La vida espiritual es -lo repito machaconamente, de intento- un continuo comenzar y recomenzar. -¿Recomenzar? ¡Sí!: cada vez que haces un acto de contrición -y a diario deberíamos hacer muchos-, recomienzas, porque das a Dios un nuevo amor.
No podemos conformarnos con lo que hacemos en nuestro servicio a Dios, como un artista no se queda satisfecho con el cuadro o la estatua que sale de sus manos. Todos le dicen: es una maravilla; pero él piensa: no, no es esto; yo querría más. Así deberíamos reaccionar nosotros. Además, el Señor nos da mucho, tiene derecho a nuestra más plena correspondencia…, y hay que ir a su paso.