Lo que no sabemos que sabemos

Si eso vale para una sola persona, vale mucho más para una comunidad. Borges habla del camello ausente del Corán; nosotros podríamos pensar en el caso de la Biblia. Es un texto sagrado que ha servido y sirve de referencia a miles de millones de personas. Ha sido gestado a lo largo de más de mil años, por diversas personas en los más diversos contextos. Si fuera posible explicitar absolutamente el mensaje, y si ese mensaje explicitado estuviera contenido en las páginas de la Biblia valdría el lema de Lutero: “Sola Scriptura.”

Pero ese modo de ver las cosas es inhumano, o por lo menos no es humano. Nuestro conocer no funciona así. Lo que creemos no cabe en ninguna explicitación y por ello los cristianos, que ya tenían los Evangelios, sintieron que tenían que redactar y profesar públicamente “símbolos.” El Símbolo de los Apóstoles, u otros Símbolos venerables, son expresión de la necesidad de pasar algo del fondo a la categoría de figura.

¿Y qué es lo que queda por fuera de esos Símbolos? Queda todo lo sobreentendido. Los católicos solemos usar el término “Tradición” para indicar ese fondo vital. Más que añadir datos, la Tradición es la manera de recibir esos datos; es la experiencia vital que da ojos para leer lo recibido desde los Apóstoles.

Algunos protestantes, cuando uno les habla de la importancia de la Tradición, quieren que se les presente un libro, probablemente muy gordo, que vendría a “completar” el libro de la Biblia. Por supuesto, esa no es la idea, aunque algunos católicos, quizá nerviosos por la presión de la Sola Scriptura, han querido mostrar, en lugar del “libro gordo,” los documentos del Magisterio, o por ejemplo, el Catecismo. Aunque puede funcionar como solución de emergencia, personalmente creo que no es buena idea en el largo plazo.

Un catecismo o un documento del Magisterio bebe de la Escritura y de la Tradición, entendida como ese “fondo vital” o “espíritu de familia” que sólo parcialmente queda plasmado en escritos o documentos de diversa extensión y valor. Los Padres de la Iglesia, el Derecho Canónico, los textos litúrgicos, las vidas de los santos, los planes pastorales, los relatos de misiones, las especulaciones de los teólogos y los decretos de los pastores… todo ello es parte del suelo vital que uno debería conocer y amar entrañablemente, hasta apropiárselo, para ser fiel a la Tradición.

Ser católico, según eso, es una especie de proyecto; no es un dato que quede certificado una vez y para siempre. Se parece más a un camino cuya meta es la plenitud de vida que encontramos en los santos, sobre todo en aquellos que la Iglesia misma reconoce como ejemplos universales de sabiduría, compasión, celo por la gloria de Dios, amor a las almas.

Ser católico es hacer que el fondo sea figura; que la gracia sea gloria.