Al gobernar, después de pensar en el bien común, es necesario contar con que -en el terreno espiritual y en el civil- difícilmente una norma puede no desagradar a algunos. -¡Nunca llueve a gusto de todos!, reza la sabiduría popular. Pero eso, no lo dudes, no es defecto de la ley, sino rebeldía injustificada de la soberbia o del egoísmo de aquellos pocos.
Orden, autoridad, disciplina… -Escuchan, ¡si escuchan!, y se sonríen cínicamente, alegando -ellas y ellos- que defienden su libertad. Son los mismos que luego pretenden que respetemos o que nos acomodemos a sus descaminos.
Los que gobiernan tareas espirituales, han de interesarse por todo lo humano, para elevarlo al orden sobrenatural y divinizarlo. Si no se puede divinizar, no te engañes: no es humano, es “animalesco”, impropio de la criatura racional.
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