Pequeños grandes misterios de la vida en el Espíritu

El Señor, después de enviar a sus discípulos a predicar, a su vuelta, los reúne y les invita a que vayan con El a un lugar solitario para descansar… ¡Qué cosas les preguntaría y les contaría Jesús! Pues… el Evangelio sigue siendo actual.

Comunión de los Santos: bien la experimentó aquel joven ingeniero cuando afirmaba: “Padre, tal día, a tal hora, estaba usted pidiendo por mí”. Esta es y será la primera ayuda fundamental que hemos de prestar a las almas: la oración.

Acostúmbrate a rezar oraciones vocales, por la mañana, al vestirte, como los niños pequeños. -Y tendrás más presencia de Dios luego, durante la jornada.

El Rosario es eficacísimo para los que emplean como arma la inteligencia y el estudio. Porque esa aparente monotonía de niños con su Madre, al implorar a Nuestra Señora, va destruyendo todo germen de vanagloria y de orgullo.

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Batalla espiritual: afuera y adentro

Este ideal de guerrear -y vencer- las batallas de Cristo, solamente se hará realidad por la oración y el sacrificio, por la Fe y el Amor. -Pues… ¡a orar, y a creer, y a sufrir, y a Amar!

La mortificación es el puente levadizo, que nos facilita la entrada en el castillo de la oración.

No desmayes: por indigna que sea la persona, por imperfecta que resulte la oración, si ésta se alza humilde y perseverante, Dios la escucha siempre.

Señor, no merezco que me oigas, porque soy malo, rezaba un alma penitente. Y añadía: ahora… escúchame «quoniam bonus» -porque Tú eres bueno.

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Vivir de la oración

Me gusta que, en la oración, tengas esa tendencia a recorrer muchos kilómetros: contemplas tierras distintas de las que pisas; ante tus ojos pasan gentes de otras razas; oyes lenguas diversas… Es como un eco de aquel mandato de Jesús: «euntes docete omnes gentes» -id, y enseñad a todo el mundo. Para llegar lejos, siempre más lejos, mete ese fuego de amor en los que te rodean: y tus sueños y deseos se convertirán en realidad: ¡antes, más y mejor!

La oración se desarrollará unas veces de modo discursivo; otras, tal vez pocas, llena de fervor; y, quizá muchas, seca, seca, seca… Pero lo que importa es que tú, con la ayuda de Dios, no te desalientes. Piensa en el centinela que está de guardia

Mira qué conjunto de razonadas sinrazones te presenta el enemigo, para que dejes la oración: “me falta tiempo” -cuando lo estás perdiendo continuamente-; “esto no es para mí”, “yo tengo el corazón seco”… La oración no es problema de hablar o de sentir, sino de amar.

“Un minuto de rezo intenso; con eso basta”. -Lo decía uno que nunca rezaba. -¿Comprendería un enamorado que bastase contemplar intensamente durante un minuto a la persona amada?

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La oración como respiración del alma

La oración no es prerrogativa de frailes: es cometido de cristianos, de hombres y mujeres del mundo, que se saben hijos de Dios.

¿Católico, sin oración?… Es como un soldado sin armas.

Agradece al Señor el enorme bien que te ha otorgado, al hacerte comprender que “sólo una cosa es necesaria”. -Y, junto a la gratitud, que no falte a diario tu súplica, por los que aún no le conocen o no le han entendido.

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Carácter y vida de oración

¡Esa desigualdad de tu carácter! -Tienes el teclado estropeado: das muy bien las notas altas y las bajas…, pero no suenan las de en medio, las de la vida corriente, las que habitualmente escuchan los demás.

Si se abandona la oración, primero se vive de las reservas espirituales…, y después, de la trampa.

-Mira, es como si alegaras que te falta tiempo para estudiar, porque estás muy ocupado en explicar unas lecciones… Sin estudio, no se puede dar una buena clase. La oración va antes que todo.

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Aprendiendo a vivir la fe en el día a día

Cortesía siempre, con todos. Pero, especialmente, con los que se presentan como adversarios -tú no tengas enemigos-, cuando trates de sacarles de su error.

El pedante interpreta como ignorancia la sencillez y humildad del docto.

No seas de ésos que, cuando reciben una orden, enseguida piensan en cómo modificarla… -Se diría que tienen ¡demasiada “personalidad”!, y desunen o desbaratan.

La experiencia, el saber tanto del mundo, el leer entre líneas, la perspicacia excesiva, el espíritu crítico… Todo eso que, en tus relaciones y negocios, te ha llevado demasiado lejos, hasta el punto de volverte un poco cínico; todo ese “excesivo realismo” -que es falta de espíritu sobrenatural- ha invadido incluso tu vida interior. -Por no ser sencillo, te has vuelto a veces frío y cruel.

Es admirable ese tu buen humor… Pero tomarlo todo, todo… a broma, ¡concédemelo!, significa pasarse de rosca. -La realidad es bien otra: como te falta voluntad para tomar lo tuyo en serio, te autojustificas, chanceándote de los demás, que son mejores que tú.

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Pasos después de la conversión

Tus parientes, tus colegas, tus amistades, van notando el cambio, y se dan cuenta de que lo tuyo no es una transición momentánea, de que ya no eres el mismo. -No te preocupes, ¡sigue adelante!: se cumple el «vivit vero in me Christus» -ahora es Cristo quien vive en ti.

Estima a quienes sepan decirte que no. Y, además, pídeles que te razonen su negativa, para aprender…, o para corregir.

Triste situación la de una persona con magníficas virtudes humanas, y con carencia absoluta de visión sobrenatural: porque aquellas virtudes fácilmente las aplicará sólo a sus fines particulares. -Medítalo.

Para ti, que deseas formarte una mentalidad católica, universal, transcribo algunas características: -amplitud de horizontes, y una profundización enérgica, en lo permanentemente vivo de la ortodoxia católica; -afán recto y sano -nunca frivolidad- de renovar las doctrinas típicas del pensamiento tradicional, en la filosofía y en la interpretación de la historia…; -una cuidadosa atención a las orientaciones de la ciencia y del pensamiento contemporáneos; -y una actitud positiva y abierta, ante la transformación actual de las estructuras sociales y de las formas de vida.

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Servir sin complejos

Sería lamentable que alguno concluyera, al ver desenvolverse a los católicos en la vida social, que se mueven con encogimiento y capitidisminución. No cabe olvidar que nuestro Maestro era -¡es!- «perfectus Homo» -perfecto Hombre.

Si el Señor te ha dado una buena cualidad -o una habilidad-, no es solamente para que te deleites, o para que te pavonees, sino para desplegarla con caridad en servicio al prójimo. -¿Y cuándo encontrarás mejor ocasión para servir que ahora, al convivir con tantas almas, que comparten tu mismo ideal?

Ante la presión y el impacto de un mundo materializado, hedonista, sin fe…, ¿cómo se puede exigir y justificar la libertad de no pensar como “ellos”, de no obrar como “ellos”?… -Un hijo de Dios no tiene necesidad de pedir esa libertad, porque de una vez por todas ya nos la ha ganado Cristo: pero debe defenderla y demostrarla en cualquier ambiente. Sólo así, entenderán “ellos” que nuestra libertad no está aherrojada por el entorno.

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Con personalidad, por favor

El Señor necesita almas recias y audaces, que no pacten con la mediocridad y penetren con paso seguro en todos los ambientes.

Sereno y equilibrado de carácter, inflexible voluntad, fe profunda y piedad ardiente: características imprescindibles de un hijo de Dios.

El apóstol no debe quedarse en el rasero de una criatura mediocre. Dios le llama para que actúe como portador de humanidad y transmisor de una novedad eterna. -Por eso, el apóstol necesita ser un alma largamente, pacientemente, heroicamente formada.

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¿Pesada la carga?

¿Que la carga es pesada? -¡No, y mil veces no! Esas obligaciones, que aceptaste libremente, son alas que te levantan sobre el cieno vil de las pasiones. ¿Acaso sienten los pájaros el peso de sus alas? Córtalas, ponlas en el platillo de una balanza: ¡pesan! ¿Puede, sin embargo, volar el ave si se las arrancan? Necesita esas alas así; y no advierte su pesantez porque la elevan sobre el nivel de las otras criaturas. ¡También tus “alas” pesan! Pero, si te faltaran, caerías en las más sucias ciénagas.

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No todas las luchas valen la pena

A tantos católicos rebeldes les diría que faltan a su deber los que, en lugar de atenerse a la disciplina y a la obediencia a la autoridad legítima, se convierten en partido; en bandería menuda; en gusanos de discordia; en conjura y chismorreo; en fomentadores de estúpidas pugnas personales; en tejedores de urdimbres de celos y crisis.

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Pinceladas de buen gobierno

Hay que enseñar a la gente a trabajar -sin exagerar la preparación: “hacer” es también formarse-, y a aceptar de antemano las imperfecciones inevitables.

No te fíes nunca sólo en la organización.

El buen pastor no necesita atemorizar a sus ovejas: semejante comportamiento es propio de los malos gobernantes. Por eso, a nadie le extraña que acaben odiados y solos.

El buen gobierno no ignora la flexibilidad necesaria, sin caer en la falta de exigencia.

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Dos extremos a evitar en el gobierno

El afán de novedad puede llevar al desgobierno. -Hacen falta nuevos reglamentos, dices… -¿Tú crees que el cuerpo humano mejoraría con otro sistema nervioso o arterial?

¡Qué empeño el de algunos en masificar!: convierten la unidad en uniformidad amorfa, ahogando la libertad. Parece que ignoran la impresionante unidad del cuerpo humano, con tan divina diferenciación de miembros, que -cada uno con su propia función- contribuyen a la salud general. -Dios no ha querido que todos sean iguales, ni que caminemos todos del mismo modo por el único camino.

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Consejos para un buen gobierno

Para ti, que ocupas ese puesto de gobierno. Medita: los instrumentos más fuertes y eficaces, si se les trata mal, se mellan, se desgastan y se inutilizan.

Las decisiones de gobierno, tomadas a la ligera por una sola persona, nacen siempre, o casi siempre, influidas por una visión unilateral de los problemas. -Por muy grandes que sean tu preparación y tu talento, debes oír a quienes comparten contigo esa tarea de dirección.

Nunca des oído a la delación anónima: es el procedimiento de los viles.

Un criterio de buen gobierno: el material humano hay que tomarlo como es, y ayudarle a mejorar, sin despreciarlo jamás.

Me parece muy bien que, a diario, procures aumentar esa honda preocupación por tus súbditos: porque sentirse rodeado y protegido por la comprensión afectuosa del superior, puede ser el remedio eficaz que necesiten las personas a las que has de servir con tu gobierno.

¡Qué pena causan algunos, constituidos en autoridad, cuando juzgan y hablan con ligereza, sin estudiar el asunto, con afirmaciones tajantes, sobre personas o temas que desconocen, y… hasta con “prevenciones”, que son fruto de deslealtad!

Si la autoridad se convierte en autoritarismo dictatorial y esta situación se prolonga en el tiempo, se pierde la continuidad histórica, mueren o envejecen los hombres de gobierno, llegan a la edad madura personas sin experiencia para dirigir, y la juventud -inexperta y excitada- quiere tomar las riendas: ¡cuántos males!, ¡y cuántas ofensas a Dios -propias y ajenas- recaen sobre quien usa tan mal de la autoridad!

Cuando el que manda es negativo y desconfiado, fácilmente cae en la tiranía.

Procura ser rectamente objetivo en tu labor de gobierno. Evita esa inclinación de los que tienden a ver más bien -y a veces, sólo- lo que no marcha, los errores. -Llénate de alegría, con la certeza de que el Señor a todos ha concedido la capacidad de hacerse santos, precisamente en la lucha contra los propios defectos.

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Aprender a gobernar

Autoridad. -No consiste en que el de arriba “grite” al inferior, y éste al de más abajo. Con ese criterio -caricatura de la autoridad-, aparte de la evidente falta de caridad y de corrección humana, sólo se consigue que quien hace cabeza se vaya alejando de los gobernados, porque no les sirve: ¡todo lo más, los usa!

No seas tú de ésos que, teniendo desgobernada su propia casa, intentan entrometerse en el gobierno de las casas de los demás.

Pero… ¿de veras piensas que todo lo sabes, porque has sido constituido en autoridad? -Oyeme bien: el buen gobernante “sabe” que puede, ¡que debe!, aprender de los demás.

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Saber mandar y saber obedecer

Al gobernar, después de pensar en el bien común, es necesario contar con que -en el terreno espiritual y en el civil- difícilmente una norma puede no desagradar a algunos. -¡Nunca llueve a gusto de todos!, reza la sabiduría popular. Pero eso, no lo dudes, no es defecto de la ley, sino rebeldía injustificada de la soberbia o del egoísmo de aquellos pocos.

Orden, autoridad, disciplina… -Escuchan, ¡si escuchan!, y se sonríen cínicamente, alegando -ellas y ellos- que defienden su libertad. Son los mismos que luego pretenden que respetemos o que nos acomodemos a sus descaminos.

Los que gobiernan tareas espirituales, han de interesarse por todo lo humano, para elevarlo al orden sobrenatural y divinizarlo. Si no se puede divinizar, no te engañes: no es humano, es “animalesco”, impropio de la criatura racional.

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