It will make you think!
Alimento del Alma: Textos, Homilias, Conferencias de Fray Nelson Medina, O.P.
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SANACIÓN POR LA CRUZ
Vamos a reflexionar sobre un elemento humano, una fuerza terrible que se opone y resiste al plan de Dios, a su amor. Es una enfermedad hereditaria que es sanada por la muerte de Jesús en la cruz. Esta enfermedad es el egoísmo, alimentado por el orgullo, que nos llevan a centrarnos en nosotros mismos, no importarnos los demás y convertirnos así en el centro del universo. Todo tipo de injusticia, odio, guerra, violencia están motivados por un egoísmo y un orgullo exagerados. Por la propia experiencia podemos afirmar que muchas enfermedades físicas son originadas por nuestro egoísmo. Cuántas úlceras, depresiones, tensones, dolores de cabeza, gastritis y otro tipo de dolencia brotan en nosotros debido a nuestro egoísmo.
El egoísmo: El egoísmo, que nos lleva a buscar la seguridad en nosotros mismo, tratando de ser el centro del universo, es un cáncer que va destruyendo completamente a quien lo padece. El egoísta no sabe darse, porque a nadie ama, ni siquiera a sí mismo. No puede ver a lo lejos, por eso nunca se fija en los otros, sino para sacar provecho de ellos. Sólo se ve, se escucha, se sirve a sí mismo y a sus intereses personales. La gratitud no existe en el corazón del egoísta. Más aún, el egoísmo es el causante de la miseria, adulterios, guerras, violencia que hay en el mundo, en la familia del egoísta y aún dentro de sí mismo.
Un camino para reconciliarse con el pasado y preparar un mejor futuro. La serie completa se encuentra aquí. Se trata de tres conferencias:
1. CONOCERSE
1.1 Por qué
1.2 Cómo
1.2.1 Métodos formales (sesiones)
1.2.2 Métodos informales (actitudes)
1.3 Hasta dónde
2. VALORARSE
2.1 Por qué
2.2 Cómo
2.2.1 Métodos formales (sesiones)
2.2.2 Métodos informales (actitudes) : seguimos ejemplo de San Pablo en 1 Timoteo 1
2.3 Hasta dónde
3. PROYECTARSE
3.1 Tipos de proyectos
3.2 Balances de un proyecto
3.3 Nunca perder de vista
Antídoto Contra Experiencias Amargas
Les invito a continuar la reflexión iniciada en el tema anterior sobre las ayudas para sanar que nos ofrece la naturaleza. Vamos a pasar revista a algunas ayudas que contrarrestan los efectos de tantas heridas, para poder perdonar y así sanar de enfermedades, tanto del cuerpo como del alma y del espíritu. Muchos de nosotros sufrimos de rencores reprimidos durante años. Lastimamos nuestro bienestar psicológico, nuestras relaciones y nuestra misma salud física cuando nos apegamos a experiencias amargas vividas, a los rencores. Necesitamos hoy recuperar el poder que le hemos concedido al pasado para arruinar nuestro presente. Perdonar nos devuelve la paz. Nuestras principales barreras para el perdón ordinariamente no son las ofensas sino la falta de herramientas para poder perdonar. No hay ofensa que sea imperdonable. Pero hace falta tener una motivación. Así, por ejemplo, a la depresión ofrece la Biblia como antídoto el amor de Dios y la convicción de que el ser humano es un hermano, no un enemigo, como lo constató el congreso internacional convocado por la Santa Sede sobre la depresión.
Higiene Mental
En el tema anterior hablábamos de dos maneras de sanar: a través de la naturaleza y a través de la gracia. Naturaleza significa la ciencia, el progreso, la medicina, la técnica y todos los recursos que el hombre ha recibido de Dios para dominar la tierra y su propia existencia, siempre en la obediencia. Gracia significa la fe y la oración mediante las cuales obtenemos a veces sanaciones y milagros de parte de Dios. Hay un tercer camino y es la búsqueda de poderes ocultos, obtenidos por medios oscuros, a espaldas de Dios. Entra aquí en escena el que un día dijo que le pertenece todo poder en la tierra y que lo entrega a quien le adore. Cuando seguimos ese camino, la ruina es inevitable y hemos caído en las redes de la araña y no saldremos de allí fácilmente.
Les invito a reflexionar sobre un tema que pertenece a la primera manera de sanar, a través de la naturaleza. Es un tema muy importante para nuestra salud espiritual y corporal, para tener sanos la mente y el corazón y ser así siempre dadores de perdón. Es un tema muy poco utilizado en nuestra pastoral: la higiene mental. El estilo de hoy de caminar tan aprisa nos obliga a aplicar los frenos para no chocar con otros hermanos que caminan también con prisa. Y grandes prisas generan grandes tensiones. No sacamos tiempo para detenernos, para reflexionar, para relajarnos, para descansar. Sin darnos cuenta de ello, la prisa, la velocidad nos mantiene frecuentemente tensos, irritables, agresivos, cansados y hasta atemorizados. También nuestro cuerpo acumula tensiones, dolores, cansancio. Mantenemos la frente arrugada, los hombros encogidos o tensos, agarrotados, rígidos los brazos, crispadas las manos, inquietas las piernas, todo lo cual refleja la tensión que vivimos. Esos estados de tensión consumen grandes energías, limitan nuestra capacidad de vivir contentos con nosotros mismos y en paz con los demás, además que nos disponen para una cantidad de enfermedades, cardiovasculares, depresiones, cáncer, etc. Espacios de relajación y descanso, no son un lujo, sino una necesidad. Cuando el Creador finalizó su obra creadora, “descansó y bendijo el descanso” (Gen 2,3). Otro tanto hizo Jesús con sus discípulos: “Vengan también ustedes aparte, a un lugar solitario, para que descansen un poco” (Mc 6,30-32).
El Perdón Alivia Transtornos Físicos
photo credit: MarkHaertl
La vida no es fácil para nadie, si bien algunos tenemos pruebas menos fuertes que otros. Ante acontecimientos difíciles, muchos de nosotros nos aferramos al dolor, a la rabia, la ira, al resentimiento; sin darnos cuenta que esos sentimientos son como cáncer que corroe nuestra alma y nuestra vitalidad. ¿Quién no ha sentido la punzada de la traición, un trato injusto o algo más gravoso? Muchos nos aferramos a la rabia y al dolor que nos causa, pero otros deciden no hacerlo. Las investigaciones más recientes muestran que aprender a perdonar puede reportarnos enormes beneficios. Es una eficaz manera de aplacar la ira, reducir el estrés y, quizá lo más importante, mejorar nuestra salud física, psicológica y espiritual.
Cada vez hay más pruebas de que perdonar a quien nos ha lastimado u ofendido produce efectos curativos muy profundos, no solo en el campo emocional, sino en nuestro mismo cuerpo. Así que la próxima vez que sientas el deseo de cargar con el pesado fardo del rencor y la amargura, el odio o la indiferencia, regálese el don del perdón.
También es importante perdonarnos a nosotros mismos nuestras deficiencias, errores y fallas. Sólo así podemos dejar atrás esos fantasmas que nos impiden vivir plenamente. La fuerza del perdón hace olvidar las ofensas, alivia el resentimiento y nos preserva de muchas enfermedades emocionales y cardiovasculares.
Cuando estamos haciendo un trabajo sobre el perdón, puede suceder que descubramos en nuestro interior una herida antigua que aún sigue viva, aunque de manera inconsciente. Esta herida es capaz de bloquear nuestro proceso de perdón. Por eso es necesario hacerla consciente y someterla a un proceso de curación. Un sacerdote psicoterapeuta nos propone hacer la siguiente
MEDITACIÓN: Adopta una postura cómoda, relájate. Durante varios minutos aparta de ti toda posible distracción, para ello respira profundamente y céntrate en tu proceso de respiración. Inspira despacio. Expira despacio y céntrate en el aire que entra y que sale.
Tómate tiempo para entrar en ti mismo, como has hecho en otros ejercicios de meditación. Vuelve a la situación creada por la ofensa y revive lo que sucedió. Date tiempo para identificar la herida y nombrarla con precisión.
Permanece en contracto con la emoción o el conjunto de emociones que emerge de ti. Después a partir de la emoción identificada o del complejo de emociones, vuelve a tu pasado como si pasaras una a una las páginas de un álbum de recuerdos. Guiado por la misma emoción, deja emerger las imágenes, los recuerdos o las palabras vinculadas a las diversas épocas de tu vida pasada.
Cuando te hayas remontado hasta el recuerdo más lejano, concédete tiempo para volver a ver y a vivir la escena. ¿Qué edad tienes? ¿quién está contigo? ¿qué pasa? ¿cómo reaccionas? ¿qué decisión tomas después de este acontecimiento doloroso?
Recuerda el niño que eras. ¿Cómo estás vestido? ¿dónde está? ¿cómo lo describirías? Observa lo que vive como si estuviese ahí, presente ante ti. Explícale todo lo que pasó. Bendice al Señor por él y dale gracias. Jesús está también presente dándote su amor. Encauza el amor de Jesús hacia la herida que tanto daño te hace. Dile a Jesús: unge, Señor esa herida con el óleo de tu Espíritu, con tu sangre amorosa. Y deja que Jesús realice esta unción que es sanción.
Continuar leyendo “Ejercicios sobre el perdón: Práctica No. 6”
Necesidad del perdón en nuestra vida:
Es tanta la importancia del perdón en nuestra vida, que no son necesarios muchos discursos para comprender la imperiosa necesidad que tenemos de él. Con sólo ver el panorama mundial nos damos cuenta de la necesidad del perdón. Nadie está libre de herir, de ofender, de recibir heridas, como resultado de frustraciones, decepciones, problemas, traiciones. Las dificultades ocasionadas por la vida en sociedad aparecen por doquier: conflictos entre los esposos, en las familias, entre las personas divorciadas, entre jefes y empleados en el trabajo, entre amigos, entre vecinos, entre razas, entre naciones. Y todos tienen necesidad de perdonar para restablecer la paz y continuar viviendo juntos en paz. En la celebración de unas bodas de oro preguntaron a la pareja cuál era el secreto de su longevidad conyugal. La esposa respondió: “después de una pelea, nunca nos hemos ido a dormir sin pedirnos mutuamente perdón”.
Intentemos imaginar cómo serían unas relaciones entre personas, en la familia, en nuestra vida personal sin perdón. Las consecuencias serían gravísimas. Estaríamos condenados a nunca poder librarnos de los daños sufridos, a vivir siempre resentidos, a permanecer aferrados al pasado y a estar buscando la venganza.
Curación de los Sentimientos Negativos
1Ts 5,23-24
Después de haber reflexionado sobre la misericordia del Padre, de Jesús, vamos a reflexionar sobre un tema fundamental para nuestra vida, y que brota de la misericordia de Dios, la curación o sanación de toda la persona. En efecto, el odio, los rencores y otros sentimientos dañinos, de los cuales ya hemos hablado, son enfermedades del alma y del espíritu con un gran poder para debilitar el vigor del cuerpo con una cantidad de enfermedades, pero que se pueden sanar.
El Señor Jesús, al encarnarse, ha querido venir a sanarnos de todas nuestras enfermedades y dolencias del cuerpo, del alma y del espíritu. Ordinariamente asociamos la curación con médicos, curanderos, medicamentos y otras ayudas. Pero, sin dejar a un lado a éstos, Jesús asocia la curación con la fe y el amor, y con la proclamación de la Buena Nueva. Los tesoros de fe y amor, que el Señor ha puesto en nuestro corazón, crecen tanto más cuanto más se comparten. Interesarnos por los que sufren, orar por los enfermos y con ellos, es un modo muy práctico de proclamar nuestra fe y expresar nuestro amor, orando por los enfermos y con ellos.
LA DEPRESIÓN:
Les invito a una reflexión sobre la depresión, enfermedad que también nosotros podemos adquirir al dar cabida a pensamientos y sentimientos negativos obsesivos, a relaciones difíciles con los padres, con la pareja, con otras personas, y en general, a incapacidad de perdonar, y de sacar de nuestra mente ciertas ideas y sentimientos contra otras personas, contra la vida, contra Dios, hundiéndonos en una tristeza permanente y en tedio por la vida. En este trabajo seguiré de cerca la XVIII conferencia Internacional celebrada en Roma sobre “La depresión”. Hoy se afirma que la más grave enfermedad de nuestro tiempo no es el cáncer, ni la malaria, ni el sida, ni siquiera el hambre que asola a multitudes inmensas en el llamado tercer mundo. La más grave enfermedad del mundo contemporáneo es «la pérdida del gusto por la vida». Y no puede ser de otro, afirmó el cardenal Paul Poupard en su charla sobre Las ideas depresivas del mundo contemporáneo, cuando se ha estrangulado la vida humana en la verdad misma de su ser. En efecto: “convertido el trabajo en mero instrumento del dinero que la polilla y la herrumbre corroen; el amor y la amistad aniquilados en la soledad que convierte al otro en puro objeto de interés egoísta; y reducido el deseo de infinito al instante, que hoy es y mañana es arrojado al fuego; en un mundo así, ¿cómo podrá nadie liberarse de la depresión en cualquiera de sus formas? La difusión de la depresión constituye un fenómeno que preocupa, y mucho, a la Iglesia. Por eso, a quienes se encuentran afligidos por este enfermedad, el Papa les propone profundizar en su vida espiritual para descubrir el amor de Dios y superar así ese estado de falta de ánimo. La vivencia de la fe proporciona puntos de referencia sólidos para edificar sobre ellos una personalidad madura e integrada. La receta del Pontífice para superar la depresión está en coincidencia con los consejos de psiquiatras y psicólogos.
Realización: El Pontificio Consejo para la Pastoral de la Salud, presidido por el cardenal Javier Lozano Barragán, convocó en el Vaticano, del 13 al 15 de noviembre del 2003, la XVIII Conferencia Internacional sobre “La depresión”. El tema interesa no solo a médicos sino a la sociedad en general y también a la Iglesia. Para afrontar esa enfermedad y buscar soluciones congregó al fin de semana a 600 médicos, laicos comprometidos y hombres de Iglesia. En la actualidad hay en el mundo más de 340 millones de personas que padecen depresión, y, en el año un millón de personas se quitan la vida.
LA AMARGURA:
(Hebr 12,14; Ef 4,31-32; Gal 5,19-21)
Cuando una persona no irradia felicidad ni goza de una actitud sana, probablemente se deba a que no ha sabido rodear su existencia, su personalidad de aspectos positivos; cuando revivimos un recuerdo negativo, llevando cuenta de ofensas que se nos han causado, el recuerdo se convierte en amargura que entristece nuestra existencia. No importa si la causa del rencor sea real o imaginada, su veneno nos carcome poco a poco hasta que se derrama sobre todo lo que nos rodea y lo corroe. Pienso que todos hemos conocido personas amargadas. Tienen una memoria extraordinaria para los más insignificantes detalles negativos, se consumen en quejas y se ahogan en resentimientos. Llevan cuenta minuciosa de las ofensas sufridas, y siempre están listos para demostrar a los demás cuánto han sido ofendidos. Por fuera aparentan tranquilos y serenos, pero por dentro revientan por su amargura reprimida. La amargura afecta todos nuestros sentimientos, acciones haciendo infeliz, atormentada y resentida a la persona amargada.
Naturaleza de la amargura: La amargura habla de alguien que carga sobre sus hombros características dañinas, no solo para su desarrollo emocional sino para aquellos que le rodean. En cada ser humano hay unas cuotas razonables de amargura provocada por muy diversas circunstancias. Podemos decir que es casi connatural a la persona esa falta de dulzura por las cosas de la vida. Lo que nos debe preocupar es que la amargura se convierta en un sentimiento constante en el día. La amargura es una herida en el alma que va más allá de los malos momentos que nos hayan hecho pasar, o de las maldades que hayamos cometido. La amargura es la victoria del mal, que quita la alegría de vivir, son esos sentimientos mal encauzados que te encierran en ti mismo. Para la persona amargada no existe el pasado, ni el presente, ni el futuro, solo existe esa falta de ilusión que tienen los que están muertos en vida, pues la amargura destruye y mata el espíritu humano.
Aprender a mirar con otros ojos lo negativo
Respira pausada y profundamente, viendo el aire que entra y sale de tus pulmones.
Imagínate que vas de camino a una importante reunión y te encuentras con un embotellamiento de tráfico.
Comienzas a preocuparte, sientes que te viene dolor de cabeza, que tienes los hombros tensos, y piensas en las peores consecuencias de tu retraso.
Ahora, imagina durante unos minutos que estás allí en tu asiento como un manojo de nervios y te das cuenta que tu ansiedad no hace avanzar más de prisa el carro que tienes delante ni el tuyo, ni el que tienes detrás.
Inspira hondo y sueltas un suspiro. Te dices: “relájate.” Sientes cierto alivio.
Decides que cuando llegues a la reunión sencillamente explicarás lo que te ha sucedido.
Sintonizas tu emisora de música relajante, favorita.
Te recuerdas de nuevo que tienes una opción en la forma de reaccionar ante esa situación y vuelves a afirmar que puedes relajarte.
Haces otra inspiración honda. Te echas hacia atrás en el asiento, respiras profundamente y disfrutas de la oportunidad de estar a solas.
EL SENTIMIENTO DE LA IRA
(Ef 4, 23-26; Jn 2, 14-16)
Les invito a reflexionar sobre la ira, que juega un papel importante en nuestras relaciones. Cuando no somos señores de ella, cuando no tenemos la vigilancia necesaria de nuestras reacciones emocionales o no perdonamos, nos descontrolamos. Si no somos conscientes de nuestros sentimientos o no los trabajamos, podemos comportarnos inconscientemente de modo injusto y destructivo, pues actuamos por instinto. Los sentimientos tienen influencia profunda sobre nuestras ideas, opiniones, acciones y, en general, sobre nuestro cuerpo y nuestro comportamiento.
Podemos enojarnos, pero sin pecar. Por principio y de suyo la ira no es mala, pues todos tenemos el justo derecho de tomar represalia por las ofensas, según la recta razón y la ley general. Mientras el hombre se atenga al dictamen de la razón y obre de acuerdo con las exigencias de la naturaleza, la ira es un acto digno de alabanza; es un deber del que la ley puede pedir cuentas. Por eso, pudo decir san Juan Crisóstomo: “Quien con causa no se aíra, peca. Porque la paciencia irracional siembra vicios, fomenta la negligencia, y no sólo a los malos sino también a los buenos los invita al mal”. Sólo cuando se excede la medida racional, o cuando no se llegue al justo medio, la ira o la no ira, son pecado. No se puede decir que una persona airada esté pecando, ya que su acto de ira puede responder en proporción justa, a la medida racional que la ira por celo está reclamando de él, pues al centrarse la ira en la venganza, si el fin de la venganza es recto, la ira es buena.
Las primeras comunidades: Los cristianos de la primera comunidad apostólica se amaban y se trataban mutuamente como hermanos (cf. Hech 2,42-47). Con el paso del tiempo, las comunidades fueron creciendo en tamaño y en número y fueron creciendo las diferencias personales (cf. 1Cor 11, 17-22). Incluso, se hizo más difícil recordar que ser cristiano suponía fuertes exigencias en las relaciones personales. No basta con haber recibido el bautismo, con rezar y participar en la celebración de la Eucaristía. Los cristianos tenían que vivir su fe en el contacto con el hermano, en sus relaciones de cada día, que se fueron cargando de conflictos. Avanzando el tiempo las comunidades empezaron a tener fuertes dificultades en las relaciones, a caer en la mediocridad, y destruir así la vida comunitaria.
La Cólera
Les invito a reflexionar sobre el sentimiento de la cólera. Es una realidad muy normal en nuestra vida y todos la conocemos. Nuestra vida diaria de relación con los demás trae, junto con muchas alegrías, una parte de frustraciones, exasperaciones, obstáculos para la comunicación entre las personas. De ahí la importancia de no dejar remansar en nuestro interior las pequeñas cóleras, porque se pudren y nos hacen mucho daño. Es necesario expresarlas de la manera más constructiva posible. La cólera tiene dos hermanas gemelas que son la ira y la rabia; tía de ellas es la violencia. Toda esta familia está a disposición de la cólera; si no sabemos trabajarlas a tiempo tienen efectos deletéreos.
La cólera evoca escenas de extrema violencia, lo cual hace que se tenga gran miedo a experimentar esta emoción. A algunos les resulta difícil ver en la cólera y en el deseo de venganza realidades psicológicas sanas en sí mismas. Se puede utilizar el término sanamente para describir el estado de irritabilidad interior provocado por una contrariedad, un insulto o una injusticia. O en forma incorrecta llamar a la “cólera” odio o resentimiento, cuya finalidad es hacer daño al otro o incluso destruirlo. Ella nos habla del estado de irritabilidad interior provocado por una contrariedad, un insulto o una injusticia. No podemos asimilarla al odio o al resentimiento, cuya finalidad es hacer daño al otro o incluso destruirlo. Hay que distinguir, pues, la emoción pasajera de la cólera del sentimiento voluntario de odio o de resentimiento. Aunque la cólera sea un movimiento violento del alma, tiene, a pesar de las apariencias, elementos positivos. Es una reacción normal ante una injusticia, una búsqueda de autenticidad y un esfuerzo para suprimir el obstáculo que oculta el amor ajeno. El resentimiento, por el contrario, se introduce en el corazón humano como un cáncer y sólo se aplaca cuando el ofensor es castigado o humillado. Puede revestir diversas formas: sarcasmo, odio duradero, actitudes despectivas, hostilidad sistemática, crítica reprobatoria y pasividad agresiva, que mata cualquier posible alegría en las relaciones.
Causas de la violencia: Hace pensar la creciente violencia imperante en todos los ámbitos del mundo y de nuestra sociedad. Pero perturba todavía más la exaltación abierta que se hace de ella, por pare de personas y hasta de países, sin respetar siquiera el universo infantil. Necesitamos cuidarnos para que la pasión no haga de nosotros seres adictos a la violencia. Era lo que más temía Pablo para los nuevos cristianos: “Queridos míos, no se venguen, no se dejen vencer por el mal; venzan el mal con el bien” (Rm 12,19-21). Tratemos de profundizar para ver a qué podemos atribuir este crecimiento casi astronómico de la violencia.
En este campo son múltiples las causas, no podemos ser simplistas. Pero hay una estructura, que ha sido erigida en principio y que explica, en gran parte, la atmósfera general de violencia de nuestro mundo y este principio es la competitividad o la competencia sin límites.
La Violencia
(Gen 3, 8; Gen 3,1-19; )
Les invito a reflexionar sobre un sentimiento que está en la raíz de toda vida humana, que acompaña a todo mortal, la violencia. No es algo nuevo para la humanidad e irrumpe en la vida humana desde el paraíso terrenal, acompañando al hombre desde entonces. En la sociedad actual, la violencia se ha convertido en una epidemia. Hay naciones donde los asesinatos, las violaciones, los robos, los asaltos violentos y los allanamientos han alcanzado niveles alarmantes en las últimas dos décadas. Elementos de formación humana tan poderosos como el cine y la TV se han convertido en maestros insuperables de la violencia, llegando hasta el hogar. Nos hemos convertido en volcanes de impaciencia, violencia y terrorismo. Y no fue así desde el principio.
El aliento de Dios llenó los abismos: “Las tinieblas cubrían los abismos, mientras el espíritu de Dios aleteaba sobre la superficie de las aguas” (Gen 1,2). El abismo, símbolo de completa desolación, esperaba su transformación, anhelaba la vida. Entonces, Dios inundó de luz las tinieblas, eliminó el caos, creó un paraíso, y colocó allí al hombre, “insuflando en su narices un aliento de vida” (Gen 2,7).