Los niños santos de Fátima

Padre Fray Nelson: con motivo del viaje del Papa a Fátima, y la ceremonia de canonización de los niños Francisco y Jacinta, muchos medios de comunicación enfatizaban el hecho de que estos eran los niños más chicos, no mártires, que la Iglesia había declarado santos. Me pregunto si cuando se trata de niños, la Iglesia tiene un proceso especial, y en todo caso cómo es el procedimiento para que lo canonicen a uno. Gracias. –J.R.R.

* * *

El procedimiento es idéntico, aunque se trate de menores de edad. Y esto es lo notable en la santidad de Jacinta y Francisco Marto. Aciprensa trae un buen resumen del camino hacia la canonización, para todos los interesados:

Al canonizar a ciertos fieles, es decir, al proclamar solemnemente que esos fieles han practicado heroicamente las virtudes y han vivido en la fidelidad a la gracia de Dios, la Iglesia reconoce el poder del Espíritu de santidad, que está en ella, y sostiene la esperanza de los fieles proponiendo a los santos como modelos e intercesores (cf Concilio Vaticano II, Lumen Gentium 40; 48-51). “Los santos y las santas han sido siempre fuente y origen de renovación en las circunstancias más difíciles de la historia de la Iglesia” (Exhortación Apostólica Christifideles Laici 16, 3). (Catecismo de la Iglesia Católica, número 828).

Etapas en un proceso de Canonización

Son cuatro pasos:

1. Siervo de Dios.

El Obispo diocesano y el Postulador de la Causa piden iniciar el proceso de canonización. Y presentan a la Santa Sede un informe sobre la vida y las virtudes de la persona.

La Santa Sede, por medio de la Congregación para las Causas de los Santos, examina el informe y dicta el Decreto diciendo que nada impide iniciar la Causa (Decreto “Nihil obstat”). Este Decreto es la respuesta oficial de la Santa Sede a las autoridades diocesanas que han pedido iniciar el proceso canónico.

Obtenido el Decreto de “Nihil obstat”, el Obispo diocesano dicta el Decreto de Introducción de la Causa del ahora Siervo de Dios.

2. Venerable.

Esta parte del camino comprende cinco etapas:

a) La primera etapa es el Proceso sobre la vida y las virtudes del Siervo de Dios. Un Tribunal, designado por el Obispo, recibe los testimonios de las personas que conocieron al Siervo de Dios. Ese Tribunal diocesano no da sentencia alguna; ésta queda reservada a la Congregación para las causas de los santos.

b) La segunda etapa es el Proceso de los escritos. Una comisión de censores, señalados también por el Obispo, analiza la ortodoxia de los escritos del Siervo de Dios.

c) La tercera etapa se inicia terminados los dos procesos anteriores. El Relator de la Causa nombrado por la Congregación para las Causas de los Santos, elabora el documento denominado “Positivo”. En este documento se incluyen, además de los testimonios de los testigos, los principales aspectos de la vida, virtudes y escritos del Siervo de Dios.

d) La cuarta etapa es la Discusión de la “Positio”. Este documento, una vez impreso, es discutido por una Comisión de Teólogos consultores, nombrados por la Congregación para las Causas de los Santos. Después, en sesión solemne de Cardenales y Obispos, la Congregación para las Causas de los Santos, a su vez, discute el parecer de la Comisión de Teólogos.

e) La quinta etapa es el Decreto del Santo Padre. Si la Congregación para las Causas de los Santos aprueba la “Positio”, el Santo Padre dicta el Decreto de Heroicidad de Virtudes. El que era Siervo de Dios pasa a ser considerado Venerable.

3. Beato o Bienaventurado.

a) La primera etapa es mostrar al “Venerable” a la comunidad como modelo de vida e intercesor ante Dios. Para que esto pueda ser, el Postulador de la Causa deber probar ante la Congregación para las Causas de los Santos:

– La fama de santidad del Venerable. Para ello elabora una lista con las gracias y favores pedidos a Dios por los fieles por intermedio del Venerable.

– La realización de un milagro atribuido a la intercesión del Venerable. El proceso de examinar este “presunto” milagro se lleva a cabo en la Diócesis donde ha sucedido el hecho y donde viven los testigos.
Generalmente, el Postulador de la Causa presenta hechos relacionados con la salud o la medicina. El Proceso de examinar el “presunto” milagro debe abarcar dos aspectos: a) la presencia de un hecho (la sanación) que los científicos (los médicos) deberán atestiguar como un hecho que va más allá de la ciencia, y b) la intercesión del Venerable Siervo de Dios en la realización de ese hecho que señalarán los testigos del caso.

b) Durante la segunda etapa la Congregación para las Causas de los Santos examina el milagro presentado.

Dos médicos peritos, designados por la Congregación, examinan si las condiciones del caso merecían un estudio detallado. Su parecer es discutido por la Consulta médica de la Congregación para las Causas de los Santos (cinco médicos peritos).

El hecho extraordinario presentado por la Consulta médica es discutido por el Congreso de Teólogos de la Congregación para las Causas de los Santos. Ocho teólogos estudian el nexo entre el hecho señalado por la Consulta médica y la intercesión atribuida al Siervo de Dios.

Todos los antecedentes y los juicios de la Consulta Médica y del Congreso de Teólogos son estudiados y comunicados por un Cardenal (Cardenal “Ponente”) a los demás integrantes de la Congregación, reunidos en Sesión. Luego, en Sesión solemne de los cardenales y obispos de la Congregación para las Causas de los Santos se da su veredicto final sobre el “milagro”. Si el veredicto es positivo el Prefecto de la Congregación ordena la confección del Decreto correspondiente para ser sometido a la aprobación del Santo Padre.

c) En la tercera etapa y con los antecedentes anteriores, el Santo Padre aprueba el Decreto de Beatificación.

d) En la cuarta etapa el Santo Padre determina la fecha de la ceremonia litúrgica.

e) La quinta etapa es la Ceremonia de Beatificación.

4. Santo.

a) La primera etapa es la aprobación de un segundo milagro.

b) Durante la segunda etapa la Congregación para las Causas de los Santos examina este segundo milagro presentado. Se requiere que este segundo hecho milagroso haya sucedido en una fecha posterior a la Beatificación. Para examinarlo la Congregación sigue los mismos pasos que para el primer milagro.

c) En la tercera etapa el Santo Padre, con los antecedentes anteriores, aprueba el Decreto de Canonización.

d) La cuarta etapa es el Consistorio Ordinario Público, convocado por el Santo Padre, donde informa a todos los Cardenales de la Iglesia y luego determina la fecha de la canonización.

e) La última etapa es la Ceremonia de la Canonización.

En el año 2005, el Vaticano estableció nuevas normas para ceremonias de beatificación

En octubre del año 2005, La Congregación para las Causas de los Santos dio a conocer cuatro disposiciones nuevas para las ceremonias de beatificación entre las que destaca su celebración en la diócesis que haya promovido la causa del nuevo beato.

Las disposiciones son fruto del estudio de las razones teológicas y de las exigencias pastorales sobre los ritos de beatificación y canonización aprobadas por Benedicto XVI, informa Radio Vaticano.

La primera norma indica que mientras el Papa presidirá los ritos de canonización, que atribuye al beato el culto por parte de toda la Iglesia; los de beatificación –considerados siempre un acto pontificio– serán celebrados por un representante del Santo Padre, normalmente por el Prefecto de la Congregación para las Causas de los Santos.

La segunda disposición establece que el rito de beatificación se celebrará en la diócesis que ha promovido la causa del nuevo beato o en otra localidad considerada idónea.

En tercer lugar se indica que por solicitud de los obispos o de los “actores” de la causa, considerando el parecer de la Secretaría de Estado, el mismo rito de beatificación podrá tener lugar en Roma.

Por último, según la cuarta disposición, el mismo rito se desarrollará en la Celebración Eucarística, a menos que algunas razones litúrgicas especiales sugieran que tenga lugar en el curso de la celebración de la Palabra y de la Liturgia de las Horas.

Así muere un santo

Muerte del Hermano Pedro

En 1667, a los 41 años, después de 15 en Guatemala, el Hermano Rodrigo conoció que iba a morir. Ya en marzo le dio por escribir su nombre entre las cedulillas de los difuntos, para encomendarse así a los sufragios de los fieles. En ese tiempo, visitó a la señora Nicolasa González, abnegada colaboradora del Hospital, y le dijo: «Vengo a despedirme. Es posible que ya no volvamos a vernos». Y añadió: «No llores, porque mejor hermano te seré allá que no he sido acá».

Poco después tuvo que guardar cama, y cuando el médico y los Hermanos le anunciaban la muerte, se alegraba tanto que parecía recobrar ánimos y salud. Pasó días de grandes dolores, aunque éstos desaparecieron al final: «Ya no siento nada, dijo. El Señor que conoce mi gran miseria, no quiere que yo me inquiete por el dolor».

Un día fray Rodrigo de la Cruz se atrevió a pedirle una bendición. Y el Hermano Pedro, incorporándose, le puso al cuello un emblema del nacimiento del Niño Jesús, para que lo llevasen siempre los Hermanos mayores de la fraternidad. Y después le bendijo: «Con la humildad que puedo, aunque indigno pecador, te bendigo en el nombre de la Santísima Trinidad, Padre, Hijo y Espíritu Santo. Dios te haga humilde».

A su celda de moribundo acudió su querido obispo, fray Payo, y el gobernador don Sebastián Alvarez Alfonso, buen cristiano, que hizo muchas obras de caridad. Y también acudió la comunidad franciscana, que le cantó a coro los himnos religiosos que él más apreciaba. Y los Hermanos terceros, también en coro, con músicos de arpa, vihuela y violón… Y a sus Hermanos del Hospital, entristecidos, que se lamentaban de su muerte tan temprana, les animaba diciendo: «Antes por eso he de morir, porque conviene saber, hermanitos, que a Dios nadie le hace falta».

También, cómo no, acudió en esos días finales el Demonio para acosarle. En vida le había hostigado más de una vez, tomando en ocasiones la forma de gato o de perros rabiosos o de globo de fuego amenazante. Ahora se ve que venía con argumentos contra la fe, pues el Hermano Pedro, que para despreciarle le llamaba el Calcillas, le rechazaba diciéndole: «Yo que soy un ignorante ¿qué entiendo de argumentos? A los maestros y confesores con ellos». Y cuando unos Hermanos, para consolarle, le aseguraron que ya estaba próximo a la muerte, el Hermano Pedro, se rió con alegría, y haciendo castañetas con los dedos, comentó: «¡Me huelgo por el Calcillas!»…

Guardó entera su conciencia hasta un cuarto de hora antes de morir. Solía en sus últimos días apretar en las manos un crucifijo, y mantener sus ojos fijos en una imagen de San José, a quien ya desde el bautismo estaba encomendado. «Me parece que vivo más en el aire que en la tierra», confesó con voz débil. Murió el 25 de abril de abril de 1667. Un siglo después, en 1771, declaró Clemente XIV que sus virtudes habían sido heroicas. Y dos siglos más tarde, el 22 de junio de 1980, fue beatificado por Juan Pablo II.

En El genio del cristianismo (1802), Chateaubriand se hace eco de lo que fue el entierro del santo Hermano Pedro: Todos, especialmente los pobres, indios y negros, «besaban sus pies, cortaban pedazos de sus vestidos, y le hubieran mutilado para llevarse alguna reliquia a no rodear de guardias el féretro. A primera vista parecía un tirano presa del furor del pueblo, y era tan sólo un obscuro religioso a quien se defendía del amor y de la gratitud de los pobres».

Los Bethlemitas

Unos días después de la muerte del Hermano Pedro, el 2 de mayo, llegaban a Guatemala licencias reales para el Hospital de Belén. Fray Rodrigo de la Cruz, por deseo del Hermano Pedro, le sucedió al frente de la incipiente Orden. Después de algunas tensiones, con la ayuda del buen obispo fray Payo y con el prudente consejo del provincial franciscano fray Cristóbal de Xerez Serrano, natural de Guatemala, fray Rodrigo y los suyos tomaron hábito propio en octubre de 1667, el día de Santa Teresa.

En 1673, Clemente X aprobó la congregación nueva y sus constituciones. Y en 1710, Clemente XI erigió la «Congregación de los Betlemitas de las Indias Occidentales en verdadera religión con votos solemnes».

Por esos años se extendió la Orden en América con gran rapidez. Llegó a Lima en 1671, donde se formó el Hospital más célebre de las Indias. Apenas cincuenta años después de la muerte del Hermano Pedro, la Orden tenía ya 21 Hospitales, como los de Cajamarca, Trujillo, Cuzco, Potosí, Quito, La Habana, Buenos Aires, Piura, Payta y también Canarias. En México, de cuya capital había sido nombrado arzobispo el obispo fray Payo Enríquez de Rivera, primer Protector de los bethlemitas, hubo 11 casas, como las de Oaxaca, Puebla y Guanajuato. Esta primera expansión de la Orden, fue propiciada por fray Rodrigo, que después de presidirla casi cincuenta años, murió en México en 1716, a los 80 años de edad.

A principios del siglo XIX, la Orden tenía cinco noviciados -Guatemala, México, La Habana, Quito y Cuzco-, y atendía más de 30 Hospitales. Precisamente por estos años la Orden, muy enriquecida con donativos y propiedades, se vio envuelta en graves problemas, con ocasión de los movimientos americanos independentistas. En la casa de Guatemala se fraguó en 1813 la conspiración que preparó la independencia, cosa que ganó para la Orden la hostilidad de España. Y por esos años, el bethlemita fray Antonio de San Alberto acompañó a Bolívar en sus campañas militares, y éste le nombró su médico de cámara con rango de teniente coronel. Por el contrario, en Argentina, el prior bethlemita fray José de las Animas fue en 1812 el segundo jefe de la conspiración de Alzaga, y una vez descubierta ésta, fue juzgado y ahorcado. Finalmente la Orden fue suprimida en 1820 por un decreto de las Cortes de Cádiz.

A poco de morir el Beato Pedro, dos viudas piadosas, Agustina Delgado y su hija Mariana de Jesús, se ofrecieron para servir el Hospital de Belén, y aceptadas por fray Rodrigo, comenzaron a vivir en una casita contigua bajo la misma regla. Un Breve pontificio de 1674 aprobó esta hermandad. Muchos años después, la guatemalteca Encarnación Rosal, natural de Quezaltenango (1820-1886), hizo su profesión religiosa en manos del último bethlemita, y fue reformadora de la rama femenina de la Orden de Belén, orientándola principalmente hacia la educación.

En la actualidad, las Hermanas Bethlemitas son unas 800, distribuidas, en más de 80 casas, por América y por otras regiones del mundo.

En cuanto a la Orden masculina, en 1984, cuando sólo faltaban seis años para su total extinción canónica -que ocurre a los cien años de la muerte del último religioso-, el tinerfeño don Luis Alvarez García, entonces Secretario-Canciller de su diócesis natal, logró con varios jóvenes guatemaltecos la restauración canónica de la Orden bethlemita, abriendo casa primero en La Laguna, y después en Guatemala.


El autor de esta obra es el sacerdote español José Ma. Iraburu, a quien expresamos nuestra gratitud. Aquí la obra se publica íntegra, por entregas. Lo ya publicado puede consultarse aquí.

Humildad, oración y penitencia

Oración y penitencia

Cuando le preguntaron al Beato Pedro de San José qué es orar, respondió que «estar en la presencia de Dios», y lo explicó más: «Estarse todo el día y la noche alabando a Dios, amando a Dios, obrando por Dios, comunicando con Dios». Eso es lo que él hacía, y por eso una vez que, a pleno sol, le dijeron por qué no se cubría, dijo: «Bien está sin sombrero quien está en la presencia de Dios».

Además de esa oración continua, que en él era la fundamental, los rezos del Hermano Pedro eran los más elementales, padrenuestros y avemarías, salves y rosarios incesantes, además de la misa, los novenarios y otras devociones. Las noches y el alba eran sus tiempos preferidos para la oración, pues apenas dormía, y durante el día practicaba como hemos visto una oración continua. En sus frecuentes itinerarios de limosnero o al visitar enfermos, entraba muchas veces en los templos para honrar al Santísimo y a la Virgen María. En su oración repetía en ocasiones versos de su invención, como éste: «Concédeme, buen Señor, / fe, esperanza y caridad, / y pues sois tan poderoso / una profunda humildad / y antes y después de aquesto / que haga vuestra voluntad».

Con tan simples escalas, el Hermano Pedro ascendió a las más altas cumbres de la oración contemplativa, en la que no raramente quedaba extático. Así una noche, en que estaba hablando con el hermano Nicolás de Santa María de temas espirituales, quedó suspenso en mitad de la plaza durante una hora, con los brazos alzados…

Por lo que se refiere a sus penitencias, el Beato Pedro era hermano espiritual de un Antonio de Roa o de un San Pedro de Alcántara. Enseñado ya de niño por sus padres en Tenerife, practicó siempre en Guatemala increíbles ayunos, que fueron crecientes. En catorce años no se le vió emplear cama ni mesa, ni abrigarse con mantas. Vestía un tosco sayal por fuera, y una áspera túnica interior de cáñamo, que se ceñía al cuerpo con cordeles. Así andaba todo el día, sirviendo y rezando aquí y allá. Para «engañar el sueño», como él decía, ponía a veces los dos puños, uno sobre otro, contra una pared y, de pie o de rodillas, apoyaba en ellos la cabeza un rato. Su director espiritual, el padre Lobo, decía que el mero hecho de que el Hermano Pedro se conservase vivo era ya un milagro continuado.

Siendo obrero-estudiante, como vimos, hizo en 1654 promesa de darse «cinco mil y tantos azotes» en honor de la Pasión de Cristo. En realidad, según fue él mismo apuntando, los azotes de ese año sumaron 8.472. Y ya en el Hospital de Belén siguió con sus disciplinas cada día, que se aplicaba en un mínimo oratorio en el que nadie entraba -«la sala de armas», como él decía-. En aquella tinajera hizo Pedro pintar dos escenas de la Pasión del Señor, con San Juan y la Dolorosa.

Por otra parte, aunque el Beato Pedro apreció mucho la mortificación voluntaria, todavía tuvo en más estima el valor santificante de las penas de la vida, y así lo enseñaba a sus hermanos:

«Vale más una pequeña cruz, un dolorcito, una pena o congoja o enfermedad que Dios envía, que los ayunos, disciplinas, cilicios, penitencias y mortificaciones que nosotros hacemos, si se lleva por Dios lo que el Señor concede». Y daba esta razón: «Porque en lo que nosotros hacemos y tomamos por nuestra mano, va envuelto nuestro propio querer; pero lo que Dios envía, si lo admitimos como de su mano con resignación y humildad, allí está la voluntad de Dios y, en nuestra conformidad con ella, nuestro logro y ganancia».

El humilde mendigo

La humildad del Beato Pedro era absoluta. Su norma era: «Confiar en Dios y desconfiar de mí». Por eso no hizo cosa privada importante sin consultar al confesor, ni nada público sin sujetarse a obediencia. Nunca desdeñó tampoco el consejo de los personajes más despreciados, como Marquitos, pensando que sus cosas personales no merecían más altos consejeros. No le gustaba cubrir su cabeza, ni que le llamaran señor, y prefería sentarse en el suelo.

Una vez el prior de los dominicos, que no le conocía sino de oídas, quiso ponerle a prueba, y en un encuentro trató de avergonzarle con toda clase de acusaciones y reproches, llamándole «hipocritón y embustero engañamundos», y diciéndole que más le valía trabajar y dejarse de rarezas. La humildad de Pedro, cabizbajo, en la respuesta fue tan sincera, -«¡qué bien dice mi Padre, y cómo me ha conocido!»-, que el prior quedó emocionado, y abrazándole le dijo: «Mire, Hermano Pedro, que desde hoy somos amigos y hermanos».

Nunca se vio afectado el Hermano Pedro de respetos humanos, y no se le daba nada ir por las calles descalzo y vestido de sayal, pidiendo limosna aquí y allá, cargando con sus bolsas y talegas, o llevando al hombro maderos o la olla de comida para sus necesitados. Para la edificación del Hospital y para el sostenimiento de enfermos y convalecientes, el Hermano Pedro acudía con toda sencillez a la mendicidad. Iba pidiendo de puerta en puerta, sin que nunca las negativas le hicieran perder la sonrisa. Por lo demás, tanto su bondad apacible como su fuerza persuasiva, movían el corazón de los cristianos, de modo que las ayudas fueron siempre creciendo, y el Hospital pudo terminarse con sorprendente rapidez.

La humildad absoluta ante Dios y ante los hombres, la humildad tanto en el modo de ser como en el modo de realizar las obras de asistencia y apostolado, fue siempre la característica fundamental del Hermano Pedro, que supo infundirla desde el primer momento en sus hermanos: «Nosotros, los de Belén, les decía, debemos estar debajo de los pies de todos y andar arrastrándonos por el suelo como las escobas».


El autor de esta obra es el sacerdote español José Ma. Iraburu, a quien expresamos nuestra gratitud. Aquí la obra se publica íntegra, por entregas. Lo ya publicado puede consultarse aquí.

Conozcamos a San Claudio de la Colombière

“En el año de 1675, un nuevo superior había sido designado para la casa de los padres jesuitas en Paray-le-Monial. Al ser éste confesor extraordinario de las vecinas monjas de la Visitación, se acercó a ver a la superiora, la Madre de Saumaise, con el objetivo de ponerse a disposición del monasterio. Ella le presentó a toda la comunidad y, mientras el sacerdote dirigía a las religiosas unas breves palabras de incentivo a la práctica de la virtud heroica, una de ellas, Sor Margarita María Alacoque, oyó una voz interior que le decía: — He ahí al que te envío. Hacía pocos años que esta monja pertenecía a la congregación y ya había sido beneficiada por el Sagrado Corazón de Jesús con numerosas visiones y revelaciones. Sin embargo, en esos momentos estaba pasando por la prueba de la duda. Sus superiores y algunas autoridades eclesiásticas la consideraban una “visionaria”, llegándose a preguntar si no estaría siendo víctima de una ilusión o engañada por el demonio…”

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Un santo que abrió camino a otro santo

“No raras veces, recorriendo las páginas de la hagiografía y de la Historia de la Iglesia, encontramos el buen ejemplo en la raíz de las más estupendas conversiones. En esos casos, el fulgor de las virtudes de algún gran Santo sirve a Dios como instrumento para herir con su dardo de amor el alma de aquellos que desea atraer enteramente para Sí…”

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Últimos años de la vida de un santo humilde y místico

«Florecillas» de fray Sebastián

De los 568 testigos que depusieron en el proceso que la Iglesia hizo a su muerte, y de otros relatos, nos quedan muchas anécdotas, de las que referiremos algunas. Al mismo fray Juan de Santa Ana, buen amigo suyo, le contó fray Sebastián esta anécdota:

«Habéis de saber que todas las veces que voy al convento, procuro llevar a los coristas y estudiantes fruta u otra cosa que merienden, y cuando no lo hago me esconden las herramientas de las carretas (que sin duda las letras deben hacer golosos a los mozos), y esta vez que no les llevé nada, me cercaron con mucho ruido y alboroto; me pusieron tendido sobre una tabla, diciendo que ya estaba muerto, y cantando lo que cantan cuando entierran a los muertos, me llevaban por el claustro adelante a enterrar entre las coles de la huerta, donde tenían ya hecho el hoyo. Acertolo a ver desde su corredor el Guardián, que era entonces el R. P. fray Buenaventura Paredes, y preguntó: -¿Dónde lleváis a Aparicio? Y respondieron: -Padre nuestro, está muerto y lo llevamos a enterrar. Entonces dije yo: -Padre Guardián, ¿yo estoy muerto? Y visto por el Guardián que había yo respondido, les dijo: -¿Pues cómo habla si está muerto? A lo cual los dichos coristas dijeron: -Padre nuestro, muchos muertos hablan y uno de ellos es el Hermano Aparicio. Y por último el Guardián les mandó que me dejasen, que de otra suerte ya estuviera enterrado» (Campazas 47).

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Una buena noticia

Para tu formación en la fe y para tu vida de oración, te comparto que ya esta disponible la serie completa de las lecturas espirituales que corresponden a los santos del calendario general de nuestra Iglesia Católica. Haz click aquí.

Lo natural de lo verdaderamente sobrenatural

Cuando se trabaja única y exclusivamente por la gloria de Dios, todo se hace con naturalidad, sencillamente, como quien tiene prisa y no puede detenerse en “mayores manifestaciones”, para no perder ese trato -irrepetible e incomparable- con el Señor.

Los santos resultan siempre “incómodos” para los demás.

¿Santos, anormales?… Ha llegado la hora de arrancar ese prejuicio. Hemos de enseñar, con la naturalidad sobrenatural de la ascética cristiana, que ni siquiera los fenómenos místicos significan anormalidad: es ésa la naturalidad de esos fenómenos…, como otros procesos psíquicos o fisiológicos tienen la suya.

Más pensamientos de San Josemaría.

LA GRACIA del Martes 1 de Noviembre de 2016

SOLEMNIDAD DE TODOS LOS SANTOS

Dios ha escuchado la oración de su Hijo Jesucristo para que todos sintamos el llamado a la santidad y la alegría de ser fieles a Él, derramando sobre todos el don de su Espíritu Santo.

[REPRODUCCIÓN PERMITIDA – Ayúdanos a divulgar este archivo de audio en las redes sociales, blogs, emisoras de radio, y otros medios.]

El llamado universal a la santidad

Un texto clásico del Concilio Vaticano II (Constitución Lumen Gentium, números 39 y 40):

39. La Iglesia, cuyo misterio está exponiendo el sagrado Concilio, creemos que es indefectiblemente santa. Pues Cristo, el Hijo de Dios, quien con el Padre y el Espíritu Santo es proclamado «el único Santo», amó a la Iglesia como a su esposa, entregándose a Sí mismo por ella para santificarla (cf. Ef 5,25-26), la unió a Sí como su propio cuerpo y la enriqueció con el don del Espíritu Santo para gloria de Dios. Por ello, en la Iglesia, todos, lo mismo quienes pertenecen a la Jerarquía que los apacentados por ella, están llamados a la santidad, según aquello del Apóstol: «Porgue ésta es la voluntad de Dios, vuestra santificación» (1 Ts 4, 3; cf. Ef 1, 4). Esta santidad de la Iglesia se manifiesta y sin cesar debe manifestarse en los frutos de gracia que el Espíritu produce en los fieles. Se expresa multiformemente en cada uno de los que, con edificación de los demás, se acercan a la perfección de la caridad en su propio género de vida; de manera singular aparece en la práctica de los comúnmente llamados consejos evangélicos. Esta práctica de los consejos, que, por impulso del Espíritu Santo, muchos cristianos han abrazado tanto en privado como en una condición o estado aceptado por la Iglesia, proporciona al mundo y debe proporcionarle un espléndido testimonio y ejemplo de esa santidad.

40. El divino Maestro y Modelo de toda perfección, el Señor Jesús, predicó a todos y cada uno de sus discípulos, cualquiera que fuese su condición, la santidad de vida, de la que El es iniciador y consumador: «Sed, pues, vosotros perfectos, como vuestro Padre celestial es perfecto» (Mt 5, 48). Envió a todos el Espíritu Santo para que los mueva interiormente a amar a Dios con todo el corazón, con toda el alma, con toda la mente y con todas las fuerzas (cf. Mt 12,30) y a amarse mutuamente como Cristo les amó (cf. Jn 13,34; 15,12). Los seguidores de Cristo, llamados por Dios no en razón de sus obras, sino en virtud del designio y gracia divinos y justificados en el Señor Jesús, han sido hechos por el bautismo, sacramento de la fe, verdaderos hijos de Dios y partícipes de la divina naturaleza, y, por lo mismo, realmente santos. En consecuencia, es necesario que con la ayuda de Dios conserven y perfeccionen en su vida la santificación que recibieron. El Apóstol les amonesta a vivir «como conviene a los santos» (Ef 5, 3) y que como «elegidos de Dios, santos y amados, se revistan de entrañas de misericordia, benignidad, humildad, modestia, paciencia» (Col 3, 12) y produzcan los frutos del Espíritu para la santificación (cf. Ga 5, 22; Rm 6, 22). Pero como todos caemos en muchas faltas (cf. St 3,2), continuamente necesitamos la misericordia de Dios y todos los días debemos orar: «Perdónanos nuestras deudas» (Mt 6, 12).

Es, pues, completamente claro que todos los fieles, de cualquier estado o condición, están llamados a la plenitud de la vida cristiana y a la perfección de la caridad, y esta santidad suscita un nivel de vida más humano incluso en la sociedad terrena. En el logro de esta perfección empeñen los fieles las fuerzas recibidas según la medida de la donación de Cristo, a fin de que, siguiendo sus huellas y hechos conformes a su imagen, obedeciendo en todo a la voluntad del Padre, se entreguen con toda su alma a la gloria de Dios y al servicio del prójimo. Así, la santidad del Pueblo de Dios producirá abundantes frutos, como brillantemente lo demuestra la historia de la Iglesia con la vida de tantos santos.

Una vida marcada por la Pascua, 09 de 12: Pascua de algunos santos

9. La Pascua de algunos santos

San Juan Bautista

* Dios le otorga a los profetas (Jeremías, Oseas y también a Juan Bautista) que el gran mensaje que comuniquen sea su propia vida. No es de extrañar que el Espíritu Santo, la Ley Nueva, marque y selle en nuestra vida la Pascua. Juan Bautista llevó una vida marcada por la Pascua, de ahí su nombre de Precursor. Aunque el primero y el último es Jesucristo.

* La vida de Juan está marcada por la Pascua porque no ve la Alianza de Dios como algo distante que se pierde en el pasado. Juan es el santo que reconoce los derechos de Dios. En Malaquías 4 dice que el Precursor reconcilia el Padre con los hijos y los hijos con el Padre. La Alianza está viva.

* Juan bautiza en el Jordán porque en el libro de Josué vemos que el Pueblo de Israel cruza el río Jordán. Aquí no es la vara de Moisés sino el arca de la Alianza la señal que mantiene las aguas separadas. La Alianza con Dios es la que da paso libre al Pueblo hacia Dios. Hay toda una liturgia para que se pueda producir el milagro. En el caso de Juan las aguas no se separan sino que la gente se sumerge en el agua (muerte es el símbolo). El Bautismo es una muerte simbólica del Pueblo que se bautiza.

* El acto de bautizar significa que
(1) soy un pecador, y al mismo tiempo
(2) pertenezco a un Pueblo que ha sido infiel.

* Eso explica porqué Cristo va a bautizarse: el bautismo de Jesús no es porque él sea pecador sino porque Él está encarnado en un pueblo pecador. El bautismo de Cristo es la señal del bautismo del pueblo judío.

* La vida Pascual de Juan tiene que ver con la libertad. El tipo de vida de Juan es un mensaje de libertad. Juan dice que su único dueño es Dios. Una libertad que le permite hablar a todos claramente.

* Aparentemente una vida así no tiene lugar para la alegría. En su vida hay una solo alegría: Jesucristo. Desde antes de nacer y durante toda su vida y hasta el final, según había anunciado: ahora mi alegría es perfecta.

San Pablo

* Cuenta su propia Pascua en 1Tim 1, 12-17, donde dice: Doy gracias a aquel que me revistió de fortaleza, a Cristo Jesús… Su Pascua es su conversión, su salvación, sobreabundancia de Gracia, el impacto de misericordia en su vida, la transformación de todo su ser. San Pablo ha conocido el amor de Dios.

* En el Gálatas 2, 19-21, el santo dice: yo por la ley he muerto a la ley, a fin de vivir para Dios: con Cristo estoy crucificado: y no vivo yo, sino que es Cristo quien vive en mí; la vida que vivo al presente en la carne, la vivo en la fe del Hijo de Dios que me amó y se entregó a sí mismo por mí. No tengo por inútil la gracia de Dios, pues si por la ley se obtuviera la justificación, entonces hubiese muerto Cristo en vano. En el libro de los Hechos ya se cuenta su conversión; ¿qué nos agrega este texto de Gálatas? Tres componentes: misericordia, ley y cruz:

(1) Cuanto más intensa y extensa es nuestra experiencia de la misericordia más fácil se nos hace poder ver (entender) a los otros. La misericordia es algo más que un sentimiento. Ilumina nuestro entendimiento para descubrir y liberarnos de nuestras cadenas. El poder liberador de la misericordia hace que la miseria del pasado se convierte en gloria.

(2) “… por la ley he muerto a la ley …” ¿qué quiere decir? La ley fue dada para nuestra vida y no para morir. Escoge la vida (Deut 30, 19). Tu palabra me da vida. (Sal. 118) La ley me muestra el camino perfecto pero no me da la fuerza para recorrerlo. Sin ley antes obraban mal sin saberlo. Con la ley ahora siguen haciéndolo pero a conciencia. En Rom. 2, 23, dice San Pablo Tú que te glorías en la ley, transgrediéndola deshonras a Dios. Según la carta a los Hebreos, por la ley he descubierto mi miseria y he confesado mi pecado y la ley ya hizo su misión (ya no tiene sentido, por eso: “muero a la ley”).
La referencia a la Pascua es que para nosotros una vida Pascual y esperanza de salvación no está en las normas externas. Si nos fijamos los capítulos 5 y 6 de la carta a los Romanos vemos lo que la ley quería no se cumplía y ahora sin la ley se cumple. Una vida Pascual es la que cumple lo que pide la ley pero sin la ley. Para llegar a donde quería la ley de Moisés había que superar la ley de Moisés. Ese “ir más allá de la ley de Moisés” es lo que nos ha dado el sacrificio redentor de Jesús y la efusión del Espíritu en Pentecostés.

(3) …Con Cristo estoy crucificado… “Vivir para Dios” lo equipara a “morir crucificado”. Si bien es cierto que lo que Jesús sufrió (su Cruz) fue suficiente para nuestra justificación, también es verdad que la vida cristiana es algo más que el perdón de los pecados. Se trata del camino que en nuestras vidas hace el Espíritu y que tiene que florecer con obras de amor. La fe sin obras está muerta. … Completo en mi carne lo que falta a la Pasión de Cristo.

Romanos 5, 1ss: Habiendo, pues, recibido de la fe nuestra justificación, estamos en paz con Dios, por nuestro Señor Jesucristo, por quien hemos obtenido también, mediante la fe, el acceso a esta gracia en la cual nos hallamos, y nos gloriamos en la esperanza de la gloria de Dios. Más aún; nos gloriamos hasta en las tribulaciones, sabiendo que la tribulación engendra la paciencia;…

Después de la justificación vienen las tribulaciones. La cruz es necesaria pero es cruz de victoria. La justificación no lo cubre todo. La vida marcada por la Pascua es una vida con victoria en medio de las tribulaciones.

Santo Domingo de Guzmán.

* El santo que experimenta la Gracia y la predica. Una vida marcada por la Pascua es una vida marcada por la Gracia. Lo que Santo Domingo ve en los herejes no es una montaña de errores, sino un abismo de necesidades. El gran pecado de nuestra época es la indiferencia, según el Papa Francisco. De ahí que tengamos que salir de nosotros mismos y salir de nuestro egoísmo e interesarnos en los demás.

* Tiene que dolernos todos aquellos que están apostatando. El santo se preocupaba de consolar. Su anhelo es la santificación en comunidad.

* Su don de la alegría era muy especial. Por ser un cristiano estable, le permitía estar por encima de todas las vicisitudes y tribulaciones de la vida. Su gozo y vivencia de la alegría eran admirables e impresionantes.

Secreto de la santidad de cada día

Una misión siempre actual y heroica para un cristiano corriente: realizar de manera santa los más variados quehaceres, aun aquéllos que parecen más indiferentes.

Trabajemos, y trabajemos mucho y bien, sin olvidar que nuestra mejor arma es la oración. Por eso, no me canso de repetir que hemos de ser almas contemplativas en medio del mundo, que procuran convertir su trabajo en oración.

Me escribes en la cocina, junto al fogón. Está comenzando la tarde. Hace frío. A tu lado, tu hermana pequeña -la última que ha descubierto la locura divina de vivir a fondo su vocación cristiana- pela patatas. Aparentemente -piensas- su labor es igual que antes. Sin embargo, ¡hay tanta diferencia! -Es verdad: antes “sólo” pelaba patatas; ahora, se está santificando pelando patatas.

Más pensamientos de San Josemaría.