Hermosa Reina del Cielo

Puestos en la presencia

del Dios Altísimo,

queremos anunciar tus grandezas,

Hermosa Reina del Cielo,

queremos contarte nuestro amor

y ofrecerte nuestros corazones.

Delante de Aquel

que en ti hizo maravillas,

queremos llamarte Bienaventurada,

queremos felicitarte

y alegrarnos contigo.

¿Qué palabras, María, serán suficientes

para proclamar que Dios tomó por Madre

a una creatura?

Tu misterio, Virgen Santa,

nos excede, nos colma y sobrepasa,

nos empuja a mirar al infinito amor

del Señor de la misericordia.

Eres la más pequeña de las criaturas,

porque nada tuviste para ti;

así lo pedía a tu alma

el don de tu Virginidad,

perpetuo “sí” al Señor de tu amor y gracia,

y así eres grande,

con la majestad de la simplicidad de Dios.

Tan sólo venimos a hablar de Dios en ti,

tan sólo queremos

alegrarnos y admirarnos

en la obra perfecta, acabada, hermosa

del Dios Altísimo.

Mirándote, Madre de amor,

descubrimos la gracia

y la misericordia de Dios,

fluyendo desde tu pensamiento,

desde tus sencillas palabras,

tus oraciones puras,

y las obras de tu piedad.

A ti, a tu intercesión,

debemos nuestra alegría y nuestra fe:

¡por ti Dios se ha dado a nosotros!

Llena eres, María, de la divina gracia,

llena del favor del Señor.

Tan amable le fue tu corazón,

por él creado, redimido y santificado,

que su sonrisa para nosotros

creó en ti su misma Presencia.

Glorificamos al Señor por el día hermoso

de tu Inmaculada Concepción;

nos alegramos en tu pureza

íntegra y creciente;

nos gozamos en tu nacimiento;

nos regocijamos en tus palabras

de fe y adoración

al que te creó y que quiso nacer de ti.

Hoy deseamos orar contigo,

porque percibimos tu mirada

inocente y profunda

que descubrió en cada criatura

al Creador,

y que mirándole, pidió por todos.

Bendecimos a Dios

por tu oración constante,

silenciosa, humilde, solidaria,

de alabanza y gloria

al único Señor y Salvador.

Queremos unirnos

a las legiones de ángeles

que cantan las misericordias

de Dios para contigo,

y anhelamos contemplar tu corona

de humildad y pequeñez,

y acompañarte,

allí donde entregas tu vida,

hoy como ayer,

ayudando a redimir este mundo.

Gracias,

infinitas gracias damos

al Dios que nos permite conocer

tan alto misterio:

el misterio de su amor en ti,

María Santa,

Hija del Padre,

Madre de Cristo,

Sagrario del Espíritu.

¡Al único Dios la alabanza

por los siglos!

Amén.