Sobre la comunión de los santos

Comunión de los Santos. -¿Cómo te lo diría? -¿Ves lo que son las transfusiones de sangre para el cuerpo? Pues así viene a ser la Comunión de los Santos para el alma.

Vivid una particular Comunión de los Santos: y cada uno sentirá, a la hora de la lucha interior, lo mismo que a la hora del trabajo profesional, la alegría y la fuerza de no estar solo.

Hijo: ¡qué bien viviste la Comunión de los Santos, cuando me escribías: “ayer ‘sentí’ que pedía usted por mí”!

Otro que sabe de esa “comunicación” de bienes sobrenaturales, me dice: “la carta me ha hecho mucho bien: ¡se conoce que viene impregnada de las oraciones de todos!… y yo necesito mucho que recen por mí.”

Si sientes la Comunión de los Santos -si la vives-, serás gustosamente hombre penitente. -Y entenderás que la penitencia es “gaudium, etsi laboriosum” -alegría, aunque trabajosa: y te sentirás “aliado” de todas las almas penitentes que han sido, son y serán.

Tendrás más facilidad para cumplir tu deber al pensar en la ayuda que te prestan tus hermanos y en la que dejas de prestarles, si no eres fiel.

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¡Adelante con el Año de la Fe!

Algunos católicos no se han enterado, o no han hecho nada concreto para recibir las gracias especiales de este Año de la Fe. Basta con asomarse a lo que está haciendo el Papa para retomar ánimo y remar “mar adentro,” con empeño y alegría.


Año de la Fe

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Llámala fuerte

¡Oh Madre, Madre!: con esa palabra tuya -“fiat”- nos has hecho hermanos de Dios y herederos de su gloria. -¡Bendita seas!

Confía. -Vuelve. -Invoca a la Señora y serás fiel.

¿Que por momentos te faltan las fuerzas? -¿Por qué no se lo dices a tu Madre: “consolatrix afflictorum, auxilium christianorum…, Spes nostra, Regina apostolorum”?

¡Madre! -Llámala fuerte, fuerte. -Te escucha, te ve en peligro quizá, y te brinda, tu Madre Santa María, con la gracia de su Hijo, el consuelo de su regazo, la ternura de sus caricias: y te encontrarás reconfortado para la nueva lucha.

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Los jóvenes y el Papa

A pocos días de iniciar la Jornada Mundial de la Juventud (JMJ), somos millones los que aguardamos con gozosa expectativa esos días que se anuncian llenos de sabiduría, fraternidad y alegría. No perdamos de vista que se trata de un evento único: sencillamente no hay otra persona en la tierra que pueda congregar por varios días a tantos jóvenes que no buscan vandalismo ni escapismo, sino una oportunidad de ahondar su fe en un espíritu de encuentro y acogida mutua.

Ahora bien, los encuentros con el Papa, siendo el centro de atención de los participantes y de los medios de comunicación, no son todo. La estructura misma de la JMJ se ha ido enriqueciendo con otra serie de experiencias que en su conjunto dejarán recuerdos imborrables en los jóvenes. La acogida en los diversos lugares, las catequesis, las celebraciones sacramentales masivas (incluyendo la confesión), están llamadas a quedar escritas en la memoria de fe de los participantes.

El país anfitrión, en este caso Brasil, recibe no pocos bienes de un encuentro de fe de estas proporciones. Incluso desde el punto de vista económico, como quedó bien demostrado en la última edición de la JMJ, en Madrid. Se cumplió en aquella ocasión lo de que no hay mal que por bien no venga, pues tanto escepticismo y crítica de los enemigos de la Iglesia, en cuanto al asunto económico, llevó a que las cifras se hicieran públicas muy visiblemente, con lo cual se supo que no es mal “negocio” invitar a alguien como el Sucesor de Pedro. Es desear, sin embargo, que la querida nación brasilera, recientemente sacudida por diversas protestas sociales, pueda encontrar luz y esperanza en la fe, entendida por supuesto como compromiso con la realidad concreta de este mundo y a la vez como mirada cargada de esperanza hacia las realidades últimas, las que sólo nos vienen “por gracia y mediante la fe.”

Nuestra responsabilidad, la de todos, y muy particularmente la de quienes no estaremos de cuerpo presente en Río de Janeiro, es custodiar con nuestra oración cada etapa del encuentro, y muy especialmente los momentos en que la palabra del primer Papa latinoamericano resonarán en los oídos y corazones de millones y millones de jóvenes. Ya sabemos qué esperar del Papa Francisco: toneladas de fe, alegría, franqueza, llamado a la conversión por vía de la fe y la práctica de las virtudes. Su lenguaje llano y a transparencia que une su pensar, hablar y obrar son sus grandes aliados, pero eso no nos exime de orar por él, sabiendo que su corazón no quiere impresionar a nadie sino tocar a todos con la bondad, la luz y la hermosa exigencia del amor de Cristo.

En comunión con ÉL

¡Cuántos años comulgando a diario! -Otro sería santo -me has dicho-, y yo ¡siempre igual! -Hijo -te he respondido-, sigue con la diaria Comunión, y piensa: ¿qué sería yo, si no hubiera comulgado?

Comunión, unión, comunicación, confidencia: Palabra, Pan, Amor.

Cuando te acercas al Sagrario piensa que ¡El!… te espera desde hace veinte siglos.

Ahí lo tienes: es Rey de Reyes y Señor de Señores. -Está escondido en el Pan. Se humilló hasta esos extremos por amor a ti.

Se quedó para ti. -No es reverencia dejar de comulgar, si estás bien dispuesto. -Irreverencia es sólo recibirlo indignamente.

Hay una urbanidad de la piedad. -Apréndela. -Dan pena esos hombres “piadosos”, que no saben asistir a Misa -aunque la oigan a diario-, ni santiguarse -hacen unos raros garabatos, llenos de precipitación-, ni hincar la rodilla ante el Sagrario -sus genuflexiones ridículas parecen una burla-, ni inclinar reverentemente la cabeza ante una imagen de la Señora.

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La Misa

La Misa es larga, dices, y añado yo: porque tu amor es corto.

¿No es raro que muchos cristianos, pausados y hasta solemnes para la vida de relación (no tienen prisa), para sus poco activas actuaciones profesionales, para la mesa y para el descanso (tampoco tienen prisa), se sientan urgidos y urjan al Sacerdote, en su afán de recortar, de apresurar el tiempo dedicado al Sacrificio Santísimo del Altar?

“¡Tratádmelo bien, tratádmelo bien!”, decía, entre lágrimas, un anciano Prelado a los nuevos Sacerdotes que acababa de ordenar. -¡Señor!: ¡Quién me diera voces y autoridad para clamar de este modo al oído y al corazón de muchos cristianos, de muchos!

Humildad de Jesús: en Belén, en Nazaret, en el Calvario… -Pero más humillación y más anonadamiento en la Hostia Santísima: más que en el establo, y que en Nazaret y que en la Cruz. Por eso, ¡qué obligado estoy a amar la Misa! (“Nuestra” Misa, Jesús…)

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Corazón abierto

Ser “católico” es amar a la Patria, sin ceder a nadie mejora en ese amor. Y, a la vez, tener por míos los afanes nobles de todos los países. ¡Cuántas glorias de Francia son glorias mías! Y, lo mismo, muchos motivos de orgullo de alemanes, de italianos, de ingleses…, de americanos y asiáticos y africanos son también mi orgullo. -¡Católico!: corazón grande, espíritu abierto.

Si no tienes veneración suma por el estado sacerdotal y el religioso, no es cierto que ames a la Iglesia de Dios.

Aquella mujer que en casa de Simón el leproso, en Betania, unge con rico perfume la cabeza del Maestro, nos recuerda el deber de ser espléndidos en el culto de Dios.

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