Es imposible ser misionero sin una vida de santidad

“«Amar con el corazón de Cristo» se tituló la ponencia de Mons. José Ignacio Munilla, obispo de San Sebastián, en la Escuela de Evangelizadores de la Diócesis de Cádiz y Ceuta, el pasado sábado. La llamada a la santidad supone vivir como hijos de Dios delante de los demás, dijo…”

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LA GRACIA del Jueves 1 de Noviembre de 2018

SOLEMNIDAD DE TODOS LOS SANTOS

Para entrar en la ruta de la santidad pidamos al Señor la gracia de aferrarnos solo a Él y que separe nuestros corazones de las mentiras, poderes y placeres de este mundo.

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Llamados por un amor sin medida

¡Vive junto a Cristo!: debes ser, en el Evangelio, un personaje más, conviviendo con Pedro, con Juan, con Andrés…, porque Cristo también vive ahora: «Iesus Christus, heri et hodie, ipse et in sæcula!» -¡Jesucristo vive!, hoy como ayer: es el mismo, por los siglos de los siglos.

No sé qué te ocurrirá a ti…, pero necesito confiarte mi emoción interior, después de leer las palabras del profeta Isaías: «ego vocavi te nomine tuo, meus es tu!» -Yo te he llamado, te he traído a mi Iglesia, ¡eres mío!: ¡que Dios me diga a mí que soy suyo! ¡Es como para volverse loco de Amor!

Fíjate bien: hay muchos hombres y mujeres en el mundo, y ni a uno solo de ellos deja de llamar el Maestro. Les llama a una vida cristiana, a una vida de santidad, a una vida de elección, a una vida eterna.

Cristo ha padecido por ti y para ti, para arrancarte de la esclavitud del pecado y de la imperfección.

Más pensamientos de San Josemaría.

LA GRACIA del Miércoles 17 de Octubre de 2018

Los llamados a la santidad, a la obediencia y a la fidelidad son más importantes que las relaciones humanas que mal llevadas hacen que llegues a reducir el Evangelio.

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LA GRACIA del Martes 9 de Octubre de 2018

MEMORIA DE SAN LUIS BERTRÁN, O.P., PRESBÍTERO

Al igual que San Luis Bertrán convierte tus defectos en escaleras hacia la santidad, que sean un lazo que te amarre al corazón de Cristo y una oportunidad para amar, crecer y ser fiel.

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Así mueren los santos

Aviso de terremoto

A fines de 1605, fray Francisco es un fraile más de los 150 que forman la comunidad de la observancia en San Francisco de Lima. También allí hizo de las suyas. Fray Diego de Ocaña, el monje jerónimo, estando en Lima, fue testigo de un hecho muy notable: «Sucedió en esta ciudad, después de Pascua de Navidad el año 1605, que estando con algún temor de haber sabido cómo la mar había salido de sus límites y había anegado todo el pueblo y puerto de Arica, y puesto por tierra el temblor a la ciudad de Arequipa, predicó en la plaza un fraile descalzo de san Francisco y en el discurso del sermón dijo que temiesen semejante daño como aquél y que según eran muchos los pecados de esta ciudad que les podría venir semejante castigo aquella noche, antes de llegar el día».

El franciscano predicador, en la plaza pública, era San Francisco Solano. Y se ve que la muchedumbre no tomaba en broma a aquel fraile insólito, porque el alboroto penitencial que se produjo fue algo enorme. Confesiones, disciplinas, restituciones, bodas de amancebados, las iglesias abiertas por la noche, con el Santísimo expuesto, «y todos los frailes en las iglesias y clérigos arrimados por las paredes confesando a la gente». Dice fray Diego: «después que soy hombre no he visto ni espero ver semejantes cosas como aquella noche pasaron».

A las diez de la noche «llamaron al fraile descalzo el arzobispo [Santo Toribio] y el virrey y sus prelados y le preguntaron si le había revelado Dios si había de vivir aquesta ciudad aquella noche; el cual respondió que no había tenido revelación ninguna y que él no había dicho que se había de hundir, sino que temiesen no les viniese el castigo semejante al de Arequipa, y que según eran grandes los pecados de la ciudad, que le podían esperar aquella noche antes que mañana; y que esto había dicho porque se enmendasen y no porque hubiese tenido revelación de ello» (A través 98-99)…

Coro, plaza y teatro

En la comunidad de Lima, como ya conocían el estilo del padre Solano, pensaron que lo mejor era dejarle a su aire. Como padre espiritual de los enfermos, se hizo muy amigo del enfermero fray Juan Gómez y del refitolero, un muchachito negro, el donado fray Antonio. En la enfermería se le podía encontrar, o también en el coro, donde pasaba sus horas fuera del tiempo humano, perdido en los caminos inefables del amor de Dios.

Pero también salía del convento a visitar la cárcel y los hospitales, a conversar con la gente de la calle, y no precisamente de las variaciones del clima. Sacaba el crucifijo de la mano, y les decía: «Hermanos, encomendáos a nuestro Señor, y queredle mucho. Mirad que pasó pasión y muerte por vosotros; que éste que aquí traigo es el verdadero Dios». Su parresía apostólica, su libertad y atrevimiento para transmitir el mensaje evangélico, era absoluta.

En el corral de las comedias, lugar mal visto y medio censurado, él entraba tranquilamente, irrumpía en el tablado y, con el crucifijo en la mano, decía algo de lo que tenía con abundancia en el corazón: «Buenas nuevas, cristianos… Este es el verdadero Dios. Esta es la verdadera comedia. Todos le amad y quered mucho». Y si algún farandulero se quejaba, «Padre, aquí no hacemos cosas malas, sino lícitas y permitidas», él le contestaba: «¿Negaréisme, hermano, que no es mejor lo que yo hago que lo que vosotros hacéis?»…

Una muerte santa

A los sesenta años, en 1610, fray Francisco está hecho una ruina, según el médico que le examina: Está «con una flaqueza por esencia en los pulsos y en todo el ámbito del cuerpo, que con los muchos ayunos, mala cama y abstinencia grande que tenía, aun en salud estaba hecho un esqueleto, cuanto más en la enfermedad». Y hasta entonces sigue haciendo de las suyas, cuando ya está para irse: «Hermano fray Juan, por amor de Dios, que vaya y me ase una higadilla de gallina». Poder encontrarla fue, según fray Juan, «otro milagro más» del Santo, pues los frailes no disponían de tan finos manjares.

Poco antes de morir escribió a Montilla, a su hermana Inés: «La gracia del Espíritu Santo sea siempre en su alma, hermana mía. No tengo otra plata ni oro que enviarle sino palabras, y no mías, sino de Jesucristo, que por eso me atrevo a escribirlas. Dice el dulcísimo Jesús por San Mateo: “Bienaventurados los que tienen hambre y sed de justicia”; en este lugar es amar a Dios según lo declaran algunos doctores y santos, pues bienaventurada el alma que en esta vida padece hambre y desea hartarse en el Señor, encendiéndose en su amor. Si vuestra merced, hermana mía, quiere ser dichosa y bienaventurada en esta vida y en la otra, tenga hambre y sed de servir a Dios, de amarle, poseerle y gozarle; quiera y ame a tan buen Dios de todo corazón, de toda su alma y con todas sus fuerzas.

«Ofrézcale su corazón limpio de todo pecado, lleno de contrición y dolor de haberle ofendido, que El lo recibirá en sacrificio, como lo hizo el real profeta David: “No despreciéis Vos, Dios mío, el corazón contrito”, y ofrézcale en sacrificio todos los trabajos, pobrezas y necesidades que padece, con hambre y sed de gozar de aquellas riquezas, delicias y regalos del Cielo, que es el centro de nuestro descanso… A todos mis sobrinos dará mis recomendaciones, encargándoles de mi parte sirvan a Dios y no le ofendan».

El 12 de julio, acompañado por sus hermanos, recibió el viático, renovó los votos, y quedó en oración o en sueño, hasta decir: «María. ¿Dónde está Nuestra Señora?». Quizá eso fuera lo primero que dijera al llegar al cielo.

Aún recuperó el ánimo y la atención más tarde. El padre Francisco de Mendoza, que le atendió todo el tiempo, cuenta que «con particularísima atención y devoción» siguió el rezo de todas las Horas canónicas y otras oraciones, en lo que se fueron «casi seis horas, llevándolas el padre Solano con la suavidad y gusto referidos. Cuando decían Gloria Patri, levantaba los ojos a Dios, y decía su ordinaria palabra “Glorificado sea Dios”, con grandísima suavidad, saboreándose en las palabras. Con ellas en la boca murió empezando a decir “Glorificado sea…”, de manera que empezándolas a decir parecía que quería alabar; y así como dijo “Dios”, se quedó muerto… Entonces perseveraban más en su canto los pájaros, que parecían estarse deshaciendo, y con sus voces atravesaban el corazón a quien lo oía».

El Arzobispo y el Virrey, con media Ciudad de los Reyes, asistieron el 15 de julio a los funerales. Antes de finalizar el mes ya se abrió en el Arzobispado el proceso para su canonización. Los testimonios de su santidad y de sus milagros eran innumerables. Diez resurrecciones llegaron a atestiguarse, tres en vida del Santo y siete después de su muerte. Fue declarado beato en 1675, y canonizado como santo en 1726. Sus restos reposan en San Francisco de Lima.


El autor de esta obra es el sacerdote español José Ma. Iraburu, a quien expresamos nuestra gratitud. Aquí la obra se publica íntegra, por entregas. Lo ya publicado puede consultarse aquí.

Ante la crisis en la Iglesia

Mucho se está hablando estos días de la crisis dentro de la #IglesiaCatólica y la división que se ha creado en ella. Sean o no sean verdad las acusaciones hechas contra el Papa, muchos católicos empiezan a cansarse y a preguntarse qué pueden hacer. Aquí mi propuesta:

La historia de nuestra Iglesia ha estado siempre plagada de crisis. Sus mismos inicios estuvieron manchados con la traición de Judas, la negación de Pedro y tantos otros pecados que llevaron a Cristo a la Cruz. En el siglo X se vivió el así llamado “Siglo oscuro”, en el que los Papas estaban al servicio de las familias romanas, que los usaban a su antojo para sus intereses políticos y familiares. El Cisma de Occidente vio a tres papas luchando entre sí por ser el legítimo Vicario de Cristo. El Renacimiento tuvo a papas como Alejandro VI o Julio II, que dejaron mucho que desear de su misión como Sucesores de Pedro. En el siglo XVIII, algunos Papas jugaban a ser emperadores e incluso uno de ellos (Clemente XIV) cayó en los juegos políticos de reyes masones y suprimió la Compañía de Jesús. Y la Iglesia siguió adelante…

Y en todos estos períodos han existido Cardenales, Obispos, sacerdotes y laicos que de católicos no tuvieron nada, sino que mancharon la Iglesia de Cristo y ofendieron terriblemente a Dios con sus tremendos pecados. Así pues, nuestra época no es ajena o especial. Toda la historia de la Iglesia ha estado manchada por el mal y la miseria de muchos de sus miembros.

Y aquí viene la pregunta: ¿cómo es que ha seguido? ¿Qué es lo que la ha sostenido en estos dos milenios de historia?

Primeramente, porque es Dios quien está detrás. No se entendería nada si no fuera por Él. Pero, también, esa historia de pecado siempre fue acompañada por historia de santidad: hombres y mujeres, papas, cardenales, obispos, sacerdotes y laicos santos que, con su vida y ejemplo, elevaron el nombre de la Iglesia y de Cristo.

La historia, sin los santos, sólo son guerras, cambios de poder de un país a otro, corrupción y pecado. Pero, cada cierto tiempo, Dios señala el camino que Él quiere que sigan las cosas que han de ocurrir, y el letrero que Él usa una y otra vez es un santo.

Por eso, quiero proponer como respuesta muy inmediata y clara a lo que estamos atravesando como Iglesia, una llamada a todos a buscar con nuestra vida, ejemplo, oración, apostolado, etc., a mostrar el verdadero rostro de Cristo. Llamo a una #RevoluciónSantidad

Tú que lees estos pensamientos, puedes y debes ser santo. Tú y yo podemos sostener con nuestros pequeños o grandes actos de amor a nuestra Iglesia sufriente, a Cristo que llora aquí en la tierra por nosotros. ¡Sé santo ahí en donde estás y en donde Dios te llama! Médico, arquitecto, sacerdote, ama de casa, estudiante, político, ingeniero… ¡lo que sea! ¡Ser santo es como vamos a cambiar nuestro mundo y como mejoraremos nuestra Iglesia!

Y esto no se trata de tomar partido por nadie, sino que es una invitación a buscar ser lo que tenemos que ser. Y si de verdad somos eso que tenemos que ser, ¡prenderemos fuego al mundo!

Pbro. Juan Ruiz Jorge LC

Dom Columba Marmion: Un maestro espiritual por redescubrir

“Detrás de las acciones reflexionadas de cada individuo, hay siempre una razón, un móvil. Algunos buscan el placer, algunos los honores, otros están poseídos por la fiebre de la ambición o por la sed de dinero, la mayoría son víctimas de sus penas cotidianas. La influencia del móvil o del fin es predominante en el valor de nuestras acciones. El móvil por el cual nos agitamos, el objetivo que perseguimos, y que debe, por así decirlo, orientar toda nuestra vida, es para nosotros de una importancia capital…”

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Perfil de Santa Mariana de Jesús

De la homilía del Papa Pío XII en la canonización de santa Mariana de Jesús (9 de junio de 1950).

NO SÓLO BUSCABA SU PROPIA SANTIFICACIÓN, SINO LA SALVACIÓN DEL PRÓJIMO

Repasando la vida de esta virgen angelical, a quien hoy elevamos al honor de los altares, nos parece oportuno proponernos estos puntos de reflexión: su inmaculado candor, las ásperas penitencias a que sometió su cuerpo para ofrendarlo como víctima al Señor, su caridad infatigable hacía toda clase de miserias.

Conservó la virginidad por inspiración de Dios y con la ayuda de su gracia; apenas contaba diez años, cuando, con el consentimiento de su director espiritual, emitió sus votos privados, consagrándose al divino Esposo. Más que una niña, parecía un ángel por su dedicación a los ejercicios de piedad, por su asidua oración, por su meditación y ejercicio de la penitencia. No todos entienden, en los tiempos que nos alcanzan, este rigor de vida; no todos lo aprecian en su justo valor. Muchos, más bien, lo desprecian. Pero hemos de recordar que después de la culpa de Adán, cuya herencia todos llevamos, se torna indispensable para todos la penitencia. Ella tiene su dulzura propia, conforme lo experimentó Mariana de Jesús, siendo transportada en celestes arrobamientos cuando afligía su cuerpo con los rigores de la penitencia, pregustando con frecuencia las delicias celestiales. Con un tal género de vida y con la gracia del cielo, no sólo buscaba su propia santificación, sino en cuanto le era posible, la salvación del prójimo. En efecto, habiendo intentado viajar a remotas tierras a evangelizar a los paganos, a cuantos encontraba exhortaba con su palabra y ejemplo a las virtudes cristianas y a entrar o perseverar en el recto camino.

Socorría con generosidad las miserias de los indigentes; cuidaba a los enfermos con ternura. En tiempo de calamidades para sus conciudadanos, ofrendó su vida para implorar clemencia al Padre de las misericordias. Aquí tenéis, en síntesis, la imagen de esta santa virgen, propuesta a vuestra consideración. Contempladla, para que os asombréis y procuréis esforzaros, cada uno en vuestro propio estado, en su imitación. Hágalo en especial la juventud entusiasta, rodeada hoy de tantos y tan graves peligros. Aprenda de ella, a luchar con ahínco y a resistir con fortaleza las seducciones del mal, antes que mancillar sus almas. Principalmente el amadísimo pueblo ecuatoriano emule las glorias de sus mayores y, con el auxilio y el patrocinio de santa Mariana de Jesús Paredes, ofrezca a la Iglesia nuevos ejemplos de santidad y de virtud.

La nueva exhortación apostólica del Papa nos ayuda a apreciar a los santos que tenemos a nuestro lado

“Monseñor Aspiroz Costa indicó que “el título de la exhortación, “Alegrensé y regocíjense”, nos viene muy bien a todos. Este texto nos ayuda a poder apreciar a los santos que tenemos a nuestro lado. Se trata de no poner tanto la mirada en los santos que veneramos que, a veces, nos parecen tan lejanos. El llamado universal a la santidad significa que cada bautizado está llamado por Dios a ser santo”…”

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No solo elogiar sino imitar a los santos: Papa Francisco

“En la misa que celebró junto a la basílica por el centenario de la visibilización de los estigmas de San Pío de Pietrelcina y el cincuentenario de su muerte, Francisco invitó también a imitar a los santos, más que alabarlos: “San Pío combatió el mal durante toda su vida y lo combatió sabiamente, como el Señor: con la humildad, con la obediencia, con la cruz, ofreciendo el dolor por amor. Y todos le admiran, pero pocos hacen lo mismo. Muchos hablan bien, pero ¿cuántos imitan? Muchos están dispuestos a dar un like en la página de los grandes santos, pero ¿quién hace como ellos? Porque la vida cristiana no es un me gusta, es un me entrego. La vida perfuma cuando se ofrece como don, pero se hace insímpida cuando se vive para uno mismo”…”

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¿Se puede tener esperanza en un ser humano?

Según hemos expuesto (1-2 q.40 a.7; q.42 a.1; a.4 ad 3), la esperanza tiene dos objetos: el bien que se pretende conseguir y el auxilio con el que se consigue. Pues bien, el bien que se espera conseguir tiene razón de causa final; el auxilio, en cambio, con el que se espera conseguir tiene carácter de causa eficiente. Pero en cada género de esas causas hay que considerar lo que es principal y lo que es secundario. El fin principal es el fin último, y el secundario es el bien ordenado al fin. De manera análoga, la causa eficiente principal es el agente primario, y la causa eficiente secundaria es el agente instrumental secundario. Ahora bien, la esperanza tiene como fin último la bienaventuranza eterna; el auxilio divino, en cambio, como causa primera que conduce a la bienaventuranza. Por lo tanto, como fuera de la bienaventuranza eterna no es lícito esperar bien alguno como fin último, sino sólo como ordenado a ese fin de la bienaventuranza, tampoco es lícito esperar en ningún hombre, o en criatura alguna, como causa primera que conduzca a la bienaventuranza; es lícito, sin embargo, esperar en el hombre o en otra criatura como agente secundario instrumental, que ayude a conseguir cualquier bien ordenado a la bienaventuranza. De esta manera recurrimos a los santos, e incluso pedimos algunos bienes a los hombres, y son vituperados aquellos en quienes no podemos esperar que aporten ningún tipo de auxilio. (S. Th., II-II, q.17, a.4, resp.)


[Estos fragmentos han sido tomados de la Suma Teológica de Santo Tomás, en la segunda sección de la segunda parte. Pueden leerse en orden los fragmentos publicados haciendo clic aquí.]

LA GRACIA del Sábado 24 de Febrero de 2018

Para crecer en la perfección del Padre Celestial comienza por sonreír, ser amable, escuchar al que está triste, acompañar al que está solo, dar una mano al que está caido.

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