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Clemente de Alejandría, basándose en la tradición, afirma que San Matías fue uno de los setenta y dos discípulos que el Señor envió a predicar durante su ministerio.
Los hechos de los Apóstoles afirman que Matías acompañó al Salvador, desde el Bautismo hasta la Ascensión.
Cuando San Pedro decidió proceder a la elección de un nuevo Apóstol para reemplazar a Judas, los candidatos fueron, José, llamado Bernabé, y Matías. Finalmente, la elección cayó sobre Matías, quien pasó a formar parte del grupo de los doce.
El Espíritu Santo descendió sobre él en Pentecostés, y Matías se entregó a su misión.
Clemente de Alejandría afirma que se distinguió por la insistencia con que predicaba la necesidad de mortificar la carne para dominar la sensualidad. Esta lección la había aprendido del mismo Jesucristo.
Según la tradición, predicó primero en Judea y luego en otros países. Los griegos sostienen que evangelizó la Capadocia y las costas del Mar Caspio, que sufrió persecuciones de parte de los pueblos bárbaros donde misionó, y obtuvo finalmente la corona del martirio en Cólquida.
Los "Menaia" griegos sostienen que fue crucificado. Se dice que su cuerpo estuvo mucho tiempo en Jerusalén, y que Santa Elena lo trasladó a Roma.
En aquellos días, Felipe bajo a la ciudad de Samaría y predicaba allí a Cristo. El gentío escuchaba con aprobación lo que decía Felipe, porque habían oído hablar de los signos que hacía, y los estaban viendo: de muchos poseídos salían los espíritus inmundos lanzando gritos, y muchos paralíticos y lisiados se curaban. La ciudad se lleno de alegría.
Cuando los apóstoles, que estaban en Jerusalén, se enteraron de que Samaría había recibido la palabra de Dios, enviaron a Pedro y a Juan; ellos bajaron hasta allí y oraron por los fieles, para que recibieran el Espíritu Santo; aún no había bajado sobre ninguno, estaban sólo bautizados en el nombre del Señor Jesús. Entonces les imponían las manos y recibían el Espíritu Santo.
Aclamad al Señor, tierra entera; / tocad en honor de su nombre, / cantad himnos a su gloria. / Decid a Dios: "¡Qué temibles son tus obras!" R.
Que se postre ante ti la tierra entera, / que toquen en tu honor, / que toquen para tu nombre. / Venid a ver las obras de Dios, / sus temibles proezas en favor de los hombres. R.
Transformó el mar en tierra firme, / a pie atravesaron el río. / Alegrémonos con Dios, / que con su poder gobierna eternamente. R.
Fieles de Dios, venid a escuchar, / os contaré lo que ha hecho conmigo. / Bendito sea Dios, que no rechazó mi suplica / ni me retiró su favor. R.
Queridos hermanos: Glorificad en vuestros corazones a Cristo Señor y estad siempre prontos para dar razón de vuestra esperanza a todo el que os la pidiere; pero con mansedumbre y respeto y en buena conciencia, para que en aquello mismo en que sois calumniados queden confundidos los que denigran vuestra buena conducta en Cristo; que mejor es padecer haciendo el bien, si tal es la voluntad de Dios, que padecer haciendo el mal. Porque también Cristo murió por los pecados una vez para siempre: el inocente por los culpables, para conducirnos a Dios. Como era hombre, lo mataron; pero, como poseía el Espíritu, fue devuelto a la vida.
Como era hombre, lo mataron; pero, como poseía el Espíritu, fue devuelto a la vida (1 Pedro 3,15-18)
Evangelio
En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos: "Si me amáis, guardaréis mis mandamientos. Yo le pediré al Padre que os dé otro defensor, que esté siempre con vosotros, el Espíritu de la verdad. El mundo no puede recibirlo, porque no lo ve ni lo conoce; vosotros, en cambio, lo conocéis, porque vive con vosotros y está con vosotros. No os dejaré huérfanos, volveré. Dentro de poco el mundo no me verá, pero vosotros me veréis y viviréis, porque yo sigo viviendo. Entonces sabréis que yo estoy con mi Padre, y vosotros conmigo y yo con vosotros. El que acepta mis mandamientos y los guarda, ése me ama; al que me ama lo amará mi Padre, y yo también lo amaré y me revelaré a él."
Yo le pediré al Padre que os dé otro defensor (Juan 14,15-21)
El tiempo pascual es como un arco que va desde la noticia de la resurrección de Cristo hasta la efusión del Espíritu en Pentecostés. No se completa la iniciación cristiana sin la súplica de los apóstoles para que participemos plenamente de la acción del Espíritu: tal es la base del sacramento de la confirmación. 4 min. 37 seg.
Necesitamos la efusión y la ayuda del Espíritu Santo, quien nos da la verdadera victoria sobre el mundo que nos atrapa con las ventajas inmediatas del pecado. 7 min. 57 seg.
El Espíritu Santo y el poder de la Palabra de Dios atraviesan las barreras y llegan allí donde nuestros prejuicios no nos lo permiten para restaurar la unidad. 6 min. 36 seg.
Jesús participó de nuestra naturaleza humana y con su vida, pasión, muerte y resurrección abrió la puerta para que el Espíritu Santo nos haga ahora participar de la naturaleza divina. 4 min. 46 seg.
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1.1 A medida que el tiempo pascual va llegando a su consumación los textos bíblicos que la Iglesia nos ofrece nos acercan más y más al misterio insondable y bello del Espíritu Santo. Es el tema central de la primera lectura y el evangelio.
1.2 Entre tanto, la segunda lectura, del apóstol Pedro, continúa mostrándonos facetas de lo que significa tener "vida nueva" y nos da pistas sobre cómo llevar a la práctica la riqueza que hemos recibido con la fe y el bautismo. Cosa que es como otro modo de hablar del Espíritu Santo, si lo pensamos bien, porque todo lo que se diga de la vida cristiana es letra muerta o exigencia imposible, si no está Aquel que es "vida de nuestra vida" y "alma del alma," es decir, el Espíritu de Dios.
1.3 En el caso de hoy, Pedro nos exhorta a defender lo que creemos, pero más que con razones, las cuales son necesarias, con la mansedumbre, el respeto, incluso diríamos, el amor hacia aquel que nos interpela. Cosa que tiene mucho sentido: no se puede "defender" que uno es seguidor del Crucificado si no se tiene la disposición de participar en algo de su dolor y humillación. Por eso leímos hoy: "es mejor padecer haciendo el bien, si tal es la voluntad de Dios, que padecer haciendo el mal."
2. "Recibieron el Espíritu Santo"
2.1 Volvamos a la primera lectura. Su punto central es la frase del final: "Pedro y Juan les impusieron sus manos a los samaritanos, y ellos recibieron el Espíritu Santo." Este gesto lo repite la Iglesia de manera formal, solemne y eficaz en el sacramento de la confirmación. Como sucesor de los apóstoles, el obispo implora sobre los ya bautizados la acción del Espíritu Santo, les impone las manos y ora sobre ellos.
2.2 Es interesante destacar que los que recibieron la imposición de manos eran ya creyentes, que habían recibido predicación y de los cuales incluso habían sido expulsados demonios. Una vez bautizados, los apóstoles vienen como a confirmar y llevar a plenitud la obra de la gracia a través de su ministerio particular. Esto también se aplica al sacramento de la confirmación, al cual quizá no prestamos usualmente la atención que merece.
2.3 Y también subrayemos adónde se dirigen los apóstoles: se trataba de "un pueblo de Samaría." Por el relato bien conocido de la mujer samaritana sabemos que había grande y mutua aversión entre judíos y samaritanos (véase Jn 4,9). Todas esas barreras, que eran culturales y religiosas, quedan pronto superadas cuando el amor divino toma posesión de los corazones. Inundados por la gracia que viene de lo alto, ya poco interesan los egoísmos de corto vuelo que tantas veces nos separan a los humanos. Así viene el Espíritu a reparar las brechas y sanar las heridas de división entre los hombres.
3. "No los dejaré huérfanos..."
3.1 La compasión de Cristo no tiene límites. Lo demuestra una vez más el pasaje evangélico que hemos escuchado hoy. A las puertas mismas de su dolorosísima pasión, Nuestro Señor parece desatender su propia angustia, sólo preocupado por lo que puedan vivir y tener que afrontar los suyos. Es admirable en grado sumo esta capacidad suya para posponerse, para darse, para amar "hasta el extremo" (Juan 13,1). Por eso les anima con palabras blandas y da el remedio antes de que llegue la herida: "No los dejaré huérfanos," les dice.
3.2 Y la manera de reparar esa orfandad es doble: primero, que se amen unos a otros; segundo, que reciban al "otro Paráclito." El primer Paráclito era Cristo mismo que, puesto en medio de ellos, hacía lo que hace un asistente, ayudante, abogado, apoyo, soporte, pues todas estas palabras ayudan a describir lo que significa el término griego correspondiente. Ahora que Cristo se va, les enviará "otro" Paráclito, a saber, el Espíritu Santo, que los preservará en el amor y hará posible que el mismo Cristo se siga manifestando a ellos.