Educate a ti mismo

Todo lo que no te lleve a Dios es un estorbo. Arráncalo y tíralo lejos.

Siempre sales vencido. -Proponte, cada vez, la salvación de un alma determinada, o su santificación, o su vocación al apostolado… -Así estoy seguro de tu victoria.

No me seas flojo, blando. -Ya es hora de que rechaces esa extraña compasión que sientes de ti mismo.

Yo te voy a decir cuáles son los tesoros del hombre en la tierra para que no los desperdicies: hambre, sed, calor, frío, dolor, deshonra, pobreza, soledad, traición, calumnia, cárcel…

Al cuerpo hay que darle un poco menos de lo justo. Si no, hace traición.

Si han sido testigos de tus debilidades y miserias, ¿qué importa que lo sean de tu penitencia?

Estos son los frutos sabrosos del alma mortificada: comprensión y transigencia para las miserias ajenas; intransigencia para las propias.

Más pensamientos de San Josemaría.

Morir para vivir

Donde no hay mortificación, no hay virtud.

Mortificación interior. -No creo en tu mortificación interior si veo que desprecias, que no practicas, la mortificación de los sentidos.

Bebamos hasta la última gota del cáliz del dolor en la pobre vida presente. -¿Qué importa padecer diez años, veinte, cincuenta…, si luego es cielo para siempre, para siempre…, para siempre? -Y, sobre todo, -mejor que la razón apuntada, “propter retributionem”-, ¿qué importa padecer, si se padece por consolar, por dar gusto a Dios nuestro Señor, con espíritu de reparación, unido a El en su Cruz, en una palabra: si se padece por Amor?…

¡Los ojos! Por ellos entran en el alma muchas iniquidades. -¡Cuántas experiencias a lo David!… -Si guardáis la vista habréis asegurado la guarda de vuestro corazón.

El mundo admira solamente el sacrificio con espectáculo, porque ignora el valor del sacrificio escondido y silencioso.

Hay que darse del todo, hay que negarse del todo: es preciso que el sacrificio sea holocausto.

Paradoja: para Vivir hay que morir.

Más pensamientos de San Josemaría.

Valor de la penitencia y la mortificacion

Si no eres mortificado nunca serás alma de oración.

Esa palabra acertada, el chiste que no salió de tu boca; la sonrisa amable para quien te molesta; aquel silencio ante la acusación injusta; tu bondadosa conversación con los cargantes y los inoportunos; el pasar por alto cada día, a las personas que conviven contigo, un detalle y otro fastidiosos e impertinentes… Esto, con perseverancia, sí que es sólida mortificación interior.

No digas: esa persona me carga. -Piensa: esa persona me santifica.

Ningún ideal se hace realidad sin sacrificio.

Cuando veas una pobre Cruz de palo, sola, despreciable y sin valor… y sin Crucifijo, no olvides que esa Cruz es tu Cruz: la de cada día, la escondida, sin brillo y sin consuelo…, que está esperando el Crucifijo que le falta: y ese Crucifijo has de ser tú.

Busca mortificaciones que no mortifiquen a los demás.

Poner de moda la Verdad

Es un ejercicio interesante transportarse hacia el futuro con el pensamiento, y desde allí mirar en retrospectiva cómo podrá evaluarse este presente nuestro que, por inmediato, fácilmente nubla la mirada y aturde en su complejidad. En el año 2052, ¿habrá quien hable con interés vivo del calendario maya? Los millones y millones de abortos humanos, ¿no llegarán a pesar nunca, como vergüenza colectiva, en la conciencia de la humanidad, al modo como hoy todos reconocemos que fue una vergüenza la esclavitud?

En esa misma línea, me he preguntado muchas veces cómo será recordado el pontificado de Benedicto XVI. Cada quien tendrá sus conclusiones, pero pienso que un elemento que podría definir para la posteridad a este Papa es que se ha empeñado de corazón en poner la Verdad de moda.
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Purificacion de los afectos

Si tu ojo derecho te escandalizare…, ¡arráncalo y tíralo lejos! -¡pobre corazón, que es el que te escandaliza! Apriétalo, estrújalo entre tus manos: no le des consuelos. -Y, lleno de una noble compasión, cuando los pida, dile despacio, como en confidencia: “Corazón, ¡corazón en la Cruz!, ¡corazón en la Cruz!”

¿Cómo va ese corazón? -No te me inquietes: los santos -que eran seres bien conformados y normales, como tú y como yo -sentían también esas naturales inclinaciones. Y si no las hubieran sentido, su reacción “sobrenatural” de guardar su corazón -alma y cuerpo- para Dios, en vez de entregarlo a una criatura, poco mérito habría tenido. Por eso, visto el camino, creo que la flaqueza del corazón, no debe ser obstáculo para un alma decidida y “bien enamorada”.

Tú… que por un amorcillo de la tierra has pasado por tantas bajezas, ¿de veras te crees que amas a Cristo y no pasas, ¡por El!, esa humillación?

Me escribes: “Padre, tengo… dolor de muelas en el corazón”. -No lo tomo a chacota, porque entiendo que te hace falta un buen dentista que te haga unas extracciones. ¡Si te dejaras!…

“¡Ah, si hubiera roto al principio!”, me has dicho. -Ojalá no tengas que repetir esa exclamación tardía.

“Me hizo gracia que hable usted de la ‘cuenta’ que le pedirá Nuestro Señor. No, para ustedes no será Juez -en el sentido austero de la palabra- sino simplemente Jesús”. -Esta frase, escrita por un Obispo santo, que ha consolado más de un corazón atribulado, bien puede consolar el tuyo.

Te amilana el dolor porque lo recibes con cobardía. -Recíbelo, valiente, con espíritu cristiano: y lo estimarás como un tesoro.

¡Qué claro el camino!… ¡Qué patentes los obstáculos!… ¡Qué buenas armas para vencerlos!… -Y, sin embargo, ¡cuántas desviaciones y cuántos tropiezos! ¿Verdad? -Es el hilillo sutil -cadena: cadena de hierro forjado-, que tú y yo conocemos, y que no quieres romper, la causa que te aparta del camino y que te hace tropezar y aun caer. -¿A qué esperas para cortarlo… y avanzar?

El Amor… ¡bien vale un amor!

En tu corazon, primero Dios

Me das la impresión de que llevas el corazón en la mano, como ofreciendo una mercancía: ¿quién lo quiere? -Si no apetece a ninguna criatura, vendrás a entregarlo a Dios. ¿Crees que han hecho así los santos?

¿Por qué abocarte a beber en las charcas de los consuelos mundanos si puedes saciar tu sed en aguas que saltan hasta la vida eterna?

Desasimiento. -¡Cómo cuesta!… ¡Quién me diera no tener más atadura que tres clavos ni más sensación en mi carne que la Cruz!

¿No presientes que te aguarda más paz y más unión cuando hayas correspondido a esa gracia extraordinaria que te exige un total desasimiento? -Lucha por El, por darle gusto: pero fortalece tu esperanza.

No quieres sujetarte a la Voluntad de Dios… y te acomodas, en cambio, a la voluntad de cualquier criaturilla.

No me saques las cosas de quicio: si se te da Dios mismo, ¿a qué ese apego a las criaturas?

Flaquea tu corazón y buscas un asidero en la tierra. -Bueno; pero cuida de que el apoyo que tomas para no caer no se convierta en peso muerto que te arrastre, en cadena que te esclavice.

Dime, dime: eso… ¿es una amistad o es una cadena?

Mas de 700 dias

Hace dos años mi madre partió de esta tierra. El extraño silencio que dejan los que parten hace que sus voces y memorias permanezcan como eco profundo, que a veces despierta una forma nueva de conciencia, como una puerta hacia una realidad que no podemos comprender.

Al mismo tiempo, al no poder conectar su presencia real con ningún sitio, ni siquiera con la bella y humilde tumba donde reposan sus restos, uno va descubriendo otro modo de presencia. Es una certeza preciosa, localizable sólo en las coordenadas del alma, como el afecto que puede sentir el niño en el colegio aunque no vea a la mamá, que está en casa.

Esto que describo no tiene nada que ver con el espiritismo. La invocación de muertos es una especie de rebeldía ante el hecho de la muerte; es un querer someter a los difuntos a los ritmos de nuestra vida obligada al reloj y al tiempo. Cuando uno sabe de Dios como Dueño único, sabio, poderoso y amoroso de los misterios de la muerte y de la vida, entiende también que no hay sentido en esa rebeldía y que sólo el lazo del amor, en que cabe la intercesión, ni más faltaba, nos une con los que ya fallecieron.

¿Qué aprendí de mi madre? ¿Qué respuesta puedo yo decir después de más de 700 días sin verla ni escucharla?

1. Nada tan elocuente como el silencio. Mamá fue confidente de muchos amigos y amigas. Su discreción, su caridad, su absoluta lealtad con cada persona, hicieron de ella un instrumento eficaz del Don de Consejo. De sus oídos, a su corazón, y de ahí, a la plegaria. Ella trató la intimidad de cada persona como algo sagrado que sólo puede ser tomado con los paños limpios de la plegaria.

2. El heroísmo del día a día. La lista de renuncias de mi madre es muy larga para escribirla aquí, y quizás ofendería su modestia si diera detalles. Lo que nos queda claro es que se olvidó de sí misma. Dio la vida. Nunca responsabilizó a nadie de haber tomado esa decisión. Nunca le escuché quejarse de haberse decidido a amar en esas dimensiones.

3. La fuerza de la constancia en la piedad. Su vida de fe fue sobria pero no le faltaba fuego. Con sencillez de niña, decía, ya bien pasados los 70 años de edad: “Yo todo lo resuelvo con la oración.” Era algo que podíamos ver. Algo que quedó registrado en sus arrugados libros y desgastadas páginas de sus novenas y devociones preferidas.

4. Saberse distinto te recuerda que eres como los demás. ¡También ellos son distintos! Yo vi crecer espiritualmente a mi madre. Como se dice de Jesús en la infancia, ella no sólo aumentaba años, sino también gracia y sabiduría. Su palabra sabía volverse inesperadamente caritativa cuando tenía que referirse a pecados o faltas de otras personas. En una ocasión tenía que decir algo sobre una mujer casquivana que yo también conocía. Mi madre simplemente comentó: “Sólo Dios sabe cuánta pasión le ha dado a cada uno; sólo Él podrá juzgarla.”

5. Escoge bien tus batallas. Convivir no es fácil; pero puede volverse imposible si uno hace de cada diferencia un conflicto, y de cada conflicto una historia de recriminaciones. Mamá cultivó el arte delicado de escoger qué era esencial y qué no lo era a la hora de convivir con mi padre, siendo ellos tan distintos en tantas cosas. Al final, ambos lograron que un núcleo sustancial de valores tomara raíz en nosotros los hijos, y sobre todo: que aprendiéramos a aceptarnos y querernos mutuamente.

6. Aprende pronto el arte de la conversación. “¡Nunca se les acaba el tema!” comentó divertido mi hermano mayor, al ver que a altas horas de la noche, si ambos estaban despiertos, casi con seguridad estaban conversando. La psicología más sana, la más sencilla, y la más real, enseña esto: la pasión física declina; la belleza se marchita; las metas económicas o laborales pasan al final a segundo o tercer plano; lo decisivo es saber estar con el otro. Y mi madre lo sabía.

7. No dejes pasar un día sin una buena risa. Música que podrán extrañar mis oídos hasta que muera es el sonido de su risa gozosa, espontánea, transparente como su alma grande. No sé quién enseñó a mi madre que el verdadero sabio nunca se toma demasiado en serio. Fue de las lecciones que mejor practicó mientras la conocí.

8. No te devuelvas: la vida no tiene retornos. Le pregunté una vez a mi madre si querría volver a vivir alguna época de su vida. Pensó sólo un instante y sonriendo comentó: “Cada etapa la viví muy bien; lo suficiente. No tengo necesidad de regresar.” por eso sé que si le preguntara si quiere que nos reunamos me diría: “¡Claro! Pero no que yo vaya allá; ¡vengan ustedes acá!”

Aspectos practicos sobre la pureza

Nunca hables, ni para lamentarte, de cosas o sucesos impuros. -Mira que es materia más pegajosa que la pez. -Cambia de conversación, y, si no es posible, síguela, hablando de la necesidad y hermosura de la santa pureza, virtud de hombres que saben lo que vale su alma.

No tengas la cobardía de ser “valiente”: ¡huye!

Los santos no han sido seres deformes; casos para que los estudie un médico modernista. Fueron, son normales: de carne, como la tuya. -Y vencieron.

Aunque la carne se vista de seda… -Te diré, cuando te vea vacilar ante la tentación, que oculta su impureza con pretextos de arte, de ciencia…, ¡de caridad! Te diré, con palabras de un viejo refrán español: aunque la carne se vista de seda, carne se queda.

¡Si supieras lo que vales!… -Es San Pablo quien te lo dice: has sido comprado “pretio magno” -a gran precio. Y luego te dice: “glorificate et portate Deum in corpore vestro” -glorifica a Dios y llévale en tu cuerpo.

Cuando has buscado la compañía de una satisfacción sensual… ¡qué soledad luego!

¡Y pensar que por una satisfacción de un momento, que dejó en ti posos de hiel y acíbar, me has perdido el “camino”!

“Infelix ego homo!, quis me liberabit de corpore mortis huius?” -¡Pobre de mí!, ¿quién me librará de este cuerpo de muerte? -Así clama San Pablo. -Anímate: él también luchaba.

A la hora de la tentación piensa en el Amor que en el cielo te aguarda: fomenta la virtud de la esperanza, que no es falta de generosidad.

No te preocupes, pase lo que pase, mientras no consientas. -Porque sólo la voluntad puede abrir la puerta del corazón e introducir en él esas execraciones.