Motores

Dos poderosas turbinas
Mueven al fiel cristiano:
Saberse en verdad amado
En la Cruz que de Sangre brilla
Y tener urgencia de amar
Según el nuevo mandato
Que dejó el Señor dicho y claro
Cuando se dio como Pan.

Consignas de vida cristiana: real y cotidiana

Tarea del cristiano: ahogar el mal en abundancia de bien. No se trata de campañas negativas, ni de ser antinada. Al contrario: vivir de afirmación, llenos de optimismo, con juventud, alegría y paz; ver con comprensión a todos: a los que siguen a Cristo y a los que le abandonan o no le conocen. -Pero comprensión no significa abstencionismo, ni indiferencia, sino actividad.

Por caridad cristiana y por elegancia humana, debes esforzarte en no crear un abismo con nadie…, en dejar siempre una salida al prójimo, para que no se aleje aún más de la Verdad.

La violencia no es buen sistema para convencer…, y mucho menos en el apostolado.

Con la polémica agresiva, que humilla, raramente se resuelve una cuestión. Y, desde luego, nunca se alcanza esclarecimiento cuando, entre los que disputan, hay un fanático.

No me explico tu enfado, ni tu desencanto. Te han correspondido con tu misma moneda: el deleite en las injurias, a través de la palabra y de las obras. Aprovecha la lección y, en adelante, no me olvides que también tienen corazón los que contigo conviven.

Más pensamientos de San Josemaría.

Esta es la síntesis de un tema que te interesa

BENDECIDOS PARA BENDECIR

Míralo en video aquí.

I. Bendiciones y maldiciones en la Sagrada Escritura

Tres principios:

1. La palabra revela el ser. De lo que abunda el corazón habla la boca.

2. “Las palabras de Dios son obras” y “Él sostiene el universo con su palabra poderosa”

3. Toda obra, buena o mala, trae consecuencias que van más allá de la misma obra.

Cuatro ejemplos:

1. Dios bendice a Noé y renueva su bendición sobre la creación.

2. Dios bendice a Abraham y lo convierte en una bendición.

3. Dios enseña a Moisés cómo deben bendecirse los israelitas.

4. Dios nos ha bendecido en Cristo con toda clase de bendiciones.

Cinco contrastes:

1. NO SON PARALELAS la bendición y la maldición. En la bendición actúa el poder y la palabra de DIOS; en la maldición solo la voluntad de una creatura.

2. Dios puede obligar a bendecir. Recordemos el texto de Números 24. Recordemos lo que sucede en muchos exorcismos.

3. Dios transforma en bendiciones las maldiciones. Recordemos a Simei en 2 Samuel 16.

4. Cristo nos enseña a no pagar con la misma moneda. En efecto, quien maldice deja habitar maldad en su corazón, y ya esa es una derrota.

5. Los apóstoles nos enseñan que quien está en nosotros es más fuerte que el que está en el mundo (1 Juan 4,4). Y nos enseña a responder a quienes nos maldicen con una bendición: “Procurad todos tener un mismo pensar y un mismo sentir: con afecto fraternal, con ternura, con humildad. No devolváis mal por mal o insulto por insulto; al contrario, responded con una bendición, porque vuestra vocación mira a esto: a heredar una bendición” (1 Pedro 3,8-9). Incluso el padre Amorth decía que su ministerio consistía propiamente en bendecir a las personas, y que al bendecirlas expulsaba al demonio.

II. Hemos sido bendecidos en Cristo

La suma de nuestros delitos es grande; por eso dice el salmo: “Nuestros delitos nos abruman pero tú los perdonas” (Salmo 65,3). Y también dice otro salmo: “Si llevas cuenta de los delitos, Señor, ¿quién podrá resistir?” (Salmo 130,3).

Satanás es el acusador. Y según vemos, por la multitud de nuestras desgracias, no le resulta difícil ese oficio.

Por eso San Pablo dice en la Carta a los Colosenses que había una nota de cargo contra nosotros, que fue atajada precisamente por Cristo (Colosenses 2,14).

Hay dos tipos de acusación. Una es la simple condena, que quiere hundir y perder al culpable. Otra es la que hace ver el mal para vencerlo.

Mientras vamos en esta tierra, la primera forma de acusación es propia del demonio, y a ella se refiere Cristo cuando dice que “no juzguemos.”

Mientras vamos en esta tierra, la segunda forma es propia de Cristo y de sus apóstoles. Por eso nos llama a la conversión. Por eso habla fuerte y denuncia con claridad toda clase de pecados.

Acosado por el demonio, el hombre cae a menudo en dos errores: o pretende auto-absolverse y creerse inocente y bueno; o desespera de su situación y se cree un caso perdido. En el primer caso, cree que no necesita de Dios; en el segundo, cree que ni siquiera Dios será suficiente. Es decir, se siente ajeno o excluido: objeto de maldición.

La bondad de Cristo, en sus exorcismos, milagros, ternura, paciencia, generosidad rompe esas dos mentiras.

Cristo nos hace entender que si necesitamos de Dios y que Dios sí se ocupa de nosotros. La plenitud de esta revelación es el misterio de la Cruz.

III. Aptos para bendecir

¿Por qué bendecimos? Porque bendecir es traer la palabra buena de Dios a cada área de nuestra vida.

Bendecimos a Dios cuando proclamamos sus maravillas. Nuestras bendiciones son tomar conciencia de todo el bien que hemos recibido.

Bendecir a Dios es responder con amor a su amor; es hacernos sensibles a sus bienes, que son los únicos verdaderos. Los frutos de esta bendición son la paz, la alegría, la bondad, el deseo de servir al Señor.

A medida que conocemos mejor su fuerza, su sabiduría y su misericordia, crece nuestra certeza de su victoria y somos cada vez más fuertes con la fortaleza que Él mismo nos concede.

Bendecimos a las personas porque sabemos que la única luz, la única gracia, la única noticia realmente importante en cada corazón es la que revela su Palabra.

A los enemigos los bendecimos poniendo la Palabra de Dios entre ellos y nosotros. La oración mejor aquí es: “Señor, cumple tu voluntad en…”

A los amigos, compañeros, socios, colegas, los bendecimos porque queremos que reine Cristo en ellos y entre ellos y nosotros.

A los hijos, alumnos, discípulos los bendecimos porque queremos como Abraham compartirles la gracias que hemos recibido. Más allá de nuestros consejos, ellos necesitan a Jesucristo, el Señor.

Cuatro tipos de felicidad

Según Santo Tomás, la aspiración más propia y común de los seres humanos es la felicidad. Y aunque hay muchos engaños en esta tierra, es admirable que el genuino bien mayor, esto es, la felicidad que trae la plenitud humana, es también la plenitud de la obra del amor divino: aquello que llamamos santidad. Hay varios tipos de felicidad. La NATURAL, que tuvo su máxima expresión en el paraíso del Edén, corresponde a la satisfacción de aquellas necesidades o el acceso a aquellos placeres que son propios de nuestra naturaleza humana, considerada en su integralidad y jerarquía. Fácilmente los bienes de esta felicidad conducen a la FALSA felicidad, que consiste en reemplazar los bienes mayores, según razón, por bienes menores pero más sensibles o inmediatos. Es este el espacio en que el demonio utiliza su estrategia “D & D,” o sea: llevarnos distraídos por la vida para atraparnos en la desesperación con la muerte. Por eso la grandeza de la felicidad PARADÓJICA, la de la Cruz: la que nadie nos puede quitar y que está a salvo de los engaños del enemigo. Es ella ciertamente el camino cierto a la felicidad ETERNA.

Fecundidad: llamados a dar mucho fruto

Nuestra FECUNDIDAD es deseo expresamente manifiesto de Jesucristo, allí donde dice que nos ha destinado para que demos fruto abundante (Juan 15). Y es que es propio de Dios la abundancia y la diversidad, en cuanto en ella se manifiesta una armonía y belleza que está en todo pero lo trasciende todo. Es lo mismo que Él quiere de su creación: “creced y multiplicaos” (Génesis 2). Según aquellas obras que se atribuyen de modo más frecuente a cada una de las Divinas Personas, uno ve la múltiple fecundidad que Dios quiere para su Iglesia. A Dios Padre se atribuye la creación, que nos habla de la fecundidad en términos de hijos. A Dios Hijo se atribuye sobre todo la redención, que nos habla de la fecundidad que se da en cada conversión, que es vida nueva. A Dios Espíritu se atribuye sobre todo la santificación, que nos habla de la fecundidad que se da en cada santo y cada santa: vida plena, vida eterna. No es extraño que el demonio quiera destruye estos modos de fecundidad pero tampoco es extraño que quien está en Dios vence a toda estrategia del enemigo malo.

Las lecciones de un pastor bueno

(1) Dios ama a cada uno la particularidad de su historia y de su ser. (2) En Comunidad, estamos llamados a cuidar del hermano, de modo que no pierda el camino. (3) Sin olvidar nuestro centro en la Comunidad, somos llamados a salir de nosotros mismos e ir a las “periferias.” (4) El crecimiento espiritual en cierto sentido se puede medir a partir de la configuración con los sentimientos de Cristo: que me alegre lo que a Él le alegra; que me preocupe lo que le preocupa, y así sucesivamente. (5) La evangelización no es “conquista” desde el poder sino llamado desde aquel amor que no excluye la ternura.

Algunas lecciones oportunas para el tiempo presente

Lecciones para el tiempo presente: (1) estar atentos a los brotes: lo que está comenzando, sea bueno o malo. (2) Saber que tras la dificultad y la crisis viene la luz. (3) Aferrarse a la palabra que permanece y no falla, la de Cristo.

LA GRACIA del Miércoles 22 de Noviembre de 2017

Todos hemos recibido en forma diferente y al tiempo hemos recibido igual, lo importante es poner a trabajar lo mucho o poco recibido, porque al final es lo que va a importar.

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LA GRACIA del Lunes 13 de Noviembre de 2017

El camino de vida cristiana está en que mi pecado no sea obstáculo para otro, que perdone el mal del otro para que no sea obstáculo para mi, y que avance con fe hacia la plenitud en Cristo.

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LA GRACIA del Sábado 11 de Noviembre de 2017

El verdadero cristianismo siempre supone el encuentro con el hermano y no olvidemos que como creyentes debemos repasar nuestros fundamentos, volver al origen que es Cristo.

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Un Dios bueno pero no manipulable

La Palabra de Dios nos exhorta con fuerza particular en estas lecturas para que seamos fieles; no se nos olvide ser siempre discípulos; y entendamos que cualquier mediación humana solamente debe lhacernos levantar la mirada hacia Dios, fuente de todo poder, bondad y sabiduría.

Alimentados por Dios mismo

Las dimensiones del banquete–satisfacer una necesidad, conceder un gusto y ofrecer una grata compañía–condensan muy bien el plan de Dios para con nosotros, su pueblo.