Génesis de nuestros sentimientos y emociones
Les invito a continuar nuestra reflexión sobre los sentimientos. Cualquier acontecimiento puede ser ocasión de emociones, por ejemplo, la vista de un relámpago, de un paisaje maravilloso, una fiera suelta, oír el rugido de una tempestad, de un león, los insultos de un adversario; experimentar la muerte de un ser querido, una enfermedad, un fracaso, el recuerdo vivo de una humillación. Todo lo anterior puede dar pie al temor, a la ira, a la tristeza, al dolor, al gozo. Del mismo modo, la presencia de una persona querida, sus palabras de aliento, sus regalos serán ocasión de amor, de alegría, de seguridad.
Las imágenes o ideas especulativas interesan solo al entendimiento; las decisiones, a la voluntad. Pero hay experiencias, ideas y recuerdos con carga afectiva de temor o esperanza, de alegría o de tristeza, de odio, ira, amor, etc., que afectan a todo el ser; y parecen incrustarse en nuestro cuerpo y tienden a continuar en nuestra alma, influenciando nuestra personalidad. Son los sentimientos y emociones en los que vibran nuestros nervios y todo nuestro ser ante la felicidad o su ausencia: emociones positivas ante la dicha real o imaginaria; emociones negativas ante la desdicha.

Les invito a continuar nuestra reflexionar sobre esa realidad fundamental de la persona humana, nuestros sentimientos y su comunicación. Los sentimientos anteceden al perdón, que no depende de ellos, sino de la voluntad. Un sentimiento que ha sido herido necesita del perdón. De todos modos necesitamos tomar conciencia de nuestros sentimientos, partir de ellos y reabrir así los canales de un auténtico perdón. En nuestra cultura pasamos por alto lo que sentimos ante determinados hechos. Los guardamos y nos quedamos con una energía que se va represando en nuestro interior. Cuanto más reprimamos nuestros sentimientos, más nos perjudicamos vitalmente. Veremos cómo Jesús, nuestro modelo, tuvo una riquísima vida afectiva, rodeándose de amigos, con quienes compartía hasta sus más íntimos sentimientos. Su comunidad apostólica era una escuela de intercambio de sentimientos, como aparece en el Evangelio.
Les invito a iniciar una reflexión sobre los sentimientos y su naturaleza. El hombre obra y se mueve por sentimientos, aunque de pronto no les pone mucha atención, los considera algo perfectamente natural. Somos afectivos por naturaleza y respondemos afectivamente en todo el contexto de nuestra existencia. Con la afectividad expresamos la capacidad y la necesidad que tenemos de amar y de ser amados; por ella somos capaces de experimentar sentimientos, emociones y pasiones. En nuestra reflexión nos acercaremos al modelo de todo hombre y mujer: Jesucristo Dios y hombre. El tuvo grandes sentimientos, por eso tuvo amigos. Cuando uno de ellos, Lázaro, murió, fue para ver el lugar donde le habían colocado. Allí se encontró con María, hermana de este. Ella sufría sobrecogida de dolor. Al verla se conmovió profundamente, pues había muerto alguien a quien los dos amaban. Ante la tumba, no solo lloró por la muerte de su amigo, sino por el dolor de su amiga María. Tener buen corazón y buenos sentimientos es la clave de la felicidad y la verdadera riqueza. Iniciaremos ahora nuestra reflexión sobre los sentimientos en general y en el siguiente tema abordaremos nuestra reflexión sobre los sentimientos de Jesús.
Les invito a iniciar nuestra reflexión sobre el perdón, partiendo de un hecho que puede iluminar a muchos y de pronto desbloquear los propios sentimientos. A veces es tanto el trabajo y son tantos los problemas familiares que no nos damos cuenta de la urgencia de dedicar tiempo al Señor para que cure nuestro interior y nos ayude, también, a curar ciertas enfermedades corporales. Al reflexionar sobre el hecho que les propongo puede darse una liberación progresiva, pues este nos puede ayudar a descubrir y aceptar algunos sentimientos reprimidos. Ha habido personas que sólo con dar el perdón a sus familiares por sus numerosas ausencias y su casi total desinterés por ellos, empezaron a cicatrizar sus úlceras y a curar otras enfermedades. Ahí les entrego el hecho.
Mike Barnett, de 28 años murió haciendo el bien. Fue a ayudar a su abuelo, cuya casa se estaba anegando rápidamente por las torrenciales lluvias que han azotado el centro y sur de Inglaterra estos días de finales de junio de 2007. Mientras el nivel de agua subía, Mike intentó destapar un drenaje que debería aliviar la situación. Desafortunadamente su pie quedó atrapado en una reja y aunque muchas personas, incluyendo vecinos, bomberos y guardias hicieron esfuerzos desesperados durante cuatro horas, Mike murió no por ahogamiento sino por hipotermia. Todo se intentó, incluyendo el esfuerzo de buzos, darle un aparato de respiración de buceo, e incluso se consideró amputarle la pierna, pero el rápido ascenso del agua bajó la temperatura de su cuerpo demasiado pronto y el buen hombre colapsó y falleció ante los ojos impotentes de vecinos y de todos los que se esforzaron minuto a minuto por salvarle la vida.