Pinceladas de buen gobierno

Hay que enseñar a la gente a trabajar -sin exagerar la preparación: “hacer” es también formarse-, y a aceptar de antemano las imperfecciones inevitables.

No te fíes nunca sólo en la organización.

El buen pastor no necesita atemorizar a sus ovejas: semejante comportamiento es propio de los malos gobernantes. Por eso, a nadie le extraña que acaben odiados y solos.

El buen gobierno no ignora la flexibilidad necesaria, sin caer en la falta de exigencia.

Más pensamientos de San Josemaría.