24. La Obra Interior

24.1. En el Nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo.

24.2. La obra interior sólo Dios la conoce. Tú arrojas la semilla al campo y en tu huerta acontece el milagro de la vida. Arrojas la Palabra al corazón humano y allí, en el secreto y la oscuridad de los recintos del alma, misteriosas transformaciones se suceden. Tu corazón es una obra que Dios no cesa de esculpir, un cuadro que Él se goza en pintar y embellecer. Tu Artista, que es tu Dios y Señor, nunca duerme, ni se enferma, ni se distrae, ni se desanima.

24.3. Hasta el día último, hasta el último instante de tu existencia Dios Padre hará todo, absolutamente todo en favor tuyo. Su sabiduría que no descansa, su misericordia que no se descorazona, su poder que nunca disminuye están a favor tuyo.

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¿Cuándo sucedió la efusión del Espíritu Santo?

El capitulo 20 del Evangelio según San Juan, nos dice que Jesús sopló sobre los apóstoles y en aquella ocasión les dijo que recibieran el Espíritu Santo, de hecho, ligó esa donación del Espíritu, esa efusión del Espíritu con el perdón de los pecados, porque fue ahí cuando les dijo: “A los que les perdonéis, los pecados les quedan perdonados”. Pero luego en el capítulo segundo de los Hechos de los Apóstoles se cuenta que siendo la fiesta de Pentecostés, hubo una manifestación poderosa en forma de viento y luego unas llamas como de fuego y dice la Escritura que estos apóstoles quedaron llenos del Espíritu Santo.

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23. La Muerte, El Desierto y Los Ángeles

23.1. ¿Quiénes de tus hermanos van a dejar hoy esta tierra? Como cada ser humano muere una sola vez, es fácil para vosotros cometer el error de pensar en la muerte sólo cuando sucede muy cerca, por ejemplo a los parientes o amigos. No cometas tú este error. ¡Si supieras, y sabiéndolo tuvieras siempre presente, cuánto se decide en esos momentos finales de la existencia humana! Si hay algo que puede llamarse “locura” es esa obstinación humana en retirar la mirada de la realidad de la muerte, entrada de la eternidad.

23.2. La muerte humana conlleva una serie compleja de procesos aún más misteriosos que la vida misma. Recuerda que la muerte no pertenece al designio original sobre el ser humano, pero sí pertenece al querer divino en orden a la restauración de la gracia y la consecución de la gloria eterna. Es al mismo tiempo negación y reconstrucción de vuestro ser original, y de ahí procede su misterio y su paradoja.

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22. Los Últimos Tiempos

22.1. En el Nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo.

22.2. Desde la muerte de Cristo y su gloriosa Resurrección no hay adjetivo que mejor califique la Historia humana que “último.” Jesucristo es el último (cf. Mc 12,6; Ap 1,17; 2,8; 22,13), después del cual no hay otra alianza, ni otro camino, ni otra palabra. Y los tiempos que vive el mundo después de su ascenso en majestad y poder son los últimos tiempos, como lees en más de un lugar de la Escritura (Hch 2,17; 1 Cor 15,45; Heb 1,2; St 5,3; 1 Pe 1,20). Aunque es cierto que hay otros textos que distinguen entre los tiempos de los creyentes y una especie de periodo final: 1 Pe 1,5; 2 Pe 3,3; 1 Tim 4,1; 2 Tim 3,1.

22.3. Te corresponde, pues, vivir en la “postrimería,” y al mismo tiempo, al borde del desenlace definitivo e inmutable. Esto cualifica tu tiempo, es decir, le da una cualidad o característica específica que te es preciso tener en cuenta. A esto se refería Pablo cuando escribía: «Os digo, pues, hermanos: El tiempo es corto. Por tanto, los que tienen mujer, vivan como si no la tuviesen. Los que lloran, como si no llorasen. Los que están alegres, como si no lo estuviesen. Los que compran, como si no poseyesen. Los que disfrutan del mundo, como si no disfrutasen. Porque la apariencia de este mundo pasa» (1 Cor 7,29-31).

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21. El Ángel de Getsemaní

21.1. En el Nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo.

21.2. Hay una frase de Cristo, sobrecogedora por ser Él quien la dice: «Mi alma está triste hasta el punto de morir…» (Mt 26,38). Esa sombra de tristeza fue posible en razón de su condición humana, semejante a la vuestra. Pero no es triste meditar en esa tristeza, sino muy fecundo, provechoso y esperanzador. Tú toma por principio que ningún misterio de Cristo acaba en desolación, y ninguno es estéril. Atrévete a mirarle; ten la audacia de volverte hacia Él.

21.3. El evangelista Lucas cuenta que un Ángel se acercó a confortar al Hijo de Dios (cf. Lc 22,43), que en vano había pedido a los hombres, sus amigos: «Quedaos aquí y velad conmigo» (Mt 26,38). Siente próxima la muerte, las fuerzas le abandonan, y no encuentra soporte en los hombres. Un Ángel le ha robustecido.

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20. Dios Llama al Hombre

20.1. En el Nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo.

20.2. Observa esto, y toma buena nota: Dios llama al hombre. El apóstol Pablo dijo que Dios llama a las cosas que no son para que sean (Rom 4,17). Así como cuando llamas a una persona la acercas a ti, así Dios cuando llama al hombre lo levanta hacia sí, lo hace crecer, lo invita a ser. Cuando Jesús llama a sus discípulos los constituye en sus colaboradores; les ayuda a descubrir por qué fueron llamados de la nada al ser. No es extraño: por Él fueron creadas todas las cosas (Col 1,16); ¿qué de raro que su palabra, cuando te dice «¡sígueme!», lleve a plenitud lo que había empezado cuando te dijo «¡existe!»?

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19. La Comunión de los Santos

19.1. En el Nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo.

19.2. Muchos se preocupan hoy por saber de los Ángeles. A menudo se trata de curiosidad o cansancio de una vida materialista y absurda. De ti te puedo decir que apenas empiezas. Dios quiere que seamos amigos y que la dulzura de su amor haga un lazo que una a todos los que somos beneficiarios de su gracia. Simplemente es ilógico que, habiendo sido creados por Uno solo y redimidos por Uno solo que es Fuente de toda unidad, pretendan los humanos caminar tan solos. ¡Precisamente vosotros sois los más necesitados de todos! ¿Qué clase de soberbia os empuja a buscar esa soledad estéril y perniciosa?

19.3. En el Reino de Dios nadie debe estar solo: la dulce comunicación de bienes de todo género es la condición natural y continua de los hijos de Dios, a imagen de la perpetua y admirable comunión que hay en el seno del misterio mismo de Dios Padre, Hijo y Espíritu Santo.

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18. Mar De Fuego

18.1. En el Nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo.

18.2. Nunca lo olvides: Dios tiene más paciencia contigo de la que tú mismo te tienes. Dios te conoce mejor de lo que tú te conoces. Dios te ama mucho más de lo que tú te amas. Cuando tú crees que has llegado al final del camino, Dios encuentra mil comienzos. Cuando tú piensas que ya no hay puertas, Dios ha visto y conoce mil preciosas historias que apenas empiezan a abrirse ante ti.

18.3. ¿Cómo puedo decirte que su mirada es infinita, que su paciencia sencillamente es inagotable, que su ternura es indescriptible, que su sabiduría nunca acaba? Ningún error tan grave como medir a Dios con la escala humana. No sois vosotros, mortales, los que tenéis que hacer “humano” a Dios: es Él quien ha querido, en razón de su sola misericordia, hacerse hombre, y también es Él quien ha querido que participéis de su divina naturaleza.

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17. La Señal De La Cruz

17.1. En el Nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo.

17.2. Mira a tu alrededor y descubre la gravedad, la belleza y la fecundidad del tiempo en que vives. Aunque tu entendimiento está en parte sujeto al discurrir de las horas y los días, hay en ti también fuerza suficiente para levantarte por sobre esta corriente incesante para tender a lo eterno. Sin embargo, alzarse sobre el tiempo es cosa que el hombre puede intentar de dos modos: con la rebeldía de aquel que simplemente se ausenta o con el arte de aquel que, siguiendo sabiamente las huellas de la Historia, resume y destila en su mente y en su corazón la obra divina. En el primer caso la creatura racional tiende a la nada donde sólo puede hospedar a la confusión y el absurdo. En el segundo caso, sobrepujando a los límites de su propia naturaleza se hace discípulo de Dios y hermano de nosotros los Ángeles.

17.3. Este es el ejercicio que te lleva desde las señales del tiempo al Autor del tiempo; es el ejercicio que Jesús reclamaba de quienes querían seguirle: «¡Conque sabéis discernir el aspecto del Cielo y no podéis discernir las señales de los tiempos!» (Mt 16,3). Esa palabra “señal,” o la que antes utilicé, “huella,” es y será de inmensa importancia en tu vida y en tu pensamiento. La señal es algo que existe en sí mismo pero que apunta más allá de sí mismo. Piensa, por ejemplo, en que los milagros que hizo Jesús y los que hacen sus santos son sobre todo señales.

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16. Flecha Lanzada Por El Amor

16.1. En el Nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo.

16.2. ¡Qué misterio tan profundo es la tentación! Cristo fue tentado y venció la tentación. La Escritura a veces dice que Dios quiere probarte (cf. Dt 8,2) y otras que Dios no prueba a nadie (cf. St 1,13). Cuando tú encuentres afirmaciones en apariencia contradictorias en la Sagrada Biblia no has de creer temerariamente que se trata de errores, ni esto por ninguna razón ha de disminuir tu fe en la Palabra, sino más bien has de pensar que detrás de toda contradicción aparente hay una realidad muy profunda que, precisamente en cuanto no es obvia, tampoco puede ser dicha de manera trivial y única.

16.3. Es lo mismo que sucede con la juventud. Es una etapa marcada de contradicciones en la generalidad de los casos: el desconcierto se une al arrojo; la baja autoestima a veces cohabita con la altanería y no es extraño ver juntos al miedo y el valor. ¿Por qué sucede así? Porque la juventud es tiempo de profunda complejidad en que no sólo hay que lograr nuevas metas, sino abrir nuevos caminos.

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15. ¡Habla, Señor!

15.1. En el Nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo.

15.2. La voz del Padre celestial, por la que fueron creadas todas las cosas, puede todavía oírse en las cosas creadas. Esta es la virtualidad del silencio: que te acerca a esa voz. Por eso está bien dicho en español: “guardar” silencio, como se guardan los tesoros, como se guarda la pureza, como se guarda el rebaño en tiempo de tormenta.

15.3. Toda la vida espiritual la puedes mirar como un encuentro con esa voz primordial, con esa intención primera, en la que está toda la fuerza que te hace ser y todo el amor que te sostiene en el ser. Esa es la voz que se deja oír en tu conciencia, la que resuena cuando estás atento a la Sagrada Escritura, la que te exhorta cuando tus Superiores te corrigen, la que, a través de ti también, se hace predicación y luz para tus hermanos.

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14. El Reloj De La Eternidad

14.1. En el Nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo.

14.2. La vida vuestra está marcada por el ritmo. El día sigue a la noche, como las lágrimas suceden a la risa, y el consuelo a la tristeza. Dios Padre ha hecho brillar para vosotros el sol que se anuncia y se esconde; esto para la vida natural. Para la vida de la gracia, que a veces llamas “vida sobrenatural”, hay también un Sol que se llama Jesucristo. Este Sol, en cuanto fuente de vida, de perdón y de amor, nunca se oculta; pero en cuanto comparte vuestra naturaleza humana, tiene también su propio ritmo, su propio palpitar.

14.3. Donde mejor puedes percibir este ritmo es, desde luego, en su Corazón. Así como el bebé cuando recibe la leche de la madre recibe también la suave música con que palpita el corazón materno, así vosotros, cuando os alimentáis de Cristo, podéis recibir, si queréis, el ritmo de su propio modo de amar.

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13. Descubrirte Creado

13.1. En el Nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo.

13.2. Hoy quiero meditar contigo la semejanza y la diferencia que hay entre la creación y la redención. Sabes que la redención o salvación ha sido llamada “nueva creación” (2 Cor 5,17; Gál 6,15), y no sin razón, porque la transformación realizada cuando el amor de Dios Padre se desborda en el alma humana en atención a los méritos de Cristo es sólo comparable a la obra de la creación.

13.3. Tú no fuiste testigo de tu creación, mientras que sí puedes notar mucho de la obra de tu redención. Digo esto, y sin embargo te invito a que descubras de modo nuevo lo que significa ser creado, que es algo muy próximo a presenciar tu propia creación. Revestido de este conocimiento tendrás la parábola más alta para saber qué fue lo que Cristo, Nuestro Señor, hizo por ti y por tus hermanos los hombres.

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12. Ejercicios De Eternidad

12.1. En el Nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo.

12.2. Tú has querido dar un título a mis palabras; les has llamado un “diario”. Tú tienes muchos días; yo sólo tengo uno. Tus días comienzan, transcurren y mueren, como tú mismo. Mi Día no empieza, no cambia y no conoce final. Escribiendo un poco cada día construyes un hábito. Fíjate que el hábito es superior a cada día, aunque sucede en cada día. Adquirir hábitos es vencer a la sucesión de los tiempos. Aquello que permanece se aproxima en su duración a lo que es eterno. “Se aproxima” no quiere decir que llegue a estar realmente cercano, sino que se hace menos lejano.

12.3. Lo que quiero decirte es que la duración es un ejercicio de eternidad, y por tanto, que cuanto más estables sean tus buenos hábitos y costumbres, mejor dispuesto te encontrarás para aceptar la eternidad de tu destino y prepararte para ella.
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11. La Gloria De Dios

11.1. En el Nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo.

11.2. ¿Qué siente tu alma si te digo que Dios será tu Juez? Una de las riquezas que tiene la invocación del Nombre Divino, que está “sobre todo nombre” (Flp 2,9), es precisamente la afirmación de Dios como Juez de todo lo creado. Pero muchos sienten que la proclamación del Juicio de Dios es algo así como una intromisión de Dios en sus terrenos. De ahí puedes deducir cuán lejos se encuentran de reconocerlo como Señor, porque piensan que el ejercicio de su señorío es una especie de injerencia abusiva.

11.3. Yo quiero que tú reconozcas las grandezas del juicio de Dios, en dos sentidos: como grandeza de ese Juicio Final que la fe te predica, y como grandeza del modo como Dios juzga. Estos dos sentidos están relacionados: quien conoce cómo juzga Dios no teme, sino que anhela la plenitud de ese juicio en la Historia humana.

11.4. “Dios juzga” es sinónimo de “Dios ha mostrado su gloria”. Y la gloria de Dios es la expresión más sublime que tenemos las creaturas para referirnos a las riquezas insondables de su ser íntimo. Sólo el Hijo tiene un conocimiento cabal y pleno del Padre, como Él mismo dijo: “Nadie conoce quién es el Padre sino el Hijo” (Lc 10,22). El Hijo sabe del Padre no por una revelación que el Padre le haya concedido, sino por una donación íntegra del ser que el Hijo mismo es.
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