Siempre he entendido la oración del cristiano como una conversación amorosa con Jesús, que no debe interrumpirse ni aun en los momentos en los que físicamente estamos alejados del Sagrario, porque toda nuestra vida está hecha de coplas de amor humano a lo divino…, y amar podemos siempre.
Es tanto el Amor de Dios por sus criaturas, y habría de ser tanta nuestra correspondencia que, al decir la Santa Misa, deberían pararse los relojes.
Los sarmientos, unidos a la vid, maduran y dan frutos. -¿Qué hemos de hacer tú y yo? Estar muy pegados, por medio del Pan y de la Palabra, a Jesucristo, que es nuestra vid…, diciéndole palabras de cariño a lo largo de todo el día. Los enamorados hacen así.
Ama mucho al Señor. Custodia en tu alma, y foméntala, esta urgencia de quererle. Ama a Dios, precisamente ahora, cuando quizá bastantes de los que le tienen en sus manos no le quieren, le maltratan y le descuidan. ¡Trátame muy bien al Señor, en la Santa Misa y durante la jornada entera!