

El bambú estaba feliz. Parecía haber llegado la gran hora de su vida: su dueño necesitaba de él y él iría a servirle.

Con su voz grave, el Señor le dijo: -“Bambú, sólo podré usarte podándote.”

-“¿Podar? ¿Podarme a mí, Señor?…¡Por favor, no hagas eso! Deja mi bella figura. Tú vez cómo todos me admiran.”

-“Mi amado bambú,” -la voz del Señor se volvió más grave todavía.- “No importa que te admiren o no te admiren… si yo no te podara, no podría usarte.”

En el jardín, todo quedó en silencio… el viento contuvo la respiración.

Finalmente el bello bambú se inclinó y susurró: -“Señor, si no me puedes usar sin podar, entonces haz conmigo lo que quieras.”

-“Mi querido bambú, también debo cortar tus hojas…”

El sol se escondió detrás de las nubes… unas mariposas volaron asustadas…

El bambú temblando y a media voz dijo: -“Señor, córtalas…”

Dijo el Señor nuevamente: -“Todavía no es suficiente, mi querido bambú, debo además cortarte por el medio y sacarte el corazón. Si no hago esto, no podré usarte.”

-“Por favor Señor” -dijo el bambú- “yo no podré vivir más… ¿Cómo podré vivir sin corazón?”

-“Debo sacarte el corazón, de lo contrario no podré usarte.”

Hubo un profundo silencio… algunos sollozos y lágrimas cayeron. Después el bambú se inclinó hasta el suelo y dijo: -“Señor, poda, corta, parte, divide, saca mi corazón… tómame por entero.”

El Señor deshojó, el Señor arrancó, el Señor partió, el Señor sacó el corazón.

Después llevó al bambú y lo puso en medio de un árido campo y cerca de una fuente donde brotaba agua fresca. Ahí el Señor acostó cuidadosamente en el suelo a su querido bambú; ató una de las extremidades de su tallo a la fuente y la otra la orientó hacia el campo.

La fuente cantó dando la bienvenida al bambú. Las aguas cristalinas se precipitaron alegres a través del cuerpo despedazado del bambú… corrieron sobre los campos resecos que tanto habían suplicado por ellas. Ahí se sembró trigo, maíz, soya y se cultivó una huerta. Los días pasaron y los

sembradíos brotaron, crecieron y todo se volvió verde… y vino el tiempo de cosecha.

Así, el tan maravilloso bambú de antes, en su despojo, en su aniquilamiento y en su humildad, se transformó en una gran bendición para toda aquella región.

Cuando él era grande y bello, crecía solamente para sí y se alegraba con su propia imagen y belleza.

En su despojo, en su aniquilamiento, en su entrega, él se volvió un canal del cual el Señor se sirvió para hacer fecundas sus tierras. Y muchos, muchos hombres y mujeres encontraron la vida y vivieron de este tallo de bambú podado, cortado, arrancado y partido.

Es mejor dar que recibir

Hay en Tierra Santa dos lagos alimentados por el mismo río, situados a unos kilómetros de distancia el uno del otro, pero con características asombrosamente distintas.

Uno es el “Lago de Genesaret” y el otro el llamado “Mar Muerto”. El primero es azul, lleno de vida y de contrastes, de calma y de borrasca. En sus orillas se reflejan delicadamente las flores sencillas amarillas, rosas, de sus bellísimas praderas.

El Mar Muerto, es una laguna salitrosa y densa, donde no hay vida y queda estancada el agua que viene del Río Jordán.

¿Qué es lo que hace tan diferentes a los dos lagos alimentados por el mismo río?

Es sencillamente ésta: El Lago de Genesaret trasmite generosamente lo que recibe. Su agua una vez llegada allí, parte inmediatamente para remediar la sequía de los campos, a saciar la sed de los hombres y de los animales; es un agua altruista.

El agua del Mar Muerto se estanca, se adormece, se salitra, mata. Es agua egoísta, estancada, inútil.

Pasa lo mismo con las personas. Las que viven dando y dándose generosamente a los demás, viven y hacen vivir. Las personas que egoístamente reciben, guardan y no dan, son como agua estancada, que muere y causa la muerte a su alrededor.

Pensamos que cuando repartimos nuestro dinero, tiempo, honor, nos empobrecemos, que los demás se van quedando con lo nuestro y nosotros nos vamos vaciando y empobreciendo cada vez más. Eso nos parece, estamos seguros de que así es, pero ocurre exactamente lo contrario. Cuánto más damos más recibimos. Cuanto menos repartimos de lo nuestro, más pobres nos volvemos. Es una ley espiritual que se cumple puntualmente, es una ley difícil de aceptar, por eso pocos se arriesgan a ponerle en práctica, pero hay un reto muy interesante para el que lo quiere aceptar. El que quiere vivir de acuerdo a esa ley de dar y darse a los demás, se llevará sorpresas muy agradables.

Muchas gentes se parecen al Mar Muerto: sólo reciben, acumulan, no se dan y así se fabrican una vida amarga, desdichada e infeliz.

Hay otros que dan y se dan a sí mismos con generosidad y sin esperar recompensa… Está gente es la más feliz de nuestro mundo.

El que acumula para sí solo, llama a gritos a la infelicidad y ésta llega. Acaparar y ser egoísta cierran la puerta.

El que reparte, abre la puerta a la felicidad.

Médico de Almas

Una vez, dos amigos se encontraron:

– Hola, Juan, ¿Cómo te va?

– Pues, no tan bien. Tengo unos problemas en mi matrimonio, y no sé qué hacer.

– ¿Y por qué no vas con un sacerdote y le pides consejo?

– ¿Qué va a saber él del matrimonio y de aguantar a una mujer?

El otro amigo guardó silencio. Para cambiar el tema, Juan le pregunta :

– Bueno, ¿y a tí cómo te va?

– “Mal. Tengo fuertes dolores de cabeza por la noche, no puedo respirar y varias veces escupo sangre. No sé qué hacer.”

– Bueno, ¿y has ido al médico?

– No. Los médicos no tienen estos problemas, nunca han estado en mi situación. ¿Qué saben de ahogarse y de escupir sangre por las noches? Tal vez, hasta tengo cáncer. Pero ellos nunca han tenido cáncer. ¿Qué van a saber ellos sobre esto?

– Pero, ¡hombre! Para eso estudian y se preparan. Y aunque nunca hayan tenido cáncer, saben lo que es el cáncer y sus síntomas, y hasta cómo prevenirlo. Además, conocen no sólo por los libros, sino por la experiencia de tratar a otros enfermos y ver cómo estos han mejorado o reaccionado ante ciertos medicamentos. Por su experiencia y preparación saben cómo ayudarte.

– ¿De veras lo piensas así? ¿Crees que me pueda ayudar el médico? Pues lo mismo te aconsejo a ti para tu matrimonio. Tú ve con el “médico de almas” para que con su sabiduría y experiencia, te ayude a curar de lo que sufres. Juan, tu eres mi amigo, y no quiero que se empeore tu situación. Hazlo por tu bien, y el bien de tu familia.

¿Dónde están las manos de Dios?

Cuando observo el campo sin arar, cuando los aperos de labranza están olvidados, cuando la tierra está quebrada y abandonada me pregunto:

¿Dónde estarán las manos de Dios?

Cuando observo la injusticia, la corrupción, el que explota al débil; cuando veo al prepotente pedante enriquecerse del ignorante y del pobre, del obrero y del campesino carentes de recursos para defender sus derechos, me pregunto:

¿Dónde estarán las manos de Dios?

Cuando contemplo a esa anciana olvidada, cuando su mirada es nostalgia y balbucea todavía algunas palabras de amor por el hijo que la abandonó, me pregunto:

¿Dónde estarán las manos de Dios?

Cuando veo al moribundo en su agonía llena de dolor; cuando observo a su pareja y a sus hijos deseando no verle sufrir; cuando el sufrimiento es intolerable y su lecho se convierte en un grito de súplica de paz, me pregunto:

¿Dónde estarán las manos de Dios?

Cuando miro a ese joven antes fuerte y decidido, ahora embrutecido por la droga y el alcohol, cuando veo titubeante lo que antes era una inteligencia brillante y ahora harapos sin rumbo ni destino me pregunto:

¿Dónde estarán las manos de Dios?

Cuando a esa chiquilla que debería soñar en fantasías, la veo arrastrar su existencia y en su rostro se refleja ya el hastío de vivir, y buscando sobrevivir se pinta la boca y se ciñe el vestido y sale a vender su cuerpo, me pregunto:

¿Dónde estarán las manos de Dios?

Cuando aquel pequeño a las tres de la madrugada me ofrece su periódico, su miserable cajita de dulces sin vender, cuando lo veo dormir en la puerta de un zaguán titiritando de frío, con unos cuantos periódicos que cubren su frágil cuerpecito, cuando su mirada me reclama una caricia, cuando lo veo sin esperanzas vagar con la única compañía de un perro callejero, me pregunto:

¿Dónde estarán las manos de Dios?

Y me enfrento a Él y le pregunto:

¿Dónde están tus manos Señor?

Para luchar por la justicia, para dar una caricia, un consuelo al abandonado, rescatar a la juventud de las drogas, dar amor y ternura a los olvidados.

Después de un largo silencio escuché su voz que me reclamó,

“No te das cuenta de que tú eres mis manos, atrévete a usarlas para lo que fueron hechas, para dar amor y alcanzar estrellas”.

Y comprendí que las manos de Dios somos “TÚ y YO”, los que tenemos la voluntad, el conocimiento y el coraje para luchar por un mundo más humano y justo, aquellos cuyos ideales sean tan altos que no puedan dejar de acudir a la llamada de Dios, aquellos que desafiando el dolor, la crítica y la blasfemia se reten a sí mismos para ser LAS MANOS DE DIOS.

Maneras de Decir las Cosas

Un Rey soñó que había perdido todos los dientes. Después de despertar, mandó llamar a un Sabio para que interpretase su sueño.

– ¡Qué desgracia mi señor! – exclamó el Sabio – Cada diente caído representa la pérdida de un pariente de vuestra majestad.

– ¡Qué insolencia! – gritó el Rey enfurecido – ¿Cómo te atreves a decirme semejante cosa? ¡Fuera de aquí!

Llamó a su guardia y ordenó que le dieran cien latigazos. Más tarde ordenó que le trajesen a otro Sabio y le contó lo que había soñado. Este, después de escuchar al Rey con atención, le dijo:

– ¡Excelso, señor! Gran felicidad os ha sido reservada. El sueño significa que sobrevivirás a todos vuestros parientes.

Se iluminó el semblante del Rey con una gran sonrisa y ordenó que le dieran cien monedas de oro. Cuando éste salía del Palacio, uno de los cortesanos le dijo admirado:

– ¡No es posible! La interpretación que habéis hecho de los sueños es la misma que el primer Sabio. No entiendo porque al primero le pagó con cien latigazos y a ti con cien monedas de oro.

– Recuerda bien, amigo mío – respondió el segundo Sabio – que todo depende de la forma en el decir… uno de los grandes desafíos de la humanidad es aprender a comunicarse.

De la comunicación depende, muchas veces, la felicidad o la desgracia, la paz o la guerra. Que la verdad debe ser dicha en cualquier situación, de esto no cabe duda, mas la forma con que debe ser comunicada es lo que provoca en algunos casos, grandes problemas.

La verdad puede compararse con una piedra preciosa. Si la lanzamos contra el rostro de alguien, puede herir, pero si la envolvemos en un delicado embalaje y la ofrecemos con ternura, ciertamente será aceptada con agrado.

King Kong

No me gustó la película nueva.

Los efectos especiales son sensacionales, pero varias cosas fallan:

1. El ritmo del principio, de los primeros 45 min., son LENTOS.

2. Los personajes, casi todos, están sobreactuados. Cada personaje trata de encarnar algo demasiado evidente: el director de cine es el hombre “resuelto” y en todas las escenas refleja resolución. Lo del guionista y su enamoramiento instantáneo de la actriz es obvio y predecible.

3. El gorila es casi perfecto pero los músculos del pecho no se mueven nunca, o sea que se ve tieso. El pelo es irrealmente grueso, como si el modelo (digital) lo hubieran hecho sobre el pelambre de un gorila de tamaño natural.

En fin, puede omitirse King Kong sin que pase nada.

Ofrenda

Mira que es larga la noche,

y ya la luna se esconde,

y tú eres toda mi luz,

Cristo Jesús;

toma, recibe mi amor,

Cristo Señor.

Mira que es breve la vida,

que pronto todo termina,

y queda sólo la Cruz,

Cristo Jesús;

queda tan sólo el amor,

Cristo Señor.

Sé que es bien poco

lo que puede darte mi alma,

y que ya es gracia, Señor,

proclamar tu alabanza:

¡tómame, Cristo Jesús,

tuya es mi vida, Señor!

Manifiesto

He descubierto que si las cosas que necesito no existen, no hay otro camino sino hacerlas; hacer que existan, llamarlas: incluso obligarlas a ser.

Y he descubierto que tengo que encontrar el balance entre el pasado, el presente y el futuro.

El pasado tiene su importancia, porque es el fundamento. Hay toneladas de secretos, preguntas, atajos y susurros que me pertenecen porque están en mi pasado. Pero tampoco puedo dejar que todo lo gobierne el ayer. No soy tan culpable ni tan bueno como lo pueden sugerir los días oscuros o luminosos que ya se fueron.

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Retiro Espiritual

Gloria al Padre y al Hijo,

gloria al Espíritu.

Honor y bendición al único Santo;

alabanza y amor al único Bueno;

al único Justo, al único Sabio,

al único Bello, al único Eterno,

al único Dios Verdadero.

Son mis palabras para darte gracias;

de ti recibidas, son gracias que hablan;

secretos de tu amor, palomas blancas,

aplausos de tu gloria, aves que cantan

tus maravillas y mis esperanzas.

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Acción de gracias

Te bendecimos, Padre omnipotente,

porque no sólo conoces y deseas

lo que es mejor para nosotros,

sino que en verdad lo realizas

por la fuerza soberana de tu amor

que todo lo crea.

Te glorificamos, Padre clementísimo,

porque antes que el mundo existiese

ya nos veías en tu Hijo Unigénito;

en él nos amaste sin límite

y por él dispusiste todas las cosas

para que, siendo conformes a él,

participáramos plenamente

de la vida abundante

que te es propia

desde toda la eternidad.

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Un corazón puro

Por tu amor, Señor,

crea en mí un corazón puro, manso,

prudente, generoso

y, sobre todo, siempre tuyo;

un corazón sin odio,

sin venganza, sin envidia,

sin codicia, sin doblez;

pronto para escuchar,

recto para juzgar,

constante en la tribulación,

sencillo en la gratitud,

siempre fiel en invocarte,

siempre feliz de bendecirte.

Amén.