Borges fue, que yo sepa, el primero en llamar la atención sobre un hecho curioso del Corán: en sus cientos de páginas no se menciona nunca un solo camello. Por supuesto, tanto Mahoma como sus lectores conocían y usaban los camellos con gran frecuencia, y ello precisamente hacía superfluo mencionarlos. Las cosas desaparecen en los dos extremos: por muy poco visibles o por demasiado visibles. Unas cosas no las decimos porque no las entendemos; otras, porque las sobreentendemos. Lo no entendido y lo sobreentendido están ausentes y lo presente no tiene las claves de lo ausente.
El cúmulo de cosas sobreentendidas sólo se hace explícito en contacto con personas que tienen suposiciones diversas. Si voy al desierto, y un amigo me invita a ir a su casa, espero ir caminando o en un automóvil. ¡Pero él aparece con un camello! El camello logra extrañarme y en el acto de sorprenderme por lo que aparece delante de mí, quizá alcanzo a sorprenderme de lo que he llevado mucho tiempo adentro de mí. Lo sobreentendido, lo que servía de “fondo” a mis percepciones, de repente aparece.
Usemos esta nomenclatura, propongo: el fondo es lo sobreentendido; la figura es lo que uno afirma sobre la base del fondo. El fondo se vuelve figura cuando me encuentro con un fondo distinto, como el camello de mi amigo árabe.