LA GRACIA 2022/02/15 De donde viene el mal y el bien en nuestra vida

El mal proviene de la lamentable capacidad que tenemos los humanos de ir por el camino de la tentación por lo que la victoria sobre el mal implica la educación del deseo, es decir deseando el bien que se encuentra solamente en Dios.

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¿Puede ser lícito maldecir a alguien?

Maldecir es lo mismo que decir lo malo. Mas de tres maneras se puede decir algo: primera, a manera de enunciación, que se expresa con el verbo en modo indicativo; en este sentido, maldecir no es otra cosa que referir lo malo de otro, lo cual pertenece a la detracción, por cuya razón algunas veces los detractores son llamados maldicientes. Segunda, a manera de causa, cuando el decir causa lo expresado; esta forma corresponde primaria y principalmente a Dios, que hizo todo con su palabra, según Sal 32,9; 148,5: Habló, y todas las cosas fueron hechas. Mas también, y en segundo término, corresponde a los hombres, que con el imperio de sus palabras mueven a otros a hacer algo; para esto ha sido instituido el modo imperativo del verbo. Tercera, el decir puede ser también cierta expresión de los sentimientos de la persona que desea lo que con la palabra expresa, y para esto se ha instituido el modo optativo.

Dejando, pues, a un lado el primer modo de maldecir, que se realiza por una simple enunciación del mal, se ha de tratar de las otras dos formas. Acerca de ello se ha de saber que hacer algo y desearlo son actos correlativos en cuanto a su bondad o malicia, como se desprende de lo expuesto en otro lugar (1-2 q.20 a.3). Por consiguiente, en estos dos modos, por los que se expresa algo malo en forma imperativa u optativa, hay igual razón de licitud o ilicitud. Si, pues, uno ordena o desea el mal de otro en cuanto es un mal, queriendo este mal por sí mismo, maldecir de una u otra forma será ilícito, y ésta es la maldición rigurosamente hablando. Pero si uno ordena o desea el mal de otro bajo la razón de bien, entonces es lícito, y no habrá maldición en sentido propio, sino materialmente, ya que la intención principal del que habla no se orienta al mal, sino al bien.

Mas sucede que un mal puede ser considerado ordenado o deseado bajo la razón de bien por doble motivo. Unas veces por justicia, y así un juez maldice lícitamente a aquel a quien manda le sea aplicado un justo castigo; así también es como la Iglesia maldice anatematizando. También así los profetas imprecan algunas veces males contra los pecadores, conformando en cierto modo su voluntad a la justicia divina (aunque tales imprecaciones pueden también entenderse a manera de profecías). Otras veces se dice algún mal por razón de utilidad, como cuando alguien desea que un pecador padezca alguna enfermedad o impedimento cualquiera para que se haga mejor o al menos para que cese de perjudicar a otros. (S. Th., II-II, q.76, a.1 resp.)


[Estos fragmentos han sido tomados de la Suma Teológica de Santo Tomás, en la segunda sección de la segunda parte. Pueden leerse en orden los fragmentos publicados haciendo clic aquí.]

El mal no toma a Dios por sorpresa

Cristo anuncia los extremos a que llegará la maldad contra sus discípulos y así los dispone a reconocer que Dios sigue siendo Dios también en los tiempos duros.

¿También tiene Dios un propósito con las acciones de los malvados?

Estimado Fray Nelson: En el libro de los Proverbios capitulo 16 versículo 4, se expresa: “Yahveh ha hecho todo con un propósito; inclusive al malvado para el día fatal”. ¿Qué quiere decir esto? .Un amigo seminarista me dijo que Dios ha hecho absolutamente todo con una finalidad y que los delincuentes por ejemplo tenían como misión perjudicar a otros y que ése daño purificaba a los agraviados; si esto es así y los “malvados” tienen un propósito desde su creación ¿cómo pueden ir al infierno por ejemplo si estarían cumpliendo su “misión”? Acláreme por favor Fray Nelson y le agradezco todas las respuestas que gentilmente concede a mis preguntas. — G-S.H.P.

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En ese versículo hay varios temas teológicos–todos muy densos–que salen a la vista. Podemos presentarlos en forma de preguntas: Continuar leyendo “¿También tiene Dios un propósito con las acciones de los malvados?”

¿Y dónde estaba Dios?

Una vez más gracias por sus reflexiones y temas de formación. Después de la tragedia ocurrida en Fundación, Magdalena, con los niños y sus familias, algunos compañeros de la universidad (no creyentes, ateos) me han preguntado a mí por ser uno de los pocos que manifiestan una fe cristiana qué pasó con Dios el Dios benévolo, misericordioso que ama a los niños y ellos además que asistían a un grupo cristiano, dónde está cuando eso pasa? ¿por qué permite esas cosas?

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Ante todo, ofrezco mi cercanía y oración a los parientes de esta horrenda tragedia, que enluta y avergüenza a mi país, Colombia.

Sobre la cuestión teológica como tal, hay tres claves importantes:

1. Dios no es inmediatamente responsable de las acciones u omisiones de los seres libres por Él creados. Si Dios fuera el responsable no habría genuina libertad. De mod que sí hay libertad, sí hay responsabilidad, y si hay culpa. Todo indica que en el caso que nos ocupa hubo gravísimas omisiones en cuanto al transporte seguro de seres humanos.

2. El plan de Dios no se limita a las consecuencias inmediatas de lo que sucede, incluyendo nuestras respuestas emocionales inmediatas. De grandes males surgen también grandes bienes pero la escala en la que eso puede suceder desborda a menudo por completo nuestra comprensión y el estimado de tiempo de nuestra vida.

3. La vida humana no termina con la muerte. Si alguien niega esto que no diga que es cristiano y que por lo tanto no pretenda pelear con el Dios cristiano. Si deseas discutir sobre el Dios cristiano, admite la fe cristiana.

Todo esto no nos exime de sentir tanto el dolor como la indignación que brotan de una tragedia tan brutal.

ABC de la Apologética Católica, 1 de 2, Ataques Informales

[Predicación con las comunidades de la Parroquia del Señor de los Milagros.]

Tema 1 de 2: Ataques Informales

* La fe no solamente es un inmenso don sino que es el don que preserva los demás dones de nuestra vida espiritual. Sin fe, todo lo demás se derrumba por carencia de sentido.

* Por eso es necesario cuidar, cultivar y defender la fe. Se la puede comparar a una llave que, siendo pequeña, da o niega acceso a toda la casa.

* La parte de nuestra formación cristiana que tiene que ver con este cuidado de la fe frente a los ataques, objeciones , persecuciones o burlas que siempre llegan al creyente es la APOLOGÉTICA.

* En consecuencia: no hacemos apologética por ánimo de ganar discusiones, parecer mejores o aprender muchas cosas en nuestra cabeza. Hacemos apologética porque entendemos que la fe es un tesoro inestimable tanto para nosotros como para nuestros hermanos en la comunidad creyente; y entendemos que esa misma fe será un bien incluso para aquellos que por ahora se oponen a nosotros.

* La fe recibe ataques informales pero también formales. Los informales son los que provienen de circunstancias de vida, muy a menudo inesperadas, sin que haya una organización o sistema que produzca tales dificultades. En esta charla nos referimos a los ataques informales.

* Los ataques informales a la fe provienen sobre todo de dos fuentes:

(1) El problema del mal. En este ítem entran todas las catástrofes, accidentes, enfermedades, que hacen que uno se pregunte: “¿Por qué a mí?” Esa línea de interrogación no tiene, por supuesto, respuesta racionalmente satisfactoria, y por eso fractura o debilita gravemente la fe.

(2) El descuido en el cultivo y alimentación de la fe. En este ítem entran nuestras negligencias y mediocridades que van haciendo de Dios un personaje ajeno, oscuro, incomprensible, y después: caprichoso e inútil.

* Los ataques informales, de suyo,no destruyen la fe pero la dejan en condiciones de ser violentada y atacada por casi cualquier viento de doctrina.

Dios y las calamidades

“Yo soy el que forma la luz y crea las tinieblas, El que causa bienestar y crea calamidades, Yo, el SEÑOR, es el que hace todo esto.” (Isaías 45,7) Querido fray, ¿me podría explicar este versículo de las escrituras? ¿o a qué se refiere? – R.V.

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Se refiere a que no hay dos dioses (o más), como si un dios creara la luz y otro dios explicara el origen de las tinieblas. El drama humano no se explica por una lucha de poderes celestiales, pues todo en su origen tiene a Dios y sólo a Dios.

Por supuesto, eso no significa que no haya causas “segundas” o “mandos medios” pero ellos no son soberanos y las intenciones de las creaturas no pueden impedir el lugar que Dios da a todo lo que sucede, tanto lo que apreciamos inmediatamente como favorable como lo que al principio nos parece sencillamente calamitoso.

¿En qué sentido entonces es Dios “autor” de las calamidades? En dos sentidos, por lo menos:

(1) La historia humana no es la traducción a la tierra de supuestos o imaginados combates en el cielo. Los griegos, por ejemplo, sí que imaginaban los orígenes de los conflictos entre seres humanos por una referencia a los caprichos y preferencias de sus “dioses” y “diosas.” La Biblia se niega a atribuir el origen último y radical de las cosas, de todas las cosas, a alguien distinto del único Dios y Señor.

(2) Por lo mismo, aunque es verdad que hay un espacio para la libertad, las intenciones y los intereses de las “causas segundas,” el propósito final de todo lo que acontece no está en manos de esas causas sino que sólo puede corresponder a la intencionalidad última de la providencia y sabiduría del único Dios.

En resumen, en el mal moral Dios es causa primera, en cuanto que si no hubiera creación no habría posibilidad de opción, pero no es responsable de lo que hagan las causas segundas, es decir, los seres que él ha dotado de verdadera libertad.

El mal es fuerte pero no omnipotente

El combate contra el mal es el primer aspecto del combate espiritual; aquí es cuestión de ver los intentos del enemigo para destruirnos en alguna parte, esto es lo que se puede llamar el combate espiritual para proteger lo que Dios nos ha dado.

El maligno puede intentar destruirnos de distintas maneras, esto nos concierne personalmente, es una cuestión entre el maligno y yo. El maligno no puede actuar contra mí más que por la tentación. No tiene ningún poder directo sobre mí, no me puede destruir mientras yo no sea cómplice de alguna forma, por eso va querer tentarme para intentar que yo sea su cómplice, pero mientras la tentación no encuentre en mí una complicidad, el maligno no puede hacer nada para destruirme, puede presionarme, puede hacer que tenga miedo, pero eso no destruye nada en mí.

La tentación toma posesión de mí, desde el momento que yo me hago cómplice de ella, es entonces cuando de alguna manera hay una acción destructiva en mí, pero el maligno no va a intentar dirigirse a mí directamente, él tiene necesidad de intermediarios y de mi complicidad.

[Aparte de un texto enviado por Aurelio Díaz González.]

De donde proviene el mal?

Si Dios es amor, el mal no puede proceder de Él. Hemos visto más arriba que algunos males tienen su origen en el mal uso de nuestra libertad. La fe nos invita a profundizar en el asunto. La presencia del mal en el mundo es imputable a la primera pareja; se trata del pecado original, pecado personal de nuestros primeros padres y tara de la humanidad. «Si el hombre es inconcebible sin este misterio, más inconcebible es este misterio para el hombre» (Pascal).

La hipótesis evolucionista de la creación, de la que ya hablamos, no es, aunque pueda parecerlo, incompatible con este hecho. Basta distinguir entre inteligencia y cultura. El primer hombre podría ser inculto pero no falto de inteligencia.

La primera pareja humana, sea uno u otro el modo de su aparición, procede de Dios y, por tanto, es necesariamente inmaculada. Enraizada desde lo más íntimo en Dios, es plenamente consciente de sus deberes. Pero hace falta que lo reconozca, porque el amor exige reciprocidad. Es preciso, por tanto, que renuncie a una autonomía absoluta. Por el contrario, consciente de su superioridad sobre todo lo creado, se niega a hacerlo. Éste es el sentido de los textos sagrados que nos hablan del primer pecado, desde el Génesis hasta San Pablo en la carta a los Romanos (Gén 3; Rom 5).

Como un árbol arrancado de sus raíces, la primera pareja se autoexcluye de lo mejor de la energía divina. No amando a Dios como Él lo merece, no podrá amar a los otros y a sí mismo con la pureza y la plenitud del amor divino: es la concupiscencia. Intelectualmente su espíritu se ha oscurecido: es la ignorancia. Físicamente, su cuerpo también sufre las consecuencias: es el sufrimiento y la muerte. «Por el pecado entra la muerteen el mundo» (Rm 5,12). Esta muerte no era inherente a la finitud humana: la experiencia de los místicos nos enseña que una vida de unión con Dios permite al hombre franquear las leyes biológicas. Marta Robin, por ejemplo, en el siglo XX, ha vivido más de 50 años sin comer ni beber. Cabría preguntarse si el primer hombre profundamente unido a Dios no hubiera sido capaz de prever y controlar las mismas catástrofes naturales (cf. Mc 4,39-41; Mt 21,21).

Pero hay más. Puesto que la primera pareja lleva consigo el capital genético de toda la humanidad, sólo puede transmitir lo que posee, es decir, un patrimonio en parte estropeado. El principio de la solidaridad preside la creación bajo la fórmula de las leyes de la herencia.

De ahí que el mal no sea necesariamente la consecuencia de una falta cometida por la persona que lo sufre: «¿qué le he hecho yo a Dios?», sino el resultado global del pecado de nuestros primeros padres y del pecado del mundo. Esa misma cuestión se le propuso a Jesús, y se puede leer su contestación con provecho en Lucas 13,4-5.

A esto, en fin, hay que añadir que a este primer pecado la humanidad ha sido inducida por un espíritu superior. Es lo que dice Jesús refiriéndose al demonio, «que es homicida desde el principio» (Jn 8,44).

Felizmente un nuevo Adán y una nueva Eva, Jesús y María, nos han sido dados para una restauración perfecta del plan de Dios. Jesús acepta tomar sobre sí el pecado del mundo, y por su obediencia perfecta lo reduce a cenizas en el fuego de su amor sobre la cruz. Él nos hace capaces de reconocernos pecadores y de confiarle todas nuestras miserias. De nuevo enraizados en Dios por Cristo, participamos ahora en su Potencia, en su Santidad, en la redención del mundo y en la gloria de su resurrección.

• «Allí donde abundó el pecado, sobreabundó la gracia» (Rm 5,20)

Yves Moreau es el autor de Razones para Creer. Texto disponible por concesión de Gratis Date.

Ante los males del mundo, como afirmar que Dios existe?

La pérdida de un ser querido, el hundimiento de un amor, las agresiones a nuestra persona física o moral, parecen cuestionar las certezas más elementales. Ante tales heridas y sufrimientos nos sentimos desamparados e impotentes. ¿Podemos seguir creyendo que Dios existe?

El mal es un desorden que trastorna el orden debido: por ejemplo, un accidente de coche provocado por el alcoholismo de un conductor ebrio.

Comprobamos aquí cómo muchos males provienen de un uso malo de nuestra libertad. Pero la libertad es en sí misma un bien, ya que nos permite elegir el bien no en forma automática, sino con conocimiento de causa.

Pero vengamos ahora al caso de un niño que nace enfermo. A primera vista se puede pensar que tal realidad demuestra la inexistencia de un ser perfecto que obra en el mundo. Sin embargo, ¿cómo explicar entonces las innumerables y variadas huellas de una inteligencia superior en el universo?

Por el contrario, si esta inteligencia existe, como es innegable, es de una naturaleza muy superior a nuestro pequeño cerebro.

Hay cosas que nos hunden en el desconcierto. Vemos el mundo como el envés de un tapiz. Solo vemos un barullo incoherente de líneas y colores. Habría que estar en el lugar de quien realiza la tarea para, viéndola al derecho, poder apreciar la armonía de la labor.

La perspectiva de una vida futura y la resurrección de los cuerpos, viene aquí a esclarecer el ejemplo anterior, desdramatizando las circunstancias del niño enfermo. Se trata, en efecto, de su primer nacimiento. Su segundo nacimiento, el definitivo, será cuando resucite después de la muerte.

«Pienso –dice San Pablo– que los sufrimientos del tiempo presente no guardan proporción con la gloria que ha de manifestarse en nosotros» (Rm 8,18). Y San Juan, recordando conversaciones con Jesús nos dice: «La mujer, cuando da a luz, está triste porque le ha llegado su hora; pero cuando el niño le ha nacido, ya no se acuerda del sufrimiento por el gozo de que ha nacido un hombre en el mundo» (Jn 16,21).

Si el sufrimiento pasajero del inocente nos resulta un misterio, sabemos, sin embargo, que Dios mismo cargó con este sufrimiento a Jesucristo. A través del sufrimiento el cristiano se une ya ahora a su Señor, antes del encuentro definitivo en la gloria.

Podemos ilustrar estas reflexiones señalando recientes conversiones, como las de Frossard o de Clavel e, y de otras mucho más numerosas al otro lado del telón de acero, donde parece que hoy las personas están descubriendo a Dios algo así como se coge un virus.

Así pues, en la presencia del mal, el no creyente tiene en cuenta solamente una parte de la realidad: la negativa; mientras que el creyente toma en cuenta el todo: lo positivo y lo negativo, orden y desorden, bien y mal.

• «No te dejes vencer por el mal… Yo he vencido al mundo» (Rm 12,21; Jn 16,33)

Yves Moreau es el autor de Razones para Creer. Texto disponible por concesión de Gratis Date.