La extrema crueldad y la fría planificación de sus crímenes horroriza el alma. Estamos ante un hombre que impedía a los parientes hacer luto por un fallecido pues el luto por un enemigo del gobierno era considerado una señal de rebelión contra el gobierno, y por lo tanto podía ser castigado con cárcel, tortura o lo que considerara el tirano. Decenas de fosas sin nombre, que sólo aparecerán con los años, contienen el testimonio de una sevicia sistemática que en su silencio grita clamando justicia. Todos los errores de los Estados Unidos en esta guerra no pueden hacernos equivocar en una cosa: Hussein pertenece al tenebroso club de los déspotas ávidos de sangre humana; es uno de esos seres que desafían el sentido de la palabra “humanidad.”
Y sin embargo, es inoportuno y torpe condenarlo a muerte. Me siento orgulloso de mi Iglesia Católica que pronto se ha pronunciado para decir palabras como estas: “no se pude pagar un crimen con otro crimen.” Por boca del Cardenal Renato Martino, Presidente del Pontificio Consejo Justicia y Paz, quien evocó la enseñanza de Juan Pablo II al respecto, nuestra Iglesia ha recordado que las sociedades actuales cuentan con los medios para evitar que un convicto vuelva a delinquir y “no hay necesidad de la pena capital”.
Pero además de las razones teológicas y éticas en contra de la pena de muerte hay numerosas razones prácticas que hablan en su contra. He aquí lo que sucederá si el derrocado presidente de Iraq es ejecutado.
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Fergal sufría de una artritis deformante desde su juventud. Le fue detectada no mucho después de su ordenación sacerdotal. El dolor casi constante y las limitaciones propias de la enfermedad le acompañaron hasta los 76 años que tenía al momento de partir. Pero la artritis no frenó ni su inteligencia sobresaliente, ni su corazón compasivo, ni su alegría fraterna, ni su voz recia, que a menudo llamaba a reflexión o también a disfrutar de las cosas amables de la vida. Fue profesor universitario muchos años en la Universidad Nacional de Irlanda, en las áreas de filosofía y sociología. Sus exalumnos lo recuerdan como alguien que los hacía pensar. De temperanto vivaz y dialéctico, gustaba de tomar siempre la postura contraria a su interlocutor, fuera quien fuera, no por incomodar, sino por llevar a la gente a compartir su propia pasión por la verdad.

Hace unos días fui a comer algo ligero a un restaurante de comidas rápidas. A poco de sentarme, una señora se sentó en la mesa de al lado; iba acompañada de su pequeña hija. Ambas eran bastante morenas.