Memoria del genocidio indígena en el Brasil

Más luchas y sufrimientos

A finales del XVII disminuyó en el sur la actividad de los bandeirantes, y los jesuitas españoles plantaron siete reducciones, que resultaron muy florecientes, al oriente del río Uruguay, en sus afluentes Icamaguá e Ijuí. Pero tampoco éstas pudieron vivir en paz, pues al norte de esa zona, en Mato Grosso, Goiás y Minas Gerais, el descubrimiento del oro provocó una avalancha de mineros que, en su empuje ambicioso, destruyeron muchas aldeas indias, y secuestraron buen número de indios para los trabajos mineros.

Tribus indias como los carijó, los goiá o los cayapó, sufrieron graves mermas a mediados del XVIII. Los payaguá, en la primera mitad del siglo, lucharon durante decenios, con suerte cambiante. También los guaicurúes, expertos jinetes, se mostraron muy fuertes guerreros frente a los portugueses. En los campos auríferos de Cuiabá muchos bororo huyeron, y no pocos pareci fueron apresados. En torno al 1700, varias otras etnias indígenas, como los paiacú, los tremembé de la costa atlántica, los corso, nómadas de la zona de Marañón, los vidal y axemi del Parnaíba, fueron agredidas o aniquiladas, distinguiéndose por su crueldad el paulista Manoel Alvares de Morais Navarro y Antonio da Cunha Souto-Maior. Éste fue muerto en una gran insurrección de los indios, en 1712, que conducida por Mandu Ladino, un indio criado en las misiones, se generalizó durante siete años en Marañón, Piauí y Ceará. En 1719 Mandú fue muerto y sus tapuya fueron exterminados.

El extremo noroeste del Brasil, la región del río Solimôes, quedó descuidado mucho tiempo, tanto de españoles como de portugueses. En 1689 un jesuita español, Samuel Fritz, misionaba a los yurimagua, el la desembocadura del Purús, pero fue retenido por los portugueses durante tres años en Belém, y más tarde fue expulsado. Otro jesuita español fue expulsado de la zona del actual Iquitos en 1709.

En estas circunstancias, los portugueses fundaron una misión en Tabatinga, en la misma frontera con Perú y Colombia. De todos modos, para la mitad del XVIII, los indios omagua y yurimagua, los tora y los mura del río Madeira, los manaos del río Negro, y en general la mayor parte de los indios de la región amazónica, estaban ya diezmados, dispersados o completamente aniquilados.

El Tratado de Madrid y Pombal (1750)

Durante los años del rey José I (1750-77) y de su primer ministro, el ilustrado marqués de Pombal, masón acérrimo, se produjeron cambios notables en la historia que estamos recordando. En primer lugar, España cedió a Portugal dos tercios del Brasil en el Tratado de Madrid, de 1750, por el que se reconocía la validez de las ocupaciones portuguesas. Por otra parte, el medio hermano de Pombal, Francisco Xavier de Mendonça Furtado, gobernador de Marañón-Pará (1751-59), no veía con buenos ojos que tantos indios brasileños fueran inmediatamente gobernados por los misioneros.

En efecto, 12.000 indios vivían en 63 misiones de la Amazonia, al cuidado de diversas órdenes. Los mercedarios tenían 60.000 en la isla de Marajó; los jesuitas, en 19 misiones, cerca de 30.000; y los carmelitas unos 9.000… Más aún; siete reducciones de los jesuitas españoles habían quedado al este de la nueva frontera trazada en 1750, y se resistían a abandonar aquellas tierras.

Pues bien, estas siete reducciones fueron arrasadas por un ejército hispanoluso en 1756 -unos 1.400 indios fueron muertos en esa guerra-. Y en cuanto a los demás poblados misionales, dos leyes promovidas por el marqués de Pombal, en 1755, pretendieron cambiar radicalmente la situación de los indios, liberándolos del yugo, a su juicio aplastante, de los misioneros. Portugal declaraba así, por escrito, es decir, en un papel, que los indios del Brasil eran ciudadanos libres, dueños de sus territorios, capaces de autogobierno y de comerciar directamente con los blancos, y que sus aldeias, rebautizadas con nombres portugueses, debían ser en adelante poblaciones seculares normales, en las que los misioneros no tuvieran más función que la estrictamente espiritual.

Ninguna parte de todo esto se cumplió, pues Pombal y su medio hermano, alegando la pereza e incapacidad general de los indios, en 1757, establecieron un Diretório de Indios, que ponía un director blanco al frente de cada poblado indígena, encargado de impulsar la promoción social… y de asegurar el trabajo obligatorio de los indios en las «obras públicas».

Aunque nadie que estuviera en su sano juicio esperaba que el pretendido humanitarismo secular de estos directores iba a ser más benéfico que la caridad de los misioneros, el Diretório se puso en práctica. Y la secularización de los poblados misionales recibió otro golpe muy grave cuando en 1759, también en nombre de la Ilustración y del Progreso, fueron expulsados del Brasil los jesuitas.

En cuanto a los indios, que en 1500 eran 2.431.000, en el censo de 1819, según informa Maria Luiza Marcílio (AV, Hª América Latina 40-60), cuando Brasil tenía algo más de tres millones y medio de habitantes, eran 800.000.


El autor de esta obra es el sacerdote español José Ma. Iraburu, a quien expresamos nuestra gratitud. Aquí la obra se publica íntegra, por entregas. Lo ya publicado puede consultarse aquí.