Obedecer y escuchar

La mayor parte de las desobediencias proviene de no saber “escuchar” el mandato, que en el fondo es falta de humildad o de interés en servir.

¿Quieres obedecer cabalmente?… Pues escucha bien, para comprender el alcance y el espíritu de lo que te indican; y, si algo no entiendes, pregunta.

¡A ver cuándo te convences de que has de obedecer!… Y desobedeces si, en lugar de cumplir el plan de vida, pierdes el tiempo. Todos tus minutos han de estar llenos: trabajo, estudio, evangelización, vida interior.

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Hacia la perfección en la obediencia

Se obedece con los labios, con el corazón y con la mente. -Se obedece no a un hombre, sino a Dios. Muchos apuros se remedian enseguida. Otros, no inmediatamente. Pero todos se arreglarán, si somos fieles: si obedecemos, si cumplimos lo que está dispuesto.

El Señor quiere de ti un apostolado concreto, como el de la pesca de aquellos ciento cincuenta y tres peces grandes -y no otros-, cogidos a la derecha de la barca. Y me preguntas: ¿cómo es que sabiéndome pescador de hombres, viviendo en contacto con muchos compañeros, y pudiendo distinguir hacia quiénes ha de ir dirigido mi apostolado específico, no pesco?… ¿Me falta Amor? ¿Me falta vida interior? Escucha la respuesta de labios de Pedro, en aquella otra pesca milagrosa: -“Maestro, toda la noche hemos estado fatigándonos, y nada hemos cogido; no obstante, sobre tu palabra, echaré la red”. En nombre de Jesucristo, empieza de nuevo. -Fortificado: ¡fuera esa flojera!

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Sentido de obediencia

Obedecer dócilmente. -Pero con inteligencia, con amor y sentido de responsabilidad, que nada tiene que ver con juzgar a quien gobierna.

Al evangelizar, obedece sin fijarte en las condiciones humanas del que manda, ni en cómo manda. Lo contrario no es virtud. Cruces hay muchas: de brillantes, de perlas, de esmeraldas, de esmaltes, de marfil…; también de madera, como la de Nuestro Señor. Todas merecen igual veneración, porque la Cruz nos habla del sacrificio del Dios hecho Hombre. -Lleva esta consideración a tu obediencia, sin olvidar que El se abrazó amorosamente, ¡sin dudarlo!, al Madero, y allí nos obtuvo la Redención. Sólo después de haber obedecido, que es señal de rectitud de intención, haz la corrección fraterna, con las condiciones requeridas, y reforzarás la unidad por medio del cumplimiento de ese deber.

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Leales a Cristo

Han transcurrido veinte siglos, y la escena se repite a diario: siguen procesando, flagelando y crucificando al Maestro… Y muchos católicos, con su comportamiento y con sus palabras, continúan gritando: ¿a ése?, ¡yo no le conozco! Desearía ir por todos los lugares, recordando confidencialmente a muchos que Dios es Misericordioso, ¡y que también es muy justo! Por eso ha manifestado claramente: “tampoco Yo reconoceré a los que no me han reconocido ante los hombres”.

Siempre he pensado que la falta de lealtad por respetos humanos es desamor…, y carencia de personalidad.

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Fieles con amor a la Iglesia

Quiero tener la sangre de mi Madre la Iglesia; no la de Alejandro, ni la de Carlomagno, ni la de los siete sabios de Grecia.

Puede suceder que haya, entre los católicos, algunos de poco espíritu cristiano; o que den esa impresión a quienes les tratan en un determinado momento. Pero, si te escandalizaras de esta realidad, darías muestra de conocer poco la miseria humana y… tu propia miseria. Además, no es justo ni leal tomar ocasión de las debilidades de esos pocos, para difamar a Cristo y a su Iglesia.

Es verdad que los hijos de Dios no hemos de servir al Señor para que nos vean…, pero no nos ha de importar que nos vean, y ¡mucho menos podemos dejar de cumplir porque nos vean!

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La Iglesia: siempre necesitada de purificación

Convengo contigo en que hay católicos, practicantes y aun piadosos ante los ojos de los demás, y quizá sinceramente convencidos, que sirven ingenuamente a los enemigos de la Iglesia… -Los ha colado en su propia casa, con nombres distintos mal aplicados -ecumenismo, pluralismo, democracia-, el peor adversario: la ignorancia.

Aunque parezca una paradoja, no rara vez sucede que, aquéllos que se llaman a sí mismos hijos de la Iglesia, son precisamente los que mayor confusión siembran.

Estás cansado de luchar. Te ha asqueado ese ambiente, caracterizado por la falta de lealtad… ¡Todos se lanzan sobre el caído, para pisotearlo! No sé por qué te extrañas. Ya le sucedió lo mismo a Jesucristo, pero El no se echó atrás, porque había venido para salvar justamente a los enfermos y a los que no le comprendían.

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Sentir con la Iglesia

Los que no quieren entender que la fe exige servicio a la Iglesia y a las almas, tarde o temprano invierten los términos, y acaban por servirse de la Iglesia y de las almas, para sus fines personales.

Ojalá no caigas, nunca, en el error de identificar el Cuerpo Místico de Cristo con la determinada actitud, personal o pública, de uno cualquiera de sus miembros. Y ojalá no des pie a que gente menos formada caiga en ese error. -¡Mira si es importante tu coherencia, tu lealtad!

No te entiendo cuando, hablando de cuestiones de moral y de fe, me dices que eres un católico independiente… -¿Independiente de quién? Esa falsa independencia equivale a salirse del camino de Cristo.

No cedas nunca en la doctrina de la Iglesia. -Al hacer una aleación, el mejor metal es el que pierde. Además, ese tesoro no es tuyo, y -como narra el Evangelio- el Dueño te puede pedir cuentas cuando menos lo esperes.

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No pierdas tu sabor

Sal de la tierra. -Nuestro Señor dijo que sus discípulos -también tú y yo- son sal de la tierra: para inmunizar, para evitar la corrupción, para sazonar el mundo. -Pero también añadió «quod si sal evanuerit…» -que si la sal pierde su sabor, será arrojada y pisoteada por las gentes… -Ahora, frente a muchos sucesos que lamentamos, ¿te vas explicando lo que no te explicabas?

Me hace temblar aquel pasaje de la segunda epístola a Timoteo, cuando el Apóstol se duele de que Demas escapó a Tesalónica tras los encantos de este mundo… Por una bagatela, y por miedo a las persecuciones, traicionó la empresa divina un hombre, a quien San Pablo cita en otras epístolas entre los santos. Me hace temblar, al conocer mi pequeñez; y me lleva a exigirme fidelidad al Señor hasta en los sucesos que pueden parecer como indiferentes, porque, si no me sirven para unirme más a El, ¡no los quiero!

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Aprender a ser sinceros

¿Un medio para ser franco y sencillo?… Escucha y medita estas palabras de Pedro: «Domine, Tu omnia nosti…» -Señor, ¡Tú lo sabes todo!

¿Qué diré?, me preguntas [al sacerdote director espiritual] al comenzar a abrir tu alma. Y, con segura conciencia, te respondo: en primer lugar, aquello que querrías que no se supiera.

Has entendido en qué consiste la sinceridad cuando me escribes: “estoy tratando de acostumbrarme a llamar a las cosas por su nombre y, sobre todo, a no buscar apelativos para lo que no existe”.

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Dos consignas inesperadas sobre la vida del cristiano en sociedad

Tú, que vives en medio del mundo, que eres un ciudadano más, en contacto con hombres que dicen ser buenos o ser malos…; tú, has de sentir el deseo constante de dar a la gente la alegría de que gozas, por ser cristiano.

Se ha promulgado un edicto de César Augusto, que manda empadronarse a todos los habitantes de Israel. Caminan María y José hacia Belén… -¿No has pensado que el Señor se sirvió del acatamiento puntual a una ley, para dar cumplimiento a su profecía? Ama y respeta las normas de una convivencia honrada, y no dudes de que tu sumisión leal al deber será, también, vehículo para que otros descubran la honradez cristiana, fruto del amor divino, y encuentren a Dios.

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Vivir la fe en las realidades de este mundo

Ama a tu patria: el patriotismo es una virtud cristiana. Pero si el patriotismo se convierte en un nacionalismo que lleva a mirar con desapego, con desprecio -sin caridad cristiana ni justicia- a otros pueblos, a otras naciones, es un pecado.

No es patriotismo justificar delitos… y desconocer los derechos de los demás pueblos.

Escribió también el Apóstol que “no hay distinción de gentil y judío, de circunciso y no circunciso, de bárbaro y escita, de esclavo y libre, sino que Cristo es todo y está en todos”. Estas palabras valen hoy como ayer: ante el Señor, no existen diferencias de nación, de raza, de clase, de estado… Cada uno de nosotros ha renacido en Cristo, para ser una nueva criatura, un hijo de Dios: ¡todos somos hermanos, y fraternalmente hemos de conducirnos!

Ya hace muchos años vi con claridad meridiana un criterio que será siempre válido: el ambiente de la sociedad, con su apartamiento de la fe y la moral cristianas, necesita una nueva forma de vivir y de propagar la verdad eterna del Evangelio: en la misma entraña de la sociedad, del mundo, los hijos de Dios han de brillar por sus virtudes como linternas en la oscuridad -«quasi lucernæ lucentes in caliginoso loco».

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En el mundo sin ser del mundo

Con tu conducta de ciudadano cristiano, muestra a la gente la diferencia que hay entre vivir tristes y vivir alegres; entre sentirse tímidos y sentirse audaces; entre actuar con cautela, con doblez… ¡con hipocresía!, y actuar como hombres sencillos y de una pieza. -En una palabra, entre ser mundanos y ser hijos de Dios.

No se puede separar la religión de la vida, ni en el pensamiento, ni en la realidad cotidiana.

De lejos -allá, en el horizonte- parece que el cielo se junta con la tierra. No olvides que, donde de veras la tierra y el cielo se juntan, es en tu corazón de hijo de Dios.

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Claves cristianas de vida en sociedad

Esta es tu tarea de ciudadano cristiano: contribuir a que el amor y la libertad de Cristo presidan todas las manifestaciones de la vida moderna: la cultura y la economía, el trabajo y el descanso, la vida de familia y la convivencia social.

Un hijo de Dios no puede ser clasista, porque le interesan los problemas de todos los hombres… Y trata de ayudar a resolverlos con la justicia y la caridad de nuestro Redentor. Ya lo señaló el Apóstol, cuando nos escribía que para el Señor no hay acepción de personas, y que no he dudado en traducir de este modo: ¡no hay más que una raza, la raza de los hijos de Dios!

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Buenos ciudadanos y buenos cristianos

El buen hijo de Dios ha de ser muy humano. Pero no tanto que degenere en chabacano y mal educado.

Es difícil gritar al oído de cada uno con un trabajo silencioso, a través del buen cumplimiento de nuestras obligaciones de ciudadanos, para luego exigir nuestros derechos y ponerlos al servicio de la Iglesia y de la sociedad. Es difícil…, pero es muy eficaz.

No es verdad que haya oposición entre ser buen católico y servir fielmente a la sociedad civil. Como no tienen por qué chocar la Iglesia y el Estado, en el ejercicio legítimo de su autoridad respectiva, cara a la misión que Dios les ha confiado. Mienten -¡así: mienten!- los que afirman lo contrario. Son los mismos que, en aras de una falsa libertad, querrían “amablemente” que los católicos volviéramos a las catacumbas.

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En el mundo sin ser del mundo

Tu vocación de cristiano te pide estar en Dios y, a la vez, ocuparte de las cosas de la tierra, empleándolas objetivamente tal como son: para devolverlas a El.

¡Parece mentira que se pueda ser tan feliz en este mundo donde muchos se empeñan en vivir tristes, porque corren tras su egoísmo, como si todo se acabara aquí abajo!

El mundo está frío, hace efecto de dormido. -Muchas veces, desde tu observatorio, lo contemplas con mirada incendiaria. ¡Que despierte, Señor! -Encauza tus impaciencias con la seguridad de que, si sabemos quemar bien nuestra vida, prenderemos fuego en todos los rincones…, y cambiará el panorama.

La fidelidad -el servicio a Dios y a las almas-, que te pido siempre, no es el entusiasmo fácil, sino el otro: el que se conquista al ver lo mucho que hay que hacer en todas partes.

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