Las primeras palabras del Ave María

¿Se dan cuenta que hay una contradicción en el Ave María? primero dice Dios te salve María, es decir un ruego a que Dios salve a María… -A.R.

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La expresión “¡Dios te salve!” fue, muchos siglos atrás, un saludo tradicional en castellano. Ese saludo no es un deseo de salvación directamente sino un deseo de SALUD, como se ve por su origen en el verbo latino correspondiente: SALVERE. O sea que en ese castellano antiguo decir “¡Dios te salve!” es un modo de muy alto respeto de saludar. por supuesto, ese uso y ese lenguaje no son ya los de nosotros y por eso es comprensible el comentario que haces.

En otros idiomas se usan otras formas de saludo, cuando se trata del Ave María. En inglés se usa “Hail, Mary!” Ese “Hail!” es un saludo antiguo, hoy prácticamente arcaico, pero que no tiene la connotación ambigua que le quedó al castellano. En francés, sólo por dar otro ejemplo, adaptan mucho más al lenguaje actual: “Je vous salue…” es decir: “Te saludo.”

Todo esto indica el límite que tiene el usar fórmulas antiguas, y por eso te invito a que veas este video:

Lo que está claro es que la contradicción que crees ver es sólo aparente. Bendiciones para todos.

El ecumenismo

Cordial saludo, fray Nelson. ¿Me puede ayudar a aclarar a lo que se refiere el ecumenismo, por favor? He estado leyendo sobre el tema pero no he logrado entenderlo con claridad y, es que me pregunto, también, si se puede hablar de ecumenismo con los protestantes… O, ¿hasta que punto podemos hablar de ecumenismo en cuanto a los sacramentos y liturgia y cantos? — R.P.

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En griego antiguo, la palabra “oikumene” se refería al mundo habitado, es decir, al conjunto de los pueblos. En este primer sentido, lo “ecuménico” hace referencia a la unidad que formamos todos los seres humanos, todos los habitantes de esta “casa” que es nuestra Tierra. La idea de “unidad” a partir de la “multitud” es clave en este análisis.

En la oración de Cristo, poco antes de padecer, después de la última cena, según cuenta el Evangelista San Juan, el Señor hizo una súplica muy profunda, que tiene que ver con este sentido original de lo “ecuménico”: Cristo pidió que todos sus discípulos fuéramos UNO y puso como referencia ni más ni menos que la unidad perfectísima que él tiene con Dios Padre. Sus palabras son de una profundidad impresionante: “No ruego sólo por estos [se refiere a los apóstoles, que estaban con él en la cena]. Ruego también por los que han de creer en mí por el mensaje de ellos, para que todos sean uno. Padre, así como tú estás en mí y yo en ti, permite que ellos también estén en nosotros, para que el mundo crea que tú me has enviado” (Juan 17,20-21).

Ese propósito e intención de Cristo no se está cumpliendo, en la medida en que vemos tantas divisiones entre personas que todas dicen–y decimos–ser discípulos del mismo Señor. Encontramos que hay católicos, ortodoxos, anglicanos, protestantes, luteranos, calvinistas, adventistas, pentecostales, y muchas otras denominaciones. El deseo ferviente de Cristo no se ha cumplido. Constatar esto, y sufrirlo en el corazón, es el origen del Movimiento Ecuménico, que precisamente quiere buscar caminos para que se realice una auténtica, profunda y duradera unidad entre todos los discípulos de Cristo.

De lo dicho podemos entender varias cosas:

1. El propósito del ecumenismo nos concierne a todos; simplemente no se puede ser discípulo de Cristo y situarse al margen del deseo de Cristo de que haya unidad entre todos los que son suyos e invocan su Nombre.

2. El ecumenismo es un camino. No existen soluciones fáciles ni rápidas que restituyan la verdadera unidad entre los cristianos. Es necesario conocernos, deshacer prejuicios, aprender a valorar lo que Dios ha hecho en otros, y a la vez, ser fieles al Evangelio que hemos recibido.

3. Por eso mismo, es claro que todos debemos evitar el ecumenismo fácil o aparente, que no termina de abordar las cuestiones de fondo y que prefiere quedarse en manifestaciones externas que muchas veces son simple expresión de deseos y no de realidades. Sin decirnos mentiras: el ecumenismo supone procesos de conversión, y esto quiere decir: renuncias, reconocimiento de errores, señales claras de un nuevo rumbo.

4. El aliento fundamental del movimiento ecuménico es la oración. Si es necesario que los corazones depongan sus orgullos y busquen con pureza de intención la Verdad, ¿quién podrá concederlo, si no es Dios, por su piedad?

Apoyemos, pues, todos el camino del ecumenismo, eso sí, con los ojos abiertos y una fe formada y clara.

¿Por qué tomamos por ciertos los nombres de los papás de la Virgen María?

Mi pregunta es ¿por qué la Iglesia se apoya en un libro apócrifo para estas celebraciones, como la de los padres Joaquín y Ana de la Santísima Virgen? Sé que nada de esto aparece en la Sagrada Biblia y sé que, a diferencia de nuestros hermanos protestantes, nosotros no sólo creemos en lo que aparece en ella sino en la Tradición y el magisterio de la Iglesia, pero me gustaría más luz sobre el tema. Gracias de antemano por esa luz. — E.M.

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Tienes razón: en general, la Iglesia no se apoya en los textos apócrifos, que a menudo contienen cosas fantasiosas o simplemente falsas.

Ahora bien, que los papás de la Virgen María se llamaran exactamente Joaquín y Ana, o quizás tuvieran otros nombres, no es algo que en realidad afecta el contenido de la revelación. De hecho, lo que celebramos ese día es casi solamente que ellos existieron, que tuvieron que ser muy santos y que Dios les concedió el don maravilloso y único de ser los padres de la creatura más perfecta. Otra cosa sería que celebráramos acciones o milagros de ellos que solo fueran conocidos por texto apócrifo.

De hecho, esto último sí sucede en la celebración de la Presentación de la Virgen María, que también tuvo su primer origen en tradiciones reportadas por el mismo Evangelio apócrifo de Santiago. Pero la manera como la Iglesia celebra hoy la Presentación de María está alejada del relato apócrifo y siempre subraya el hecho de que, desde el comienzo de su vida consciente, María estuvo entregada a la voluntad de Dios. Así que ni siquiera en este caso el relato apócrifo tiene protagonismo alguno.

¿Hemos reparado suficientemente por nuestros pecados?

Fray Nelson, ¿cómo sabemos que nuestros pecados ya están reparados, si Dios ya está satisfecho? Hay miedo al purgatorio… –M.A.

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¡Gran pregunta! Creo que conviene empezar por una aclaración sobre el concepto de “satisfacción.” No se trata exactamente de dejar satisfecho, entendido como “contento,” a Dios, sino más bien de reparar, según el orden de la justicia, lo que ha sido dañado por nuestro pecado. Es ese orden el que requiere restauración pero debe quedar claro que nuestras faltas no disminuyen a Dios, ni su gloria ni su felicidad.

En todo caso, la pregunta es válida porque la reparación por nuestros pecados es un deber propio de una conciencia que ama y respeta a Dios. Entonces la cuestión es averiguar si podemos saber si esa reparación es suficiente o no.

La verdad es que en estas cosas no podemos aspirar a una certeza del 100%. Es como preguntar si una persona puede estar TOTALMENTE segura de que se va a salvar. Con excepción de dones muy especiales que Dios puede conceder–y ha concedido–no es algo que uno pueda conocer del todo. Lo que uno puede tener es lo que suele llamarse una “certeza moral.” ¿En qué consiste?

Partimos de la base de la presencia de Dios–la voz de Dios–en nuestra conciencia moral. Si la conciencia se ha formado, y puede recordar con paz y sin extremismos el pasado, incluyendo los pecados cometidos, es posible que se haya realizado una reparación suficiente. Debemos entender, sin embargo, que en esa reparación lo principal es la caridad y su intención porque detener todas las consecuencias de todos nuestros pecados es completamente imposible.

Así que el resumen es: conciencia formada; examen del pasado; sensación estable de paz en la humildad, repetida varias veces y en diversas circunstancias. Si todo ello se da, es razonable considerar que la reparación ha cumplido su propósito.

La traducción de la Vulgata y su uso actual

Sobre la Vulgata dice el Magisterio:

«En cuanto al hecho de que el Concilio de Trento quiso que la Vulgata fuera la versión latina, «que todos usasen como auténtica», ello a la verdad, como todos saben, sólo se refiere a la Iglesia latina y al uso público de la Escritura, y, sin género de duda, no disminuye en modo alguno la autoridad y valor de los textos originales. Porque no se trataba en aquella ocasión de textos originales, sino de las versiones latinas que en aquella época corrían, entre las cuales el mismo Concilio decretó con razón que debía ser preferida aquella que «ha sido aprobada en la Iglesia misma por el largo uso de tantos siglos». Así, pues, esta privilegiada autoridad o, como dicen, autenticidad de la Vulgata, no fue establecida por el Concilio por razones principalmente críticas, sino más bien por su uso legítimo en las Iglesias, durante el decurso de tantos siglos; uso a la verdad, que demuestra que la Vulgata, tal como la entendió y entiende la Iglesia, está totalmente inmune de todo error en materias de fe y costumbres; de suerte que, por testimonio y confirmación de la misma Iglesia, se puede citar con seguridad y sin peligro de errar en las disputas, lecciones y predicaciones; y, por tanto, este género de autenticidad no se llama con nombre primario crítica, sino más bien jurídica. Por lo cual, esta autoridad de la Vulgata en materias de doctrina no veda en modo alguno -antes, por lo contrario, hoy más bien exige – que esta misma doctrina se compruebe y confirme también por los textos primitivos; ni tampoco que corrientemente se invoque el auxilio de esos mismos textos, con los que donde quiera y cada día más se patentice y exponga el recto sentido de las Sagradas Letras» (Encíclica Divino afflante Spiritu, Pío XII).

Por lo demás, lo que dice el Papa Pío XII sobre la Vulgata no es una afirmación suya simplemente, sino que él recoge lo que el Sacrosanto Concilio de Trento afirmó: «Así, pues, esta privilegiada autoridad o, como dicen, autenticidad de la Vulgata, no fue establecida por el Concilio [de Trento] por razones principalmente críticas, sino más bien por su uso legítimo en las Iglesias, durante el decurso de tantos siglos; uso a la verdad, que demuestra que la Vulgata, tal como la entendió y entiende la Iglesia, está totalmente inmune de todo error en materias de fe y costumbres».

Por eso entiendo que la Vulgata es, por causa del Magisterio de la Iglesia, a priori, auténtica e inmune de error en materia de fe y costumbres; por lo cual, a posteriori, se puede demostrar lo que a priori ya se sabe, esto es, que la Vulgata es auténtica y está inmune de error. Pero esta demostración a posteriori no es necesaria para saber que es auténtica, pues basta la autoridad de la Iglesia para saberlo.

En otras palabras, si necesito demostrar a un católico que la Vulgata es auténtica Palabra de Dios y está inmune de todo error en fe y moral, sólo tengo que apelar a la autoridad de la Iglesia. Aunque también puedo, sin perjuicio de lo anterior, demostrarlo en base a una demostración crítica. Pero basta lo primero para tener certeza plena de la autenticidad e infalibildad en materia de fe y costumbres de la Vulgata.

Comentario de “Ecclesiam” en un blog de InfoCatólica

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Personalmente me pregunto por qué la insistencia en la Vulgata. Es evidente que un documento legítimo del Magisterio que sea posterior al Concilio de Trento o a Divino afflante puede contextualizar o relativizar lo dicho en su momento por esos eminentes y respetables documentos. Entonces, ¿por qué tratar esos documentos como si fueran palabra irrevocable (más allá del religioso asentimiento del que ya hemos hablado)?

Ahora bien, ¿ha habido algún documento de comparable autoridad (al Concilio de Trento, a la Enc. Divino afflante) que haya relativizado o por lo menos matizada a la Vulgata como expresión de la Palabra revelada? Ciertamente: leemos en Sacrosanctum Concilium, n. 91: “El trabajo de revisión del Salterio, felizmente emprendido, llévese a término cuanto antes, teniendo en cuenta el latín cristiano, el uso litúrgico, incluido el canto, y toda la tradición de la Iglesia latina.” ¿Qué significa esa disposición conciliar? ¿Tendría sentido esa disposición si se considerase la versión de la Vulgata como perfecta y/o inmodificable? ¿Cómo ha de hacerse esa revisión? ¿No es acaso mediante el recurso al texto hebreo (y probablemente alguna mirada a la traducción crítica de los LXX? ¿Qué debe concluirse entonces sobre los límites de lo dicho por Trento o por Pío XII? ¿Tiene entonces sentido, sin despreciar al Concilio Vaticano II, considerar a la Vulgata como autoridad última cuando se trata del texto bíblico?

Pero hay más: en la Instrucción Quinta “para aplicar debidamente la constitución del Concilio Vaticano II sobre la sagrada liturgia” (cf. SC 36) leemos:

Además, de ningún modo es lícito traducir partiendo de traducciones ya realizadas en otras lenguas, dado que es preciso hacerlo desde los textos originales: esto es, del latín para los textos litúrgicos de composición eclesiástica, y del hebreo, arameo, o griego, cuando se de el caso, para los textos de las Sagradas Escrituras. También, al preparar las traducciones de los Libros Sagrados para el uso litúrgico, según las normas, se ha de atender al texto de la Neovulgata, promulgada por la Sede Apostólica como una ayuda para mantener la tradición de interpretación propia de la liturgia latina, como se dice en otro lugar de esta misma Instrucción.

Al final de la misma Instrucción se nos advierte sobre el rango magisterial que ella tiene:

Esta Instrucción, que por mandato del Sumo Pontífice, transmitido mediante carta del Emmo. Cardenal Secretario de Estado, de 1 de febrero de 1997 (Prot. n. 408.304), ha preparado la Congregación para el Culto Divino y la Disciplina de los Sacramentos, ha sido aprobada y confirmada con Su autoridad por el Sumo Pontífice Juan Pablo II, en audiencia concedida el día 20 de marzo del 2001, al Emmo. Cardenal Secretario de Estado, mandando que se hiciera pública y que entrara en vigor el día 25 de abril del mismo año.

Donde se ve que el deseo de tomar como texto normativo a la Vulgata no corresponde a la enseñanza actual y vigente de la Iglesia Católica. La ley posterior, debidamente promulgada, deroga lo que es contrario a ella en ordenaciones anteriores.

El Evangelio antes de que se escribiera, ¿qué era?

Fray Nelson: Jesús habló acerca de enseñar el evangelio. Pero el evangelio no existía. existian los scrolls con el antiguo testamento. Me podría aclarar. Esta confusion que creo que se debe a desconciento de la historia. Gracias de antemano por su ayuda. — M.I.P.

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El Evangelio, antes de ser un libro, fue y sigue siendo una noticia, un mensaje. Por eso la primera forma de existir el Evangelio es como palabras que se dicen, milagros que acontecen y testimonio de vida que se ofrece.

Aquellas personas que se encontraron con Cristo se encontraron con la Buena Nueva. Por eso encontraremos después testimonio del gozo de tantos que tuvieron esa alegría. La gente exclamaba: “¡Un gran profeta ha surgido entre nosotros; Dios ha visitado a su pueblo!” (Lucas 7,16). No necesitaban que eso estuviera escrito (aunque luego se escribió): simplemente lo estaban viendo y viviendo. En el mismo sentido nos cuenta San Marcos: “Y se asombraron en gran manera, diciendo: Todo lo ha hecho bien; aun a los sordos hace oír y a los mudos hablar.” (Marcos 7,37).

Esto trae importantes enseñanzas para nosotros: (1) Para transmitir el Evangelio a otros, lo primero es que sea vida en nuestro corazón, nuestro testimonio y nuestras obras. (2) No basta el solo texto para evangelizar (como a veces lo expresan algunos cristianos no católicos) : la comunidad que cree, ama y sirve es indispensable dentro del plan de Dios.

¿Hay un texto oficial del griego del Nuevo Testamento?

Estimado padre: Sobre la Sagrada Escritura en griego, quiero preguntarle lo siguiente. ¿Existe una versión “oficial” o autorizada de la misma en griego a modo semejante como la Vulgata y Neo-Vulgata son versiones autorizadas de la Escritura en latín? Desde ya muchas gracias. — ECC

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El texto de la Biblia no nos ha llegado en originales sino en una abundante multitud de copias, que difieren en su estado físico, grado de conservación, cantidad de texto y dependencias mutuas. Hay toda una ciencia, la crítica textual, que trata de analizar y sopesar esos factores múltiples, y otros más, para hacer una especie de “ingeniería inversa” y reconstruir lo que se puede considerar, con mayor probabilidad, que es el texto “original.” Y la verdad es que para más del 99% del texto bíblico existe una certeza altísima en la que el consenso es prácticamente total. Hay textos muy oscuros, o faltantes en la mayoría de los manuscritos, o de gramática o semántica desconocida para nosotros, en los cuales subsisten conjeturas difíciles de resolver. Por bendición de Dios, no suelen ser pasajes centrales en materia de fe, y en ese sentido la Iglesia no ha hecho un pronunciamiento definitivo.

Lo cual nos lleva a una importante afirmación: si los textos originales no pueden ser establecidos en un 100%, es evidente que ninguna traducción puede considerarse como perfecta o definitiva en un 100%, y esto incluye la Vulgata o la Neovulgata. En esa misma línea es preciso afirmar: nuestra fe no proviene de una certeza perfecta en un texto sino en un mensaje, que reconocemos como suficientemente claro en el texto, y que ha sido vivido y proclamado por la Iglesia desde tiempo de los apóstoles. o dicho de otro modo: no somos una “religión del libro” sino una “religión de la comunidad creyente que se alimenta de un mensaje del que no es dueña y del que recibe su testimonio fundamental.” Con un lenguaje más sencillo lo dijo la Constitución Dei Verbum del Vaticano II: es inseparable la tríada Escritura-Tradición-Magisterio. La Iglesia estaría incompleta, y se enferma gravemente, si descuida alguno de esos tres elementos.

Queda por comentar la cuestión práctica: ¿Quién hace esa “crítica textual”? Es un esfuerzo ecuménico que involucra muchos académicos tanto católicos como protestantes. En lo concreto, hablamos sobre todo del Institut für neutestamentliche Textforschung, que ha publicado ya 28 ediciones, desde la primera en 1898, por Eberhard Nestle. La edición número 21 estuvo bajo cuidado de Kurt Aland, y las ediciones posteriores (la última es la 28a, año 2012) se conocen como Nestle-Aland: NA28, por ejemplo.

¿La religión de “ser buena persona”?

Fray Nelson, Que opina con la frase que dicen mucho: “la religión correcta es ser buena persona”? — J.J.C.C.

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Es una frase que tiene mucha popularidad hoy en día, por varias razones, que vale la pena tener muy claras:

1. Va en la línea del SUBJETIVISMO, que se margina de lo “institucional.” Es muy fácil y muy frecuente hoy considerarse más pensante y libre cuanto más distante la persona se sitúa de los partidos, las iglesias y de todo lo “organizado.” Por supuesto, esta forma de pensar es puro sofisma porque para cualquier otro propósito (hacer dinero, mejorar la tecnología, cuidar la salud, hacer deporte) invariablemente acudimos a instituciones (empresas, gimnasios, universidades…).

2. ¿Quién define lo que es ser “buena persona”? Cada quien puede definirlo, prácticamente a su acomodo, de acuerdo con sus preferencias o prioridades. Y de nuevo, esto permite que uno se considere igual o mejor que cualquier persona “religiosa” (en el sentido clásico del término) simplemente porque uno está más cerca de practicar los valores que uno mismo cree más importantes.

3. Cuando se habla de ser “buena persona,” se habla de lo que puede alcanzarse con el esfuerzo de la pura voluntad humana. En la fe cristiana, por ejemplo, es esencial afirmar que el hombre requiere de la GRACIA divina para ser SALVADO de las garras del PECADO. Estas tres palabras desaparecen en la definición típica de ser buena persona: no se requiere de ayuda externa porque ser “bueno” es serlo dentro de los límites “normales;” en la misma línea de pensamiento, uno no necesita ser “salvado” porque la idea es que la propia inteligencia y la propia voluntad deben bastar (posiblemente con algo de literatura o videos de auto-ayuda); y en cuanto al pecado… es palabra que pierde su sentido en el esquema de ser buena persona; lo que podría haber, si acaso, son “errores” que hay que dejar atrás, o corregir, o simplemente aceptar con resignación.

En síntesis, la “religión” de ser buena persona es subjetivista, arrogante, cómoda, nebulosa y sofística… y por lo mismo, popular y ampliamente difundida en nuestro tiempo.

Dos parábolas parecen contradecirse

Padre buenos días, una consulta, ¿Existe alguna contradicción entre la parábola del “hijo pródigo” y el texto de la oveja perdida, entre el padre que espera en casa y el pastor que sale a buscar? — A.V.

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Estos textos nos muestran que Dios no obra siempre del mismo modo.

En ocasiones es necesario probar hasta el fondo las consecuencias de nuestras malas decisiones; esto se cumple especialmente cuando nuestra soberbia ha entrado en juego y entonces hay que derribarla, a menudo con la fuerza de humillaciones y fracasos. No es desquite de Dios sino su hermosa pedagogía.

En otras ocasiones, por el contrario, la enfermedad principal no es la arrogancia ni la presunción, y en cambio se cumple que nuestro nivel de extravío es tan grande que ni siquiera sabríamos adónde ir. En tales situaciones brilla de otro modo la compasión de Dios, hasta el extremo de salir en nuestra búsqueda.

Sobre el “talante” de Cristo

¿Cuál era el “talante” de Cristo? ¿Qué podríamos decir de su talante, para que fuera referencia para todos nosotros que le seguimos como sus discípulos? — E.F.

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Tu pregunta tiene una profundidad que puede resultar asombrosa: tu petición sobre el talante de Cristo. ¿Por qué?

Hay como tres razones principales:

Primera, porque uno suele mirar al talante de una persona para aplicarlo como modelo a una situación que uno está viviendo, pero resulta que muchas de las decisiones que afrontó Cristo no nos corresponden a nosotros directamente y mucho de lo nuestro no le corresponde a Él. Por poner un caso rápido y extremo; pensemos en la persona que tiene su matrimonio y entonces tiene que preguntarse hasta qué punto la suegra puede o no disponer cosas para evitar problemas con la esposa, es muy difícil aplicar ahí, qué haría Cristo o qué diría Cristo. Digamos que como frase bonita está bien pero es muy difícil de aplicar, entonces la primera dificultad que no encontramos es que es muy difícil trasladar a nuestra realidad lo que es la vida de Cristo y es muy difícil trasladarnos también a su realidad.

De hecho el pasaje que mencionas del capítulo segundo de San Pedro, habla de Cristo como modelo, pero lo plantea como modelo para una situación muy concreta que estaban viviendo los destinatarios de esa carta y era el trato justo, especialmente de aquellos que eran más humildes y que eran maltratados por sus amos, era un régimen de esclavitud, entonces les pone el ejemplo de como Cristo padeció, es un modo de argumentar un poco extraño para nosotros, pero bueno, eso es lo que tiene la carta de Pedro. Osea que plantear un modelo así como general de Cristo es difícil por las muy diversas situaciones que tenemos nosotros.

Otro ejemplo, una persona experimentando envidia en el trabajo es un poco difícil ver quien le tenía envidia en su trabajo específico a Cristo porque Cristo tenía un trabajo absolutamente único que era ser redentor de la humanidad. Tal vez alguien le podía tener envidia por su generosidad, su misericordia, su sabiduría, pero envidia laboral es muy difícil aplicarla a Cristo. Entonces este es un primer punto por el que esta petición tuya resulta compleja.

Lo segundo, por lo que resulta complejo es porque esa obra de imitar a Cristo, que por supuesto es algo que debemos hacer, no estoy diciendo que no lo debamos hacer. San Pablo dice: “Sigan mi camino, o imítenme como yo imito a Cristo”, osea que si es algo que debemos que hacer, claro que si. Pero en ese imitar a Cristo, la obra interior la hace fundamentalmente el Espíritu Santo, es decir es el maestro interior, el que nos va recordando aquellas palabras, aquellas actitudes de Cristo según la situación en la que nos encontramos, fíjate que esto conecta con lo anterior, de manera que nosotros podemos tomar unas enseñanzas generales sobre nuestra fe cristiana que es básicamente lo tenemos en los mandamientos y a partir de ahí la imitación de Cristo es algo absolutamente personalizado que se da según la obra del Espíritu en cada persona y por consiguiente eso va cambiando bastante de una persona a otra. Entonces el que tiene una situación con la suegra o el que tiene un problema de envidia laboral es guiado por ese Espíritu Santo.

Dicho de otra manera, el modo como la Iglesia trata este tema del seguimiento de Cristo es que hay mandamientos y hay consejos; los mandamientos son mucho más objetivos, son externos, se estudian por ejemplo en el catecismo de la Iglesia Católica. Pero a partir de ahí la imitación de quien es Cristo no es algo que esté por fuera de nosotros no es algo que este así como una lección que pueda aprenderse, sino que es la obra interior del Espíritu la que nos va mostrando a través de lo que se suele llamar los consejos, cual es la mejor manera de acercarnos a Cristo en situaciones que Cristo no vivió, en situaciones que los Apóstoles no vivieron, en situaciones que muchos Santos no vivieron, es decir, en la absoluta unicidad , en la absoluta particularidad de mi vida, qué es lo que Dios quiere eso se responde no con una especie de explicación exterior, sino con la acción interior que únicamente da el Espíritu Santo, ese es un segundo motivo.

Y el tercer motivo es que muchas de las enseñanzas de Cristo, tienen como aparentes contradicciones de modo que es muy difícil llegar a un solo modo de obrar. Por ejemplo, Cristo dice: “yo no he venido a abolir la ley” y luego San Pablo nos dice: “La ley quedó abolida.” Entonces en el mismo Nuevo Testamento me voy a encontrar con esa tensión. Cristo dice: “El que no junta conmigo desparrama”, pero también dice Cristo: “El que no nos está atacando, está con nosotros.” Cristo dice: “Pon la otra mejilla”, pero cuando a Él lo golpean entonces Él dice: “Por qué me pegas.” Entonces es muy difícil sacar como una norma de comportamiento, sacar como un código de comportamiento a partir de los Evangelios porque nos vamos a encontrar con estas contradicciones, nos vamos a encontrar con estas como paradojas y entonces ahí queda muy difícil.

En gran resumen, la manera de acercarnos al comportamiento de Cristo es; primero, conocer los Evangelios, recibir la gracia del Evangelio, suplicar el don del Espíritu. Aprender los mandamientos, esa es nuestra referencia exterior y luego interiormente empezar a mirar cual es la acción del Espíritu Santo en cada uno de nosotros, por ahí va el camino.

Como te das cuenta tu pregunta es bien densa pero es muy bella y es una aclaración importante.

Preguntas en torno a la Asunción de la Virgen María

Hoy he recibido múltiples preguntas acerca de la Asunción, que me hacen ver que tengo varios cabos sueltos en mis conceptos escatológicos. Agradecería tu ayuda y claridad. 1. Suponiendo que la Santísima Virgen hubiera muerto (posibilidad admitida por la Iglesia) ¿cuál sería la explicación respecto a su Inmaculada Concepción? 2. Asunción en cuerpo y alma, como afirma la formulación del dogma, se sirve de una distinción griega. ¿Cuerpo sería el posible cadáver? ¿O más bien hablamos de un cuerpo glorioso que no se corresponde con las mismas moléculas mortales? (Como es nuestro caso al morir y resucitar en el Último Día) 3. Cuál sería la relación entre este misterio-dogma y nuestra escatología intermedia. –F.M.

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Con el favor de Dios, abordemos estas tres cuestiones. Aquí van las respuestas ofrecidas:

1. San Pablo nos enseña que la paga por el pecado es la muerte (Romanos 6,23). Ello nos hace pensar que ante la ausencia de pecado no debería producirse la muerte. Y como la Virgen María carecía de pecado personal y fue preservada de la mancha del pecado original, no tendría por qué haber padecido la muerte. Todo esto es cierto pero descubrimos que algo falta en ese argumento por el hecho de que el gran inmaculado, y libre de toda sombra de pecado, es nuestro Señor Jesucristo, que sin embargo murió verdaderamente precisamente para realizar y manifestar la perfecta vitoria sobre la muerte. Nos damos cuenta que el morir de Cristo no proviene de ningún pecado personal suyo–cosa impensable–sino de la solidaridad colmada de misericordia con la que Él se ha asociado a las consecuencias de nuestros pecados, hasta llegar al extremo de la muerte. En ese mismo orden de ideas, la asociación de María con la gesta salvífica de su Hijo hace no solo pensable sino incluso lógico y preferible afirmar que ella se unió al camino de Cristo y participó de la humillación de la muerte para también con Cristo participar de la gloria de la resurrección: misterio que celebramos en la Solemnidad de la Asunción.

2. La expresión “cuerpo y alma” indica fundamentalmente la totalidad del ser. Más que apoyarse en la distinción de la filosofía griega, nos protege de una desviación a la que podría llevarnos un mal uso de esa expresión filosófica, a saber, considerar que la salvación de María–o de nosotros mismos–es algo que se limita al “alma” como si bastara una plenitud espiritual o intelectual para expresar la obra de la redención. Cuando en el credo decimos que creemos “en al resurrección de la carne” estamos afirmando que nada que haya dañado el pecado quedará por fuera de la obra de la redención. Y puesto que el pecado ha salpicado o francamente deteriorado las potencias del alma y el ser mismo de nuestro cuerpo, lo que estamos diciendo es que todo, absolutamente todo lo que fue creado (visible o invisible), recibirá–en el caso de los que mueren en gracia, se entiende–el beneficio pleno de la redención.

Aclarado esto, la pregunta que queda es la conexión entre el cuerpo glorioso y este nuestro cuerpo actual, sujeto al tiempo, el cambio, y tantas otras cosas. Nuestra fe es muy parca en lo que afirma. Básicamente lo que sabemos se concreta en dos cosas: (i) hay una continuidad entre el cuerpo terrenal y el cuerpo espiritual; (ii) la realidad nueva, inimaginable (cf. 1 Corintios 15,35ss) del cuerpo espiritual no estará sometida a muchas de las leyes que rigen a nuestros cuerpos en su condición actual; por ejemplo, no se padecerá hambre, enfermedad, o el paso mismo del tiempo.

Resulta extremadamente especulativo suponer cómo puede ser ese cuerpo “espiritual” o “glorioso.” De lo poco que se puede decir con alguna certeza es esto: lo que llamamos “materia” es, en su condición más ínfima muy próximo a la realización de una ley matemática (ecuación de campo cuántico). Esa “ley” es, desde el punto de vista de la teología, un eco del Lógos primordial que está en el Hijo Eterno del Padre. De modo que toda la materia es sostenida y ordenada por el Lógos. La disposición providente del Lógos no rige solamente a las partículas individuales (sean electrones, quarks o lo que sean) sino que rige conjuntos inmensos de partículas que adquieren propiedades intrínsecas que nosotros identificamos como propias de los “cuerpos.” Esta sabiduría y bondad del Lógos está más allá de todo poder de la muerte, de modo que el cuerpo glorioso sería la transición en lo dispuesto por el Lógos sobre aquello que el Lógos considera como propio de cada uno de nosotros. La continuidad estaría asegurada por la continuidad de la voluntad del Lógos del Padre (el Hijo, en cuanto Señor de la creación y autor de la redención) y la realidad nueva estaría asegurada por la nueva disposición suya sobre nosotros, asociándonos por completo a su propio ser.

3. La escatología “intermedia” alude al hecho de que hay una distancia entre la muerte corporal y la consumación de la historia humana en la que se dará el juicio final, y por tanto, la reunión plena de nuestras almas y nuestros cuerpos. Hay que recordar entonces aquí por qué hay los dos juicios: el particular y el final. El juicio particular es esencialmente el acto de comparecer nuestra vida ante la Verdad infinita de Dios, que incluye todos los actos de su misericordia y providencia para con nosotros. Por supuesto, es un juicio definitivo que determina el destino eterno de la persona: con Dios (sea directamente en el Cielo o después de pasar por el Purgatorio), o contra Dios (directamente al infierno, en consecuencia con el rechazo de la persona a Dios y su señorío). Eso trae el juicio particular.

En cuanto al juicio universal, lo primero que hay que decir, entonces, es que no es una especial de “tribunal de apelación” que cambie en uno o en otro sentido el destino eterno de los difuntos. Lo que sí trae a luz ese juicio, que sucede al final de la historia humana, es la clara visión de todas las consecuencias externas, sociales, históricas de lo que hemos sido y que en vida nuestra sólo pudo aparecer de manera germinal. Esto vale para lo bueno y para lo malo. Pensemos en el caso de un mártir. En vida terrena, la bondad del mártir ha quedado oculta a ojos del mundo, por lo menos en su mayor parte; pero la fuerza de su testimonio, ejemplo y oración han dado fruto a lo largo de los siglos, de modo que al final de la historia humana, hay un esplendor magnífico, una gloria inmensa, que no era clara cuando el mártir murió. Esa gloria aparecerá en el juicio final y será corona de ese mártir. Y puesto que la realidad histórica y externa es propia del cuerpo, así como las intenciones y deseos son propios del alma, es muy lógico que en el juicio final el cuerpo aparezca con el resplandor que es propio de la gloria que las buenas obras sembraron en vida y muerte de la persona. Lo mismo hay que decir, lamentablemente, de las obras malas: toda su podredumbre aparecerá con claridad al final de los siglos, y el cuerpo de ese pobre, degenerado y corrompido por la carga de tantas desgracias, será su realidad por todos los siglos.

Volvamos ahora nuestra atención a la Virgen María. Si bien es cierto que toda la bondad de la santidad incomparable de María no se ha manifestado aún, y sólo brillará en plenitud al final de los siglos, hay algo que ya sabemos, y que es muy simple y a la vez muy profundo: y es que, dicho de modo sencillo, TODO lo bueno que llegue a contener el universo viene de la redención de Cristo, y todo el bien de la redención de Cristo ha empezado en el SÍ de María y ha tenido su expresión en el SÍ de María, que no conoció tibieza ni interrupción. En ese sentido, no es necesaria ninguna “escatología intermedia” para ella porque la gloria de la Resurrección de su Hijo es la expresión misma del bien que ella ha hecho posible. De tal manera que así como ella, en Caná de Galilea, anticipó en cierto modo la “hora” de Jesús, así también, con su tránsito a la eternidad, ha anticipado en su cuerpo purísimo la hora en que Dios será todo en todos.

¿Tienen validez indefinida los documentos pontificios?

Los documentos que escribieron los Papas en otros siglos, por ejemplo, sus encíclicas, ¿siguen siendo válidas hoy? — E.Q.

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Los documentos que no son dogmáticos pueden ser precisados, reformados o incluso contradichos por documentos posteriores. Pero todos enseñan algo para su propio tiempo, por supuesto, pero también para tiempos posteriores.

Entendemos por documentos “dogmáticos” aquellos que por su propia forma de expresión declaran que están definiendo algo que debe ser aceptado por todo el pueblo católico. Ningún pontífice tiene el poder de decir (salvo en casos de doctrina de la fe o de principios de moral cristiana): “Esto es de tal manera y sólo puede ser así.”

A veces la diferencia entre lo que es un “principio moral” y lo que es un “discernimiento prudencial” puede ser difícil de definir. Por ejemplo: en principio, la fe católica admite la posibilidad de la pena de muerte; pero decir si la pena de muerte es un modo válido de castigo o de hacer justicia HOY, puede ser realmente arduo, y en ese sentido no es de extrañar que la enseñanza de los Papas tenga una cierta evolución.

Persecución contra los no-vacunados

Varias personas me han pedido opinión sobre lo que ellos llaman persecución contra los que, por razones de conciencia, prefieren no vacunarse contra COVID-19…

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En síntesis, y como opinión personal: No creo que sea correcto el uso del término “persecución”. Yo por lo menos tengo claro que menos vacunación significa mayor carga viral en personas y comunidades, lo cual a su vez significa: más variantes con mayor letalidad.

Con todo el respeto para todos: la decisión de vacunarse o no, es personal pero también trasciende el ámbito de la persona individual, y esto por tres motivos principales:

1. Ninguna vacuna puede garantizar una inmunidad total, perfecta e irreversible. Cuanto mayor es la circulación del virus, mayor es la posibilidad de que los vacunados resulten afectados, de modo leve o incluso grave, por una carga viral que rompa sus defensas.

2. Los virus mutan y desarrollan nuevas cepas. El espacio de mutación–y potencialmente de mayor capacidad de contagio y/o letalidad del virus–crece en proporción de la población no vacunada. Las variantes al final nos afectan a todos.

3. Muchos vacunados tienen hijos pequeños que, por las condiciones actuales y el nivel de conocimiento científico, no serán vacunados en el futuro próximo. También ellos y sus familias serán afectados si hay una mayor carga viral en el ambiente.

EN CONCLUSIÓN: debemos todos buscar un balance entre el respeto a los derechos de la conciencia individual y el hecho científico del impacto que la decisión personal tendrá inevitablemente en el conjunto de la sociedad.

Creo que ello conduce a la protección de los espacios de mayor acercamiento interpersonal, verificando que quienes accedan estén vacunados o que, según pruebas recientes, no supongan un riesgo de contagio inmediato para otros. Dios ilumine y bendiga a todos.

Cristo es Señor del Sábado: ¿qué significa?

Apreciado Fray Nelson, desearía el favor me explicara la última frase de éste Evangelio: “Porque el Hijo del hombre es señor del SÁBADO.” — H.R.

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Es bueno empezar por la importancia del día sábado para el pueblo hebreo. En la Biblia encontramos que se asocia el sábado con el día en que Dios “descansó” (Génesis 2,1-3). Este descanso de Dios es en sí mismo algo extraño porque otros pasajes de la misma Biblia nos presentan a Dios como aquel que no se cansa ni se fatiga, y que al contrario da fuerzas a los que ya no las tienen. Así leemos en Isaías 40,28: “¿Acaso no lo sabes? ¿Es que no lo has oído? El Dios eterno, el Señor, el creador de los confines de la tierra no se fatiga ni se cansa. Su entendimiento es inescrutable.” Y también en el libro del mismo profeta: “Aun los jóvenes se fatigan y se cansan, y los jóvenes tropiezan y vacilan, pero los que esperan en el Señor renovarán sus fuerzas; se remontarán con alas como las águilas, correrán y no se cansarán, caminarán y no se fatigarán” (Isaías 40,30-31)

De nuevo, en el Nuevo Testamento leemos que Cristo invita a los que están sin fuerzas: “Venid a mí todos los que estáis fatigados y sobrecargados, y yo os daré descanso. Tomad sobre vosotros mi yugo, y aprended de mí, que soy manso y humilde de corazón; y hallaréis descanso para vuestras almas. Porque mi yugo es suave y mi carga ligera” (Mateo 11,28-30).

Esto indica que el “descanso” del que habla Génesis 2, y que está en el origen de la palabra “sábado” (es decir: sabbath), no es simplemente un “cesar en la actividad” o un “reponer fuerzas” como si Dios se “desgastara” cuando hace lo que hace.

Para entender el sentido de este sábado bíblico podemos ir a otro texto, tomado esta vez del Deuteronomio 5,15: “Recuerda que también tú fuiste esclavo en Egipto, y que el Señor tu Dios te sacó de allí desplegando gran poder. Por eso el Señor tu Dios te ordena respetar el día sábado.” Aquí aparece otra dimensión: el sábado es una especie de marca en el tiempo que debía dirigir la mirada y la memoria del pueblo hacia el gran acontecimiento del Éxodo, esto es, la liberación de la esclavitud de Egipto. Y el propósito mismo de esa salida de Egipto aparece desde el principio del diálogo entre Moisés y Faraón. Mientras que Faraón quiere que los hebreos sean como máquinas de producción con pequeños paréntesis de diversión, Dios, a través de Moisés, pide algo muy concreto. Leamos Éxodo 5,1-5:

“Después Moisés y Aarón fueron y dijeron a Faraón: Así dice el Señor, Dios de Israel: «Deja ir a mi pueblo para que me celebre fiesta en el desierto». Pero Faraón dijo: ¿Quién es el Señor para que yo escuche su voz y deje ir a Israel? No conozco al Señor, y además, no dejaré ir a Israel. Entonces ellos dijeron: El Dios de los hebreos nos ha salido al encuentro. Déjanos ir, te rogamos, camino de tres días al desierto para ofrecer sacrificios al Señor nuestro Dios, no sea que venga sobre nosotros con pestilencia o con espada. Pero el rey de Egipto les dijo: Moisés y Aarón, ¿por qué apartáis al pueblo de sus trabajos? Volved a vuestras labores. Y añadió Faraón: Mirad, el pueblo de la tierra es ahora mucho, ¡y vosotros queréis que ellos cesen en sus labores!”

La lógica del Faraón es la del lucro, que conduce a la manipulación y la explotación. El planteamiento de Moisés y Aarón es que el pueblo debe tener espacio para celebrar fiesta para Dios. Esta es otra dimensión del sábado, que aparece también en las otras fiestas de los israelitas: el pueblo se alegra con Dios y ante Dios; el ser humano descubre que su vocación última va más allá de la rueda infinita de “producir-consumir-entretenerse” y se abre a la trascendencia, la gloria, la belleza y la inagotable bondad de Dios.

Esto explica el énfasis que los profetas hicieron en que los israelitas “guardaran” el sábado. Perder el sábado es, en el fondo, caer en la esclavitud de vivir sólo para el aquí: sólo para las cosas creadas; es perder el sentido último de para qué fuimos creados. Por eso se hacen promesas muy hermosas a quienes siguen el precepto del sábado, incluyendo personas, como los eunucos, que tradicionalmente eran vistos como gente maldecida. Leemos en Isaías 56,4-5:

“Porque así dice el Señor: A los eunucos que guardan mis días de reposo (“sábados”), escogen lo que me agrada y se mantienen firmes en mi pacto, les daré en mi casa y en mis muros un lugar, y un nombre mejor que el de hijos e hijas; les daré nombre eterno que nunca será borrado.”

De todo esto concluimos varias cosas:

1. El sábado es mucho más que un simple receso en las actividades normales: es un tiempo de re-encuentro con el Dios de la Alianza y con la vocación más profunda del ser humano, que trasciende el mundo de las creaturas y la rueda de producir-consumir-entretenerse.

2. Sólo Dios, Dios mismo, podía instituir algo como el sábado, porque sólo el merece la mirada reposada, gozosa y esperanzada del hombre, su creatura hecha a su imagen.

3. Evidentemente los fariseos del tiempo de Cristo habían perdido todo el sentido profundo del sábado y se habían quedado sólo con lo más externo (dejar de trabajar, limitar la movilidad), y ello interpretado de un modo opresivo e inhumano.

Cuando Cristo se proclama “señor del sábado” entonces debemos entender que:

1. Ante todo, el nuevo “lugar” de encuentro y de Alianza es el mismo Cristo, que se atreve a decir: “El que me ha visto a mí ha visto al Padre” (Juan 14,9). Puede bien decirse que para nosotros, renacidos en Cristo, Él es propiamente nuestro “sábado.”

2. Llamarse “señor” de una prescripción que viene de Dios mismo sólo puede indicar una proclamación, velada pero suficiente, dela divinidad de Cristo.

3. La auténtica contemplación de la gloria y la bondad de Dios no queda ya ligada a un día de la semana como tal sino a la plena manifestación de esa gloria y de esa bondad, que se han dado en la Pascua de Cristo. Por eso los cristianos no celebramos el día sábado sino el día del Señor, el día de la Resurrección, el domingo.