La Mujer en la Vida de la Iglesia (2 de 9)

Primera Aproximación al Género en la Biblia

¿Preguntar por el género del Mesías no es ir demasiado lejos para responder una cuestión relativamente sencilla: por qué no ordenar mujeres?

Sobre temas tan profundos y existenciales como el orden sagrado no caben cosas como citar versículos (eso se ha hecho casi hasta el abuso) ni citar el magisterio (eso ya se hizo también). ¿De ahí qué sigue? ¿Dar la razón a los que ven en el ministerio una función y decir que ya el mundo evolucionó y que esa función la pueden ejercer las personas humanas sin distingos de sus inclinaciones o prácticas sexuales? ¿Decir que como sacramento estaba ya dado a las mujeres en otros tiempos de la Iglesia? Eso no nos convence a muchos. No vemos que sea fiel a la Biblia. Los documentos son más que cuestionables. Pero mostrar por qué no nos parece fiel y sí cuestionable no es un asunto de dos versículos, ni de una visión o acelerada o integrista. Toma tiempo. Requiere mirar a fondo qué es ser hombre y qué ser mujer. Y por cierto: ¡ese viaje es bello! Dios nos hizo con amor y con belleza y no veo por qué haya que estudiar con odio o con desconfianza el ser sexuado que él nos regaló.

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La Mujer en la Vida de la Iglesia (1 de 9)

Introducción

¿La decisión de Juan Pablo II sobre no ordenar mujeres realmente cierra el tema?

Desde el punto de vista del Magisterio de la Iglesia, sí. Las palabras del Papa fueron claras en el sentido de que, aunque no se tratara de un dogma definido, sí debíamos considerar definitiva la enseñanza de que la Iglesia �no está autorizada� para conferir el sacramento del orden a las mujeres.

¿Por qué ese rodeo diplomático de decir que la Iglesia �no está autorizada�? ¿No podría dar su autorización el Papa y zanjar el asunto?

Depende de cómo se entienda la Iglesia. Quienes tienen una concepción de Iglesia como sociedad solamente humana que se da reglas a sí misma se sorprenden del lenguaje usado por Juan Pablo II. Sin embargo, una noción de Iglesia basada en el testimonio de las Escrituras no deja duda: la Iglesia, considerada delante de Dios, no es mi mucho menos autónoma ni independiente ni soberana. La Iglesia no puede darse las leyes que le parezcan y el Papa no es un funcionario que deba obrar según el parecer de las mayorías, las presiones de los lobbies o la propaganda de los medios masivos de comunicación. Precisamente: esos tres elementos, las mayorías, los lobbies y la propaganda, son quizá las tres ambigüedades más serias del sistema democrático, ¡y pretendemos que la Iglesia las asuma sin más!

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Sobre el futuro próximo de la Iglesia

Al pensar en el futuro inmediato de la Iglesia he recordado un dicho de Will Durand, el historiador y pensador protestante norteamericano. Después de analizar extensamente argumentos religiosos y teológicos en torno a la Reforma y la Contrareforma, su lacónica conclusión es que esa discusión la ganará quien tenga más hijos. Es pragmatismo rampante pero aporta una visión nueva de las cosas y nos recuerda que los números sí importan. Tal vez no debería ser así, pero es así.

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Bienaventurada Laura Montoya

Siendo yo todavía un niño, ciertamente rollizo, encontré en casa de mis abuelos, en Barranquilla, una biografía de la Madre Laura. Ella y San Martín de Porres, un humilde hermano dominico, fueron los dos únicos santos por cuya vida me interesé a esas edades. Y hoy puedo hablar públicamente de la santidad de la M. Laura, porque gracias a Dios, este mismo domingo será beatificada por el Papa Juan Pablo II en la Plaza de San Pedro. De la página del Vaticano tomo lo que sigue. ¡Laus Deo!

Madre Laura Montoya Upegui

Laura Montoya (1874-1949)

La Madre Laura Montoya Upegui, estando en la Basílica de San Pedro en el mes de noviembre del año 1930, después de una viva oración eucarística escribe: «Tuve fuerte deseo de tener tres largas vidas: La una para dedicarla a la adoración, la otra para pasarla en las humillaciones y la tercera para las misiones; pero al ofrecerle al Señor estos imposibles deseos, me pareció demasiado poco una vida para las misiones y le ofrecí el deseo de tener un millón de vidas para sacrificarlas en las misiones entre infieles! Mas, ¡he quedado muy triste! y le he repetido mucho al Señor de mi alma esta saetilla: ¡Ay! Que yo me muero al ver que nada soy y que te quiero!».

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Dormido

La semana pasada tuve un sueño que no se me ha olvidado.

Fue un sueño muy raro. Estábamos en un auditorio gigantesco de una especie de hotel; uno de esos auditorios que tienen el techo relativamente bajo y en los que hay una mesa central desde la que habla la gente.

Yo no sé cuál era el tema de esa reunión, pero había muchos religiosos, religiosas, vírgenes, sacerdotes y también muchos laicos. el P. Fernando Piña estaba casi en la última fila, de hábito. En algún momento se dijo algo con respecto a Lutero, y entonces el P. Piña, que no tenía micrófono se levantó y dijo que tenía una poesía sobre Lutero. De hecho sacó un papel y empezó a leer; era sobre el drama interior de Lutero; de lo que había signfiicado para él, como persona y como sacerdote decidir lo que decidió.

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Un compañero de camino

Fray Stephen Peterson, O.P., es un joven estudiante dominico, natural de las islas de Trinidad y Tobago donde la Provincia Dominicana de Irlanda ha estado en servicio de predicación y misión muchos años.

Fr. Stephen terminó su noviciado en la ciudad de Limerick, en Irlanda, ahora va a hacer un año, y ha estado estudiando en este convento de St. Saviour’s desde entonces. Volverá al Caribe hacia julio o agosto. Ha sido un gran hermano que ha expresado espíritu de solidaridad, fraternidad y alma genuinamente joven. Dios te bendiga Stephen; ¡te vamos a echar de menos!

¡Por cierto! El hombre tiene su página.

Una Carta Llena de Preguntas

Una presencia “vigorosa” o “clara” de la salvación significaría una terrible ambigüedad: ¿escogemos servir a Dios por ser quien es o porque es un “buen negocio”? La experiencia ha mostrado que cuando las cosas marchan “demasiado” bien en las filas de los creyentes –por ejemplo, cuando ser creyente trae visibles privilegios, porque la Iglesia tiene posturas de poder en la sociedad– la fe verdadera se marchita y decae. Por el contrario, en tiempos de persecución, cuando parece casi una locura creer, la fe se purifica y ofrece testimonios altísimos de santidad.

De modo que no deberíamos esperar que después de Cristo las cosas se volvieran mágicamente pacíficas y maravillosas, porque la conversión de cada persona sucede en su propio momento y el proceso de llegar a amar a Dios no puede darse por descontado. La única señal –y es eso: una señal, que a veces se lee bien y otras veces no se alcanza a leer– es aquello que dijo el Señor a sus discípulos:

Un mandamiento nuevo os doy: que os améis los unos a los otros; que como yo os he amado, así también os améis los unos a los otros. En esto conocerán todos que sois mis discípulos, si os tenéis amor los unos a los otros. (Jn 13,34-35)

De modo que es tarea nuestra, en cuanto creyentes, hacer patentes las señales del amor, aunque sin olvidar lo que advirtió el mismo Cristo:

Si el mundo os odia, sabéis que me ha odiado a mí antes que a vosotros. Si fuerais del mundo, el mundo amaría lo suyo; pero como no sois del mundo, sino que yo os escogí de entre el mundo, por eso el mundo os odia. Acordaos de la palabra que yo os dije: “Un siervo no es mayor que su señor.” Si me persiguieron a mí, también os perseguirán a vosotros; si guardaron mi palabra, también guardarán la vuestra. Pero todo esto os harán por causa de mi nombre, porque no conocen al que me envió. (Jn 15,18-21)

Sobre la expresión “Príncipe de la Paz,” me gustaría comentar dos cosas. Primera: la paz no significa ausencia de conflicto; más bien, Cristo era muy consciente de que su presencia causaría divisiones, y lo dijo abiertamente (Mt 10,34-36). En segundo lugar, la paz no está ausente de la vida del cristiano, ni aún en los momentos de más grave conflicto. No es una paz exterior, porque conflicto implica contradicción y enfrentamiento, pero sí es una paz heredada de la serenidad con que el mismo Cristo afrontó su propia pasión y oró por los que le crucificaban.

A la hora de mi muerte, llámame

Esta plegaria la escribí hace unos años y la siento hoy tan actual como el primer día.

Oración al dejar esta tierra

¡Oh Señor Jesucristo!

Llegado el momento de partir de esta tierra hacia tu cielo, recuerdo y bendigo el día glorioso en que quisiste venir del cielo a la tierra, a recorrer nuestros caminos para hacerte Camino nuestro, a sanar nuestras heridas con óleo de tu Santo Espíritu, a rescatarnos de la ceguera con la luz del padre Eterno, y a cantar el sublime canto de la redención desde el altar augusto de la Cruz.

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El día que me muera

Yo estoy de acuerdo –¡cómo no estarlo!– con aquella piadosa súplica de los devocionales católicos clásicos: “¡Líbranos, Señor, de la muerte repentina!

Si place a Dios, yo no quisiera una muerte repentina; quisiera estar preparado y tener tiempo y conciencia para arrepentirme, y sobre todo para confiar más en el Señor, darle gracias y más gracias por todos sus bienes y ofrecer también ese momento último por la Santa Iglesia.

Si estar así consciente me lo permite Dios, sé que cuando llegue esa hora me sentiré triste por el bien omitido, incompleto; por el amor que no se dio y las oportunidades de gracia que se desperdiciaron. Sin embargo, pienso que va a primar la alegría y que será más fuerte la gratitud.

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Pascua Florida

Se utiliza esta expresión en España y en otros lugares, añadiendo el adjetivo “florida” para señalar a esta pascua, la de resurrección, porque ha existido la costumbre (que en el fondo es errónea) de decir “Felices Pascuas!” también para Navidad. Entonces, para diferenciar una de otra, a esta, que es la verdadera Pascua, ciertamente, se la llama Pascua Florida.

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Canción de antaño

Esta pascua he recordado con un amor especial las celebraciones de Pascua de tiempos idos, sobre todo de la época de fraile estudiante. Me parece hermoso evocar a Fr. Orlando Rueda, en aquella época cantor del convento de Santo Domingo, tocando el órgano y ensayándonos los cantos del tiempo pascual, y Fr. José Gabriel Mesa, tantas veces sustentor del coro. Hoy Orlando es rector del Colegio Lacordaire en Cali y Gabriel es nuestro Provincial. ¿Cómo no recordar esos ensayos y aquel canto: “Como el grano de trigo…“? Me puse a buscarlo en Internet y lo pude localizar. ¡Vaya aquí para gloria de mi Dios!

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¿Qué cosa es la Pascua?

Es normal por estos días un tema de conversación con los padres de mi convento, aquí en Dublín: ¿Qué Semana Santa recuerda Ud. más? Al recibirla la primera vez no supe qué responder, y apenas evoqué el año 2000, cuando tuve ocasión de concelebrar con el Papa. Algo notable en la memoria de cualquier sacerdote católico, desde luego, pero por dentro de mí yo sentía que eso no era todo lo que tenía que decir.

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