38. El Amor Hace Inteligible El Mundo

38.1. En el Nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo.

38.2. Hay una palabra que tú amas, y como tú, muchos de tus hermanos los hombres. Una palabra que significa para ti garantía de verdad y de belleza intelectual, la palabra “lógica.” Amas lo lógico y te sientes incómodo ante lo incongruente o incoherente. En principio un amor así es bueno, porque te libra de muchos errores y te predispone a la búsqueda incesante de la verdad, pero el amor a la lógica, como todo amor creatural, tiene sus límites y hoy te quiero hablar de ellos.

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37. Conoce Tu Cuerpo

37.1. En el Nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo.

37.2. Tu cuerpo te permite sentir, que es la primera forma de conocer. Cada sentido tiene, por decirlo así, su propio canal, su propio alcance y su propio discernimiento, esto es, su capacidad de distinguir entre dos sensaciones próximas. El sentido de la vista, es sin duda, el que mejor se equipara al conocer, precisamente por su inmenso alcance y su fino discernimiento. Por esto es frecuente que el lenguaje de la visión se utilice para referirse al conocimiento.

37.3. Se da sin embargo una antítesis, que es inherente al hecho de tu corporalidad y por ello insalvable: aquellos sentidos que tienen menor alcance y discernimiento, como son el paladar, el olfato y las diversas formas de tacto, testifican la cercanía, mientras que aquellos que tienen mayor alcance, a saber, el oído y sobre todo la vista, testifican la lejanía. Dicho de otro modo: unos te hacen sentir el bien, cuando está cerca, y otros te permiten descubrir el bien, cuando está lejos. Lo descubres lejano pero lo sientes sólo cercano. Asi la conjunción de tus sentidos corporales hace que sepas dónde está el bien, pero como no puedes poseerlo sino en la cercanía, te ves obligado a moverte. Tu estructura sensorial te hace esencialmente dinámico.

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36. El Desierto De Cristo

36.1. En el Nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo.

36.2. Hoy quiero meditar contigo sobre la presencia de Cristo en el desierto. Ante todo has de saber que el desierto no fue un accidente o una circunstancia temporal en la vida de Nuestro Señor. Desierto de amor rodeó su nacimiento, desierto de acogida sus palabras, desierto de gratitud su ministerio, desierta de vuestra compasión tuvo que alzarse su Cruz.

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35. Sed Perfectos

35.1. Sobre las ruinas desoladas del mundo, después de que todo haya sucedido, podrás contemplar aún a los Ángeles. Nosotros somos como el marco que rodea la creación visible, en todo sentido. No debes decir que allí donde lo visible alcanza su límite empieza Dios, porque, por una parte, lo visible ya le manifiesta, y por otra, lo invisible no le oculta.

35.2. Hay, es verdad, una jerarquía en los seres, una jerarquía que no termina en lo que ven vuestros ojos. En el Universo, obra de Dios, esa jerarquía comprende también lo que nosotros los Ángeles somos, hasta los más altos y perfectos, a quienes la Iglesia suele llamar «Serafines».

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Towards Contemplation through Admiration

A friend of mine, who also taught me Christology, when I entered the Order, used to say: “We have teachers, we lack Spiritual Guides.” There is a lot of discussion about Spiritual Direction in the context of the Dominican Order and I will not tackle that problem. My approach tonight is a simpler one: Is there anything practical we can do to improve our spiritual life? Can we get any closer to the great joys and magnificent riches we have been told regarding a contemplative life? My personal conviction is that we can give a decisive “yes” to these two questions.
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34. Cristo, Revelación de Dios

34.1. En el Nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo.

34.2. No es misterio que el ser humano, frágil e ignorante, herido por sus culpas y abrumado por los pecados de sus antepasados y congéneres, sienta una confusa atracción por las más diversas creaturas, y que por ello llegue alguna vez a preferir lo menos valioso y a desechar lo de mayor precio y provecho. Digo que “no es misterio” porque Jesucristo, si lo notas bien, nunca trata al pecado como a un enigma, sino como una realidad que está ahí sobre todo para ser sanada, no tanto para ser esclarecida en su raíz última. Así por ejemplo, cuando sus discípulos van a empezar los análisis, en el caso del ciego de nacimiento (Jn 9,2), Él corta toda discusión con su sentencia admirable: «…es para que se manifiesten en él las obras de Dios.» Ellos preguntaban por qué el pecado, y Cristo les respondió para qué.

34.3. Preguntar por qué el pecado es como preguntar por qué existen lugares vacíos. El “vacío,” la “nada” no tiene explicación, porque explicar es relacionar un ser con el hecho de ser. Por la misma razón, el pecado, sea de Ángeles o de hombres, no tiene una última explicación, aunque es cierto que puede relacionarse hasta un cierto punto con los bienes parciales que pretende el que peca.

34.4. Cristo no hace un estudio de esas relaciones con los bienes parciales sino que manifiesta el Bien por excelencia, es decir, la comunión con Dios su Padre. Su respuesta al mal no consiste en bucear en el mal, como si se pudiera llegar a un fondo racional último en él, sino en presentar aquel Bien que, incompleta y fragmentariamente pretendido por el pecador, contiene todo lo que de verdadero y racional tenía aquel mal.

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33. Dolores Que No Puedo Evitarte

33.1. Hay dolores que no puedo evitarte. He escuchado que te quejas ante ti mismo —temes hacerlo ante mí— y te preguntas cómo es que se ha dicho que los Ángeles Custodios somos “dulce compañía,” si tantas veces te sientes simple y llanamente solo. Yo quiero responder a esa inquietud que te perturba.

33.2. Has de saber ante todo, te repito, que hay dolores que no puedo ni debo evitarte, precisamente porque son para tu bien. Si Dios quiere asemejarte a su Hijo, ¿quién soy yo para impedirlo? Nada de lo que te sucede, ni bueno ni malo, es ajeno al querer de Dios. Nuestro Señor lo dijo claramente: «Hasta los cabellos de vuestra cabeza están todos contados» (Mt 10,30). A ti no te va suceder nada, absolutamente nada, ni externo ni interno, ni grande ni pequeño, que no sea expresamente querido por Dios en vista de tu bienaventuranza eterna.

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32. El “Sueño” Y La Vigilia

32.1. En el Nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo.

32.2. Una cosa que no te hace bien es pasar tan rápidamente por encima de las palabras. No se necesitan muchas palabras para alcanzar la salvación, pues sólo hay un Nombre por el que puedes ser salvo (cf. Hch 4,12). Pero ese Nombre ha de ser invocado y pronunciado, no atropellado entre tu garganta y tus labios. Ni se necesitan muchos pensamientos para alcanzar la salvación, pues no es lo que tú pienses, sino Aquél en quien piensas lo que puede salvarte.

32.3. Acostúmbrate, pues, a la palabra madurada y meditada. Cada palabra es el resumen de una historia; cada palabra es vida condensada; cada palabra es una puerta. En los tiempos en que vives corren ríos de palabras y mensajes de todo género. Pasa con este alud de palabras lo mismo que pasa con la lluvia o con la nieve. Si miras en el microscopio una gota de lluvia o un copo de nieve, descubres gran belleza y como un pequeño mundo. Pero cuando ves caer las gotas por miles y miles, tu atención queda paralizada y entonces la mucha abundancia te hace pobre.

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La Lectio Divina

[Escribe Dom Ambrosio Southey, ex Abad General de la Orden Cisterciense de la Estrecha Observancia. Texto remitido por el P. Angel Villasmil, O.P.]

Hay una razón por la que quisiera hablar de la Lectio. Hoy día un número considerable de monjes y monjas están interesados en las técnicas orientales, como el yoga, el zen, la meditación trascendental. Estos métodos pueden ser útiles para conseguir cierta calma y tranquilidad interior, si se les usa como se debe. Pero, no puedo menos de pensar que si se entendiese y practicase mejor la lectio en la Orden, veríamos que no tenemos necesidad de ellos. En otras palabras, la Lectio divina, debidamente entendida, es una práctica monástica que nos ayuda, entre otras cosas para conseguir los mismos objetivos que estos métodos orientales.

Hay una serie de factores que hacen difícil al hombre de hoy, al menos en Occidente, el apreciar lo que es la Lectio. Consideremos detenidamente estos factores.

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31. Sólo el Amor

31.1. En el Nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo.

31.2. La Iglesia es una, como nacida y amada del único Dios. Servir a la Iglesia y servir a la unidad es uno y lo mismo, de modo que estos dos servicios se constituyen cada uno en medida y criterio para el otro.

31.3. Ahora bien, la unidad tiene su raíz en el amor. Como te he dicho en otra ocasión, sólo el amor es unitivo. Mira cómo a fuerza de sólo conocimiento lo que puedes encontrar, cuando miras a Dios y al hombre, son diferencias, tantas y tan grandes como las que hay entre el infinito y lo finito, entre lo necesario y lo contingente, entre lo eterno y lo temporal. Si sólo piensas en Dios lo sentirás lejano, y no le faltará verdad a esa conciencia de lejanía. El amor, en cambio, acerca, engendra cercanía.

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30. La Iglesia, Misterio De Amor

30.1. En el Nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo.

30.2. Lo que duele de la Iglesia Peregrina no es tanto el mal que tiene o que ha cometido; lo que más duele es todo el inmenso bien que ha dejado de hacer; toda la belleza que ha ocultado; todo el perdón que no ha predicado; toda la sabiduría que ha enterrado; toda la santidad que ha quedado en brote y que nunca llegó a madurar.

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29. Imagen de Dios

29.1. En el Nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo.

29.2. Sepultada bajo la hojarasca, reposa aún la imagen de Dios. Él es mayor que todos, y su obra no puede ser destruida por nadie.

29.3. Hay dos sentidos en el verbo “perderse”: uno es deteriorarse y otro extraviarse. El pecado causa ambas cosas en el ser humano, pero hay esta diferencia: mientras vais de camino por la tierra, debes darle prelación al primer significado; después de la muerte, en cambio, has de afirmar más el segundo. No importa qué tan prolongada o qué tan grave veas la situación de pecado de alguien, mírale siempre más como un “extraviado” o “descaminado” que como un malvado o un corrompido.

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28. Nuestra Casa

28.1. «¡Gloria a ti, Señor!, ¡Gloria a ti, Señor!, ¡Gloria a ti, Señor!»

28.2. Acompaña, hermano, el cántico del Cielo, y une a tu voz al júbilo de la gloria eterna, que más crece cuanto más se entrega. Hay en la Casa de Dios como una hermosa circulación de amor que no se detiene y que, pasando por cada corazón y hecha canción en cada voz, es una cascada de júbilo que alegra en su música a todos y de todos recibe nuevas fuerzas.

28.3. Desaparecida toda envidia, no hay aquí espacio para el mal; desaparecidas toda negligencia y toda pereza, no hay bien que se desperdicie o que no se alcance; desaparecidos todo odio y todo rencor, no hay aquí perfección que no se comparta; desaparecidas toda tristeza y toda desolación, no hay límite en el gozo, ni siquiera por la embriaguez que en la tierra embota vuestros sentidos; desaparecidas toda concupiscencia y toda intemperancia, no hay aquí temor ni al dar ni al recibir amor; desaparecidas toda tentación y toda amenaza, no hay aquí otro imperio sino el de la paz; desaparecidas toda avaricia y toda codicia, no hay aquí sino el amable poseerlo todo en todos; desaparecidos todo orgullo y toda vanidad, no hay aquí sino el reconocimiento jubiloso del Bien que es fuente y meta de todos; desaparecidos todo engaño y toda mentira, no hay aquí sino la claridad translúcida que engendra confianza y amable ternura; desaparecidas la noche y la muerte, no hay aquí sino un himno inmenso, una letanía inagotable de alabanzas y la suave armonía de una danza majestuosa y afable sobre toda ponderación que quepa en tus palabras.

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27. Todo Lo Que Nos Une

27.1. En el Nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo.

27.2. Yo no vengo a reemplazar a tu conciencia, ni a hacer por ti lo que tú debes hacer. Pero sí puedo ayudarte grandemente para que avances en tu propio camino. Tu Señor es el mío; el Espíritu que te transforma es quien obra en mí; llamamos Padre al mismo Dios. Por eso puedo hablarte tomando las experiencias propias de tu vida mortal y de tu realidad corporal, como cuando digo que mis ojos contemplan la gloria divina o que mi corazón le ama más allá de toda medida que yo pueda expresar.

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26. Aviva Tu Paso

26.1. En el Nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo.

26.2. Tú no debes escribir cuando a ti te parezca. No es propiamente tu inspiración, ni tu gusto, ni el ritmo de tu meditar quien determina mis palabras. Yo soy distinto de ti; no un nombre elegante para darle a tu modo de pensar, desear o esperar. Por eso la acogida de estas palabras es toda una escuela para tu corazón inquieto y vacilante. Te pido algo tan sencillo como dejarte hablar y dejarte formar. Es lo mismo que, en el fondo, requieres para que la Palabra Divina haga su obra en ti. Te digo, pues, como aquel padre de familia en el salmo: «Venid, hijos, escuchadme; os instruiré en el temor de Yahveh» (Sal 34,12).

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25. La Acción Soberana Del Espíritu Santo

25.1. Una pregunta que te has hecho versa sobre la relación y la diferencia entre la inspiración que viene del Espíritu Santo y aquellas otras inspiraciones que tienen su principio en la acción de nosotros, los Ángeles. A mí no me molesta que tú tengas preguntas, aunque sí es cierto que hay maneras de preguntar.

25.2. Lees en la Sagrada Escritura que Gabriel fue enviado a dos personas distintas, y que su anuncio tenía un contenido semejante en ambos casos (Lc 1,5-38). Zacarías y María reciben sendas visitas del Ángel, y ambos hacen una pregunta: el primero, para asegurarse él; la segunda, María, para descubrir el camino de su propia obediencia.

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