Con todo esto de la Pachamama en el Vaticano he visto la gran capacidad de algunos para estirar las palabras y las razones tratando de justificar, como sea, lo sucedido.
Supongo que hay gente que cree que si uno critica algo que involucra claramente al Papa está faltando al amor y fidelidad que son debidos a la Iglesia, a la fe y a la persona misma del Sucesor de Pedro. No van por ese lado mis observaciones.
De hecho, yo oro por el Papa todos los días. En muchas de mis predicaciones, y ante los más diversos auditorios, pondero muchas cosas buenas que creo que ha hecho y dicho. Ahí está mi canal de Youtube para atestiguarlo.
Pero el Papa mismo reconoce que se equivoca, que necesita confesarse–como todos, y repite con frecuencia que es importante que recemos por él. No veo entonces por qué hay que tratar, a toda costa, de justificar el uso que se hizo de aquel ídolo.
Además, la multiplicación de justificaciones sirve para el propósito contrario: cuando cada semana te cambian de pastilla para tu tratamiento es que ninguna realmente sirve. Han dicho que esto de los ídolos es “acoger” a los indígenas; o más bien es “inculturar” la fe; hubo un monseñor que dijo que, en realidad, aunque usaran esas figuras, ellos están adorando al único Dios; y por supuesto, otros defensores de esta causa perdida han hablado también de lo consabido: la apertura, la tolerancia, la mente amplia. El extremo del cinismo está en aquel que dijo: “Y si hubiera sido un acto pagano, tampoco pasaba nada.” Son muchas “pastillas” tratando de ocultar lo inocultable: jamás debió suceder lo que sucedió, y lo único lógico en este momento son los actos de desagravio, reparación y humildad.
Además, siempre está a la mano la solución más sencilla: se señalan los errores, se reconocen los errores, uno se arrepiente de los errores, luego se corrigen los errores, y en la medida de lo posible no se repiten. Ya está. No es complicado.
Tomás, el apóstol, reconoció su error.
Pedro, el apóstol, reconoció su error.
Pablo, el apóstol, reconoció su error.
María Magdalena reconoció su error.
Es así de simple. Llevar ídolos a una iglesia no está bien. Es sacrílego. Es ofensa contra el Primer y más importante de los Mandamientos. Postrarse ante la inculturación no está bien. No pierdan fuerza tratando más de justificarlo. No hurguen en sus mentes buscando qué calificativo dar a los que han dicho y a los que decimos que no está bien. Llamarnos dinosaurios, inquisidores, derechistas, hambrientos de poder, no cambia que Dios fue desobedecido gravemente y ofendido públicamente.
¿Por qué entonces hay que retorcer las palabras, imaginarse que la gente no se da cuenta de las cosas, y tratar de hacer pasar por aceptable lo que no lo es?
El camino de los apóstoles: denunciar, reconocer, arrepentirse, corregirse, es el de siempre.
Y funciona.