Hablemos de neutralidad (10)

10. El Estado laico y algunas conclusiones

Mientras que el laicismo se propone eliminar la religión, por lo menos del ámbito público, un Estado laico es aquel que reconoce que no es de su competencia imponer ni suprimir lo religioso. Cuando el Estado usa su poder para oficializar una religión y la privilegia de modo que de hecho causa discriminación contra quienes tienen otra creencia en realidad no está sirviendo a la religión. Esta es una tentación casi invencible para el Estado confesional, como se sabe.

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Hablemos de neutralidad (9)

9. ¿Hay alternativa?

La neutralidad religiosa es un no a Dios, envuelto en cierta cortesía. Si en un país el 90% de la gente cree en Dios pero no puede hacerle homenaje público a él por respeto al 10% que no cree, quiere decir que en ese país se está irrespetando, con toda cortesía pero con toda claridad, al 90% creyente. La neutralidad es tiranía de la minoría agnóstica, que una vez en el poder político (ejecutivo) desde allí teje la red de los otros poderes: mediático, económico, legislativo o incluso judicial. Pretender que la religión cristiana existirá en tales circunstancias es una ilusión, si uno es cristiano, y una farsa, si uno no lo es y detenta el poder.

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Hablemos de neutralidad (8)

8. Los fundamentos de una ilusión

No creo en un Estado neutro porque deja en condición privilegiada a los que expresamente no creen y a los que niegan la posibilidad de encontrar una respuesta a las cuestiones fundamentales de que trata la religión. El Estado llamado religiosamente “neutro” en realidad es una apuesta por el agnosticismo y el ateísmo, dicho en dos palabras. A la larga ello implica la desaparición de la religión de todo lo público, con lo cual la sociedad humana se convierte sencillamente en arena de lucha para los voraces, los violentos y los embaucadores.

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Hablemos de neutralidad (7)

7. Neutralidad y laicidad

Una cosa es hablar de Estado laico y otra hablar de Estado religiosamente neutro. Y una cosa es el Estado laico y otra el Estado laicista. El llamado Estado religiosamente neutro y el Estado laicista terminan coincidiendo en el propósito de eliminar la presencia pública de la religión. El comunismo que imperó en casi todo el siglo XX en Rusia, por ejemplo, era laicista; la mayor parte de los gobiernos actuales en Europa provienen de una tradición religiosamente “neutra.” El efecto final es que lo expresamente cristiano debe diluirse, eliminarse, olvidarse o convertirse en simple objeto de burlas y juicios parciales.

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Hablemos de neutralidad (6)

6. ¿Hay mediación entre religión y no religión?

El concepto del Estado como “religiosamente neutro” nació de la necesidad de arbitrar entre religiones, y por tanto, partió de la base de que las religiones existen. Sin embargo, la mediación entre los creyentes implica a la larga dos cosas: (1) Públicamente se admiten unos valores, los del “común denominador” (básicamente cristiano) de que hemos hablado; (2) Explícitamente se rechaza que otros valores, los peculiares de las confesiones religiosas en conflicto, se consideren públicos, en el sentido de normativos, pues ello iría en desmedro de las demás confesiones.

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Hablemos de neutralidad (5)

5. Lo que no responde el pragmatismo

Como la misión del Estado religiosamente neutro era servir de mediación entre grupos cristianos sobre la base de su mínimo común denominador, es apenas natural preguntarse qué sucedió con esa misión cuando los conflictos de religión fueron quedando atrás, en parte por el éxito de la gestión del mismo Estado-Árbitro. En la práctica, lo que sucedió, o mejor, lo que está sucediendo, es que ahora ese Estado se presenta como mediador entre todos, y ahora la expresión significa: gente con religión o sin ella. El fenómeno pervade Europa y quisiera entrara a pie firme en EEUU, aunque no lo logra con los resultados que quisiera.

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Hablemos de neutralidad (4)

4. ¿Qué tan seculares?

El Estado neutro nació ya “secular.” La palabra hay que ponerla entre comillas porque en realidad no es lo que significa. En efecto, como ya mencionamos, los valores que promueve ese Estado secular no son otra cosa que el mínimo común denominador de los grupos cristianos que estaban en conflicto cuando él nació. Esto es particularmente visible en dos tópicos relacionados: los derechos humanos y los lemas de la Revolución Francesa.

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Hablemos de neutralidad (3)

3. El Derecho de Arbitramento del Estado sobre la religión

La necesidad de arbitraje entre las religiones no surgió de la nada sino de la Reforma Protestante. Luchas religiosas ha habido probablemente en todas las épocas; lo que no se había dado es que surgiera un árbitro aceptado por las partes en contienda. Usualmente, la persona de fe considera que su punto de vista no puede ser adecuadamente juzgado si no es comprendido “desde dentro.” Una actitud así hoy sería calificada de “fundamentalismo.” Para nosotros es natural hoy pensar que hay derechos y deberes que no dependen de las ideas filosóficas o religiosas de la gente. Pero, ¿cómo llegó a parecer natural que las cosas debían ser de ese modo?

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Hablemos de neutralidad (2)

1. Un enfoque sobre la separación entre Iglesia y Estado

La separación entre la Iglesia y el Estado puede interpretarse de varias maneras. Una de ellas es que el Estado es el encargado de mantener la imparcialidad entre las distintas corrientes religiosas.

Esta perspectiva supone dos asignaciones al Estado: neutralidad y poder. El Estado es neutro porque no es confesional. Pero además es poderoso, pues se supone que vela por la neutralidad que se le ha dado como encargo. Lo que es un deber, preservarse neutro, implica un derecho: hacer valer su autoridad como árbitro.

De este planteamiento surgen dos cuestiones relacionadas. Primera: ¿cómo se reglamenta el ejercicio del poder del Estado sobre las confesiones religiosas? Segunda: ¿qué estatuto adquieren quienes se presentan socialmente como no religiosos, esto es, como no pertenecientes a ninguna religión?

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Yo creo. ¿Y tu?

Un hombre fue a una barbería a cortarse el cabello y la barba, como de costumbre. En esto entabló una amena conversación con la persona que le atendía. Hablaban de tantas cosas y tocaron muchos temas. De pronto, tocaron el tema de Dios.

El barbero dijo: -Fíjese caballero que yo no creo que Dios exista, como usted dice.

-Pero, ¿por qué dice usted eso? pregunta el cliente.

-Pues es muy fácil, basta con salir a la calle para darse cuenta de que Dios no existe. O…dígame, acaso si Dios existiera, ¿habría tantos enfermos? ¿Habría niños abandonados? Si Dios existiera, no habría sufrimiento ni tanto dolor para la humanidad. Yo no puedo pensar que exista un Dios que permita todas estas cosas.

El cliente se quedó pensando un momento, pero no quiso responder para evitar una discusión.

El barbero terminó su trabajo y el cliente salió del negocio. Recién abandonaba la barbería, vio en la calle a un hombre con la barba y el cabello largo; al parecer hacía mucho tiempo que no se lo cortaba y se veía muy desarreglado.

Entonces entró de nuevo a la barbería y le dijo al barbero: – ¿Sabe una cosa? Los barberos no existen.

-¿Cómo que no existen? -pregunta el barbero-. Si aquí estoy yo y soy barbero.

– ¡No! -dijo el cliente-, no existen, porque si existieran, no habría personas con el pelo y la barba tan larga como la de ese hombre que va por la calle.

– Ah, los barberos si existen, lo que pasa es que esas personas no vienen hacia mi.

– ¡Exacto! -dijo el cliente-. Ese es el punto. Dios si existe, lo que pasa es que las personas no van hacia EL y no le buscan, por eso hay tanto dolor y miseria!

Ya Había Cumplido su Sentencia

Miles de millones de personas se hallaban reunidas en una explanada ante el trono de Dios. Algunos grupos que se encontraban en la parte del frente conversaban acaloradamente. No con vergüenza, sino con actitud beligerante.

—¿Cómo puede Dios juzgarnos? —dijo uno.

—¿Qué sabe Él del sufrimiento? —espetó una mujer de pelo castaño mientras se levantaba bruscamente la manga para revelar un número tatuado en un campo de concentración nazi—. ¡Nosotros sufrimos horrores, golpizas, torturas, muerte!

En otro grupo, un negro se bajó el cuello de la camisa.

—¿Y qué les parece esto? —inquirió con aire exigente mientras mostraba la horrorosa quemadura producida por una cuerda—. ¡Me lincharon por el crimen de haber nacido negro! Nos sofocamos en barcos de esclavos, nos arrancaron de los brazos de nuestros seres queridos y nos obligaron a trabajar hasta que la muerte nos libró.

A lo ancho de la planicie se divisaban cientos de grupos similares. Cada uno de ellos tenía una queja que presentar a Dios por la maldad y el sufrimiento que había permitido en el mundo. ¡Qué suerte tenía Dios de vivir en el Cielo, donde no existían el llanto, el temor, el hambre ni la muerte!

En efecto, ¿qué sabía Dios de lo que el hombre había tenido que soportar en el mundo?

—Al fin y al cabo, Dios vive entre algodones —exclamaron.

Cada grupo decidió enviar entonces un representante, para lo cual eligió a la persona de su género que más había sufrido. Fueron seleccionados un judío, un negro, un intocable de la India, un hijo ilegítimo, una víctima de Hiroshima, otra de un gulag siberiano, y así sucesivamente.

En el centro de la llanura celebraron una reunión de consulta. Al fin estuvieron preparados para presentar su causa. Era bastante sencilla: Antes que Dios estuviera en condiciones de juzgarlos, debía sufrir lo que ellos habían sufrido. Su decisión fue que Dios debía ser “sentenciado a vivir en la Tierra como hombre”. Pero dado que era Dios, fijaron ciertas condiciones. Con ello se evitaría que empleara Sus poderes divinos para sortear dificultades. Estas fueron sus exigencias:

Que fuera judío.

Que se pusiera en duda la legitimidad de Su nacimiento, a fin de que nadie supiera quién era Su Padre.

Que defendiera una causa tan justa pero tan radical que le valiera el odio, la condenación y el acoso de las confesiones religiosas tradicionales.

Que tuviera que describir lo que ningún hombre ha visto, sentido, degustado, oído u olido. Que tuviera que comunicar a los hombres cómo es Dios.

Que fuese traicionado por sus amigos más queridos.

Que fuese procesado por cargos falseados, juzgado por un jurado tendencioso y sentenciado por un juez cobarde.

Que tuviese que experimentar lo que es la soledad más terrible y el abandono total por parte de toda criatura viviente.

Que fuese torturado y muerto de la forma más humillante posible, entre delincuentes comunes.

Cada vez que uno de los representantes pronunciaba su parte de la sentencia, surgían de la multitud murmullos de aprobación.

Mas cuando el último terminó de emitir su fallo, se produjo un largo silencio. Nadie volvió a pronunciar palabra. Todos se quedaron inmóviles. Comprendieron que Dios ya había cumplido Su sentencia.

La Voz de Dios en la Oscuridad

El discípulo inquirió a su sabio maestro:

– ¿Por qué muchas veces Dios parece injusto con unos y generoso con otros?

El maestro le contó la siguiente historia:

– Vamos hasta la montaña en la que mora Dios –comentó un caballero a su amigo–. Quiero demostrar que Él sólo sabe exigir, y que no hace nada por aliviar nuestras cargas.

– Voy para demostrar mi fe –dijo el otro.

Llegaron por la noche a lo alto del monte y escucharon una voz en la oscuridad.

– ¡Cargad vuestros caballos con las piedras del suelo!

– ¿Ves? –dijo el primer caballero–. Después de subir tanto y estar muy cansados, aún nos hace cargar con más peso. ¡Jamás obedeceré!

En cambio, el segundo caballero hizo lo que le voz decía.

Cuando acabaron de bajar el monte, llegó la aurora y el alba trajo los primeros rayos de sol que iluminaron las piedras que el caballero piadoso había recogido. Eran diamantes puros, de kilates incalculables.

Dice el maestro:

Las decisiones de Dios son misteriosas, pero aunque no lo comprendamos ahora, siempre resultan a nuestro favor.

Mi querido amigo, cuando se te presenten por la vida muchas adversidades, y sientas que Dios te carga aún más en vez de aliviarte, no debes desesperar, ni quejarte por los golpes que recibes. Aun cuando no llegues a entenderlos, no pierdas la esperanza, pues la decisiones de Dios siempre juegan a favor de sus hijos que le aman.

Ya el Apóstol San Pablo nos lo decía:

“Fiel es Dios que nunca nos va a dejar ser probados más allá que nuestras propias fuerzas. Sino que junto con la prueba, nos dará la fortaleza para poder resistir”

Virtudes Choique

Había una vez una escuela en medio de las montañas. Los chicos que iban a aquel lugar a estudiar, llegaban a caballo, en burro, en mula y en patas. Como suele suceder en estas escuelitas perdidas, el lugar tenía una sola maestra­ una solita, que amasaba el pan, trabajaba una quintita, hacía sonar la campana y también hacía la limpieza.

Me olvidaba: la maestra de aquella escuela se llamaba Virtudes Choique. Era una morocha más linda que el 25 de Mayo. Y me olvidaba de otra cosa: Virtudes Choique ordeñaba cuatro cabras, y encima era una maestra llena de inventos, cuentos y expediciones. (Como ven, hay maestras y maestras). Esta del cuento, vivía en la escuela. Al final de la hilera de bancos, tenía un catre y una cocinita. Allí vivía, cantaba con la guitarra, y allí sabía golpear la caja y el bombo.

Y ahora viene la parte de los chicos. Los chicos no se perdían un solo día de clase. Principalmente, porque la señorita Virtudes tenía tiempo para ellos. Además, sabía hacer mimos, y de vez en cuando jugaba al fútbol con ellos. En último lugar estaba el mate cocido de leche de cabra, que Virtudes servía cada mañana. La cuestión es que un día Apolinario Sosa volvió al rancho y dijo a sus padres:

¡Miren, miren … ! ¡Miren lo que me ha puesto la maestra en el cuaderno! El padre y la madre miraron, y vieron una letras coloradas. Como no sabían leer, pidieron al hijo que les dijera; entonces Apolinario leyó:

“Señores padres: les informo que su hijo Apolinario es el mejor alumno”. Los padres de Apolinario abrazaron al hijo, porque si la maestra había escrito aquello, ellos se sentían bendecidos por Dios.

Sin embargo, al día siguiente, otra chica llevó a su casa algo parecido. Esta chica se llamaba Juanita Chuspas, y voló con su mula al rancho para mostrar lo que había escrito la maestra:

“Señores padres: les informo que su hija Juanita es la mejor alumna”.

Y acá no iba a terminar la cosa. Al otro día Melchorcito Guare llegó a su rancho chillando como loco de alegría: ¡Mire mamita,… ! ¡Mire, Tata… ! La maestra me ha puesto una felicitación de color colorado, acá.

Vean: “Señores padres: les informo que su hijo Melchor es el mejor alumno”.

Así a los cincuenta y seis alumnos de la escuela llevaron a sus ranchos una nota que aseguraba: “Su hijo es el mejor alumno”.

Y así hubiera quedado todo, si el hijo del boticario no hubiera llevado su felicitación. Porque, les cuento: el boticario, don Pantaleón Minoguye, apenas se enteró de que su hijo era el mejor alumno, dijo: Vamos a hacer una fiesta. ¡Mi hijo es el mejor de toda la región! Sí. Hay que hacer un asado con baile. El hijo de Pantaleón Minoguye ha honrado a su padre, y por eso lo voy a celebrar como Dios manda.

El boticario escribió una carta a la señorita Virtudes. La carta decía:

“Mi estimadísima, distinguidísima y hermosísima maestra: El sábado que viene voy a dar un asado en honor de mi hijo. Usted es la primera invitada. Le pido que avise a los demás alumnos, para que vengan al asado con sus padres. Muchas gracias. Beso sus pies, Pantaleón Minoguye; boticario”.

Imagínese el revuelo que se armó. Ese día cada chico voló a su casa para avisar del convite. Y como sucede siempre entre la gente sencilla, nadie faltó a la fiesta. Bien sabe el pobre cuánto valor tiene reunirse, festejar, reírse un rato, cantar, saludarse, brindar y comer un asadito de cordero.

Por eso, ese sábado todo el mundo bajó hasta la casa del boticario, que estaba de lo más adornada. Ya estaba el asador, la pava con el mate, varias fuentes con pastelitos, y tres mesas puestas una al lado de la otra. En seguida se armó la fiesta.

Mientras la señorita Virtudes Choique cantaba una baguala, el mate iba de mano en mano, y la carne del cordero se iba dorando. Por fin, don Pantaleón, el boticario, dio unas palmadas y pidió silencio. Todos prestaron atención. Seguramente iba a comunicar una noticia importante, ya que el convite era un festejo.

Don Pantaleón tomó un banquito, lo puso en medio del patio y se subió. Después hizo ejem, ejem, y sacando un papelito leyó el siguiente discurso:

Señoras, señores, vecinos, niños. ¡Queridos convidados! Los he reunido a comer el asado aquí presente, para festejar una noticia que me llena de orgullo. Mi hijo mi muchachito, acaba de ser nombrado por la maestra, doña Virtudes Choique, el mejor alumno. Así es. Nada más, ni nada menos…

El hijo del boticario se acercó al padre, y le dio un vaso con vino. Entonces el boticario levantó el vaso, y continuó:

Por eso, señoras y señores, los invito a levantar el vaso y brindar por este hijo que ha honrado a su padre, a su apellido, y a su país. He dicho.

Contra lo esperado, nadie levantó el vaso. Nadie aplaudió. Nadie dijo ni mu. Al revés. Padres y madres empezaron a mirarse unos a otros, bastante serios. El primero en protestar fue el papá de Apolinario Sosa: Yo no brindo nada. Acá el único mejor es mi chico, el Apolinario.

Ahí no más se adelantó colorado de rabia el padre de Juanita Chuspas, para retrucar: ¡Qué están diciendo, pues! Acá la única mejorcita de todos es la Juana, mi muchachita.

Pero ya empezaban los gritos de los demás, porque cada cual desmentía al otro diciendo que no, que el mejor alumno era su hijo. Y que se dejaran de andar diciendo mentiras. A punto de que don Sixto Pillén agarrara de las trenzas a doña Dominga Llanos, y todo se fuera para el lado del demonio, cuando pudo oírse la voz firme de la señorita Virtudes Choique.

¡Párense… ! ¡Cuidado con lo que están por hacer … ! ¡Esto es una fiesta!

La gente bajó las manos y se quedó quieta. Todos miraban fiero a la maestra. Por fin, uno dijo: Maestra: usted ha dicho mentira. Usted ha dicho a todos lo mismo. Entonces sucedió algo notable.

Virtudes Choique empezó a reírse loca de contenta. Por fin, dijo: Bueno. Ya veo que ni acá puedo dejar de enseñar. Escuchen bien, y abran las orejas. Pero abran también el corazón. Porque si no entienden, adiós fiesta. Yo seré la primera en marcharme. Todos fueron tomando asiento. Entonces la señorita habló así: ‑ Yo no he mentido. He dicho verdad. Verdad que pocos ven, y por eso no creen. Voy a darles ejemplo de que digo verdad:

Cuando digo que Melchor Guare es el mejor no miento. Melchorcito no sabrá las tablas de multiplicar, pero es el mejor arquero de la escuela, cuando jugamos al fútbol…

Cuando digo que Juanita Chuspas es la mejor no miento. Porque si bien anda floja en Historia, es la más cariñosa de todas…

Y cuando digo que Apolinario Sosa es mi mejor alumno tampoco miento. Y Dios es testigo que aunque es desprolijo, es el más dispuesto para ayudar en lo que sea…

Tampoco miento cuando digo que aquel es el mejor en matemáticas… pero me callo si no es servicial.

Y aquél otro, es el más prolijo. Pero me callo si le cuesta prestar algún útil a sus compañeros.

Y aquélla otra es peleadora, pero escribe unas poesías preciosas.

Y aquél, que es poco hábil jugando a la pelota, es mi mejor alumno en dibujo.

Y aquélla es mi peor alumna en ortografía, ¡pero es la mejor de todos a la hora de trabajo manual!

¿Debo seguir explicando? ¿Acaso no entendieron? Soy la maestra y debo construir el mundo con estos chicos. Pues entonces, ¿con qué levantaré la patria? ¿Con lo mejor o con lo peor?

Todos habían ido bajando la mirada. Los padres estaban más bien serios. Los hijos sonreían contentos. Poco a poco cada cual fue buscando a su chico. Y lo miró con ojos nuevos. Porque siempre habían visto principalmente los defectos, y ahora empezaban a sospechar que cada defecto tiene una virtud que le hace contrapeso. Y que es cuestión de subrayar, estimular y premiar lo mejor. Porque con eso se construye mejor.

Cuenta la historia que el boticario rompió el largo silencio. Dijo: A comer … ! ¡La carne ya está a punto, y el festejo hay que multiplicarlo por cincuenta y seis … !

Comieron más felices que nunca. Brindaron. Jugaron a la taba. Al truco. A la escoba de quince. Y bailaron hasta las cuatro de la tarde.

Vestida de Blanco

Una joven discutía acaloradamente con su padre y defendía sus derechos de asistir a una fiesta popular, un lugar donde se reunían personas de no muy buena reputación. El padre le daba razones contundentes, pero la joven se resistía a aceptarlas.

Inesperadamente, la discusión cambió de giro y el padre la invitó a bajar juntos al sótano donde había mucho polvo y se guardaba carbón, pero que lo hiciera con un vestido blanco. Ante la propuesta de su padre, la joven replicó que si podía bajar, pero no con el traje blanco, pues se le iba a ensuciar.

“Ves hija mía, dijo el padre con voz amorosa, nada impide que puedas bajar al sótano con un traje blanco, pero si hay mucho que impida que puedas subir con el mismo color.

De la misma manera, nada impide que asistas a ese sitio que deseas ir; pero ten por cierto que no regresarás la misma, algo de lo que es tuyo se perderá allí”.

Valorar el Saber

Algunas veces es un error juzgar el valor de una actividad simplemente por el tiempo que toma realizarla. Un buen ejemplo es el caso del experto que fue llamado a arreglar una computadora muy grande y extremadamente compleja… una computadora que valía 12 millones de dólares.

Sentado frente a la pantalla, oprimió unas cuantas teclas, asintió con la cabeza, murmuró algo para sí mismo y apagó el aparato.

Procedió a sacar un pequeño destornillador de su bolsillo y dió vuelta y media a un minúsculo tornillo.

Entonces encendió de nuevo la computadora y comprobó que estaba trabajando perfectamente.

El presidente de la compañía se mostró encantado y se ofreció a pagar la cuenta en el acto.

-¿Cuánto le debo? -preguntó.

-Son mil dólares, si me hace el favor.

-¿Mil dólares? ¿Mil dólares por unos momentos de trabajo? ¿Mil dólares por apretar un simple tornillito? ¡Ya sé que mi

computadora cuesta 12 millones de dólares, pero mil dólares es una cantidad disparatada! La pagaré sólo si me manda una factura perfectamente detallada que la justifique.

El experto asintió con la cabeza y se fue. A la mañana siguiente, el presidente recibió la factura, la leyó con cuidado, sacudió la cabeza y procedió a pagarla en el acto, sin chistar.

La factura decía: Servicios prestados: Apretar un tornillo: 1 dólar; Saber qué tornillo apretar… 999 dólares !!!

El Valor de los Tiempos de Oscuridad

James Creelman describe en una de sus cartas su viaje a través de los estados balcánicos en busca de Natalia, la reina desterrada de Serbia:

“En aquel viaje memorable”, dice, “aprendí por vez primera que el abastecimiento de la esencia del perfume de rosas con el que el mundo se surte, proviene de la montaña de los Balcanes.

Y, lo que más me llamó la atención, continua diciendo, “es que recogen las rosas en las horas de mayor oscuridad. Los recogedores empiezan a la una y termina de recogerlas a las dos”.

“Al principio yo creí que hacían esto a dicha hora por superstición, pero empecé a investigar sobre este pintoresco misterio y hallé que en experimentos científicos, recientemente realizados, se ha demostrado que el cuarenta por ciento de la fragancia de las rosas desaparece con la luz del día”.

Fue durante la noche cuando se oyó la canción de los ángeles. La luz sale de las tinieblas y la mañana nace de la noche.