Así se forja un santo: Continúa la historia de José de Anchieta

Ayudante de Nóbrega

En 1563, sin ser sacerdote todavía, Anchieta fue requerido por el provincial Nóbrega para tareas muy delicadas. Su primera misión importante fue la de embajador de paz entre los tamoyas, pueblo muy feroz y aguerrido, que hostilizaba la colonia de San Vicente y que, ayudados por los hugonotes franceses, constituían una amenaza permanente. Cinco meses, con grave peligro de muerte, quedó a solas como rehén entre los iperoig, una de las principales familias de tamoyas. En ese tiempo les predicó sin cesar el Evangelio, y realizó entre ellos prodigios admirables.

Cuenta Nieremberg -que confunde a los tamoyas con los tapuyas- que en ese tiempo los indios le ofrecían a veces sus desnudas mujeres, y que él las rechazaba, «mostrando las disciplinas, cilicios y otras asperezas con que afligía su carne». Anchieta, en esos meses angustiosos, para distraer su mente de tales tentaciones carnales y también para librarse del temor, acudió a la Santísima Virgen, y en su honor fue escribiendo en la arena, y grabando en su memoria, un largo poema latino, compuesto de 2.893 dísticos, De Virgine Dei Matre Maria, que fue publicado posteriormente en Lisboa (1663).

La paz entre tamoyas y portugueses no acababa de establecerse, y los indios amenazaron matar a su rehén en más de una ocasión, pero él estaba cierto, pues la Virgen se lo había asegurado, de que no sería así: «Yo sé que no me mataréis, que no ha llegado aún el tiempo de mi muerte». Entre tanto, él proseguía sus intentos evangelizadores con los indios y se dedicaba a la oración, apartándose en el campo a rezar el Oficio Divino. Entonces los indios veían a veces que un pájaro de precioso plumaje «con blando y apacible vuelo hacía fiesta al santo Hermano, y con alegres vueltas le saltaba ya en los hombros, ya en los brazos, ya en el mismo breviario. Con todas estas cosas era rara la estima que tenían los tapuyas de su prisionero José».

Sacerdote y superior

En 1566 recibió Anchieta la ordenación sacerdotal, a los 33 años de edad. En 1567 acompañó a Nóbrega en la fundación de Río de Janeiro. Durante diez años fue rector del colegio de San Vicente, y en este tiempo, no sólo predicó a los portugueses, con gran fruto, sino que se encargó también de evangelizar a los vecinos indios tapuyas, una tribu muy difícil y feroz, también llamada miramoviz. Ayudó al padre Manuel Viegas en la composición de su Gramática de la lengua de los Miramoviz en las misiones del Brasil.

Aprovechando sus conocimientos de la lengua, acompañó a veces a estos indios en sus viajes de caza. Ganó así su confianza, y consiguió que algunos le confiaran sus hijos. Educados en la misión con todo cuidado, estos hijos, ya cristianizados, fueron luego misioneros de sus padres, de modo que muchos de estos indios nómadas, una vez convertidos, se establecieron en varias aldeas en torno a Piratininga.

El intenso apostolado de Anchieta con los indios se desarrolló, a lo largo de su vida, en torno a las dos nacientes colonias portuguesas de Río y de Espíritu Santo. El perfecto conocimiento de la lengua, la carencia absoluta de temor, y el amor inmenso que tenía a los indios, le permitieron siempre mezclarse con ellos con una sorprendente facilidad. En aquellas incursiones no faltaban, por supuesto, situaciones extremadamente angustiosas, pero era entonces, precisamente, cuando el beato Anchieta se veía inundado de una perfecta alegría -como diría San Francisco-, descansando sólamente en el amor providente de Jesucristo.

En una ocasión, por ejemplo, iba el padre Anchieta con el Hermano Jerónimo Suárez, ambos descalzos, y avanzaban penosamente por un camino lleno de agua y barro. Aprovechando la circunstancia, y para animar al Hermano, Anchieta le hizo esta confidencia: «Algunos desean que les coja la muerte en varias partes o colegios, conforme al afecto de cada uno, para pasar aquel último trance con mayor ánimo y consuelo, ayudados de la caridad de sus Hermanos; pero yo digo que no hay género de muerte mejor que dejar la vida anegada entre el cieno y el agua de estas lagunas, caminando por obediencia y el bien de nuestros prójimos» (Nieremberg 550).


El autor de esta obra es el sacerdote español José Ma. Iraburu, a quien expresamos nuestra gratitud. Aquí la obra se publica íntegra, por entregas. Lo ya publicado puede consultarse aquí.

Testimonio de un paciente con enfermedad degenerativa

“La eutanasia se va a aprobar en España sin debate, sin haber escuchado a los médicos, ni a los expertos en Bioética ni siquiera a los propios enfermos. Justificando su legalización en base a casos excepcionales, desde el Gobierno ni se plantean que la respuesta fueran los cuidados paliativos. Por ello durante los últimos meses están apareciendo numerosos testimonios de personas muy enfermas pero con muchas ganas de vivir y que dicen lo mismo una y otra vez: con cuidados paliativos no haría falta una ley de eutanasia porque los pacientes no querrían morir…”

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Un minuto de silencio por la desgracia acontecida en Argentina

En un video compartido en redes sociales, se puede observar un grupo de diputados del Paraguay cumpliendo el minuto de respeto hacia los no nacidos. Según la información oficial, el pedido fue hecho por el diputado Raúl Latorre.

“Pido un minuto de silencio por las miles de vidas de hermanitos argentinos que se van a perder, aún antes de nacer, en base a la reciente decisión tomada por el Senado del vecino país”, dijo el congresista al pleno, según informó la Dirección de Comunicación de la Cámara de Diputados de Paraguay.

El diputado Basilio Núñez, que es médico, dijo que “es trágico lo que se aprobó en la Argentina”, y recordó que la Cámara de Diputados paraguaya se ha declarado provida y profamilia.

Las diputadas Norma Camacho, Blanca Vargas y Esmérita Sánchez también apoyaron el minuto de silencio.

26 de Diciembre: Aniversario de la Renovación del Cuadro de N.S. de Chiquinquirá

Desde aquel momento de 1586 en que la sevillana María Ramos reparó el viejo oratorio y colgó en el mejor lugar de la capilla la deteriorada pintura de la Virgen del Rosario, tres milagros se han presentado con relación al acto de renovación del inmaculado lienzo sagrado.

No obstante, el acto más prodigioso y sublime ha sido que durante más de 432 años el cuadro se conserve desde ese 26 de diciembre de 1586 cuando se renovó por primera vez. Entonces, la imagen apareció rodeada de vivos resplandores.

Sin explicación alguna los colores y su brillo original reaparecieron mientras que los rasguños y agujeros de la tela habían desaparecido.

En aras de recoger información de los testigos que presenciaron ese instante majestuoso y milagroso, el 10 de enero hace presencia en la población una comisión enviada por el arzobispo de Bogotá, conformada por dos curas y dos notarios.

Respecto al proceso canónico del milagro de Chiquinquirá, existe una copia original que luego fue publicada por el Banco de la República, situación que no ocurre, por ejemplo, con la Virgen de Guadalupe, que es posterior a la segunda renovación del cuadro.

En la víspera de la fiesta de Los Reyes, el 5 de enero de 1989 resplandeció la imagen de la Virgen de Nuestra Señora del Rosario de Chiquinquirá y así de nuevo se produce el milagro de su resplandor, el cual se hace evidente durante 24 horas seguidas.

La tercera y última vez que el cuadro se iluminó fue el 17 de marzo de 1999, hace 20 años, durante la misa de las 6 de la mañana en la Basílica. “Estaban los sacerdotes que habían oficiado la misa de las 6:00 de la mañana y alguien sale corriendo gritando que la Virgen estaba iluminada. Lamentablemente no hay un registro fotográfico que hubiera podido captar esa imagen. Pero hay un grupo de al menos 40 personas, quienes vieron y testificaron bajo juramento que el cuadro de la Virgen se iluminó y se proyectó hacia delante”, afirmó Fray Carlos Mario Alzate, prior de la Basílica de Nuestra Señora del Rosario de Chiquinquirá.

Beato José de Anchieta, apóstol del Brasil

Un canario vasco

Conocemos la vida de Anchieta gracias a las biografías que de él escribieron los padres Sebastián Berettari, en 1617, y Juan Eusebio de Nieremberg, en 1643 (+Varones ilustres de la Compañía de Jesús, v.III, Bilbao 1889). En 1534, en San Cristóbal de la Laguna, isla canaria de Tenerife, nació José de Anchieta de padre rico, procedente de Guipúzcoa -o de Vizcaya, según Nieremberg-. Siendo muchacho, fue enviado a estudiar letras en la universidad portuguesa de Coimbra, de gran fama en la época.

Fue allí estudiante aventajado y buen cristiano, pues ya entonces, ante una imagen de la Virgen, según dicen las Litteræ Apostolicæ en su beatificación, «dedicó con voto su virginidad a Dios, y se consagró todo él a la Virgen María con inmenso afecto» (AAS 73,1981, 254). En 1551, de esta devoción suya a la Madre de Cristo le vino, según parece, la gracia de ingresar en la Compañía de Jesús, recientemente aprobada.

Entre sus hermanos jesuitas destacó en seguida por su fervor y por el vigor de su ascesis. Según dice el padre Nieremberg, ciertos excesos penitenciales perjudicaron la salud de Anchieta, pues «se le desconcertaron los hombros y la espalda», de lo cual se le quedó «por toda su vida algún torcimiento».

Éstos y otros achaques de salud le hicieron temer a José por su vocación, y fue con sus dudas al padre provincial, que era Simón Rodríguez, compañero de San Ignacio. «Perded, hijo, ese cuidado -le dijo-, que no os quiere Dios con más salud». Con esto José quedó tranquilo. Pero como su salud no mejoraba, se pensó que el clima del Brasil podría favorecerle. Allí fue enviado con otros seis jesuitas, y llegó a Bahía en 1553.

Uno de los fundadores del Brasil

En 1554, Anchieta tomó parte con el padre provincial Manuel de Nóbrega, en la fundación de una aldeia misional en Piratininga. Allí, el día de la fiesta de San Pablo, se inauguró un modesto colegio. Y éste fue el origen de la actual ciudad inmensa de Sâo Paulo. En aquel colegio enseñó Anchieta gramática tanto a los hijos de portugueses como a los indios. El trato con éstos, y con las familias indígenas que vinieron a establecerse en torno a la misión, le dió ocasión para aprender con toda perfección la lengua de aquella región, el tupiguaraní, en la que escribió varias obras.

A él se debe la primera gramática de la lengua tupí, Arte de gramatica de lingoa mais usada na costa do Brazil, impresa en 1595; una Doutrina christâa e mysterios da Fé, dispostos a modo de dialogo em beneficio dos indios cathecumenos, que contiene un conjunto de sermones y cantos, poesías y dramas en portugués, latín, tupí y guaraní. Escribió otras obras, entre ellas un poema en 2.947 exámetros, De gestis Mendi Saa, praesidis Brasiliae; Informaçôes e fragmentos historicos (1584-1586); así como un conjunto de poesías en tupí, Jesus na festa de S. Lourenço y Dança que se fez na procissâo de S. Lourenço. Éstas y otras obras permiten considerar con razón a Anchieta como el iniciador de la historia literaria del Brasil.


El autor de esta obra es el sacerdote español José Ma. Iraburu, a quien expresamos nuestra gratitud. Aquí la obra se publica íntegra, por entregas. Lo ya publicado puede consultarse aquí.

Insistencia en legalizar el aborto es fracaso de políticas públicas

“Durante la discusión del proyecto de legalización del aborto, la diputada Gisela Scaglia criticó al Gobierno de Alberto Fernández [presidente de Argentina] por su “oportunismo político” de querer tapar su fracaso en políticas públicas con el debate de una práctica que acaba con la vida de los no nacidos. Por más de 20 horas, del 10 al 11 de diciembre, la Cámara de Diputados discutió el proyecto de legalización del aborto, que fue aprobado con 131 votos a favor, 117 en contra y 6 abstenciones. Ahora deberá ser debatido en el Senado…”

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Memoria del genocidio indígena en el Brasil

Más luchas y sufrimientos

A finales del XVII disminuyó en el sur la actividad de los bandeirantes, y los jesuitas españoles plantaron siete reducciones, que resultaron muy florecientes, al oriente del río Uruguay, en sus afluentes Icamaguá e Ijuí. Pero tampoco éstas pudieron vivir en paz, pues al norte de esa zona, en Mato Grosso, Goiás y Minas Gerais, el descubrimiento del oro provocó una avalancha de mineros que, en su empuje ambicioso, destruyeron muchas aldeas indias, y secuestraron buen número de indios para los trabajos mineros.

Tribus indias como los carijó, los goiá o los cayapó, sufrieron graves mermas a mediados del XVIII. Los payaguá, en la primera mitad del siglo, lucharon durante decenios, con suerte cambiante. También los guaicurúes, expertos jinetes, se mostraron muy fuertes guerreros frente a los portugueses. En los campos auríferos de Cuiabá muchos bororo huyeron, y no pocos pareci fueron apresados. En torno al 1700, varias otras etnias indígenas, como los paiacú, los tremembé de la costa atlántica, los corso, nómadas de la zona de Marañón, los vidal y axemi del Parnaíba, fueron agredidas o aniquiladas, distinguiéndose por su crueldad el paulista Manoel Alvares de Morais Navarro y Antonio da Cunha Souto-Maior. Éste fue muerto en una gran insurrección de los indios, en 1712, que conducida por Mandu Ladino, un indio criado en las misiones, se generalizó durante siete años en Marañón, Piauí y Ceará. En 1719 Mandú fue muerto y sus tapuya fueron exterminados.

El extremo noroeste del Brasil, la región del río Solimôes, quedó descuidado mucho tiempo, tanto de españoles como de portugueses. En 1689 un jesuita español, Samuel Fritz, misionaba a los yurimagua, el la desembocadura del Purús, pero fue retenido por los portugueses durante tres años en Belém, y más tarde fue expulsado. Otro jesuita español fue expulsado de la zona del actual Iquitos en 1709.

En estas circunstancias, los portugueses fundaron una misión en Tabatinga, en la misma frontera con Perú y Colombia. De todos modos, para la mitad del XVIII, los indios omagua y yurimagua, los tora y los mura del río Madeira, los manaos del río Negro, y en general la mayor parte de los indios de la región amazónica, estaban ya diezmados, dispersados o completamente aniquilados.

El Tratado de Madrid y Pombal (1750)

Durante los años del rey José I (1750-77) y de su primer ministro, el ilustrado marqués de Pombal, masón acérrimo, se produjeron cambios notables en la historia que estamos recordando. En primer lugar, España cedió a Portugal dos tercios del Brasil en el Tratado de Madrid, de 1750, por el que se reconocía la validez de las ocupaciones portuguesas. Por otra parte, el medio hermano de Pombal, Francisco Xavier de Mendonça Furtado, gobernador de Marañón-Pará (1751-59), no veía con buenos ojos que tantos indios brasileños fueran inmediatamente gobernados por los misioneros.

En efecto, 12.000 indios vivían en 63 misiones de la Amazonia, al cuidado de diversas órdenes. Los mercedarios tenían 60.000 en la isla de Marajó; los jesuitas, en 19 misiones, cerca de 30.000; y los carmelitas unos 9.000… Más aún; siete reducciones de los jesuitas españoles habían quedado al este de la nueva frontera trazada en 1750, y se resistían a abandonar aquellas tierras.

Pues bien, estas siete reducciones fueron arrasadas por un ejército hispanoluso en 1756 -unos 1.400 indios fueron muertos en esa guerra-. Y en cuanto a los demás poblados misionales, dos leyes promovidas por el marqués de Pombal, en 1755, pretendieron cambiar radicalmente la situación de los indios, liberándolos del yugo, a su juicio aplastante, de los misioneros. Portugal declaraba así, por escrito, es decir, en un papel, que los indios del Brasil eran ciudadanos libres, dueños de sus territorios, capaces de autogobierno y de comerciar directamente con los blancos, y que sus aldeias, rebautizadas con nombres portugueses, debían ser en adelante poblaciones seculares normales, en las que los misioneros no tuvieran más función que la estrictamente espiritual.

Ninguna parte de todo esto se cumplió, pues Pombal y su medio hermano, alegando la pereza e incapacidad general de los indios, en 1757, establecieron un Diretório de Indios, que ponía un director blanco al frente de cada poblado indígena, encargado de impulsar la promoción social… y de asegurar el trabajo obligatorio de los indios en las «obras públicas».

Aunque nadie que estuviera en su sano juicio esperaba que el pretendido humanitarismo secular de estos directores iba a ser más benéfico que la caridad de los misioneros, el Diretório se puso en práctica. Y la secularización de los poblados misionales recibió otro golpe muy grave cuando en 1759, también en nombre de la Ilustración y del Progreso, fueron expulsados del Brasil los jesuitas.

En cuanto a los indios, que en 1500 eran 2.431.000, en el censo de 1819, según informa Maria Luiza Marcílio (AV, Hª América Latina 40-60), cuando Brasil tenía algo más de tres millones y medio de habitantes, eran 800.000.


El autor de esta obra es el sacerdote español José Ma. Iraburu, a quien expresamos nuestra gratitud. Aquí la obra se publica íntegra, por entregas. Lo ya publicado puede consultarse aquí.

El obispo Ch. Chaput explica por qué no debe ofrecerse la comunión a Joe Biden

“El arzobispo Charles Chaput siempre ha hablado con gran libertad y claridad, y más aún ahora que es arzobispo emérito, desde enero de 2020. Fraile capuchino, antiguo arzobispo de Denver y luego de Filadelfia (de 2011 a 2020), autor y predicador popular, indio americano (de la nación potawatomi) ha explicado ahora con detalle por qué no está bien dar la comunión a Joe Biden, es decir, al hombre que está a punto de convertirse en el hombre (y ‘católico’) más poderoso del planeta como presidente de EEUU…”

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Un misionero notable: Padre Antonio Vieira, SJ

El padre Antonio Vieira (1608-97)

El padre Vieira, nacido en Lisboa en 1608, pero criado en el Brasil desde los siete años, llegó a ser confesor y consejero político de Juan IV de Portugal, en cuyo nombre efectuó secretas misiones diplomáticas en Europa. Pronto prefirió los trabajos de las misiones al esplendor de la Corte, y vuelto al Brasil, llegó a la zona de Marañón y Pará en 1653, donde quedó espantado de la situación de los indios, y lo manifestó a los portugueses en predicaciones incendiarias: «Todos vosotros estáis en pecado mortal. Vais directamente al infierno».

Vuelto a Portugal, convenció al rey para que dictara nuevas leyes contra la esclavización de los indios (1655), y como consecuencia de ellas, los jesuitas lograron descender a unos 200.000 indios del Amazonas, reduciéndolos en 54 aldeias misionales. El propio padre Vieira consiguió que 40.000 indios de la isla de Marajó, hasta entonces rebeldes e irreductibles, aceptaran vivir en poblados, y los enormes ranchos ganaderos de los jesuitas llegaron a ser envidiados por los portugueses.

El rencor, la envidia y el resentimiento de los colonos, que se veían privados por los jesuitas de la mano de obra india, estalló en 1661, y los jesuitas de San Luis de Marañón, también el padre Vieira, fueron expulsados a Portugal. Una ley estableció en los poblados misionales repartidores laicos que distribuyeran las cuotas de trabajo de los indios al servicio de los colonizadores. Diecisiete años más tarde, en 1680, Vieira consiguió de Pedro II, el nuevo rey, una ley que, con gran indignación de muchos colonos, concedía la tierra a los indios, como «señores originales y naturales de ella».

Pero en 1684, se alzaron los colonos de Marañón, conducidos por Manoel Beckman y Jorge Sampaio, y consiguieron expulsar de nuevo a los jesuitas. La rebelión fue sofocada y los cabecillas ahorcados, pero los jesuitas, al volver a hacerse cargo de las aldeias misionales, se vieron obligados a ceder en cuestiones bastante graves. Permitieron que durante seis meses al año los indios hubieran de trabajar para los colonos, e incluso hubieron de aceptar que se legalizaran, bajo ciertas condiciones, «expediciones de redención», cuyo objeto real era la captura de esclavos.

En 1686 el padre Antonio Vieira redactó el Regimento das Missôes, por el cual se regirían en Marañón y Pará las poblaciones misionales, normas que se adaptaron para el resto de Brasil. Jesuitas, capuchinos, franciscanos, mercedarios y carmelitas, se dividieron la región, para ir creando en ella, en las riberas de los ríos Amazonas, Solimôes y Negro, poblaciones misionales, sin descender las tribus, sino reduciéndolas más bien en sus lugares de origen. Estas fundaciones, que a mediados del XVIII dieron lugar a los poblados seculares, tuvieron suma importancia histórica, pues implantaron el Brasil portugués en la cuenca superior del Amazonas.

El padre Vieira, gran misionero, fue también gran escritor, uno de los clásicos de la historia literaria portuguesa. Entre sus numerosas obras cabe destacar sus Cartas, sus Sermones -quince volúmenes-, su Historia do Futuro. Visitador de la provincia brasileña de la Compañía en los años 1588-1591, acabó su vida en 1597, retirado en el Colegio de Bahía.


El autor de esta obra es el sacerdote español José Ma. Iraburu, a quien expresamos nuestra gratitud. Aquí la obra se publica íntegra, por entregas. Lo ya publicado puede consultarse aquí.

Cuando el Evangelio llegó por primera vez al Amazonas

El Amazonas

Según el Tratado de Tordesillas, toda la región del Amazonas era dominio español, y de hecho, aparte de un par de expediciones portuguesas sin éxito, el gran río durante el siglo XVI sólo recibió exploraciones hispanas: Vicente Yáñez Pinzón (1500), Américo Vespucio (1502), Diego de Ordaz (1531), Francisco de Orellana (1542) y Pedro de Ursúa (1559-1560). La importante empresa de éste se vio fracasada por la traición de Lope de Aguirre. Después de eso, durante medio siglo quedaron los indios amazónicos libres de incursiones extrañas.

Pero en 1616 los portugueses fundaron el fuerte de Belém a orillas del Pará, que es la desembocadura meridional del Amazonas, en zona de los tupinambá. Terribles luchas y epidemias despoblaron casi de indios esta zona de Belém, y puede decirse que la mayor parte de los primeros gobernadores de Marañón y Pará hicieron incursiones para capturar esclavos. Bento Maciel Parente, el peor exterminador de los tupinambá, que en sus engenhos sometía a los indios a un trato terrible, fue nombrado en 1626 capitán general de Ceará.

Autorizado por el rey, dirigió expediciones ascendiendo por el Amazonas, y en 1637 recibió una capitanía hereditaria en una inmensa región, situada en el territorio actual de Amapá, sobre la desembocadura del Amazonas. Por cierto que ésta fue la primera vez que un rey español de Portugal concedía a un portugués tierras claramente situadas al oeste de la línea trazada en Tordesillas.

Por esos años hubo españoles que, desde el Perú, atravesaron los Andes, y situaron enclaves bien adentro del Amazonas. Más aún, en 1636 dos legos franciscanos, con algunos soldados, bajaron por el gran río hasta donde se inicia su enorme delta, hasta la fortaleza lusitana de Gurupá, con gran sorpresa y alarma de los portugueses.

Esto decidió al gobernador Jacomé Raimundo de Noronha a reivindicar la zona entera del Amazonas para Portugal. Con este fin, en 1637, envió a Pedro Teixeira al frente de una importante expedición de soldados y de indios de las misiones. La expedición, formidable en su audacia y coraje, logró poner mojones portugueses casi 2.500 kilómetros al oeste de la línea de Tordesillas.

Dos jesuitas españoles, Cristóbal de Acuña y Andrés de Artieda, acompañaron la expedición, y el primero escribió una excelente crónica, en la que describe la prosperidad de muchas tribus, especialmente los omagua, con estanques llenos de miles de tortugas junto a sus poblados, los curucirari, que tenían una delicada alfarería polícroma… Pero a medida que en la crónica del descenso por el Amazonas se va llegando a la zona de Pará, sujeta a las depredaciones crónicas de Belém, Acuña describe miserias, abusos increíbles, y una despoblación siempre creciente. El vicario general de Marañón, Manoel Teixeira, hermano de Pedro, calculaba que desde su llegada al Amazonas, en tres decenios, los escasos cientos de colonizadores de Marañón y Pará fueron responsables de la muerte de cerca de dos millones de indios por el «trabajo violento, sus descubrimientos agotadores y sus guerras injustas» (+AV, Hª América latina 215).

Los jesuitas intentaron en 1643 misionar el Pará, pero una docena de religiosos expedicionarios naufragó a la vista de Belém, y fueron muertos por los indios aruanos. La Compañía quedaría ausente del Pará, hasta que en 1653 llegó el padre Vieira.


El autor de esta obra es el sacerdote español José Ma. Iraburu, a quien expresamos nuestra gratitud. Aquí la obra se publica íntegra, por entregas. Lo ya publicado puede consultarse aquí.

Cuidados paliativos y Ley de Eutanasia

“Toda España estuvo y está escandalizada por el trato que han recibido nuestros mayores durante el confinamiento. La presidenta del Círculo Empresarial de Atención a Personas (CEAP), Cinta Pascual, no duda en calificar aquellos días como un auténtico infierno. Durante el confinamiento, algunas de estas residencias no tuvieron suficientes médicos ni enfermeros, o bastante material de protección, test, respiradores, ni demasiadas posibilidades de derivación de pacientes a hospitales…”

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Se requieren muy altos estándares

Las voces jubilosas que se han levantado en los Estados Unidos por lo que parece un hecho, es decir, la salida de Donald Trump de la presidencia, muestran cuántos anhelaban, por diversos motivos, que eso sucediera.

Muchos vimos en sus decisiones elementos positivos, sobre todo en lo que tiene que ver con preservar la libertad religiosa, proteger la vida del no-nacido, fortalecer la Corte Suprema de Justicia frente a la disolución moral, y defender a la familia natural. No es poco.

Por otra parte, sus actitudes arrogantes, agresivas; su exigencia de lealtad absoluta a su propia persona; su actitud prácticamente narcisista en cuanto a sus propios logros; su falta de empatía ante algunas situaciones sociales graves; su lenguaje ambiguo pero predominante excluyente e incluso cruel frente a los inmigrantes… todo ello, como se dice a menudo, al final “le pasó factura.”

Es llamativo que en uno de sus primeros discursos, cuando ya empezaba a parecer un hecho que vencería, Joe Biden, habló del retorno de la “decencia” a ese país del Norte. Por supuesto, no es nada decente lo que piensan hacer él y su equipo, en cuanto a la familia, a la religión y al derecho a la vida pero destaco esto para mostrar un elemento que sin duda estuvo en la mente de muchos de quienes votaron por él.

Lo que concluyo de todo esto es que los líderes que quieran defender las causas más amenazadas de nuestro tiempo, como las que tomó Trump, especialmente en esta segunda postulación a la presidencia, deben ser hombres y mujeres de muy altos estándares morales y personales. La grosería, la imposición del poder, el lenguaje de amenazas tienen poco espacio cuando se trata de vencer las serpientes de mil cabezas que pululan en nuestro tiempo.

Necesitamos líderes de muy alto nivel porque serán odiados, escrutados sin piedad y atacados irracionalmente.

Y los demás, los que somos base y simple pueblo, tenemos el deber de orar y también de ayudar, en la medida de las fuerzas de cada quien, para que esta sociedad sea tierra fértil donde tales líderes puedan darse.

Cómo empezó la evangelización en el centro y el nordeste de Brasil

El centro

Durante muchos años, los portugueses de Espíritu Santo (1535), Salvador de Bahía (1549), Río de Janeiro (1555), o de Porto Seguro e Ilhéus, constreñidos al oeste por la selva, por las cordilleras costeras, y sobre todo por la hostilidad de los aimoré, se limitaron a vivir del comercio en la costa.

A pesar de esto, los primeros jesuitas, entre ellos Nóbrega y Anchieta, lograron reunir a partir de 1550 varios miles de indios en poblaciones próximas a Bahía. Pero cuando el primer obispo de Bahía, Pedro Fernandes Sardinha, naufragó en 1556 al norte de ese puerto y fue comido por los indios caeté, Mem de Sá autorizó una gran expedición punitiva y esclavizadora.

Y en 1560 otro desastre, una terrible epidemia de disentería, acabó de aniquilar las poblaciones misionales. Por lo demás, Luís de Brito de Almeida, el gobernador que sucedió en Bahía a Mem de Sá, no tenía escrúpulos en luchar contra los indios y tomarlos como esclavos. Bajo su gobierno, Antonio Dias Adorno apresó 7.000 tupiguenes y Luís Alvares Espinha volvió de otras expediciones con innumerables indios capturados.

Así las cosas, las epidemias y las expediciones despoblaron de indios casi completamente el interior de la zona de Bahía. Y aún fue más adelante la extinción de la población indígena cuando por esos años vino a descubrirse que el sertâo, la pampa del nordeste brasileño, tenía notables posibilidades para la cría de ganado. Se formaron inmensos ranchos, fazendas al frente de las cuales estaban los poderosos do sertâo. Y como los pocos indios que quedaban no podían superar la tentación de cazar parte de aquellos ganados innumerables, los portugueses de Bahía llamaron a los paulistas, dándoles el encargo de asolar a los indios por todos los medios.

En la década de 1660 los tapuya todavía se resistían, y el gobernador general Afonso Furtado de Castro (1670-1675) importó más refuerzos paulistas, para atajar los problemas en su misma raíz, destruyendo y extinguiendo totalmente los poblados de los indios. Finalmente, en 1699 el gobernador general Joâo de Lancastro pudo escribir con satisfacción que los paulistas «en pocos años habían dejado su capitanía libre de todas las tribus de bárbaros que la oprimían, extinguiéndolas tan eficazmente, que desde entonces hasta el presente no se diría que haya algún pagano vivo en las tierras vírgenes que conquistaron» (+AV, Hª América latina 205).

Las tribus que se rendían a los blancos se ponían a su servicio, se alistaban a veces en los ejércitos particulares de los poderosos ganaderos, o bien aceptaban reducirse a poblaciones misionales, regidas principalmente por franciscanos, jesuitas y capuchinos. Así quedaron todavía de las tribus ge y tupí algunas aldeias misionales, como Pancararú en el San Francisco, algunas tribus tupina y amoipia más arriba, varios grupos de indios mezclados en algunas aldeias jesuitas situadas en la desembocadura del río, y otros restos, como los carirí, de varias tribus.

El nordeste

La situación de la frontera al interior de Pernambuco (1536, Recife) o Ceará (1612, Fortaleza) era semejante a la de Bahía y el valle del San Francisco; pero había aquí algunas etnias indígenas, como los tobajaras, los potiguar y los tarairyu, más numerosas y organizadas. Pernambuco, ya desde los años 40, fue una capitanía próspera, aliada con los tobajara. Los territorios que tenía al sur habían sido despejados de indios en una terrible expedición que en 1575 partió de Bahía, dirigida personalmente por el gobernador Luís de Brito de Almeida. Otra expedición conducida por Cristovâo Cardoso de Barros, en 1590, mató 1.500 indios, capturó otros 4.000 y fundó allí, en la costa, una población, a la que dio el nombre de Sâo Cristovâo.

Los potiguar, en cambio, al norte de Pernambuco, repelieron durante años los avances portugueses, pero en 1601 fueron derrotados y se sometieron. Un joven oficial portugués, Martim Soares Moreno, ocupó y logró colonizar pacíficamente Ceará, con solo cinco soldados y un capellán, confiando en el afecto y la amistad que había trabado con todos los jefes indios en ambas márgenes del Jaguaribe.

Por lo que se refiere a la región de Maranhâo (Marañón), más al noroeste, una expedición de tobajaras y potiguar, conducida en 1604 por Pedro Coelho de Sousa, sometió a algunos grupos de tupinambá. Por esos años, los franceses, que rondaban la zona en sus barcos, lograron ciertas alianzas con grupos indígenas, a pesar de que cualquier francés que fuera atrapado en tierra era ejecutado.

Su presencia, sin embargo, no fue duradera, pues en 1614 una expedición portuguesa venció en esa zona a franceses y tupinambá, y acabó para siempre con la intrusión de Francia en la región. Las tierras potiguar de Río Grande, sujetadas en 1599 con un tratado de paz, fueron divididas en grandes ranchos ganaderos. Pero la expansión portuguesa se vió en esta zona retrasada por la intrusión de otra potencia europea, Holanda, con la que se mantuvo guerra desde los años 1624 hasta 1654, fecha en la que los holandeses hubieron de abandonar definitivamente sus fortines del Brasil.

Más al interior, los tarairyu del jefe Jandui estuvieron en paz hasta 1660, pero en esa fecha, hartos de ver sus tierras invadidas por los ganaderos, se aliaron con los paiacú, y atacaron a los tupí que estaban reducidos por los jesuitas en poblaciones de la ribera de Río Grande y del Paraíba. En 1687 estalló un gran levantamiento de los carirí, que ocasionó grandes daños. También la zona del actual estado de Piauí, al norte del curso medio del San Francisco, fue campo de muchas luchas, libradas con los indios por pioneros aguerridos.

Domingos Afonso, Sertâo, ganó allí luchando extensos territorios, y al morir dejó en la zona treinta enormes ranchos a los jesuitas. En esta región, algo más al oeste, otro pionero portugués, Domingos Jorge Velho, con su ejército particular, ganó también muchas tierras. A juicio del obispo de Pernambuco, era éste «uno de los mayores salvajes que he conocido… No obstante haberse casado hace poco, le asisten siete concubinas indias… Hasta el presente, anda metido en los matos a la caza de indios y de indias, éstas para ejercitar su lujuria y aquéllos para los campos de su interés» (+AV, Hª América latina 212). A este hombre, y a su tosco ejército, recurrieron en 1687 las autoridades al estallar la guerra contra los tarairyu, confiando en su reconocida eficiencia.

En 1692 se firmó en Bahía un tratado de paz con estos indios, en el cual el rey de Portugal les concedía grandes territorios y una relativa autonomía, bajo su jefe propio; pero pronto las invasiones de ganaderos y las agresiones paulistas violaron el tratado.


El autor de esta obra es el sacerdote español José Ma. Iraburu, a quien expresamos nuestra gratitud. Aquí la obra se publica íntegra, por entregas. Lo ya publicado puede consultarse aquí.