12. Ejercicios De Eternidad

12.1. En el Nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo.

12.2. Tú has querido dar un título a mis palabras; les has llamado un “diario”. Tú tienes muchos días; yo sólo tengo uno. Tus días comienzan, transcurren y mueren, como tú mismo. Mi Día no empieza, no cambia y no conoce final. Escribiendo un poco cada día construyes un hábito. Fíjate que el hábito es superior a cada día, aunque sucede en cada día. Adquirir hábitos es vencer a la sucesión de los tiempos. Aquello que permanece se aproxima en su duración a lo que es eterno. “Se aproxima” no quiere decir que llegue a estar realmente cercano, sino que se hace menos lejano.

12.3. Lo que quiero decirte es que la duración es un ejercicio de eternidad, y por tanto, que cuanto más estables sean tus buenos hábitos y costumbres, mejor dispuesto te encontrarás para aceptar la eternidad de tu destino y prepararte para ella.
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Preguntas y Respuestas – 9

No quiero parecer agresivo contra la fe cristiana, que es también mi fe, pero a veces me pregunto si se pueden creer tantas historias: que un Dios omnipotente viene a esta tierra, se hace niño, vive como un indigente, nadie lo entiende y él ama a todos; al final lo traicionan hasta sus propios amigos y él muere inocente rezando por sus enemigos. Perdón pero, ¿por qué habría Dios de hacer todo eso a una humanidad tan degenerada como es esta? ¿Por qué venir a este mundo y nacer así como casi un proscrito? (Respetuoso, Colombia)
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Lunes de Federico (7)

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La taza de té

–Ustedes conversan delicioso, Hermanitas, pero yo tendré que retirarme. Ya vi que Libertad llegó bien, y habiendo libertad, ¿qué nos podrá faltar, no?

–¡Espera, espera, Federico! ¡No te vayas sin tomarte siquiera una taza de té, que eso no se demora nada y te ayuda para el frío criminal de estas noches!

–“Sea por Dios, y venga más,” decía el obispo… Pero entonces me recibirán otra pregunta. A ver esta para Renata: ¿Tú consideras que estás sirviendo al Pequeño Resto del Pueblo de Dios cuando recibes las matrículas de las niñas de alto estrato social en los colegios que ustedes tienen? ¿Cómo sentir ahí que se está sirviendo a los más pequeños, si de hecho uno sabe que muchas de esas niñas serán grandes ejecutivas o esposas de altos ejecutivos cargados de poder y ávidos de dinero? Al fin y al cabo, en un país como Colombia, o en más de media Latinoamérica, ¿no ha sido la Iglesia la gran educadora de la clase dirigente, que es como decir la clase explotadora y la clase corrupta?

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Sobre el valor secular de la religión

Vivo en Europa y he viajado con frecuencia a EEUU. Entre los muchos contrastes posibles que ello me permite hacer está el tema del valor y lugar del hecho religioso. Europa, en su mayor parte, trata de sacudirse la religión o reducirla a la irrelevancia; EEUU, en cambio, parece dar un tremendo valor a lo religioso. ¿Es esa posición útil secularmente? Quiero decir: ¿hay un bien público que venga con la religión, independientemente de que uno crea o no?

No sorprende descubrir que en Europa la respuesta tiende a ser negativa, sobre todo por la asociación entre religión – fanatismo / fundamentalismo – irracionalidad, o por la asociación entre religión – clero – abuso de poder. Las guerras de religión y el contagioso atractivo de los que se hicieron famosos ironizando de la Iglesia, como Voltaire, están en el inconsciente colectivo.

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Preguntas y Respuestas – 8

Estimado fray Nelson Medina, quien le escribe es un joven de 18 años que sabe muchas cosas traumáticas de la vida y está conociendo acerca del amor de Dios, sólo que en su caminar le nace una interrogante: ¿Dónde esta Dios cuando ocurre una violación o un asesinato? ¿Dónde esta Dios cuando se clama auxilio? ¿Por qué no manda angeles a detener a los abusadores de inocentes? ¿Acaso si se viola a un niño se lo está castigando por algo que ha hecho?

Perdone la crudeza de la pregunta pero creo que las dudas se resuelven cuando están candentes, le pido por favor me responda y me ayude. Gracias. (Gabriel Marcos)

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11. La Gloria De Dios

11.1. En el Nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo.

11.2. ¿Qué siente tu alma si te digo que Dios será tu Juez? Una de las riquezas que tiene la invocación del Nombre Divino, que está “sobre todo nombre” (Flp 2,9), es precisamente la afirmación de Dios como Juez de todo lo creado. Pero muchos sienten que la proclamación del Juicio de Dios es algo así como una intromisión de Dios en sus terrenos. De ahí puedes deducir cuán lejos se encuentran de reconocerlo como Señor, porque piensan que el ejercicio de su señorío es una especie de injerencia abusiva.

11.3. Yo quiero que tú reconozcas las grandezas del juicio de Dios, en dos sentidos: como grandeza de ese Juicio Final que la fe te predica, y como grandeza del modo como Dios juzga. Estos dos sentidos están relacionados: quien conoce cómo juzga Dios no teme, sino que anhela la plenitud de ese juicio en la Historia humana.

11.4. “Dios juzga” es sinónimo de “Dios ha mostrado su gloria”. Y la gloria de Dios es la expresión más sublime que tenemos las creaturas para referirnos a las riquezas insondables de su ser íntimo. Sólo el Hijo tiene un conocimiento cabal y pleno del Padre, como Él mismo dijo: “Nadie conoce quién es el Padre sino el Hijo” (Lc 10,22). El Hijo sabe del Padre no por una revelación que el Padre le haya concedido, sino por una donación íntegra del ser que el Hijo mismo es.
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Lunes de Federico (6)

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La Hermana Libertad

–Muy interesante lo que planteas, y merecería más comentario, pero yo creo que ahora nos toca concentrarnos en lo de la Hermana, que, como no trae hábito, es solo ciudadana del universo y, de lo mismo normal, no es tan fácil de ubicar…

–¿No podía faltar el toque de ironía, ah? No cambias, padrecito, ¡no cambias! Mírala nada más llegar: es aquella de la chaqueta roja.

–¡Hola, Renata! ¡Hola, Federico! ¿Y a qué debo esta recepción tan solemne, con representación del clero y todo?

–A ver, hablo yo, que soy el clérigo aquí. Pero, espera te ayudamos con todas esas maletas. ¿Te tocó pagar sobrecupo?

–¡Yo pensé! Pero al final me puse a contarle al empleado allá que la mayor parte de ese peso eran libros, y que sin el peso de libros jamás se alivia la carga de un pueblo. Esa frase le gustó, creo yo, por la cara que hizo, y ¡aquí estoy!

–Bueno, vamos saliendo del aeropuerto, propongo yo, Libertad, porque a Federico ya ves que le están llegando los años, y a veces como que no oye bien, menos aún con este ruido.

–¡Renata siempre hablando por mí! Pero, si voy a ser sincero, una cosa es real: los años no pasan sino que se le quedan a uno dentro. Y creo que eso influye en que uno se ponga más trascendental. Creo que el tipo de preguntas que resulto haciéndome ahora son como las de un adolescente: ¿Adónde voy? ¿Qué quiero de mi vida? Cosas así.

–¿Y esas preguntas te trajeron a recibirme al aeropuerto? ¡Bienvenidas sean!

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Haciendo de una difamación una ocasión para evangelizar

Ante el inminente estreno de la versión cinematográfica del libro de Dan Brown, «El Código Da Vinci», la Conferencia del Episcopado Mexicano ha emitido un documento en el cual analiza, objetivamente, la actitud de los fieles ante este acontecimiento.

Dado que se trata de un best-seller mundial y que podría ser visto en la pantalla grande por hasta 800 millones de seres humanos, la Iglesia católica mexicana quiere dirigir una palabra a los católicos del país y del mundo, sobre todo, para que aprovechen esta coyuntura y se preparen para hablar de Cristo desde la verdad.

Por el interés que presenta el documento, lo reproducimos en su totalidad (gentileza de ZENIT.ORG).

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Tiempo para el Evangelio – Misericordia Quiero

Habíase detenido el camino hacia Dios en aquel cristiano, porque no lograba perdonar. Angustiado en su dureza, clamó al Señor, y el Señor le respondió:

Sed misericordiosos, como es miseri­cordioso vuestro Padre Celestial.
No juzguéis tan duro al hombre: es sólo un hombre.
Y si tiene delirios de grandeza, es por su misma pequeñez.
Si os parece ávido de cuanto ven sus ojos, comprended que es la enfermedad de un peregrino.
Y si en su camino se aferra al equi­paje, compadeceos de su pobreza.
Ninguna ropa tapará su desnudez. Y sus respuestas no lograrán acallar el clamor de su ignorancia.

Si veis en sus ojos veneno de envidia, no envidiéis su triste condición.
No temáis los bramidos de los hom­bres, cuando sueñan ser terribles fieras: suelen los hombres gritar como poderosos, y sus gritos son súplicas; son gemidos que imploran perdón, afecto, una mano amiga, un corazón abierto.

Si escucháis las mentiras de los hombres, no olvidéis que la Mentira se cierne sobre ellos, casi tanto como el absurdo, o la muerte.
Por ello, no juzquéis tan duro al hombre: es sólo un hombre.
Pero en él hay buena semilla y una chispa de infinito. Es la obra suprema de la creación, es la razón de ser de la historia, es mi digno y amado interlocu­tor.

Es triste el pecado, ¿verdad? Grave cosa el mal, ¿no es cierto? Pero con­suélate: no cabrían tantos males en el hombre, si no fuera tanta su grandeza. Yo, que lo conozco, te lo puedo asegu­rar: en él hay una chispa de infinito. ¿Por qué apagar esa chispa? Dadle amor. Amad a vuestro prójimo; amadle sin medida, porque no tienen medida su sed, ni su pecado, ni su indigencia. Pero si aún necesitáis una medida, tomad mi Cruz y unidla a vuestro pecho. Cuando mi Sangre se confunda con vuestra sangre, tendréis la medida del amor.

Y aquel cristiano de duro corazón daba gracias, porque al resonar el nombre de la Cruz de Cristo, una puerta se abrió en su alma, y por esa puerta entró la paz.

Tiempo para el Evangelio – A la Hora de Partir

Ante la fugacidad de los días que corren y corren, hasta parecer alcan­zarse unos a los otros, se preguntaba un cristiano qué habría de quedar de tantos afanes. Y en sueños oyó que el Señor le hablaba:

Sólo una cosa era realmente impor­tante: que me conocieras, y que en mí supieras quién eres. Ahora tu historia llega a su final. El tiempo se ha venci­do y ya es hora de dejar de escribir y de leer lo que has escrito. Mira, pues, tu pasado, que ya no volverá, y mira la eternidad que te aguarda. Ha concluido tu oportunidad para el bien y tu ocasión para el mal. Veamos entonces quién fuiste, quién eres y quién serás.

Sólo una cosa era realmente impor­tante: que me amaras, y que en mí amaras cuanto existe. Revisa tu libro. Mira dónde está escrita la palabra “amor”. Esa palabra me interesa. Mira ahora si está escrita con minúscula o con mayús­cula. Bien, puedes borrar tus amores minúsculos; esos no franquearán la muerte. Fueron, pero ya no son. Revisa de nuevo tu libro. Haz un índice de tus Amores mayúsculos, esto es, los que han nacido de mi Amor. Puedes escribir esas palabras con oro puro, porque durarán para siempre.

Sólo una cosa era realmente impor­tante: que me sirvieras, y que así fueras dueño del hermoso mundo. No olvides que yo soy el Señor. ¿Ves tus páginas en blanco? Son tus caprichos: puro tiempo perdido: ¡nada! ¡Nada quedó de ellos! Cuenta las palabras vacías, las sonrisas falsas, los cinismos ver­gonzosos, las hipocresías, las rebeldías infantiles, la soberbia. Por cada una de esas palabras, una lágrima; y por cada una de esas sonrisas, un gemido; y por cada cinismo, un agudo lamento; y por cada hipocresía, un nuevo dolor; y para la soberbia, fuego: fuego puro. Es el precio que pagaste.

Sólo una cosa era realmente impor­tante: que tu estuvieras escrito en mi Libro. ¿No oíste hablar del Libro de la Vida? Lee, pues, ahora. Busca tu nombre en mis páginas. Lee en mí. Yo soy una cosa con mis palabras. Lee entonces en mí. Mira si te pareces a mí, después que yo quise parecerme tanto a ti. Y si te vieres escrito en mi Libro, alégrate. Porque el tiempo ya no espera. Y ahora, cuando ha llegado el momento de partir, sólo lo importante vale. Levántate, pues, y habla. Yo soy Jesucristo; tú, ¿quién eres?.

Así comienza a hablar el Señor, en el umbral de la muerte.

Tiempo para el Evangelio – Adelantar el Juicio

Anticipar La Salvacion

Cansado de tantas y tan diversas opiniones de la gente, un cristiano meditaba sobre la verdad de las cosas. Y confiado en que la sabiduría divina es más firme que los decires humanos, llegó a escuchar a su Señor, que con acento firme le decía:

Muchas personas han vivido y viven pendientes de los juicios y prejuicios de los demás. Su vida es un mar tormentoso, sometido a todos los vientos y todas las olas. Pero muchísimas más personas pretenden vivir al margen de toda opinión ajena. Se imaginan que son norma para sí mismos, y con ello lo único que han logrado es agregar, a la tormenta, la noche.

La verdad es que tampoco la palabra que tú dices sobre tu vida es definitiva. Unas veces estás alegre y otras triste; por un tiempo te levantas con soberbia, y luego te deprimes en profundo abatimiento. Además, no conoces toda la verdad sobre ti, y bien puede ser que en algunas de tus culpas seas menos malo de lo que piensas, y en algunas de tus buenas obras merezcas menos elogios de los que pretendes.

He aquí que yo tengo algo que decirte y algo qué decir sobre ti. Dios, mi Padre, que te ha formado, conoce tu ser: sus ojos no sufren la mentira de las apariencias y sus manos llevan siempre a término las palabras de su boca. El da la muerte y la vida, hunde en al abismo y levanta, da la pobreza y la riqueza, humilla y enaltece.

Bien lo dijo mi Predicador: Es viva y eficaz la palabra de Dios, y más cortante que espada alguna de dos filos. Penetra hasta las fronteras entre el alma y el espíritu, hasta las junturas y las médulas; y escruta los sentimientos y pensamientos del corazón. No hay para ella criatura invisible: todo está desnudo y patente a los ojos de Aquel a quien has de dar cuentas.

Hoy es un día de gracia; este es tiempo de misericordia. ¡No se ha pronunciado la última palabra sobre tu vida! Dios hace de ti palabra suya cuando te crea cada día, cuando te habla cada mañana, cuando te escucha cada tarde. Pero, atiende: llegará un día último, en el cual no haya más que hablar. Ese Día, Dios dirá qué piensa de ti, de tus juicios, de tus obras, de tus pensamientos, de tu amor.

Hoy te hablo, y aquel día te hablaré. Pero hay esta diferencia: cuando escuches esa última palabra, que resonará en toda la Creación y en todos los rincones de la Historia tú sabrás por fin quién eres.

Piensa en que la muerte, mi muerte y la resurrección, mi resurrección han llevado al extremo la Historia. Nada encontrarán los siglos más grave o más terrible que mi muerte; nada más admirable o más glorioso que mi resurrección. Ven. Abraza mi Muerte, que es el Juicio; acoge mi Resurrección, que es la Justicia. Que si Dios te justifica, ¿quién te condenará?

Escucha: Dios, sabiendo cuánta majestad y poder hay en su Palabra, ha querido anticipar el Juicio en forma de inagotable torrente de misericordia, perdón, redención y salvación. Soy Dios para ti, soy Dios contigo, soy Jesucristo. Dios te concede adelantar el juicio para ofrecerte de una vez su justicia salvadora y así liberarte no sólo del pecado y del castigo, sino también del temor al pecado y al castigo.

Escucha: nada puede traerte tanta paz como saber que por encima de las opiniones ajenas y de los complejos tuyos, está el parecer de mi Padre Celestial. Mira que ahora te salva el que luego te juzgará. ¿Habrá que temer ese juicio, si ya te lo anuncia mi Cruz? ¿Habrá que temerlo, si el Juez quiere otorgarte su perdón?

No temas, cristiano, no temas. Escucha la palabra del que venció la muerte y ahora vive Resucitado de entre los muertos: “Shalom. La paz contigo”. Desde más allá de la Historia, te saluda mi voz y te dice: “La paz contigo”. Desde la victoria te canta mi alma y te ofrece el Espíritu de Verdad, que te guía hacia la Verdad completa. Desde tu futuro junto a mí, desde lo que estás llamado a ser, mis ojos se alegran aguardándote. Pero también desde el pasado, desde la noche de la Cruz, mis ojos te reconocen: he dejado que allí te miren para que no olvides cuánto te amo y cuál es el camino hacia la gloria.

Hoy es tu día de salvación. Hoy me has escuchado. Reconoce quién soy yo y quién eres tú. Conociéndote ante Dios, anticipas el Juicio; conociéndolo en ti, anticipas tu salvación. Guarda silencio, por hoy. Deja que yo te hiera y te cure; deja que te quebrante y te reconstruya; ven a morir conmigo, ven a resucitar a mi lado.

Sorprendido del esplendor divino, el cristiano levanta su mirada y por un fugaz instante ve la sombra luminosa de la Cruz. Entonces sonríe del mundo, y siente un cariño inmenso por todos los mortales.

Vivir el Evangelio – Habla Jesucristo

Se acerca el cristiano para escuchar a Cristo, su Señor, y oye palabras que tienen sabor de eternidad y fuerza de vida. Con grande amor y majestad habla Jesucristo, y dice:

Nadie te amó tanto como yo. Te conocí y te amé antes de que existieras. En el vientre de tu madre tejí con amor tu organismo, y plasmé en ti la imagen mía, y así te hice semejante a Dios. No dejé de amarte cuando pecabas; no se enfrió mi amor cuando te alejabas de mí. Desde la Cruz vi tu rostro, y con mi muerte transformé la maldición que te agobiaba en una bendición sin límites. Tampoco ahora ceso de amarte. Soy tu fuerza y tu vida.

Me perteneces. Me pertenecen tus alegrías, porque yo soy tu verdadera alegría, y lejos de mí sólo se siente tristeza de muerte. Me pertenecen tus pensamientos, porque yo lleno tu pensa­miento y tu ser. ¿En qué puedes pensar que esté lejos de mi poder o de mi misericordia? Me pertenece tu sangre, que yo lavé y limpié con mi propia Sangre. ¿Cómo sería tu vida, si yo te quitara mi vida? Yo no quiero un poco de ti, porque yo no te di un poco de mí. Quiero todo de ti, pero lo quiero con amor.

Dime, ¿a quién sirves? ¿No has escu­chado que yo he recibido todo poder de mi Padre? ¿Conoces la diferencia entre servirme a mí, que tanto te amo, y servir a los poderes de este mundo, que tanto te odian? Yo llamo “amigos” y “hermanos” a quienes me sirven, y yo mismo soy su fuerza, su alegría y su recompensa. Esos poderes, en cambio, tratan a sus siervos como esclavos y enemigos; son insaciables, reclaman cada vez más tiempo, más dinero y más amor. Son ladrones que desearían destruirte, beberse tu sangre y darte por recompensa la muerte.

Sin embargo, no temas. Estoy más cerca de ti que cualquier amigo o enemi­go tuyo. Cuando duermes, son mis brazos quienes te sostienen en el ser; cuando despiertas, son mis ojos quienes ilumi­nan los tuyos.

Conozco toda la creación, del alto cielo a lo profundo del abismo. A cada uno le doy cuanto necesita. Hay quien requiere sólo agua y luz, y yo le doy agua y luz. Tú fuiste creado por mi Padre para participar y gozar del mismo Espíritu por el que soy Cristo. Naciste para ser en mí, y en mí ser como Dios. Yo quiero colmar tu deseo. No soy envi­dioso ni mezquino. Me gozo mirándote, cuando en ti descubro la bondad y el poder de mi Padre. Quiero darte lo que necesitas; quiero saciarte de lo que ya es tuyo, porque yo lo gané para ti en la noche de la Cruz y en el día de la Resurrección. Bien sabes que mi Resurrec­ción no conoce fin, y que yo tengo las llaves de la muerte. A ti quiero darte vida.

Todos son movidos por el poder de mi Dios, según el ser que de él han recibi­do. Mi Padre obra en las piedras como piedras que son. El es dureza y consis­tencia para ellas, y así las sostiene en el ser que les dio. Su poder, empero, es distinto luego en la delicadeza de las plantas, en la belleza de las flores, en la altura de los árboles, en la inteli­gencia de los ángeles o en cualquiera otra de sus obras. En el hombre, el poder de Dios, mi Padre, no sólo es vida natural, sino también vida de la gracia. Por eso yo no te obligo como si fueras una piedra, sino que te amo y te doy mi gracia, para que en ti halle su perfec­ción el deseo de mi Padre y resplandezca más y más su gloria.

Te amo con amor eterno: con el Amor que he recibido de mi Padre. Y mi amor es poderoso en ti, como en las demás criaturas. Si me amas, sentirás mi amor como calor de vida; si renuncias a amarme, sentirás mi amor como fuego de condenación y oprobio. Porque has de saber que el Amor que procede del Padre y de mí llena todo lo creado; para quienes creen y aman, ese Amor es Amor; pero para quienes no creen y sólo entienden de odio, tal Amor les parece odio y les produce fastidio, y por eso hablan mal del Espíritu Santo y del designio de mi Padre Dios.

No quiero que te suceda nada malo. Puesto que yo fui hasta ti y permanezco contigo en mi naturaleza humana, y ahora glorificado sigo siendo verdadero hom­bre, del mismo modo quiero que vengas a mí y permanezcas conmigo y seas Dios conmigo, en justicia y santidad. Ya que te he acogido como amigo y hermano, recíbeme tú también: dame amplio espacio en ti. Quiero vivir en ti; quiero imperar y ser Señor en ti, para gloria de mi Padre y para salvación tuya. Ya que mi amor se ha vuelto tiempo para esperarte, no tardes más; haz que tu amor y tu voluntad se hagan pronta y solícita respuesta. Llámame y estaré contigo. No te apartes de mí, que yo me quedaré a tu lado. Quiero formar un gran Rebaño; deseo congregar a la familia de los hijos de Dios, porque anhelo celebrar mis Bodas con la Iglesia Santa.

Con estas y muchas otras palabras sabe hablar Cristo a quien desea escucharle.