Nunca es tarde para volverse una obra maestra, para dejarse re-plasmar por el Maestro. Él, que al principio nos ha llamado por nombre, no cesa nunca de hacerlo. Por supuesto, lo mejor es comenzar cuanto antes a escuchar su voz, para facilitarle el trabajo al bondadoso Alfarero. ¿Cómo? Sobre todo humedeciendo nuestra greda con el agua fresca de la oración y de la humildad, para que así le permitamos amasar nuestro corazón de piedra de modo que, poco a poco, lo convierta en uno de carne (Ez 11, 19-20), dejándolo pronto para amar.