Sinopsis del Padrenuestro

Las 7 Metas… ¡a la inversa!

Carta de Jesús para ti:

Querido hermano y hermana: La oración del Padrenuestro que Yo, Jesús, os enseñé, es un resumen de vida divina, de las 7 metas que tiene que conseguir el cristiano, ¡presentadas a la inversa!: Son 7 peticiones. La primera petición se tiene consiguiendo la segunda; la segunda, teniendo la tercera; la tercera, teniendo la cuarta, y así sucesivamente (Mat.6:9-13).

1- La primera petición y meta final del cristiano es “que el nombre de nuestro Padre celestial sea santificado”. Alabar a Dios con sumo gozo por cada segundo del día y de la noche, es la vida eterna del Cielo (1). Alabar a Dios, santificarlo, glorificarlo, adorarlo, darle gracias con gozo en cada segundo del día y de la noche es la meta del cristiano en la tierra, la forma de orar continuamente, y el secreto de vivir siempre con gozo en la tierra (1b).

2-Para obtener la primera petición hay que tener la segunda: “venga a nosotros tu reino”. El Reino de Dios es Jesús, Yo, en tu corazón. Es la esencia del cristiano, ser portador de Cristo. Y si Yo, Jesús, vivo en tu corazón, en verdad vas a santificar el nombre de Dios, con tu palabra y sobre todo con tu vida divina (2).

3- Para vivir en el Reino, hay que “hacer la voluntad de Dios en tu vida tal como se hace en el Cielo”, que es la tercera petición, la meta clave en la vida. “Quien hiciere la voluntad de Dios, ése es mi hermano, mi hermana y mi madre” (3).

4- No es fácil hacer la voluntad de Dios en cada segundo del día. Para poderlo hacer en la peregrinación de la tierra, tenéis que comer a diario “el pan nuestro de cada día”, ¡la Eucaristía!, que Dios te la da a diario, pero tu tienes que ir a recibirla cada día (4). Este es la cuarta petición, la central, la vida y sostenimiento de todos los días.

5- Para poder recibir la Eucaristía, hay que cumplir la quinta petición: “perdonar las ofensas de los hermanos”, porque si antes de recibir la Eucaristía recuerdas que has ofendido a alguien, o que no lo has perdonado, deja tu ofrenda en el altar, y vete antes a reconciliarte con el. Y es tremenda esta quinta petición, porque “le pides a Dios que te perdone tal como tu perdonas al vecino”… si tu no perdonas, le pides a Dios que no te perdone (5).

6- La sexta petición y meta es “no nos dejes caer en la tentación”. Es básica, porque la vida en la tierra es un período de prueba para ganarte la vida eterna, y vas a tener tentaciones, pruebas, y precisamente cuanto más ores y más penitencia hagas más tentaciones vas a tener, como las tuve Yo, Jesús, cuando oré y ayuné por 40 días en el desierto (6).

7- La séptima y última petición es la raíz de todo, “líbranos del mal”. El Pecado es el único mal del cristiano… y del pagano. Quien vive en pecado, no está en nada, mi hermano. Quien vive en gracia de Dios, vive en el amor. Para eso vine Yo, Jesús, al mundo, para quitar el pecado, y para que viváis en Dios. Quien vive en pecado, pertenece a Satanás, quien vive en gracias de Dios, me tiene a mi, a Jesús, en su corazón, vive en la tierra, ya, en el amor, glorificando y dando gracias continuas con sumo gozo al Señor, ¡aunque se hunda el mundo a su alrededor!.

1- Apoc.4:8,9,11… 1b- 1Tes.5:16-18… 2- Gal2:20… 3- Mar.3:35… 4- Jn.6:48-58, 1Cor.11:29-30… 5- Mat.5:23-24, 6:12,14… 6- Mat.4, Luc.4… 7- Jn.1:29,36, 1Jn.3:4-10.

Un Sacerdote debe Ser

Muy grande y a la vez muy pequeño,
de espíritu noble como si llevara sangre real
y sencillo como el labriego.

Héroe por haber triunfado de sí mismo
y el hombre que llegó a luchar contra Dios.
Fuente inagotable de santidad
y pecador a quien Dios perdonó.

Señor de sus propios deseos
Y servidor de los débiles y vacilantes.
Uno que jamás se doblegó ante los poderosos
Y se inclina, no obstante, ante los más pequeños.

Y es dócil discípulo de su Maestro
y caudillo de valerosos combatientes,
pordiosero de manos suplicantes
y mensajero que distribuye oro a manos llenas.

Animoso soldado en el campo de batalla
y mano tierna a la cabecera del enfermo.
Anciano por la prudencia de sus consejos
y niño por su confianza en los demás.

Alguien que aspira siempre a lo más alto
y amante de lo más humilde…
Hecho para la alegría y acostumbrado al sufrimiento.
Ajeno a toda envidia.

Transparente en sus pensamientos.
Sincero en sus palabras.
Amigo de la paz.
Enemigo de la pereza,
Seguro de sí mismo.

Respuesta Positiva

A veces no tenemos victoria en nuestra vida Cristiana
porque creemos en un Dios a nuestra medida y no buscamos la medida de lo que Dios es…

Usted dice: “Es imposible”
Dios dice: Todo es posible. (Lucas 18, 27)

Usted dice: “Estoy muy cansado.”
Dios dice: Yo te haré descansar. (Mateo 11, 28-30)

Usted dice: “Nadie me ama en verdad.”
Dios dice: Yo te amo. (Juan 3, 16 y Juan 13, 34)

Usted dice: “No puedo seguir.”
Dios dice: Mi gracia es suficiente. (II Corintios 12, 9 y Salmos 91, 15)

Usted dice: “No puedo resolver las cosas.”
Dios dice: Yo dirijo tus pasos. (Proverbios 3, 5-6)

Usted dice: “Yo no lo puedo hacer.”
Dios dice: Todo lo puedes hacer. (Filipenses 4, 13)

Usted dice: “Yo no soy capaz.”
Dios dice: Yo soy capaz. (II Corintios 9, 8)

Usted dice: “No vale la pena.”
Dios dice: Si valdrá la pena. (Romanos 8, 28)

Usted dice: “No me puedo perdonar.”
Dios dice: YO TE PERDONO. (I Juan 1, 9 y Romanos 8, 1)

Usted dice: “No lo puedo administrar.”
Dios dice: Yo supliré todo lo que necesitas. (Filipenses 4, 19)

Usted dice: “Tengo miedo.”
Dios dice: No te he dado un espíritu de temor. (I Timoteo 1, 7)

Usted dice: “Siempre estoy preocupado y frustrado.”
Dios dice: Echa tus cargas sobre mi. (I Pedro 5, 7)

Usted dice: “No tengo suficiente fe.”
Dios dice: Yo le he dado a todos una medida de fe. (Romanos 12, 3)

Usted dice: “No soy suficientemente inteligente.”
Dios dice: Yo te doy sabiduría. (I Corintios 1, 30)

Usted dice: “Me siento muy solo.”
Dios dice: Nunca te dejaré, ni te desampararé. (Hebreos 13, 5)

Reflexiones sobre los Sacerdotes

Cuando se piensa que ni la Santísima Virgen puede hacer lo que un sacerdote; cuando se piensa que ni los ángeles, ni los arcángeles, ni Miguel, ni Gabriel, ni Rafael, ni príncipe alguno que aquellos que vencieron a Lucifer pueden hacer lo que un sacerdote;

Cuando se piensa que Nuestro Señor Jesucristo, en la última Cena, realizó un milagro más grande que la creación del universo con todos sus esplendores, y fue convertir el pan y el vino en su Cuerpo y su Sangre para alimentar al mundo; y que este portento, ante el cual se arrodillan los ángeles y los hombres, puede repetirlo cada día un sacerdote;

Cuando se piensa en el otro milagro que solamente un sacerdote puede realizar: perdonar los pecados, y que lo que él ata en el fondo de su humilde confesionario, Dios, obligado por su propia palabra, lo ata en el Cielo, y lo que él desata, en el mismo instante lo desata Dios;

Cuando se piensa que la humanidad se ha redimido y que el mundo subsiste porque hay hombres y mujeres que se alimentan cada día de ese Cuerpo y de esa Sangre redentora que sólo un sacerdote puede realizar;

Cuando se piensa que el mundo moriría de la peor hambre si llegara a faltarle ese poquito de pan y ese poquito de vino;

Cuando se piensa que eso puede ocurrir porque están faltando las vocaciones sacerdotales; y que cuando eso ocurra se conmoverán los cielos y estallará la tierra, como si la mano de Dios hubiera dejado de sostenerla; y las gentes aullarán de hambre y de angustia, y pedirán ese pan, y no habrá quien se los dé; y pedirán la absolución de sus culpas y no habrá quién las absuelva, y morirán con los ojos abiertos por el mayor de los espantos;

Cuando se piensa que un sacerdote hace más falta que un rey, más que un militar, más que un banquero, más que un médico, más que un maestro, porque él puede reemplazar a todos y ninguno puede reemplazarlo a él;

Cuando se piensa que un sacerdote cuando celebra en el altar tiene una dignidad infinitamente mayor que un rey; y que no es ni un símbolo, ni siquiera un embajador de Cristo, sino que es Cristo mismo que está allí repitiendo el mayor milagro de Dios.

Cuando se piensa todo esto, uno comprende la inmensa necesidad de fomentar las vocaciones sacerdotales; Uno comprende el afán con que, en tiempos antiguos, cada familia ansiaba que de su seno brotase, como una vara de nardo, una vocación sacerdotal; Uno comprende el inmenso respeto que los pueblos tenían por los sacerdotes, lo que se reflejaba en las leyes;

Uno comprende que el peor crimen que puede cometer alguien es impedir o desalentar una vocación;

Uno comprende que provocar una apostasía es ser como Judas y vender a Cristo de nuevo;

Uno comprende que más que una iglesia, y más que una escuela, y más que un hospital, es un seminario o un noviciado; Uno comprende que dar para construir o mantener un seminario o un noviciado es multiplicar los nacimientos del Redentor;

Uno comprende que dar para costear los estudios de un joven seminarista o de un novicio es allanar el camino por donde ha de llegar al altar un hombre, que durante media hora, cada día, será mucho más que todas las dignidades de la tierra y que todos los santos del cielo, pues será Cristo mismo, sacrificando su Cuerpo y su Sangre para alimentar al mundo.

Lunes de Federico (5)

[Capítulo anterior]

De camino al aeropuerto

Federico y Fidelio han terminado de modo casi abrupto su conversación, pero las ideas siguen bullendo, como el café recién hecho, en la cabeza de Federico.

–¡A ti quería verte, Renata!

–Federico, ¡mucho gusto verte! ¿Tomando un café para vencer el frío?

–Sí, aunque ni mucho café tomé. Vieras tú: estaba con el Reverendo Padre Fidelio, y acabamos de tener una conversación de lo más interesante. Es buen tipo, el Fidelio.

–Sí lo vi salir de esta misma cafetería con cierta prisa. Él iba por la otra acera y no me saludó, me imagino que porque se le hacía tarde para el rezo. Pero como tú dices: es un buen hombre. ¿Y por qué querías verme?

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Pon a prueba tu fe

Nunca sabrás si algo funciona si no lo pruebas. No sabrás si hay electricidad si no pones la mano en el interruptor y lo enciendes. Tienes que efectuar alguna acción para probar que funciona. Eso pasa con la fe.

Es inútil sentarse a hablar acerca de la fe si no la vives y nadie puede ver qué significa para ti. Es inútil hablar de vivir con fe cuando tu seguridad está en tu cuenta bancaria, y sabes que puedes contar con ella cuando eliges hacerlo.

Es cuando no tienes nada, y te arriesgas y haces lo aparentemente imposible, porque tu fe y tu seguridad están bien afirmadas en Mí, que puedes hablar de vivir con fe y ser una demostración viva de ello.

Sigue adelante, pon tu fe a prueba y ve qué pasa “Abriendo las puertas de tu Interior”.

Saludo de Pascua

Todo empezó en la soledad y el frío, en la oscuridad amenazante de un sepulcro. Todo empezó allí precisamente, allí donde la muerte reinaba como señora y donde el vacío se burlaba con altanería de nuestros mejores sueños. Todo empezó allí donde el cuerpo destrozado de Cristo debía convertirse en el recordatorio perpetuo del mandato del demonio, que quería repetir desde esa piel destrozada su consigna perversa: “No quieras ser bueno, porque mira cómo acaban los buenos”.

En la hora que sólo Dios conoce, y del modo que sólo Dios entiende, todo ese lenguaje del frío y de la noche, del poder de la muerte y del imperio del pecado, todo ello fue quebrantado, y la presa más preciosa de la señora muerte escapó de la red, abrió su propia tumba, puso en retirada a las tinieblas y humilló el imperio de Satanás con fuerza magnífica y poder incontenible.

En la hora que sólo Dios conoce, y del modo que sólo Dios entiende, algo inaudito y maravilloso, único sobre toda ponderación, vino a cambiar para siempre la historia de los hombres. Los lienzos están, el sudario está; las vendas están y los ungüentos están; Cristo no está. Su lugar no es ese. No busquéis entre los muertos al que vive.

La piedra de la entrada se ha movido dejando paso al Rey de los Siglos. La mañana de la pascua exhala su perfume. El sol asoma y contempla con asombro al Sol verdadero, Aquel que no tiene ocaso. Las mujeres se acercan porque quieren ofrecer el testimonio de su amor que se disuelve en llanto. No saben la noticia que les espera. No saben que llanto y canto riman bien en la métrica de los Cielos.

La Palabra que era desde el principio, engendrada en el silencio del Padre, sale del silencio de aquella tumba y es ahora el principio del universo renovado. Un estallido fantástico de luz, de aroma y canto avasalla con gozo a las multitudes de los cielos y los ángeles no saben cómo más cantar una alegría que sólo cabe en Dios. La melodía del amor victorioso se adueña de las almas piadosas, en primer lugar las de aquellas mujeres, que no saben si cantar o reír, si llorar o temer. Cantan de alegría, ríen con estupor, lloran inundadas de gozo y el santo temor de tocar la carne de Dios les invade en efluvios de un amor que nadie conocía. La evangelización ha empezado.

En la hora que sólo Dios conoce, y del modo que sólo Dios entiende, una voz de gracia ha brotado de la tierra sombría y de la tumba triste. Gracia que cure nuestras desgracias; compasión que sosiegue nuestras heridas; fuerza que se adueñe del que yacía en agonía; vida capaz de reclamar a la muerte sus muertos.

¡Es pascua! ¡Es pascua, aleluya! ¡Vive el que colgó del madero! ¡Vive el que traspasaron nuestras culpas! ¡Vive el que soportó nuestro castigo! ¡Vive Jesucristo y suyo es el imperio por los siglos! ¡Amén, Aleluya!

Fr. Nelson Medina, O.P.

Para mí la Vida es Cristo

Los santos son el ejemplo que tenemos de lo que debe ser vivir esta unidad de vida. Ellos han sabido integrar todas las facetas de su vida teniendo como único deseo agradar a Dios. San Pablo una vez más, nos lo expresa claramente: “no soy yo quien vive sino que es Cristo quien vive en mí” (Gal 2, 20); “para mí la vida es Cristo” (Fil 1, 21). Dejar que la vida de Cristo sea nuestra vida de tal modo que vayamos teniendo “los mismos sentimientos que tuvo Cristo Jesús” (Fil 2, 5). Esa es la lucha que se nos plantea a los que queremos seguir con decisión los pasos de Jesús.

Quizás el ejemplo más claro lo tenemos en santa María. “Mujer del silencio y de la escucha, dócil en las manos del Padre, la Virgen María es invocada por todas las generaciones cono “dichosa”, porque supo reconocer las maravillas que el Espíritu Santo realizó en ella” (IM 14). En este mes de mayo, su fidelidad puede ayudarnos a ser conscientes de la necesidad de nuestro compromiso.

Sabemos cuál fue su respuesta al querer de Dios, nada más enterarse de su Plan de Salvación, “hágase en mí según tu palabra” (Lc 1, 38). y la contemplamos a través de todas las páginas del Evangelio correspondiendo a esa llamada, con absoluta disponibilidad y prontitud. La vida del Espíritu, la conciencia de obrar siempre como criatura de Dios, como hija del Padre, hacen que todas las cosas en su vida hagan referencia a Dios, a su designio amoroso.

Nada hay en ella que desdiga de la confianza que Dios ha depositado en ella. Su vida es un avanzar continuo en el seguimiento de su Hijo, siempre atenta a la voluntad del Padre. Vivir así es encontrar el sentido de la propia existencia, es conocer la grandeza de nuestra vocación, es asumir nuestra vida como camino de salvación y de liberación no ya para nosotros solos, sino también para aquellos que nos rodean, que nos observan, que nos quieren.

Contando con los fracasos personales, frutos del pecado y de nuestra falta de correspondencia a la gracia, permitimos al Espíritu que trabaje en nuestro interior. La unidad de vida no es fruto, por lo tanto de nuestro empeño, de nuestros esfuerzos. Sólo Dios puede hacerlo en nosotros. Hay que dejar hacer al Espíritu Santo, conscientes de nuestra fragilidad y de nuestra incapacidad personales para alcanzar metas que nos superan. Sin embargo tenemos que querer colaborar con esta obra del Espíritu Santo. Sin refugiarnos en una falsa humildad, ir poniendo los medios que están a nuestro alcance por conseguirlo.

LA UNIDAD SIGNO DE VIDA

Humanamente hablando la unidad significa la fuerza, la vitalidad. Lo que está unido se manifiesta como fuerte, capaz de grandes cosas, manifiesta vida. El cuerpo humano, la familia, la sociedad mientras permanecen unidos, tienen vida en sí. Teológicamente ocurre lo mismo. Dios es la perfecta unidad, es la vida en sí misma. La Iglesia, cuerpo de Cristo, tiene como nota propia la unidad, que se entiende también pero no sólo como única.

La unidad de vida es fuente y signo de la vida interior del cristiano. Vida de la gracia en el corazón del hombre que le hace ser, no ya otro Cristo, sino el mismo Cristo. Vida de la gracia que hace del que cree “homo Dei”, hombre de Dios, portador de Dios, capaz de regenerar vida sobrenatural a su alrededor.

Esa unidad interior, que es don del Espíritu, nace de la unión con Jesús, y le hace obrar como Jesús. El obrar del hombre de Dios es un obrar sobrenatural. “Cosas mayores haréis” (cf Mt 21, 21) dijo el Señor a los apóstoles cuando se asombraban de los milagros que hacía. Es lógico que sea así. Jesús prometió el Espíritu Santo como un manantial de agua que brota desde el interior del hombre y que da vida a todo lo que le rodea. El trabajo profesional, la vida de familia, el cuidado de los enfermos, los detalles de cariño con quienes sufren, el rato que pasamos con nuestros amigos en los momentos de ocio, el deporte, un pequeño servicio que hacemos con alegría… todo eso, todo lo que es nuestra vida corriente, vulgar, es camino de salvación. Es nuestro camino de santificación, que adquieren valor redentor porque hechos por amor a Dios, con espíritu de servicio a nuestros hermanos los hombres santifican también a los demás, porque estamos haciendo que el reino de Dios, reino de justicia, de solidaridad, de respeto, de alegría y de gracia, se haga presente en el mundo, en la sociedad en la que vivimos.

Unidad de vida, pues, que nos hace vivir lo mismo que el resto de los mortales, pero en un plano muy distinto, el plano de Dios, el plano de la visión sobrenatural, el plano desde el que Cristo, clavado en la Cruz, veía todas las realidades.

Examen

– ¿Entiendo lo que significa “unidad de vida”? ¿Comprendo el alcance de esta gran tarea de Dios en nosotros? ¿Busco los medios para conseguirlo?

– ¿Creo que me tomo en serio ir alcanzando esa unidad de vida? ¿Tengo determinados campos de mi jornada en los que no dejo que entre Dios? ¿Es la filiación de vida el motor de mi vida en todos sus aspectos? ¿Hago distingos dentro de las cosas que ocupan mi día?

– ¿Le dejo al Espíritu entrar en mi alma? ¿Le pongo obstáculos para que no me “complique” la existencia? ¿Hay alguna parte de mi corazón que reservo para mí?

– ¿Colaboro con la obra de Dios en mí? ¿Procuro mantener la presencia de Dios durante toda la jornada? ¿Hago la oración personal diaria que me ayude a conseguir este fin?

– ¿Contemplo la vida de los santos como ejemplo a seguir o me conformo con admirarla como si de una obra de arte se tratara pero sin dejar que influya en mí?

– ¿Cumplo con mis obligaciones en el trabajo? ¿Soy puntual, trato bien a los que dependen de mí en el trabajo, encomiendo a las personas que trabajan conmigo?

– ¿Vivo las virtudes cristianas con las personas de mi familia? ¿Me desahogo con ellos? ¿Tengo detalles de cariño con ellos? ¿les pido perdón cuando me porto mal? ¿Les perdono yo?

– ¿Cómo aprovecho el tiempo libre? ¿Me dejo llevar por los amigos? ¿Sé poner espíritu cristiano en lo que planeo? ¿Se avergonzaría Jesús de lo que hago en el tiempo de descanso?

– ¿Tengo visión sobrenatural de las cosas? ¿Soy optimista, sé dar valor a las cosas de cada momento?

– ¿Me encomiendo a la Virgen? ¿Procuro no sólo admirarla, sino también imitarla? ¿Le agradezco el don de su fidelidad?

La Oración en Grupo

¿De qué se trata?
“Gran mal es un alma sola”. La fe no se puede vivir a solas, ni tampoco la oración. El grupo ofrece la cercanía y el apoyo de los demás para descubrir la dimensión comunitaria de la vida cristiana, donde cada hermano y hermana es un don. Es lo que Santa Teresa llama: “hacernos espaldas”.

Un signo de los tiempos. La oración en grupo es una gozosa realidad en nuestros días. Es posible orar así. Abundan los grupos comprometidos, con buena representación de laicos. Es un regalo del Espíritu a la Iglesia. “Los grupos de oración son hoy uno de los signos y uno de los acicates de la renovación en la Iglesia, a condición de beber en las auténticas fuentes de la oración cristiana” (CEC 2689; NMI 33).

El espejo de la Iglesia primitiva. El retrato de las primeras comunidades cristianas permanece siempre como referencia para todo grupo de oración. Presenta a los primeros cristianos como una comunidad que ora (Hch 2,42). Se reúnen en un lugar, y el Espíritu les une el alma. Juntos escuchan la Palabra de Dios. Dejan que la vida de Dios pase de unos a otros en un clima de alegría. Comparten los dones, a lo de cada uno lo llaman “nuestro”. Perseveran en estos encuentros y el Señor los bendice.

¿Qué es un grupo de oración?

Un grupo de personas:
– Donde se reconoce el rostro de los que están al lado.
– Cada uno es un don para el otro.
– Todos tienen espacio, palabra, tarea.

Que se reúnen para hacer un camino de encuentro con Dios.
– Llamados por el Espíritu
– En el nombre de Jesús, que garantiza su presencia en medio de ellos (Mt 18,19-10).
– Aprenden a decir: Padre nuestro.
– En comunión con la Iglesia (CEC 2689).

Y que sienten la necesidad de dar gratis lo que gratuitamente han recibido. El don se convierte en tarea eclesial.”Nuestras comunidades cristianas tienen que llegar a ser auténticas escuelas de oración” (NMI 33.34).

Características

El “nosotros” orante. El orante no puede renunciar al encuentro en soledad con Dios, pero su vida participa de la vida de los otros. El grupo se coloca en el plano de la gracia y se sabe habitado por el misterio de Dios. El Espíritu realiza la unidad en el encuentro. Desaparecen los protagonismos personales. Preside el grupo Jesús.

Trato de amistad. Los componentes del grupo se hacen compañeros, solidarios de los otros. Se abren de forma libre, en un gesto de transparencia. Todos se sienten hermanos. Al amarse están amando a Dios. La oración de grupo es un ejercicio de amistad. Conforme a las palabras de Jesús: “Ya no os llamo siervos, a vosotros os llamo amigos, porque todo lo que he oído a mi Padre os lo he dado a conocer” (Jn 15,15-16).

Compartir. El grupo entabla un diálogo de creyentes, la vida pasa de unos a otros en plano de confianza y apertura. Dios mismo habla por la voz de los demás. Cada orante, con gran respeto, pero sin miedo, expresa en la plegaria su palabra, ofrece a los demás su voz hecha canto, su experiencia de fe. “Al darnos nos vamos creando”.

Compromiso. La respuesta a tanto don es una vida que se entrega. La oración de grupo hace posible que surjan estructuras de comunión, donde se cultive la gratuidad. La oración abre un espacio de gracia en nuestra tierra. Puestos ante Dios y ante los demás, vamos poniendo lo mejor de nosotros para construir un mundo uevo. “Siempre han sido los hombres y mujeres de oración quienes, como auténticos intérpretes y ejecutores de la voluntad de Dios, han realizado grandes obras” (VC 94).

A tener en cuenta

Importancia del animador. Todo grupo necesita un animador que acompañe, aliente, recree su trayectoria. “El Espíritu Santo da a ciertos fieles dones de sabiduría y discernimiento dirigidos a este bien común que es la oración” (CEC 2690). Es muy importante que tenga experiencia. “Nuestro mundo hace más caso a los testigos que a los maestros” (Pablo VI). Señalará los momentos, moderará la oración, pero no dominará la plegaria.

Discernimiento. Los criterios de discernimiento se toman de las características del grupo. Así, no gozará de muy buena salud el grupo de oración que no crezca en una relación de confianza y amistad entre sus miembros. No será grupo de oración si se reduce a un grupo de amigos, olvidando el fin para el que han sido convocados, que no es otro que la relación amistosa con Dios. No habrá oración auténticamente cristiana sin empalme directo con la vida cotidiana y con la vida de los otros.

Crecimiento. El grupo está siempre en movimiento necesita crecer, desarrollarse. No se trata de que el grupo haga oración, sino que la oración haga grupo, haga comunidad.

Modelos. “Las diversas espiritualidades cristianas participan en la tradición viva de la oración y son guías indispensables para los fieles. En su rica diversidad reflejan la pura y única luz del Espíritu Santo” (CEC 2683). “Reunidos en común, haya una sola oración, una sola esperanza en la caridad, en la alegría sin tacha, ya que no existe nada mejor que El. Corred todos a una, como a un solo templo de Dios, como a un solo altar, a un solo Jesucristo que procede de un solo Padre” (San Ignacio de Antioquía).

Juan Pablo II: Una oración para comenzar con serenidad la jornada

CIUDAD DEL VATICANO, 30 mayo 2001 (ZENIT.org).- En la oración de la mañana, el cristiano pone su día en las manos de Dios, experimentando una tranquilidad y serenidad únicas. Una experiencia para que la que el pontífice ha recomendado en su intervención durante la audiencia de este miércoles el rezo del Salmo 5, tal y como propone la Liturgia de las Horas en las Laudes.

De esta oración, explicó el Papa, “el fiel recibe la carga interior para afrontar un mundo con frecuencia hostil. El Señor mismo le tomará de su mano y le guiará por las calles de la ciudad, es más, le “allanará el camino””.

Ofrecemos a continuación el texto de la catequesis que Juan Pablo II pronunció en la audiencia general.

1. “Por la mañana escucharás mi voz, por la mañana te expongo mi causa, y me quedo aguardando”. Con estas palabras, el Salmo 5 se presenta como una oración de la mañana y, por tanto, se sitúa perfectamente en el contexto de las Laudes, el canto del fiel al inicio del día. El tono de fondo de esta súplica está más bien marcado por la tensión y el ansia, por los peligros y las amarguras que están por suceder. Pero no desfallece la confianza en Dios, siempre dispuesto a sostener a su fiel para que no tropiece en el camino de la vida.

“Sólo la Iglesia tiene una confianza así” (Jerónimo, Tractatus LIX in psalmos, 5,27: PL 26,829). Y san Agustín, llamado la atención sobre el título que se le da al Salmo y que en su versión latina dice: “Para aquella que recibe la herencia”, explica: Se trata, por tanto, de la Iglesia que recibe en herencia la vida eterna por medio de nuestro Señor Jesucristo, de modo que posee al mismo Dios, adhiere a Él, y encuentra en Él su felicidad, según lo que está scrito: “Bienaventurados los mansos, porque ellos poseerán en herencia la tierra” (Mateo 5, 4) (Enarr. in Ps.,5: CCL 38,1,2-3).

“Tu”, Dios
2. Como sucede con frecuencia en los Salmos de “súplica” dirigidos al Señor para ser liberados del mal, en este Salmo entran en escena tres personas. Ante todo aparece Dios (versículos 2-7), el “Tú”, por excelencia del Salmo, al que el orante se dirige con confianza. Ante las pesadillas de la jornada agotadora y quizá peligrosa, emerge una certeza: el Señor es un Dios coherente, riguroso con la injusticia, ajeno a todo compromiso con el mal: “Tú no eres un Dios que ame la maldad” (versículo 5).

Una larga lista de personas malvadas, el malhechor, el mentiroso, el sanguinario y traicionero, desfila ante la mirada del Señor. Él es el Dios santo y justo que se pone de parte de quien recorre los caminos de la verdad y del amor, oponiéndose a quien escoge “las sendas que llevan al reino de las sombras” (cf. Proverbios 2,18). El fiel, entonces, no se siente solo y abandonado cuando afronta la ciudad, penetrando en la sociedad y en la madeja de las vicisitudes cotidianas.

“Yo”, el orante
3. En los versículos 8 y 9 de nuestra oración matutina el segundo personaje, el orante, se presenta a como un “Yo”, revelando que toda su persona está dedicada a Dios y a su “gran misericordia”. Está seguro de que las puertas del templo, es decir el lugar de la comunión y de la intimidad divina, cerradas a los impíos, se abren de par en par ante él. Entra para experimentar la seguridad de la protección divina, mientras afuera el mal se enfurece y celebra sus triunfos aparentes y efímeros.

De la oración matutina en el templo el fiel recibe la carga interior para afrontar un mundo con frecuencia hostil. El Señor mismo le tomará de su mano y le guiará por las calles de la ciudad, es más, le “allanará el camino”, como dice el Salmista, con una imagen sencilla pero sugerente.

En el original hebreo esta confianza serena se funda en dos términos (hésed y sedaqáh): “misericordia o fidelidad”, por una parte, y “justicia o salvación”, por otra. Son las palabras típicas para celebrar la alianza que une al Señor con su pueblo y con cada uno de sus fieles.

“Ellos”, los enemigos
4. Así se perfila, por último, en el horizonte la figura oscura del tercer actor de este drama cotidiano: son los “enemigos”, los “malvados”, que ya estaban en el fondo de los versículos precedentes. Después del “Tú” de Dios y del “Yo” del orante, ahora viene un “Ellos” que indica una masa hostil, símbolo del mal en el mundo (versículos 10-11). Su fisonomía está caracterizada un elemento fundamental de la comunicación social, la palabra. Cuatro elementos boca, corazón, garganta, lengua, expresan la radicalidad de la maldad de sus decisiones. Su boca está llena de falsedad si corazón maquina constantemente perfidias, su garganta es como un sepulcro abierto, dispuesta a querer solo la muerte, su lengua es seductora, pero “llena de veneno mortífero”(Santiago 3, 8).

5. Después de este retrato áspero y realista del perverso que atenta contra el justo, el salmista invoca la condena divina en un versículo (versículo 11), que la liturgia cristiana omite, queriendo de este modo conformarse a la revelación del Nuevo Testamento del amor misericordioso, que ofrece también al malvado la posibilidad de la conversión. La oración del salmista experimenta al llegar a ese momento un final lleno de luz y de paz (versículos 12-13), después del oscuro perfil del pecador que acaba de diseñar. Una oleada de serenidad y de alegría envuelve a quien es fiel al Señor. La jornada que ahora se abre ante el creyente, aunque esté marcada por cansancio y ansia, tendrá ante sí el sol de la bendición divina. El salmista, que conoce en profundidad el corazón y el estilo de Dios, no tiene dudas: “Tú, Señor, bendices al justo, y como un escudo lo rodea tu favor”(v. 13).

Juan Pablo II: Cómo salpicar el día con la oración

CIUDAD DEL VATICANO, 4 abr 2001 (ZENIT.org).- La recitación de los salmos en diferentes momentos del día constituye una práctica privilegiada para que el cristiano bucee “en el océano de vida y paz en el que ha sido sumergido con el Bautismo, es decir, en el misterio del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo”.

Se trata de una costumbre, como explicó Juan Pablo II en la audiencia general de este miércoles, que descubrieron ya los primeros cristianos, ayudados por las oraciones propuestas por la ley de Moisés.

“Al cantar los salmos, el cristiano experimenta una especie de sintonía entre el Espíritu, presente en las Escrituras, y el Espíritu que habita en él por la gracia bautismal. Más que rezar con sus propias palabras, se hace eco de esos “gemidos inefables” de que habla San Pablo, con los que el Espíritu del Señor lleva a los creyentes a unirse a la invocación característica de Jesús: “¡Abbá, Padre””, explicó.

Ofrecemos a continuación, el texto íntegro del discurso que pronunció hoy el Papa en la plaza de San Pedro del Vaticano durante el encuentro con los peregrinos.

1. Antes de emprender el comentario de los diferentes salmos y cánticos de alabanza, hoy vamos a terminar la reflexión introductiva comenzada con la catequesis pasada. Y lo hacemos tomando pie de un aspecto muy apreciado por la tradición espiritual: al cantar los salmos, el cristiano experimenta una especie de sintonía entre el Espíritu, presente en las Escrituras, y el Espíritu que habita en él por la gracia bautismal. Más que rezar con sus propias palabras, se hace eco de esos “gemidos inefables” de que habla san Pablo (cf. Romanos 8, 26), con los que el Espíritu del Señor lleva a los creyentes a unirse a la invocación característica de Jesús: “¡Abbá, Padre!” (Romanos 8, 15; Gálatas 4, 6).

Los antiguos monjes estaban tan seguros de esta verdad, que no se preocupaban por cantar los salmos en su propio idioma materno, pues les era suficiente la conciencia de ser, en cierto sentido, “órganos” del Espíritu Santo. Estaban convencidos de que su fe permitía liberar de los versos de los salmos una particular “energía” del Espíritu Santo. La misma convicción se manifiesta en la característica utilización de los salmos, llamada “oración jaculatoria” que procede de la palabra latina “iaculum”, es decir “dardo” para indicar brevísimas expresiones de los salmos que podían ser “lanzadas” como puntas encendidas, por ejemplo, contra las tentaciones. Juan Casiano, un escritor que vivió entre los siglos IV y V, recuerda que algunos monjes descubrieron la extraordinaria eficacia del brevísimo “incipit” del salmo 69: “Dios mío, ven en mi auxilio; Señor, date prisa en socorrerme”, que desde entonces se convirtió en el portal de entrada de la “Liturgia de las Horas” (cf. Conlationes, 10,10: CPL 512,298 s.s.).

2. Junto a la presencia del Espíritu Santo, otra dimensión importante es la de la acción sacerdotal que Cristo desempeña en esta oración, asociando consigo a la Iglesia, su esposa. En este sentido, refiriéndose precisamente a la “Liturgia de las Horas”, el Concilio Vaticano II enseña: “El Sumo Sacerdote de la nueva y eterna Alianza, Cristo Jesús, […] une a sí la comunidad entera de los hombres y la asocia al canto de este divino himno de alabanza. Porque esta función sacerdotal se prolonga a través de su Iglesia, que, sin cesar, alaba al Señor e intercede por la salvación de todo el mundo no sólo celebrando la Eucaristía, sino también de otras maneras, principalmente recitando el Oficio divino”(Sacrosanctum Concilium,83).

De modo que la “Liturgia de las Horas” tiene también el carácter de oración pública, en la que la Iglesia está particularmente involucrada. Es iluminador entonces redescubrir cómo la Iglesia ha definido progresivamente este compromiso específico de oración salpicada a través de las diferentes fases del día. Es necesario para ello remontarse a los primeros tiempos de la comunidad apostólica, cuando todavía estaba en vigor una relación cercana entre la oración cristiana y las así llamadas “oraciones legales” es decir, prescritas por la Ley de Moisés, que tenían lugar a determinadas horas del día en el Templo de Jerusalén. Por el libro de los Hechos de los Apóstoles sabemos que los apóstoles “acudían al Templo todos los días con perseverancia y con un mismo espíritu”(2, 46), y que “subían al Templo para la oración de la hora nona” (3,1). Por otra parte, sabemos también que las “oraciones legales” por excelencia eran precisamente las de la mañana y la noche.

3. Con el pasar del tiempo, los discípulos de Jesús encontraron algunos salmos particularmente apropiados para determinados momentos de la jornada, de la semana o del año, percibiendo en ellos un sentido profundo relacionado con el misterio cristiano. Un autorizado testigo de este proceso es san Cipriano, quien a la mitad del siglo III escribe: “Es necesario rezar al inicio del día para celebrar en la oración de la mañana la resurrección del Señor. Esto corresponde con lo que indicaba el Espíritu Santo en los salmos con las palabras: “Atiende a la voz de mi clamor, oh mi Rey y mi Dios. Porque a ti te suplico. Señor, ya de mañana oyes mi voz; de mañana te presento mi súplica, y me quedo a la espera” (Salmo 5, 3-4). […] Después, cuando el sol se pone al acabar del día, es necesario ponerse de nuevo a rezar. De hecho, dado que Cristo es el verdadero sol y el verdadero día, al pedir con la oración que volvamos a ser iluminados en el momento en el que terminan el sol y el día del mundo, invocamos a Cristo para que regrese a traernos la gracia de la luz eterna” (De oratione dominica, 35: PL 39,655).

4. La tradición cristiana no se limitó a perpetuar la judía, sino que trajo algunas innovaciones que caracterizaron la experiencia de oración vivida por los discípulos de Jesús. Además de recitar en la mañana y en la tarde el Padrenuestro, los cristianos escogieron con libertad los salmos para celebrar su oración cotidiana. A través de la historia, este proceso sugirió utilizar determinados salmos para algunos momentos de fe particularmente significativos. Entre ellos, en primer lugar se encontraba la “oración de la vigilia”, que preparaba para el Día del Señor, el domingo, en el que se celebraba la Pascua de Resurrección.

Algo típicamente cristiano fue después el añadir al final de todo salmo e himno la doxología trinitaria,”Gloria al Padre, al Hijo y al Espíritu Santo”. De este modo, todo salmo e himno fue iluminado por la plenitud de Dios.

5. La oración cristiana nace, se nutre y desarrolla en torno al acontecimiento por excelencia de la fe, el Misterio pascual de Cristo. Así, por la mañana y en la noche, al amanecer y al atardecer, se recordaba la Pascua, el paso del Señor de la muerte a la vida. El símbolo de Cristo “luz del mundo” es representado por la lámpara durante la oración de las Vísperas, llamada también por este motivo “lucernario”. Las “horas del día” recuerdan, a su vez, la narración de la pasión del Señor, y la “hora tercia” la venida del Espíritu Santo en Pentecostés. La “oración de la noche”, por último, tiene un carácter escatológico, pues evoca la recomendación hecha por Jesús en espera de su regreso (cf. Marcos 13, 35-37).

Al ritmar de este modo su oración, los cristianos respondieron al mandato del Señor de “rezar sin cesar” (cf. Lucas 18,1; 21,36; 1 Tesalonicenses 5, 17; Efesios 6, 18), sin olvidar que toda la vida tiene que convertirse en cierto sentido en oración. En este sentido, Orígenes escribe: “Reza sin pausa quien une la oración con las obras y las obras con la oración” (Sobre la oración, XII,2: PG 11,452C).

Este horizonte, en su conjunto, constituye el hábitat natural de la recitación de los Salmos. Si son sentidos y vividos de este modo, la “doxología trinitaria” que corona todo salmo se convierte, para cada creyente en Cristo, en un volver a bucear, siguiendo la ola del espíritu y en comunión con todo el pueblo de Dios, en el océano de vida y paz en el que ha sido sumergido con el Bautismo, es decir, en el misterio del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo.

Oración de la Noche

Señor, ya es tarde; ya viene la noche.
Quiero agradecerte por este día.

Fue duro, con sufrimientos e inseguridades,
pero lleno de amor, y vivido en la alegría de la esperanza.

Gracias, Señor por este día que acabo de vivir.
Intenté vivirlo en Tu amor y nada me faltó.

En tu compañía soporté mis sufrimientos y no fue un día perdido. Confié en Ti y acepté tu voluntad. No fui perfecto, pero intenté ser bueno. Perdona mis faltas, Señor, y recíbeme.

Dame una noche tranquila y, por Tu gracia, restaura mis fuerzas, disminuya mis dolores y consérvame en salud.

Haz que mañana yo esté listo para cumplir tu voluntad
y para aceptar a todos mis hermanos.

Amén.

La dimensión cósmica de la oración, según Juan Pablo II

CIUDAD DEL VATICANO, 2 mayo 2001 (ZENIT.org).- Juan Pablo II ha releído con los peregrinos una de las páginas más bellas de la Biblia, el cántico de tres jóvenes israelitas salvados de la muerte por Dios, para mostrar cómo los cristianos pueden inspirar su oración en los cánticos judíos.

“Criaturas todas del Señor, bendecid al Señor, ensalzadlo con himnos por los siglos”, concluye el himno recogido por Daniel (3, 57). En este cántico, dice el Papa, “en cierto sentido, se refleja el alma religiosa universal, que percibe en el mundo la huella de Dios, y se alza en la contemplación del Creador”.

El cristiano, como Francisco de Asís, aclaró el Papa, al elevar esta alabanza “se siente agradecido no sólo por el don de la creación, sino también por el hecho de ser destinatario del cuidado paterno de Dios, que en Cristo le ha elevado a la dignidad de hijo”.

Ofrecemos a continuación la intervención íntegra del pontífice en la audiencia general de este miércoles.

1. “Criaturas todas del Señor, bendecid al Señor, ensalzadlo con himnos por los siglos” (Daniel 3, 57). Una dimensión cósmica impregna este Cántico tomado del libro de Daniel, que la Liturgia de las Horas propone para las Laudes del domingo en la primera y tercera semana. De hecho, esta estupenda oración se aplica muy bien al “Dies Domini”, el Día del Señor, que en Cristo resucitado nos permite contemplar el culmen del designio de Dios sobre el cosmos y la historia. En él, alfa y omega, principio y fin de la historia (cf. Apocalipsis 22, 13), alcanza su sentido pleno la misma creación, pues, como recuerda Juan en el prólogo del Evangelio, “todo ha sido hecho por él” (Juan 1, 3). En la resurrección de Cristo culmina la historia de la salvación, abriendo la vicisitud humana al don del Espíritu y al de la adopción filial, en espera del regreso del Esposo divino, que entregará el mundo a Dios Padre (cf. 1Corintios 15, 24).

2. En este pasaje de letanías, se repasan todas las cosas. La mirada apunta hacia el sol, la luna, las estrellas; alcanza la inmensa extensión de las aguas; se eleva hacia los montes, contempla las más diferentes situaciones atmosféricas, pasa del frío al calor, de la luz a las tinieblas; considera el mundo mineral y vegetal; se detiene en las diferentes especies animales. El llamamiento se hace después universal: interpela a los ángeles de Dios, alcanza a todos los “hijos del hombre”, y en particular al pueblo de Dios, Israel, sus sacerdotes y justos. Es un inmenso coro, una sinfonía en la que las diferentes voces elevan su canto a Dios, Creador del universo y Señor de la historia. Recitado a la luz de la revelación cristiana, el Cántico se dirige al Dios trinitario, como nos invita a hacerlo la liturgia, añadiendo una fórmula trinitaria: “Bendigamos al Padre, y al Hijo con el Espíritu Santo”.

3. En el cántico, en cierto sentido, se refleja el alma religiosa universal, que percibe en el mundo la huella de Dios, y se alza en la contemplación del Creador. Pero en el contexto del libro de Daniel, el himno se presenta como agradecimiento pronunciado por tres jóvenes israelitas –Ananías, Azarías y Misael–, condenados a morir quemados en un horno por haberse negado a adorar la estatua de oro de Nabucodonosor. Milagrosamente fueron preservados de las llamas. En el telón de fondo de este acontecimiento se encuentra la historia especial de salvación en la que Dios escoge a Israel como a su pueblo y establece con él una alianza. Los tres jóvenes israelitas quieren precisamente permanecer fieles a esta alianza, aunque esto suponga el martirio en el horno ardiente. Su fidelidad se encuentra con la fidelidad de Dios, que envía a un ángel para alejar de ellos las llamas (cf. Daniel 3, 49).

De este modo, el Cántico se pone en la línea de los cantos de alabanza por haber evitado un peligro, presentes en el Antiguo Testamento. Entre ellos es famoso el canto de victoria referido en el capítulo 15 del Éxodo, donde los antiguos judíos expresan su reconocimiento al Señor por aquella noche en la que hubieran quedado inevitablemente arrollados por el ejército del faraón si el Señor no les hubiera abierto un camino entre las aguas, echando “al mar al caballo y al jinete”(Éxodo 15, 1).

4. No es casualidad el que en la solemne vigilia pascual, la liturgia nos haga repetir todos los años el himno cantado por los israelitas en el Éxodo. Aquel camino abierto para ellos anunciaba proféticamente el nuevo camino que Cristo resucitado inauguró para la humanidad en la noche santa de su resurrección de los muertos. Nuestro paso simbólico a través de las aguas bautismales nos permite volver a vivir una experiencia análoga de paso de la muerte a la vida, gracias a la victoria sobre la muerte de Jesús para beneficio de todos nosotros.

Al repetir en la liturgia dominical de las Laudes el Cántico de los tres jóvenes israelitas, nosotros, discípulos de Cristo, queremos ponernos en la misma onda de gratitud por las grandes obras realizadas por Dios, ya sea en su creación ya sea sobre todo en el misterio pascual.

De hecho, el cristiano percibe una relación entre la liberación de los tres jóvenes, de los que se habla en el Cántico, y la resurrección de Jesús. Los Hechos de los Apóstoles ven en ésta última la respuesta a la oración del creyente que, como el salmista, canta con confianza: “No abandonarás mi alma en el Infierno ni permitirás que tu santo experimente la corrupción” (Hechos 2, 27; Salmo 15, 10).

El hecho de relacionar este Cántico con la Resurrección es algo muy tradicional. Hay antiquísimos testimonios de la presencia de este himno en la oración del Día del Señor, la Pascua semanal de los cristianos. Las catacumbas romanas conservan vestigios iconográficos en los que se pueden ver a tres jóvenes que rezan incólumes entre las llamadas, testimoniando así la eficacia de la oración y la certeza en la intervención del Señor.

5.”Bendito eres en la bóveda del cielo: a ti honor y alabanza por los siglos” (Daniel 3, 56). Al cantar este himno en la mañana del domingo, el cristiano se siente agradecido no sólo por el don de la creación, sino también por el hecho de ser destinatario del cuidado paterno de Dios, que en Cristo le ha elevado a la dignidad de hijo.

Un cuidado paterno que permite ver con ojos nuevos a la misma creación y permite gozar de su belleza, en la que se entrevé, como distintivo, el amor de Dios. Con estos sentimientos Francisco de Asís contemplaba la creación y elevaba su alabanza a Dios, manantial último de toda belleza. Espontáneamente la imaginación considera que experimentar el eco de este texto bíblico cuando, en San Damián, después de haber alcanzado las cumbres del sufrimiento e el cuerpo y en el espíritu, compuso el “Cántico al hermano sol” (cf. “Fuentes franciscanas”, 263).

Nuestra Más Grande Necesidad

Si nuestra más grande necesidad
hubiera sido de dinero,
Dios hubiera mandado a un economista.

Si nuestra más grande necesidad
hubiera sido de conocimiento,
Dios hubiera mandado a un educador.

Si nuestra más grande necesidad
hubiera sido de diversión o entretenimiento,
Dios hubiera mandado a un artista.

Pero como nuestra mayor necesidad
era de amor y salvación.
Dios mando a su Hijo, un Salvador.