Señora de la Paz

¡Oh ternura infinita,

oh dulzura sin par!

Saber que Dios te mira,

y escucharte cantar;

verte, Niña María,

libre de toda maldad,

y entender que tu vida

es un don celestial,

y así Dios lo quería

para darnos su paz.

¡Oh qué grande alegría,

qué gozo sin igual!

Ver llegar ese día,

día de Navidad:

junto al Niño, la Niña;

junto al Bien, la Bondad;

junto a Cristo, María,

siempre Niña y Mamá,

y así Dios lo quería

para darnos su paz.

¡Pero qué noche fría

tú debiste pasar!

¡Qué terrible injusticia

y qué amargo llorar!

Que tu Niño moría

ante ti, nada más,

pues el mundo homicida

no lo quiso aceptar,

y así Dios lo quería

para darnos su paz.

¡Ha triunfado la Vida!,

Niña, no llores más;

vuelve ya a tu sonrisa

y vuelve a tu cantar:

¡alégrate, María,

que el anuncio es verdad!

Que la Cruz no podía

ser el punto final,

y así Dios lo quería

para darnos su paz.

¡Qué sorpresa más linda

te llevaste al mirar

que los cielos se abrían

y tu Niño estaba allá!

Y hacia él tú subías,

por su gracia y bondad,

para ser siempre Niña,

por la eternidad,

y así Dios lo quería

para darnos su paz.

Amén.