ESCUCHA, Fundamentos de espiritualidad conyugal

[Predicación para la Comunidad Matrimonial ALEGRÍA del Minuto de Dios, en Bogotá.]

* Si no puede haber aliado mayor ni mejor para el amor conyugal que la presencia y la bendición de Dios, ¿por qué a tantos les resulta ajena la idea de una espiritualidad como parejas?

* Hay varios “dualismos” es decir, posiciones extremas y contrapuestas que dificultan el nacimiento y crecimiento de una verdadera espiritualidad conyugal. Señalamos cuatro de esos dualismos:

1. Materia vs. Espíritu. Hay quienes imaginan que a Dios sólo le interesa lo “religioso” y “espiritual” de nuestra vida. Por supuesto, eso implica que la mayor parte de la vida cotidiana y la mayor parte de la intimidad queda ausente de Dios.

2. Privado vs. Público. Hay quienes creen, incluso algunos sacerdotes, que la intimidad debe quedar sólo en la “privacidad” de la pareja. Es un grave error. Muchas de las perores heridas y de los más duros insultos suceden en lo “privado” y desde allí afectan toda la vida de la pareja y la familia. Lo cual demuestra que Cristo debe ser Señor de todas las áreas y dimensiones de nuestra vida.

3. Hombre vs. Mujer. Hay matrimonios en que la agresividad masculina o la manipulación femenina intentan acaparar todo, en un duelo d epoder. Nada bueno saldrá de ahí.

4. La casa vs. La plaza. Hay familias que se vuelcan en servicio a otros pero descuidan reservar tiempo para cultivar y sanar sus relaciones internas. Otras familias tratan de ser como un “búnker” donde nadie entra, o una burbuja rosada que crea una ilusión distante de la realidad del mundo. Tales extremos no funcionan en el largo plazo.

* Cuando Cristo llega a la pareja y a la familia, tales dualismos son superados, y en cambio llegan tres grandes bienes:

1. Su amor se convierte en referencia de lo que significa “amar.”

2. Cristo impide que nos idolatremos. El idolatrar no es un homenaje sino una manera de creer uno que puede exigirle todo al otro, y eso no es bueno, y por eso Cristo nos libera de tal engaño.

3. El don de su Espíritu dirige, como a una orquesta, a la familia, enseñando a cada uno su verdadero y pleno lugar, donde puede florecer.