Era de noche en la tierra;
se había ido el sol,
por no hallarse avergonzado
delante de tu fulgor.
A quien me preguntare
dónde nace la luz,
le diré que amanecía
cuando naciste, Jesús.

Alimento del Alma: Textos, Homilias, Conferencias de Fray Nelson Medina, O.P.
Era de noche en la tierra;
se había ido el sol,
por no hallarse avergonzado
delante de tu fulgor.
A quien me preguntare
dónde nace la luz,
le diré que amanecía
cuando naciste, Jesús.
¡Oh ternura infinita,
oh dulzura sin par!
Saber que Dios te mira,
y escucharte cantar;
verte, Niña María,
libre de toda maldad,
y entender que tu vida
es un don celestial,
y así Dios lo quería
para darnos su paz.
Preludio de tu música,
Aurora de tu día;
silencio que te anuncia,
y tras de ti se oculta:
Ella es Santa María.
Padre celestial,
que nos has revelado tu bondad
en la vida y la palabra,
en la Pasión, la Muerte y la Resurrección
de tu Unigénito, nuestro Señor Jesucristo:
despierto a tus bienes y a mis males,
vengo a implorar tu misericordia
para mi vida,
para mi muerte
y para el destino eterno que me aguarda.
Desde ahora quiero aceptar tu designio sobre mí,
porque comprendo que tu voluntad habrá de realizarse,
con mi acatamiento o sin él,
pero me parece que redunda en gloria tuya
que mis rebeldías se abajen ante tu majestad
y que mi voluntad busque servirte
no por necesidad sino por amor.
Señor Jesús,
he aquí mi vida:
este soy yo,
así soy.
He aquí también tu vida,
que como sombra de paz
acompaña la mía.
Así eres tú: Luz de Luz,
Cristo Jesús.
Sigo esperando ese día,
que ha de llegar una vez,
cuando te mire, María,
y tú me mires también.
Dejando atrás esta vida,
alguna vez partiré;
y entonces, Madre Bendita,
por fin te podré ver.
Hazme humilde según tu grandeza
y pobre según tu riqueza;
reconozca yo mi pecado
porque te conozca, Dios Santo;
y mucho te ame, Padre Bueno
con amor de tu Amor Eterno.
Señor de la gloria,
he aquí mi vida.
Aquí estoy porque me has llamado.
Este soy, Creador mío,
esta es mi historia, Redentor mío,
esta es mi vida, Defensor mío.
Te ofrezco lo que te presento,
te agradezco lo que te ofrezco,
te suplico lo que te agradezco:
Dios y Padre nuestro,
que nos mandas escuchar
la voz de tu amado Hijo
y Señor Nuestro Jesucristo,
concédenos la gracia
de tu Santísimo Espíritu,
para que, siguiendo a tu Cristo,
permanezcamos ante ti:
con oído atento,
con ánimo humilde y obediente,
con corazón quebrantado y humillado,
con espíritu filial y amoroso,
con mente limpia y dispuesta,
con alma generosa y perseverante,
de modo que la palabra de Cristo
habite con toda su riqueza
en nosotros:
como luz en el camino,
como bálsamo en las heridas,
como esperanza en las dificultades,
como reprensión en los pecados,
como alabanza en las alegrías,
como cántico en la gloria,
que en ti gozosos proclamamos
y que de ti confiamos también recibir.
Espíritu del Eterno Padre,
que haces fecundas y sabias
las obras de quien en ti confía,
que diste tu voz a los profetas,
tu luz a los sabios,
tu prudencia a los pastores
y tu gracia a los redimidos,
¡ven, acampa entre nosotros!
Puestos en la presencia
del Dios Altísimo,
queremos anunciar tus grandezas,
Hermosa Reina del Cielo,
queremos contarte nuestro amor
y ofrecerte nuestros corazones.
Delante de Aquel
que en ti hizo maravillas,
queremos llamarte Bienaventurada,
queremos felicitarte
y alegrarnos contigo.
¿Qué palabras, María, serán suficientes
para proclamar que Dios tomó por Madre
a una creatura?
Tu misterio, Virgen Santa,
nos excede, nos colma y sobrepasa,
nos empuja a mirar al infinito amor
del Señor de la misericordia.
Nuevas perspectivas
Sin embargo de lo dicho, sigue como especie de deuda pendiente el reto de la enseñanza moral de la Iglesia. Las grandezas y riquezas del Concilio seguirán de algún modo sepultadas mientras no se aclare la cuestión hermenéutica, es decir, cómo hemos de entender “lo humano”: con qué racionalidad y en qué términos de lenguaje. Esa cuestión es alimentada y alimenta a su vez al problema moral por excelencia, según Kant: ¿qué debo hacer?
La pregunta moral es completamente humana, por una parte; y es de absoluto interés para los cristianos, por la otra. Como vimos en el caso de Juan Pablo II, una teoría demasiado completa y razonada de la propuesta moral cristiana puede introducirnos en el mismo callejón sin salida de la frase aquella: “vamos a explicar a todos qué es la Iglesia…”
Continuar leyendo “El Concilio Vaticano II, cuarenta años después (10)”
Benedicto XVI: “A la escucha de la palabra y de la voluntad del Señor”
Joseph Ratzinger conocía bastante bien el terreno mucho antes de ser elegido Sumo Pontífice. Por su despacho en la Congregación para la Doctrina de la Fe ha pasado toda la problemática que podamos aquí describir, y sin duda mucho más.
Con un ingrediente adicional: es privativo de esa misma Congregación tratar asuntos relativos a la vida de los sacerdotes, y ello implica una percepción no sólo de los conflictos que pueden suscitar las ideas sino también las heridas que pueden causar los antitestimonios; en suma, lo abstracto y lo concreto de la vida de la Iglesia.
Sobre esta base no es difícil cuánta importancia y tiempo ha dado y quiere dar este Papa a su encuentro y diálogo con sacerdotes y seminaristas. Al dirigirles la palabra, sin embargo, no se limita a lo que podríamos llamar la vida del clero. Sus confidencias parecen más la expresión del deseo de infundir en ellos un modo de entender y amar a la Iglesia.
Continuar leyendo “El Concilio Vaticano II, cuarenta años después (9)”
¿Para quién la moral?
El método de Juan Pablo II rindió magníficos resultados pero tiene también su límite, como podemos apreciar al hacer esta pregunta: ¿para quiénes es la enseñanza moral de la Iglesia? Quedemos de acuerdo en que la Iglesia no puede ser correctamente entendida si no es en conexión próxima con el misterio de la redención, pero ¿qué decir de su propuesta moral? Lo que se responda a esta pregunta podría ayudar a esclarecer una de las paradojas del pontificado del Papa Wojtila, que vino a ser a la vez tan amado y tan desobedecido.
Continuar leyendo “El Concilio Vaticano II, cuarenta años después (8)”
Lisa Hunter, esposa y madre que reside en el sudeste norteamericano, estaba limpiando su cocina cuando encontró un papel en el suelo. Era la tarea de ciencia de su de 12 años. Los estudiantes debían confirmar que comprendían que la tierra provenía de una explosión primigenia. Ashley, su hija, la había completado a pesar de que la respuesta “correcta” contradijera sus creencias religiosas.
Lisa no objetaba la teoría del Big Bang per se. Lo que la preocupaba era que estaba siendo enseñada desde una perspectiva naturalista, que presuponía que la creación había sucedido sin un creador.
Así que Lisa se sentó con Ashley, y amablemente le preguntó:
-¿Realmente crees lo que escribiste? ¿Que el universo proviene del Big Bang sin intervención divina?
Ashley prorrumpió en lágrimas y sollozando dijo que “no”.
– “Pero esa era la respuesta que la profesora quería. No sabía que hacer”, agregó.
Lisa planteó el tema durante una conferencia de padres y profesores, pero la profesora de Ashley estaba a la defensiva, argumentando que Lisa estaba cuestionando su criterio, y anunció que no tenía intención de variar el programa”.
Cuando Lisa comenzó a discutir interpretaciones alternativas a la teoría del big bang, la profesora le cortó la conversación arguyendo que “no tenía permitido enseñar religión”.
Lisa se reunió inmediatamente con la directora del colegio, llevando consigo artículos escritos en el libro “¿Cómo debemos vivir ahora?.
Este material le había enseñado a Lisa la forma de argumentar racionalmente, desde un punto de vista científico en contra de la filosofía naturalista. Como dijo Lisa: “ese material me dio el coraje y la convicción para hacerlo caritativamente”.
La respuesta de la directora fue asombrosa. Reconoció que los argumentos de Lisa eran Válidos, y le pidió que los ayudara en el comité de confección de programas de la escuela. También estuvo de acuerdo que la profesora de ciencias le debía una disculpa a los niños, animándolos a éstos a realizar preguntas y objeciones acerca de la teoría del Big Bang.
Por ejemplo, los niños serían invitados a pensar sobre el origen de la materia inicial del Big Bang. La teoría del Big bang simplemente asume la preexistencia de una bola de materia densamente compacta del tamaño de una pelota de básquet, pero ¿de dónde provenía esa materia? O, la profesora podría preguntar ¿qué poder o fuerza causó la dispersión de esta bola de materia supercompacta?
El descubrimiento del Big Bang sigue siendo una de las evidencias más dramáticas de la enseñanza bíblica que el universo tuvo un comienzo en un punto determinado del tiempo. Y destruye la teoría de Carl Sagan y otros que sostienen que el cosmos es eterno. Ahora que los científicos descubren un diseño inteligente (en oposición al caos) en el universo, comenzamos a ver las manos de quien creó aquel comienzo etraordinario. Gracias a los esfuerzos de Lisa, Estados Unidos tiene al menos una escuela pública en la que los programas de ciencia no presuponen la inexistencia de Dios. Y su experiencia nos enseña dos cosas muy importantes:
· Enfrentar la ciencia y la religión no conduce a nada. En lugar de cargar contra la clase enarbolando nuestras biblias, es necesario enfrentar a la mala ciencia con ciencia de mejor nivel. Cuando argumentamos con este método ganamos, ya que la verdad está de nuestro lado.
· La Historia de Lisa nos enseña que si somos voluntariosos en la autoformación y queremos involucrarnos, podremos ganar la batalla cultural, niño por niño, escuela por escuela y ciudad por ciudad.
En cierta ocasión, durante una charla que di ante un grupo de abogados, me hicieron esta pregunta: “¿Qué es lo más importante que ha hecho en su vida?”
La respuesta me vino a la mente en el acto, pero no fue la que di, porque las circunstancias no eran las apropiadas. En mi calidad de abogado de la industria del espectáculo, sabía que los asistentes deseaban escuchar anécdotas sobre mi trabajo con las celebridades.
Pero, he aquí la verdadera, la que surgió de lo más recóndito de mis recuerdos.
Lo más importante que he hecho en la vida, tuvo lugar el 8 de Octubre de 1990. Comencé el día jugando golf con un ex-condiscípulo y amigo mío al que no había visto en mucho tiempo.
Entre jugada y jugada, conversamos acerca de lo que estaba pasando en la vida de cada cual. Me contó que su esposa y él acababan de tener un bebé.
Mientras jugábamos, llegó el padre de mi amigo, que consternado, le dijo que su bebé había dejado de respirar y lo habían llevado de urgencia al hospital.
En un instante, mi amigo subió al auto de su padre y se marchó.
Por un momento me quedé donde estaba, sin acertar a moverme, pero luego traté de pensar qué debía hacer: ¿Seguir a mi amigo al hospital? Mi presencia allí, me dije, no iba a servir de nada, pues la criatura seguramente estará al cuidado de médicos y enfermeras, y nada de lo que yo hiciera o dijera iba a cambiar las cosas. ¿Brindarle mi apoyo moral? Eso, quizás, pero tanto él como su esposa provenían de familias numerosas, y sin duda estarán rodeados de parientes, que les ofrecerán consuelo y el apoyo necesario, pasara lo que pasara. Lo único que haría será estorbar. Así, decidí reunirme con ellos e ir más tarde a ver a mi amigo.
Al poner en marcha el auto que había rentado, me percaté que mi amigo había dejado su camioneta, con las llaves puestas, estacionada junto a las canchas.
Decidí pues, cerrar el auto e ir al hospital a entregarle las llaves. Como supuse, la sala de espera estaba llena de familiares que trataban de consolarlos. Entré sin hacer ruido y me quedé junto a la puerta, tratando de decidir qué hacer.
No tardó en presentarse un médico, que se acerca a la pareja y, en voz baja les comunica que su bebé había fallecido. Durante lo que pareció una eternidad, estuvieron abrazados, llorando, mientras todos los demás los rodeamos en medio del silencio y el dolor.
El médico les preguntó si deseaban estar unos momentos con su hijo. Mi amigo y su esposa se pusieron de pie, y caminaron resignadamente hacia la puerta.
Al verme allí, en un rincón, la madre se acercó, me abrazó y comenzó a llorar. También mi amigo se refugió en mis brazos. “Gracias por estar aquí, me dijo”.
Durante el resto de la mañana, permanecí sentado en la sala de urgencias del hospital, viendo a mi amigo y a su esposa sostener en brazos a su bebé y despedirse de él.
Eso, es lo más importante que he hecho en mi vida.
Aquella experiencia me dejó tres enseñanzas:
Primera: Lo más importante que he hecho en la vida, ocurrió cuando no había absolutamente nada que yo pudiera hacer. Nada de lo que aprendí en la universidad, ni en los seis años que llevaba ejerciendo mi profesión, ni todo lo racional que fui para analizar mis alternativas, me sirvió en tales circunstancias. A dos personas les sobrevino una desgracia, y yo era impotente para remediarla. Lo único que pude hacer fue acompañarlos y esperar el desenlace. Pero estar allí en esos momentos, en que alguien me necesitaba, era lo principal.
Segunda: Estoy convencido, que lo más importante que he hecho en mi vida, estuvo a punto de no ocurrir, debido a las cosas que aprendí en la universidad, al concepto inculcado de ser racional, así como en mi vida profesional. Al aprender a pensar, casi me olvidé de sentir. Hoy, no tengo duda alguna que debí haber subido al coche sin titubear, y seguir a mi amigo al hospital.
Tercera: Aprendí que la vida puede cambiar en un instante. Intelectualmente, todos sabemos esto, pero creemos que las desdichas les pasan a otros. Así pues, hacemos planes y concebimos nuestro futuro como algo tan real, que pareciera que va a ocurrir. Pero, al ubicarnos en el mañana, dejamos de advertir todos los presentes que pasan junto a nosotros, y olvidamos que perder el empleo, sufrir una enfermedad grave o un accidente, toparse con un conductor ebrio y miles de cosas más, pueden alterar ese futuro en un abrir y cerrar de ojos. En ocasiones, a uno le hace falta vivir una tragedia, para volver a poner las cosas en perspectiva.
Desde aquel día, busqué un equilibrio entre el trabajo y la vida; aprendí que ningún empleo, por gratificante que sea, compensa perderse unas vacaciones, estar con la pareja o pasar un día festivo lejos con la familia.
Y aprendí que lo más importante en la vida, no es ganar dinero, ni ascender en la escala social, ni recibir honores… Lo más importante en la vida, es el tiempo que dedicamos a cultivar una amistad.
Deseo que Dios te conceda aún los más íntimos anhelos de tu corazón….