49. Verdadera y Falsa Espiritualidad

49.1. En el Nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo.

49.2. Yo te saludo saludando a Dios, y así quiero que me saludes también tú. Para vida vuestra y salvación vuestra nos envió Dios, no para que nazca confusión alguna en nadie. Ya el Nuevo Testamento te habla de algunos que cayeron en confusión, no por ministerio nuestro, sino de los Ángeles caídos. Por eso Pablo advirtió con severidad: «Que nadie os prive del premio a causa del gusto por ruines prácticas, del culto de los Ángeles, obsesionado por lo que vio, vanamente hinchado por su mente carnal, en lugar de mantenerse unido a la Cabeza, de la cual todo el Cuerpo, por medio de junturas y ligamentos, recibe nutrición y cohesión, para realizar su crecimiento en Dios» (Col 2,19).

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330. La Casa de los Relatos

330.1. Quiero decirte que el Cielo es como un lugar donde se escuchan muchos relatos. Esa palabra es bella y útil para el propósito de esa enseñanza que quiero darte. Un relato no es un discurso, ni un tratado, ni una descripción, ni un ensayo. Lo propio del relato, o cuento, es unir la verdad de alguien con una secuencia de hechos o eventos. De esa manera los relatos presentan una verdad en movimiento.

330.2. Jesús usó muchos relatos, que suelen llamarse parábolas. Entre las muchas razones para usar esa forma de predicar, una es que la mente humana está especialmente predispuesta a recibir relatos. Dios la diseñó así, puedes decir. Los relatos, o por lo menos: los buenos relatos, integran la condición más profunda de la existencia del hombre, que es la temporalidad, con el anhelo más profundo del mismo hombre, que es la verdad.

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48. Peregrino

48.1. En el Nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo.

48.2. Veo tu cansancio. Te pesa el trabajo, te pesa la oración; te cuesta amar, no te es fácil perdonar, te resulta duro sostenerte en los buenos propósitos y negarte a las insidias de tu propia carne mal acostumbrada y cómoda. Es difícil ser bueno: he aquí la cruda comprobación que hace tu alma; un descubrimiento que no te alegra y que hace que el tiempo se dilate como cielo de bronce sobre tu cabeza (cf. Dt 28,23).

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47. La Casa de Luto

47.1. En el Nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo.

47.2. Así como hay un mundo que se extiende ante tus ojos, hay un mundo, un universo entero que sucede allí donde tus ojos no pueden ver. Piensa en el sacramento de la confesión. Un pecador arrepentido recibe la absolución de sus culpas. Tú le ves entrar y luego salir de la iglesia donde se confesó, y probablemente no notas nada en él, quizá sólo una leve sonrisa y una mirada más despejada y tranquila. Y sin embargo, ¡qué cambios extraordinarios han sucedido! Alejado del amor, ajeno a la gracia, hace unas horas o unos días pensaba sólo en venganza; ahora, por la obra del Espíritu Santo, ha trocado sus pensamientos.

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46. Partícipes de su Naturaleza Divina

46.1. En el Nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo.

46.2. No siempre debo hablarte cuando sientas que la piedad y el amor fluyen en ti, porque yo no dependo de ti, aunque soy servidor tuyo en orden a la salvación que Dios te ofrece.

46.3. Hoy quiero invitarte a hacer más universal tu oración. Dirige tus plegarias más allá de tus intereses; lánzalas, como redes de amor, al mar de las necesidades humanas, y no las limites al tamaño de tus estrechos conocimientos y pequeños afectos. Cuanto más unido estés a Dios, más debes cuidar que tu oración sea según Él, según su querer y según su sabiduría, y no según el tamaño de tus preocupaciones inmediatas o tus dolores más agudos.

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45. Astronautas y Pintores

45.1. En el Nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo.

45.2. El tamaño depende de la distancia: eso lo saben los pintores y los astronautas. Necesitarás ser un poco pintor y un poco astronauta para lograr el tamaño justo de cada cosa, porque vivir en la verdad no es sólo saber qué son las cosas en sí mismas sino cómo son con respecto a las demás, es decir, conocer su tamaño.

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44. La Conversión Del Corazón

44.1. En el Nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo.

44.2. Aquella oración que hizo Salomón, y que fue tan grata a Dios, es la plegaria que más te conviene en este momento: «Concede a tu siervo un corazón que entienda para juzgar a tu pueblo, para discernir entre el bien y el mal, pues ¿quién será capaz de juzgar a este pueblo tuyo tan grande?» (1 Re 3,9).

44.3. Sabes bien que Dios oyó con agrado esta súplica, que era sabia en pedir sabiduría (1 Re 3,12; 5,9; 10,24). Y sabes también que allí donde empezaron las bendiciones para Salomón, es decir, en el corazón, allí también empezaron sus desgracias (1 Re 11,4), cosa que fue origen del enojo de Dios y de la ruina del pueblo que tan sabiamente había sido regido (1 Re 11,9-11).

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43. Cantos y Armonías

43.1. En el Nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo.

43.2. Los salmos están llenos de expresiones de alabanza; muy a menudo estas lindezas, dichas con tanto amor, son invitaciones a cantar. Un corazón que ama es un corazón que canta, te enseñó Agustín, y por eso te invito a que expreses tu amor cantando, y con el canto aumentes el amor.

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42. El Ministerio De Los Ángeles En La Creación Visible

42.1. Ven, alabemos el Nombre Santo de Dios.

42.2. Aunque es verdad que soy yo quien “va” donde tú estás, también es verdad lo que hoy te he dicho: “ven,” porque el éxito de mi misión no está en que yo resulte semejante a ti, sino en que tú te asemejes a mí, quedando siempre claro que tú eres tú y yo soy yo.

42.3. “¡Ven!,” esta es la invitación más profunda de mi amor de amigo; es el eco en el Cielo de aquello que dices al celebrar la Santa Misa: “¡Levantemos el corazón!.” Y de eso se trata, mi hermano y amigo, de levantar el corazón, de buscar con la luz de la sabiduría la sede propia de tu amor.

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41. María, Verdadera Madre del Hijo de Dios

41.1. En el Nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo.

41.2. Es importante que tú sepas y que prediques con claridad que la Virgen María no es la “productora” de la carne de Cristo, sino su Santísima Madre. Así como el Cuerpo del Santísimo Señor Jesucristo estuvo enteramente en el vientre de María, de modo semejante su Alma fue rodeada del amor y del cuidado de María. No podía ser de otro modo, si es verdad que ella es su verdadera madre.

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309. Cómo Renovar la Gracia Sacerdotal

309.1. Aunque un sacramento no es un sentimiento ni depende de si se siente mucho o poco, hay un modo en que puede decirse que hay que “sentir” la gracia de los sacramentos, y en particular la gracia que el sacramento deja en el alma.

309.2. Los sacramentos no deben ser tratados como momentos, ni debe entonces pensarse que es la fuerza de tu memoria la que mantiene eficaz el sacramento en lo que sigue de tu vida después de celebrarlo. Digamos por caso, tú no tienes ningún recuerdo de tu bautismo–un día que yo en cambio conozco muy bien–y sin embargo la gracia bautismal está actuando en ti todos los días, como fundamento real de todas las demás gracias que recibes de Dios.

309.3. Esto supuesto, sí que es importante que sientas esa gracia permanente, no por tu sola memoria, sino por un acto voluntario de unirte a lo que Cristo hizo cuando el sacramento fue celebrado. Puedes hacerte una idea de lo que digo si piensas en las parejas que después de diez o veinte años de matrimonio renuevan sus compromisos y se repiten una vez más las palabras por las que se entregaron el uno al otro. Obrando así, ellos no están solamente recordando lo que vivieron sino que están invocando a Cristo para que obre de nuevo en ellos como obró aquella vez.

309.4. Es una falencia que no se haga algo parecido para los sacerdotes. Es verdad que existen formularios en el misal para que el sacerdote aplique la Santa Misa por sus propias intenciones, e incluso hay un formulario para el aniversario de la propia ordenación sacerdotal. Pero observa la diferencia: cuando el sacerdote celebra así la Misa está celebrando la gracia sacerdotal que le permite celebrar ese banquete eucarístico pero ¿cuándo celebrará el hecho de haber recibido la unción que lo hizo sacerdote? Es decir, hablo aquí no de celebrar lo que él puede hacer a favor del pueblo de Dios, sino de celebrar y agradecer que él ha sido hecho capaz de hacer lo que hace.

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Inspiraciones

He ido publicando en archivos de audio algunas inspiraciones más recientes. Para los que gustan de leer y meditar las Palabras del Ángel les puede servir saber esto.

El link es este.

40. El Espíritu Del Hijo

40.1. En el Nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo.

40.2. Hermano y amigo, nota que en más de una ocasión Nuestro Señor Jesucristo hizo diferencia entre “los servidores” y “el hijo” (cf. Mt 21,33-42; 22,2-10; Lc 15,11-24). En todos estos casos aparece la diferencia entre servir a Dios y ser amado de Dios. A los siervos les corresponde trabajar para su amo; al hijo, recibir el amor de su Padre, sea en forma de herencia, de boda o de banquete.

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39. Perdido En Dios

39.1. En el Nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo.

39.2. Hay algo que puede extrañarte en algunos momentos: la presencia continua del mal en tu vida y en tu mundo. Aquella expresión de Pedro, «Sed sobrios y velad. Vuestro adversario, el diablo, ronda como león rugiente, buscando a quién devorar» (1 Pe 5,8), parece no dejar espacio a la paz. ¿Cómo descansar seguro, cómo conservar la serenidad con semejante enemigo a las puertas? Hoy quiero enseñarte a cultivar la paz en medio de las dificultades. Porque no es gran cosa permanecer en alabanza y gratitud a Dios mientras todo marcha como tú quisieras; lo notable y bello es avanzar en la paz mientras los dardos del enemigo zumban junto a tu cabeza.

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295. La Raíz de Toda Impaciencia

295.1. La paz de tu mente la pierdes cuando el mundo no obra como tú esperarías. La contradicción entre tus expectativas y lo que termina sucediendo te desconcierta y te obliga a reajustar tus planes e incluso tus deseos, y por eso sientes incomodidad o impaciencia.

295.2. Ten en cuenta que no suele estar en tu mano tomar control de todo lo que suceda a tu alrededor. Eso no lo puedes ajustar; lo que sí puedes ajustar son tus expectativas, y fue de eso de lo que te habló Nuestro Señor cuando se describió a sí mismo con estas palabras: “El Hijo del Hombre no ha venido para ser servido sino para servir, y para dar su vida en rescate por muchos” (Mt 20,28).

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